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Tan luego como le fué notificada su eleccioa, la comunicó al tierno rey de Castilla don Juan II., su sobrino y pupilo, dándole las gracias por las honras y mercedes que le habia dispensado, y asegurándole que le serian bien remuneradas, asi como á la reina su madre (29 de junio, 1412). Y nombrando para que le reemplazasen en la regencia á los obispos don Juan de Sigüenza y don Pablo de Cartagena, á don Enrique Manuel, conde de Montealegre, y á don Perafan de Ribera, adelantado mayor de Andalucía, dejando provistos los principales oficios de la córte, y ordenando que el obispo de Palencia, don Sancho de Rojas, quedase en la provincia que gobernaba la reina para evitar las alteraciones que pudieran mover algunos magnates turbulentos, partió å ceñir la corona con que Aragon le habia brindado, con harto sentimiento de Castilla, que quedaba llorando la ausencia del esclarecido principe que con tanta prudencia y sabiduría en tan dificiles circunstancias habia regido y administrado por seis años el reino.

Con la partida de don Fernando faltó á Castilla el sosten de su tranquilidad interior, y quedaba de nuevo espuesta á todos los embates de un reinado de menor edad. Cierto que la tregua con los moros de Granada se habia renovado, y que el reino se conservaba en paz y amistad con los soberanos de Portugal, de Francia y de Navarra; pero echábase de ver la falta del que con su superioridad y sus virtudes habia estado siendo el dique en que se estrellaban las ambiciones de los revoltosos y las envidias de los grandes. Desplegáronse éstas en los siete años que mediaron aún entre la salida del infante y la mayoría del rey (de 1412 á 1419). La reina regente, si bien se habia desembarazado del influjo de algunas indignas favoritas como doña Leonor Lopez, no podia libertarse del ascendiente del consejo de regencia, cuyas discordias recordaban las de las tutorías de su esposo el rey don Enrique III.

Privaba ya por este tiempo en la córte de don Juan II. el jóven don Alvaro de Luna, de quien hablaremos detenidamente mas adelante, como el personage que ejerció mas influjo en este reinado. Don Alvaro de Luna era hijo bastardo del aragonés don Alvaro de Luna, señor de Cañete y Jubera, copero mayor que habia sido del rey don Enrique: habiale tenido de una muger de humilde clase y no muy limpia fama, llamada María de Cañete. El jóven don Alvaro habia venido por primera vez à Castilla en 1408 en compañía de su tio don Pedro de Luna, nombrado arzobispo de Toledo por el antipapa Benito XIII., de la ilustre familia aragonesa de los Lunas. Las relaciones de aquel prelado con Gomez Carrillo de Cuenca, ayo del rey niño don Juan, proporcionaron al jóven don Alvaro entrar de page en la cámara del rey. Sus gracias, su donaire, su amabilidad,

su continente y otras dotes que debia à la naturaleza, le hicieron pronto dueño del corazon del tierno monarca, que no acertaba á vivir sin la compañía de su amado doncel. La reina doña Catalina, que deseaba complacer en todo á su hijo, le hizo su maestresala. Veian ya los cortesanos con envidia la privanza del jóven favorito, y eso que era todavia un débil destello de lo que mas adelante habia de ser. Habiéndose concertado en 1415 el matrimonio de la infanta doña Maria, hermana del rey don Juan, con el príncipe don Alfonso, hijo de don Fernando su tio, rey ya de Aragon, algunos maguates de Ja córte, con el designio de apartar á don Alvaro del lado del rey, hicieron de modo que fuese uno de los personages nombrados para acompañar á la infanta á la solemnidad de sus bodas en Aragon. Por obedecer á la reina partió don Alvaro, con gran pesadumbre del rey, en compañía de Juan de Velasco, de don Sancho de Rojas, arzobispo entonces de Toledo por fallecimiento de don Pedro de Luna, y de otros ilustres caballeros castellanos.

