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termina e grave Zurita la segunda parte de sus Anales. «Fueron verdaderamente aquellos tiempos para este reino, si bien se considerase, de gran tribulacion y de una penosa y miserable condicion y suerte: porque en las cosas de la religion, de donde resulta todo el bien de los reinos, se padecia tanto detrimento, que en lugar del único pastor y universal de la iglesia catódica, habia tres que contendian por el sumo pontificado, y estaba la iglesia de Dios en gran turbacion y trabajo por este cisma, habiendo durado tanto tiempo: y en el poderío temporal de él nunca se pasó tanto peligro despues «que se acabó de conquistar de los infieles: pues en lugar de suceder un lcgitimo rey y señor natural, quedaban cinco competidores, y trataba el que amas podia de proseguir su derecho por las armas (1).»

(1) Para la historia de este reinado hemos consultado los documentos del Archivo general de Aragon, á Pedro Tomich, Lorenzo de Valla, los Comentarios de Blancas, las historias eclesiásticas en lo relativo al cisma de

Occidente, los Condes de Barcelona de Bofarull, y muy señaladamente á Zurita, en el libro X. de sus Anales, desde el cap. 56 hasta el 91.

CAPITULO XXII.

ESTADO SOCIAL DE ESPAÑA.

CASTILLA

EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIV.

1.-Juicio critico del reinado de don Pedro de Castilla.-Sus primeros actos. Observacion sobre el ministro Alburquerque.-Sobre las córtes de Valladolid.-Sobre los amores de don Pedro con doña María de Padilla.-Paralelo entre don Alfonso XI. y don Pedro.Liga contra el rey: su carácter: sus fines: conducta de los confederados.-La guerra de Aragon: comportamiento del rey, de sus hermanos, de los magnates y caudillos.-Suplicios horribles en Castilla: si se condujo en ellos como justiciero ó como cruel: reflexiones sobre el carácter de don Pedro: sobre su época: comparaciones: ejemplos de otros principes.-Cuestion sobre el casamiento de don Pedro con la Padilla.-Carácter y conducta de don Enrique: cotejo entre los dos hermanos. II.-Reinado de don Enrique.-Juicio de este monarca antes y despues de subir al trono.-Don Enrique como legislador: como guerrero: como gobernador.-Sus costumbres morales. III.-Reinado de don Juan I.-Cómo se manejó en el asunto del cisma. Sus errores en la guerra de Portugal.-Causas del desastre de Aljubarrota.-Lo que salvó la independencia portuguesa: el maestre de Avis.— Prudencia del rey en la guerra con el de Lancaster.-Títulos del rey don Juan á la gratitud de su pueblo.-Respeto de este monarca á las córtes: llega á su apogeo el elemento popular en este reinado. IV.-Estado de la literatura en este período.-El judio Rabbí don Santob: la Doctrina cristiana: la Danza general de la muerte: Ayala: sus obras en prosa y en verso: el Rimado de Palacio.-Comercio, artes, industria de Castilla en esta época.-Ordenanzas de menestrales: oficios, trages, armaduras, coste de cada artefacto. -Gasto de la mesa real: tasa en los convites. V.-Costumbres públicas.-Inmoralidad política.-Delitos comunes: leyes de represion.-Vicios de aquella sociedad.-La incontinencia en todas las clases.-Leyes sobre la vagancia.—Influencia del dinero.

I.

Angústiase el alma, y se estremece la mano, y tiembla la pluma al haber de trazar el cuadro y hacer el análisis razonado y crítico del reinado de don Pedro de Castilla y esto no solamente por la cadena casi no interrumpida de rágicas escenas, y horribles suplicios, y sangrientas ejecuciones á que se dejó

