Imágenes de páginas
PDF
EPUB

firmase á la reina viuda y á los infantes sus hijos las donaciones de las villas y castillos que aquél les habia hecho. Contestaba siempre el aragonés que estaba dispuesto á honrar y tratar á la reina doña Leonor como madre y á los infantes como hermanos; mas à vueltas de tan buenas palabras y so pretesto de no poderse publicar el testamento de su padre por ausencia de algunos testamentarios, concluia siempre por alegar alguna causa especiosa que le impedia dar cumplimiento á las demandas del de Castilla; que era el aragonés, aunque jóven, nañoso y diestro en artificios cuando se proponia eludir ó compromisos ú obligaciones.

Procurando entretener con engañosas protestas, pero estudiando los medios y ocasiones de arruinar á su madrastra y de desheredar á sus hermanos, resolvió proceder contra don Pedro de Exerica, poderoso magnate valenciano, señor de grandes estados y el partidario mas decidido de la reina doña Leonor; y con achaque de no haber asistido á las cortes que mandó celebrar en Valencia, á pesar de reclamar Exerica el fuero de Aragon de que gozaba y que le eximia de asistir á las córtes valencianas, el rey mandó secuestrar todas las rentas de la reina y todos los estados de don Pedro. En su consecuencia trató de apoderarse de las villas y castillos del rico magnate; resistiólo éste con valor y energía, y una guerra civil entre el rey y su poderoso vasallo se encendió por cerca de tres años en las fronteras de Valencia y Castilla. Los mismos ricos-hombres aragoneses de la mesnada real se detenian ante las razones legales con que se escudaba don Pedro de Exerica, y la reina doña Leonor y sus hijos contaban con la proteccion decidida del monarca castellano. Este príncipe, el infante don Pedro de Aragon, tio del rey, el infante don Juan Manuel de Castilla, juntamente con los legados del papa enviados espresamente á Aragon, todos procuraron mediar entre don Pedro y su madrastra, entre el soberano aragonés y el señor de Exerica, estorbar la guerra que amenazaba con Castilla, y poner término á las odiosas disensiones que traian conmovido el pais valenciano, perturbado y dividido el reino de Aragon, y agitadas ambas monarquías are gonesa y castellana. Vióse, pues, el jóven y obstinado monarca aragonés, á pesar de su odio profundo á doña Leonor y sus hijos, á don Pedro de Exerica y á los de su bando, en el caso y necesidad de convocar varios parlamentos y córtes para tratar de avenencia, que se celebraron sucesivamente en Castellon, en Gandesa y en Daroca, donde se juntaron, ademas de los ricos-hombres y prelados de los reinos, todos los mediadores para la paz, inclusos los nuncios apostólicos. Deliberóse por último en Daroca (octubre, 1338) someter el asunto al juicio y fallo de dos árbitros, que lo fueron por Aragon el infante don Pedro, por Castilla el infante don Juan Manuel. Sentenciaron éstos, como medio único para concordar tan

lamentables diferencias, que el rey de Aragon y don Pedro de Exerica se perdonasen mútuamente los daños y ofensas que se hubiesen hecho desde la muerte del rey don Alfonso: que se alzase al de Exerica el secuestro de todos sus bienes; y fuese de nuevo recibido al servicio del rey: que la reina doña Leonor y sus hijos los infan tes don Fernando y don Juan continuasen en la posesion de las rentas y lugares que su esposo y padre respectivamente les habia dejado, aunque conservando el rey sobre ellos la alta y baja jurisdiccion.

De mala gana, y mas por fuerza que por voluntad, se sometió el rey don Pedro IV. de Aragon á las condiciones de la concordia y del fallo arbitral, y harto lo demostró después, como mas adelante veremos, no dejando de perseguir á la reina y á sus hermanos. Dificilmente en verdad hubiera accelido á tal reconciliacion, á pesar de los esfuerzos de tantos mediadores, si ao se hubiera agregado otra causa mas poderosa que todas, la alarma que en aquel tiempo produjo en los principes españoles la formidable invasion del rey musulman de Marruecos que entonces amenazaba; aquel postrer esfuerzo del islamismo africano, que ob igó á los reyes cristianos de España á concordarse entre si para resistir de consuno á la innumerable morisma. Pero nunca bien apagadas las reyertas, y nunca amigo sincero el de Aragon del de Castilla, pareció haber dejado de intento caer todo el peso de aquella guerra sobre este último reino; y asi se esplica aquella flojedad que notamos en el rey de Aragon como auxiliar del castellano, cuando dimos cuenta de las gloriosas expediciones, batallas y conquistas del Salado, de Algeciras y de Gibraltar, y aquellas retiradas de las escuadras aragonesas cuando parecia ser mas necesarias y estar mas empeñada la pelea entre españoles y africanos (1).