No estuvo mucho tiempo don Alvaro de Luna ausente de Castilla. Tan luego como se celebraron las bodas de los infantes, escribióle el rey don Juan mandándole con mucha instancia y abinco que se viniese cuanto ántes á su lado. Regresó, pues, don Alvaro á Valladolid mas presto de lo que habia pensado; y como viesen los cortesanos el decidido amor que el rey le mostraba, y que iba creciendo cada dia, todos, inclusos aquellos mismos que antes habian procurado su apartamiento, se afanaban ya por congraciarle y ganar su voluntad, ofreciéndole sus bienes y personas (1).

Mas breve de lo que hubiera podido pensarse fué el reinado de don Fernando 1. de Aragon. La reina doña Catalina de Castilla mostró gran pesadumbre por su muerte, acaecida en 1416; hízole solemnes funerales, y convocando en seguida á todos los del consejo, espúsoles, que habiendo ordenado el rey don Enrique III. se esposo, en su testamento, que cuando uno de los tutores de su hijo don Juan muriese, quedase el otro por tutor y regente del reino, se hallaba en el caso de reasumir en si el gobierno y tutela, en lo cual convinieron todos, acordando solamente que dos de los consejeros, los que mas presto se hallasen, firmasen al respaldo todas las cartas que la reina hudiese de librar. Pero esta reina parecia no poder pasar sin el influjo bastardo be alguna dama favorita. Antes tuvo á doña Leonor Lopez; ahora gozaba de su privanza doña Inés de Torres, á tal estremo que nada se hacia sin su intervencion, y sus antojos se convertian en leyes del Estado. Tomaron en esto mano firme los del consejo, y con tal energía representaron á la reina los males y perjuicios que ocasionaba al reino la influencia y el poder de la dama

(1) Cron. de don Alvaro de Luna, tit. III. al VIII.

confidente, que al fin se vió precisada á recluirla en un monasterio y á desterrar de la córte á los que tenian con ella intimidades.

Conociendo la debilidad de la reina, Juan de Velasco y Diego Lopez de Zúñiga, los dos ayos del rey nombrados por el testamento de su padre, reclamaron despues de la muerte del rey don Fernando que les fuese entregado eljóven monarca para su crianza y educacion en conformidad al testamento. Apoyó su peticion el arzobispo de Toledo, don Sancho de Rojas, y la reina condescendió en hacer la entrega de su hijo á los dos caballeros á quienes tan tenazmente habia rechazado ántes, agregándoseles el prelado toledano, cosa que desagradó altamente á los demas magnates, y principalmente á los del consejo, y dió ocasion á nuevas desavenencias entre unos y otros.

De esta manera iba marchando trabajosamente la larga menoria de don Juan II. Felizmente se renovaron por dos años las treguas con el rey de Granada (abril, 1417). Pero al año siguiente, un suceso inopinado vino á poner el reino en una situacion sobremanera embarazosa y delicada. La mañana del 1.° de junio de 1418, amaneció muerta en su cama la reina doña Catalina en Valladolid. Juntáronse inmediatamente en consejo todos los altos funcionarios para acordar lo conveniente al mejor servicio del rey: deliberósc que todos siguieran desempeñando sus oficios: se paseó el rey á caballo por la ciudad: todos los grandes del reino acudieron á la córte; cada cual trabajaba para obtener favor y privanza, y como se temiese el escesivo influjo de don Juan de Velasco y del arzobispo de Toledo, don Sancho de Rojas, se determinó que go. bernasen el reino los mismos que habian sido del consejo del rey don Enrique.

Para hacer mas complicada la situacion, Francia pedia auxilio de naves á Castilla contra los ingleses, é Inglaterra pregonaba la guerra contra Castilla. Para ver de salir de este conflicto fueron convocados los procuradores de las ciudades, y se prorogó por otros dos años la tregua con Granada. Tratóse tambien de casar al rey. Pretendia el de Portugal que se enlazase con su hija doña Leonor; pero el arzobispo de Toledo, hechura del difunto rey don Fernando de Aragon, trabajó con mas éxito en favor de la infanta doña Maria, hija de aquel monarca, tanto que se celebraron los desposorios en Medina del Campo en octubre de aquel mismo año (1418). Concluidas las fiestas de las bodas, trasladose el rey don Juan con el consejo y toda la grandeza á Madrid, para donde estaban convocadas las córtes. En ellas se pidió un servicio de doce monedas para armar la flota que habia de enviarse al rey de Francia, y se otorgó, no sin muchos altercados, y bajo el acostumbrado juramento de que no habia de gastarse aquel dinero sino en el objeto para que se demandaba.