arrastrar este violento monarca, con razon y justicia unas veces, por venganza otras, otras por impetuosidad de carácter, y las mas por una especie de ferocidad orgánica: no solamente por las revueltas, las perturbaciones y las calamidades que afligieron la monarquía castellana en este periodo: sino porque entre todos los autores y per sonages de este complicado drama de cerca de veinte años, de la misma manera que en el reinado de doña Urraca, al cual no sin meditacion le comparamos, no vemos síno ambiciones, y venganzas, y rebeldías, y traiciones, y veleidades, y flaquezas, y miserias y crímenes. Al fin en aquél réposaba cada vez que se dirigia la vista á la bandera inocente y sin mancha del niño Alfonso que después fué emperador: en éste no se divisa una sola bandera legítima y pura, y para hallar descanso y alivio al espiritu atormentado con las impresiones de tanta catástrofe lamentable, hay que buscarle en la estéril virtud de la des graciada doña Blanca, en el corazon compasivo de doña María de Padilla, reducida á la odiosa condicion de manceba mereciendo ser reina, á tal cual destello de humanidad del mismo rey don Pedro, que se vislumbra como un rayo de débil luz por entre negras sombras, y á la generosidad caballeresca de un principe estrangero que acaba por arrepentirse de haber tendido una mano protectora á quien no era digno de ella. En éste como en aquel reinado se ve palpable y sensiblemente la mano de la Providencia haciendo expiar á cada uno sus escesos y sus crímenes.

«Fué desgracia de Castilla, decíamos hablando de don Sancho el Bravo; desde que tuvo un rey grande y santo que la hizo nacion respetable, y un monarca sábio y organizador que le dió una legislacion uniforme y regular, los soberanos se van haciendo cada vez mas despreciadores de las leyes naturales y escritas, se progresa de padres á hijos en abuso de poder y en crueldad, hasta llegar á uno que por esceder á todos los otros en sangrientas y arbitrarias ejecuciones adquiere el sobrenombre de Cruel, con que le señaló y con que creemos seguirá conociéndole la posteridad (1). »

Sin embargo en el principio de su reinado no aparece todavía ni sanguinario, nl vicioso. Al contrario, se le ve perdonar mas de una vez á sus hermanos bastardos y á otros magnates rebeldes. Si el puñal de un verdugo se clava en las entrañas de doña María de Guzman, no es don Pedro el que ha armado el brazo del asesino de la dama de su padre; ha sido su madre la reina doña María la que ha ordenado al terrible ejecutor la muerte de su antigua rival, precisamente cuando habia dejado de serlo. En consentirlo ó no reprobarlo el hijo, creemos que hubo culpa, pero aun no descubrimos ferocidad. El fallecimiento casi simultáneo de los Laras y de don Fernando de Villena aparece harto sospechoso, pero

(4) Part. II., I. III., cap. 6.

nos complacemos en que no haya pruebas sobre que fundar capitulo de acusacion contra el rey. Garcilaso y don Alfonso Coronel habian sido rebeldes y merecian castigo. Cierto que el del primero fué ejecutado con circunstancias que hacen estremecer de horror, y revelan una saña feroz y repugnante, incompatible con todo sentimiento humano. Concedamos no obstante á los defensores de don Pedro que este acto de dura fiereza no emanára del rey, sino de su privado el ministro Alburquerque. Concedámoselo, por mas que sea dificil absolver la autoridad real del pecado de consentimiento, ya que la supongamos libre de el de mandato.