Habíase pactado en este intermedio el matrimonio del rey don Pedro IV. de Aragon con la infanta doña Maria, bija de los reyes de Navarra. Aconteció en este negocio un caso estraño y muy digno de notarse. Habíase ya tratado en vida de don Alfonso IV. el casamiento del príncipe don Pedro con doña Juana, hija mayor de los reyes navarros. Conviniéronse después los dos monarcas en que la esposa del aragonés fuese doña María, la hija segunda, á condicion de que si los reyes de Navarra no dejasen hijos varones fuese la hija menor preferida á la mayor en la sucesion del reino, el cual seguirian heredando los que nacieren de este matrimonio. Admira ciertamente la facilidad con que los prelados, caballeros y procuradores de las ciudades y villas de Navarra aprobaron esta alteracion tan esencial en las condi

(1) Zurit. Anal., lib. VII., capit. 30 á 41.

ciones naturales del órden de sucesion al trono, sin que los cronistas de aquel reino den para ello otra causa ó razon sino la de ser la edad de doña María mas adecuada á la del rey de Aragon que la de doña Juana; pero prueba inequívoea al propio tiempo de la soberanía que en aquella época sc creian facultados á ejercer los pueblos en estas materias. Es lo cierto que con esta condicion se c lebraron los desposorios de los dos príncipes (1357), y que cumplidos por la infanta los doce años, se efectuaron mas adelante las bodas (1338), siendo recibida la jóven reina navarra en Zaragoza con pú→ blicos y grandes regocijos.

Comenzó la persecucion que hemos apuntado de Pedro IV. de Aragon contra su cuñado Jaime II. de Mallorca por la tardanza de éste en hacer el reconocimiento y juramento de homenage que debia al aragonés, en razon al feudo de aquel reino. Diversas veces le citó y requirió el de Aragon para que compareciese á jurarle la debida fidelidad, y siempre el de Mallorca buscaba y discurria pretestos para diferirlo. Al fin, en 1559 se ccidió á venir á Barcelona á prestar el homenage, cuya ceremonia pidió que no se hiciese delante de todo el pueblo, pero en la cual halló todavía el de Aragon manera y artificio para humillarle (1). Por esto, y por ser los des príncipes jóvenes y altivos, y llevar el uno de mal grado su dependencia, y no sufrir el otro con paciencia que aquel reino estuviese como segregado de la corona de Aragon, separáronse despues de aquella ceremonia tan poco amigos, y tan mal predispuestos á serlo como est ban ántes. Sobrevino á poco tiempo un incidente en que ambos monarcas dieron un grave escándalo, y estuvieron á punto de darle mucho mayor aún. Habia ido el aragonés á Avignon á hacer reconocimiento de feudo y homenage al papa Benedicto XII. por el reino de Cerdeña y Córcega, y habíale acompañado el de Mallorca en este viage. Hizoles el papa un recibimiento suntuoso. El dia destinado para prestar el juramento marchaban los dos reyes á la par hacia el sacro palacio en medio de un brillante cortejo. El caballero que llevaba de la brida el caballo del de Mallorca, pareciéndole que el del rey de Aragon iba demasiadamente gallardo y que se le adelantaba, propasóso á descargar algunos palos sobre el caballo y sobre el palafrenero. El rey de Aragon, cuya irascibilidad necesitaba poco para ser escitada, echó mano á la espada para herir al de Mallorca, de quien se figuró que no habia sentido el desacato. Por fortuna, aunque lo intentó tres veces, no pudo

(1) Primeramente le hizo estar en pie un buen espacio de tiempo; despues hizo lievar de su cámara dos cogines de desigual ta

maño, de los cuales destinó el menor para que en él se sentara el de Mallorca.

arrancar de la vaina el acero, y dió lugar á que el infante don Pedro pudiera aplacarle con prudentes y oportunas razones, y merced á esto se efectuó la ceremonia, concluida la cuál, cada uno de los monarcas regresó á sus estados (1).