Veian con disgusto los del consejo y la grandeza todo el ascendiente y la

preponderancia que el arzobispo de Toledo habia tomado, protegido por la reina y los infantes de Aragon, viuda é hijos del rey don Fernando. Dabanso por resentidos y agraviados de que nada se hiciese en el reino sino lo que el prelado queria y disponia. Juntáronse, pues, y acordaron decir al rey, quo puesto que estaba próximo á cumplir los catorce años, en que segun las leyes debia encargarse del gobierno del reino, sería bien que le tomára sobre sí y comenzára á manejar con mano propia las riendas del Estado. Respondió el jóven monarca que estaba pronto á hacer lo que en tales casos se acostumbrase. En su vista el arzobispo, mas político que todos, reunidas en el alcázar de Madrid las cortes del reino (7 de marzo de 1419), fué el que se adelantó á tomar la palabra dirigiendo al rey un razonado discurso, en que espresó que segun las leyes de Castilla disponian era llegado el caso de entregarle el regimiento y gobernacion del Estado. Habló en el propio sentido el almirante don Alfonso Enriquez á nombre de la nobleza y de los procuradores; contestó el rey dando gracias á todos, y desde aquel momento quedó declarado mayor de edad el rey don Juan II de Castilla (1).

Suspendemos aquí la historia de este reinado, para dar cuenta de la marcha que en este tiempo habia llevado la monarquía aragonesa, donde hemos visto ir á reinar un infante de Castilla.

(1) Cron. de don Juan II. hasta el año correspondiento

TOMO IV.

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CAPITULO XXVI.

FERNANDO I. (el de Antequera) EN ARAGON.

Do 1410 à 1416.

Estado del reino á la muerte de don Martin.-Aspirantes al trono: cuántos y quiénes; circunstancias de cada uno.-Competencia entre el conde de Urgel y el infante don Fernando de Castilla.-Bandos y parcialidades en Aragon, Cataluña y Valencia.-Parlamentos en los tres reinos para tratar del sucesor á la corona.-Conducta de los parlamentog de Barcelona y Calatayud.-Asesinato del arzobispo de Zaragoza.-Parlamentos de Tortosa, Alcañiz, Vinalaroz y Trahiguera.-Espíritu de estas congregaciones.-Resolucion que tomaron para la eleccion de rey.-Compromiso de Caspe: jueces electores.-Es nombradɔ rey de Aragon el infante de Antequera; proclamacion: sermon de San Vicente Ferrer.-Es jurado don Fernando de Castilla en Zaragoza.-Cómo pacificó las islas de Cerdeña y Sicilia.-Rebelion y guerra del conde de Urgel.-Célebre sitio de Balaguer.-El conde es he→ cho prisionero, juzgado y encerrado en un castillo: paz en Aragon.-Suntuosa coronacion de don Fernando en Zaragoza.-Muda la forma de gobierno de esta poblacion.-Cisma do la Iglesia: tres papas: medios que se adoptan para la estincion del cisma: concilio de Constanza.-Parte activa que toma don Fernando de Aragon en este negocio.-Renuncia de dos papas.-Vistas del emperador Sigismundo y de don Fernando en Perpiñan: gestiones para que renuncie el antipapa Benito XIII., Pedro de Luna: dura inflexibilidad de éste: sálese de Perpiñan y se refugia en Peñíscola.-El rey y los reinos de Aragon se apartan de la obediencia de Benito XIII.-Ultimos momentos del rey don Fernando: audacia do un conseller de Barcelona.-Muerte del rey: sus virtudes.

Habiendo muerto el rey de Aragon, don Martin cl Humano (31 de mayo, 1410) sin sucesion directa, y sin haber tenido él mismo resolucion bastante para designar sucesor, no contestando nunca categóricamente á las preguntas que sobre esto le hicieron la condesa de Urgel y otros magnates que le rodeaban, y á las embajadas que varias córtes le enviaron para esplorar su voluntad, quedaba el reino aragonés en una situacion escep

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