Una observacion tenemos que hacer acerca del célebre ministro don Juan Alfonso de Alburquerque. Muchas veces hemos oido, y muchas hemos visto estampado que el valido portugués era el instigador de las malas pasiones de don Pedro, el despertador de sus instintos impetuosos, y el consejero de sus crueldades. Los que tál afirman no pueden haber leido bien la historia del reinado de don Pedro de Castilla. No somos, ni podemos ser panegiristas de aquel privado. Sediento de dominacion y de influjo, como lo son en lo general los que una vez alcanzan la privanza de los reyes, no perdonaba medio el de Alburquerque para conservar su valimiento ó recobrarle: como todos los favoritos, suscitaba envidias, rivalidades, odios, y era vengativo con los magnates que aspiraban á precipitarle de la cumbre de su privanza. Tan lejos estamos de defender á Alburquerque, que le hacemos un cargo imperdonable de haber empleado un medio altamente inmoral para conservarse en la gracia de su regio pupilo, el de esplotar sus voluptuosas pasiones y de especular con la honra de una dama honesta y de grande entendimiento, suponiendo que se dejaria avasallar de su hermosura, como asi se real zó, y que él medraria á la sombra de una amorosa relacion proporcionada por él, en lo cual le salieron fallidos sus cálculos. Notamos al propio tiempo que durante la dominacion del valido el pais fué dotado de buenas y saludables leyes; en su administracion hubo órden y regularidad, y no se vieron ni dilapidaciones, ni distribuciones de mercedes notoriamente injustas. Nuestra observacion no se encamina a notar esta mezcla de bueno y de malo en el ministro favorito, sino á mostrar que en ningun periodo cuenta la historia menos actos de lascivia y de crueldad del rey don Pedro que mientras duró la privanza de Alburquerque. Cayó precisamente el valido cuando comenzaban los desvarios del monarca: soltó éste el freno á sus antojos, segun que se fué emancipando de antiguas influencias y obrando por sí mismo: el primer escándalo conyugal señaló la caida definitiva de Alburquerque: ya éste no era privado, sino enemigo, cuando el rey faltó á la manceba y á la esposa, y burló con achaque de matrimonio á la de Castro en Cuellar: cuando las matanzas de Toledo y de Toro, el de Alburquerque ya

no existia: hácía el comedio del reinado, cuando se desataron en todo su furor las iras, y las violencias, y las tropelías del monarca, ni memoria quedaba apenas del antiguo valido, y borrada casi del todo estaria en los últimos años cuando se consumaban los atentados mas horribles. Escusado es, pues, invocar influencias para atenuar los crímenes y cohonestar los desmanes de este soberano. Por inclinacion propia y por propio instinto fué lo que fué don Pedro de Castilla.

Pero gocemos todavía al contemplarle en los primeros años legislando en las cortes del reino, y sancionando leyes de buen gobierno y de recta administracion. Plácenos recordar que en su tiempo y de su órden se corrigió y mandó observar el Ordenamiento de Alcalá y el Fuero Viejo de Castilla. Con gusto traemos á la memoria el Ordenamiento de los Menestrales (1); las tasas en los jornales y salarios, en los gastos de los convites que daban á los reyes las ciudades ó los ricos-hombres; las ordenazas contra malhechores, contra jugadores y vagos; la rebaja en los encabezamientos de los pueblos; las leyes en beneficio y fomento del comercio, de la agricultura y ganadería; la organizacion de los tribunales y de la administracion de justicia; las disposiciones sobre los judíos, y sobre todo las medidas para atajar y reprimir la desmoralizacion pública y la relajacion de costumbres en clérigos y legos, en casados y en célibes, en magnates y en plebeyos. No será nuestra pluma la que escasée alabanzas á los soberanos que en tan nobles tareas se ejerciten.

Mas por desgracia podemos deleitarnos poco tiempo en la contemplacion de tan halagüeño cuadro. Dos años trascurren apenas, y hallamos ya al legislador conculcando no solo sus propias leyes, sino todas las leyes divinas y naturales; al moralizador de su pueblo despeñándose por la carrera de la inmoralidad; al que habia decretado que las mugeres que vivian amancebadas lleváran un distintivo que pregonára su ignominia, dejar las caricias de una esposa bella, tierna e inocente, por correr exhalado á los brazos de una manceba, haciendo de ello público alarde. Aun no se habrian apagado las antorchas que alumbraron su himeneo, por lo menos aun estaba el pueblo entregado á los regocijos de la boda, cuando vió á su rey abandonar la esposa por la dama, la reina por la favorita, el tálamo nupcial por el lecho del adulterio. Don Pedro que habia visto á su madre doña Maria de Portugal llorar con lágrimas de amargura los desvios de su esposo, aprisionado en los amorosos lazos de una altiva dama, se apartaba ahora de doña Blanca de

(1) Al final del volúmen hallarán nuestros lectores por Apéndice los principales capitulos y disposiciones de este curiosísimo é importante documento, que da muy exac

tas y luminosas ideas acerca de los trages, costumbres, comercio y manera de vivir en aquella época.

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