Fuese por resentimiento de estas reyertas, fuese que recelára el de Aragon de la fidelidad del de Mallorca, ó lo que creemos y aparece mas probable, que desde el principio le mirára con cierto aborrecimiento porque no le hallaba tan sumiso y subordinado como creia le deberia ser, deseaba una ocasion en que vengarse y perderle, y esta ocasion no tardó en presentarse. El rey de Francia Felipe de Valois reclamó de Jaime II. de Mallorca le reconociese y prestase homenage por el señorio de Montpeller, alegando para ello antiguos derechos. Negábalos el de Mallorca, y sobre su negativa determinó el francés invadir aquel territorio, y escribió al de Aragon para que no diese ayuda á don Jaime. Este por su parte requirió diferentes veces al aragonés para que le amparase y protegiese contra las pretensiones del de Francia, ya como directo señor del feudo, ya como hermano de su esposa, y ya tambien con arreglo á las convenciones y pactos que ligaban á los dos reinos y á las dos familias de la casa de Aragon. Una palabra del aragonés hubiera podido ciertamente detener al rey Felipe en sus pretensiones y evitar la guerra que amenazaba; mas no entraba esto en los planes del rey don Pedro, antes con mañosa astucia procuraba eludir la cuestion entreteniendo con respuestas ambiguas á los dos contendientes, sin que ni las instancias y requerimientos, ni las embajadas apremiantes, ni las vistas que con él tuvo el de Mallorca, bastasen á arrancarle ni un auxilio positivo, ni siquiera una contestacion satisfactoria. Las tropas francesas amenazaban ya el Rosellon, y don Jaime se creyó en el caso de declarar la guerra al francés confiado en que no podia faltarle el auxilio de su inmediato deudo y soberano el de Aragon; pero éste en vez de darle socorro le reprendía por la imprudencia con que se metia en aquella guerra. Nuevamente instado por el de Mallorca, que cada vez se veia en mayor apuro, contestóle por fin que convendria se vie sen en Barcelona para mediados del próximo febrero (1341), à fin de poder deliberar sobre aquel negocio. Bien conocia el artificioso aragonés que no le era posible al mallorquin comparecer á la cita en tales circunstancias, abandonando su territorio amenazado, como en efecto no acudió; pero asi le convenia para hacerle de ello un cargo y tener un fundamento para el famoso proceso y capítulo de culpas que contra él inventó.

(1) Crónica del rey don Pedro IV., p. 125.-Zur. Anal., libro VII. c. 49.

Reunió pues el de Aragon su consejo, y mañosamente le indujo á que se convocáran córtes de catalanes en Barcelona, á las cuales se mandó llamar al de Mallorca señalándole un término dentro del cual hubiese de comparecer personalmente como era obligado, y si no lo cumpliese se consideraria relevado el aragonés de las condiciones del feudo y de la obligacion de valerle y ampararle. El malicioso espediente, de que el rey se alaba en la crónica escrita por él mismo, produjo el efecto que iba buscando. Don Jaime no concurrió á las córtes ni por si ni por procurador, y don Pedro le acusó por ello de súbdito desobediente y contumaz, á cuya acusacion agregó la de que habia quebrantado el pacto y prohibicion de batir en el condado de Rosellon otra moneda que no fuese la barcelonesa. Descubríase pucs ya bien à las claras la intencion y propósito de tratar al esposo de su hermana como rebelde, y el designio de apoderarse del reino de Mallorca y de los condados de Rosellon y Cerdaña. Noticioso de esta discordia el papa Clemente VI. que habia sucedido á Benito XII. envió espresamente un nuncio apostólico para que viese de concordar á los dos monarcas españoles, y el de Mallorca por su parte, habiendo recibido una citacion solemne en Perpiñan, determinó venir á Barcelona acompañado de la reina doña Constanza, esperanzado de que esta señora alcanzaria á desenojar á su hermano, en union con el legado pontificio. Pero el astuto aragonés divulgó, y así lo refiere él mismo en su Crónica, que la venida de los reyes sus hermanos envolvia el designio alevoso de apoderarse por medio de una estratagema de su persona y de los infantes. Ni el pueblo entonces, ni la historia después dieron crédito á esta especie, antes se consideró como un ardid del monarca, por mas que él difundió la voz de haberle hecho el descu-brimiento de esta maquinacion un religioso, y habérsela confesado después la misma reina de Mallorca su hermana (i). Por último, informado don Jaime de las malas disposiciones de su cuñado, se presentó á él para declararle que no se reconocia feudatario suyo, y partióse bruscamente para

(4) El proyecto, al decir de la Crónica del rey don Pedro, era el siguiente. Los reyes de Mallorca habian de fingirse enfermos. Suponiendo que el de Aragon no deja ria de ir á visitar á su hermana, le rogarian que entrara solo con los infantes, á fin de que no molestase la mucha gente á la enferma. Doce hombres armados estarian dispuestos para apoderarse de toda la familia real, y trasportarla por mar al castillo de Alaron en Mallorca. Dice el rey que pro

videncialmente se libró de caer en este lazo por una indisposicion que le sobrevino. Todas las circunstancias hacen inverosimil do parte del de Mallorca el ardid que supone el rey don Pedro en sus Memorias, y los mas juiciosos historiadores de Aragon lo tienen por calumnioso, y lo consideran como una invencion del rey para justificar la persecucion y el despojo que se proponia hacer á su feudatario.

« AnteriorContinuar »