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bar hasta cuarenta brazas del muro, concurrieron á acompañarle todos los príncipes y barones del reino, y el 28 de febrero de 1443 entró el rey don Alfonso en Nápoles en un carro triunfal tirado por cuatro caballos blancos, en medio de las aclamaciones de un pueblo que tanto tiempo le habia resistido, y confundiéndose las demostraciones de júbilo de los vencidos y de los vencedores. Alfonso dió un nuevo testimonio de su liberalidad y su grandeza, concediendo y publicando indulto general para todos sus antiguos enemigos sin escepcion, y recompensando largamente á sus fieles y leales servidores. Congregó el parlamento general del reino; propuso y se adoptaron en él medidas de gobierno y de administracion; y á propuesta y peticion de los mismos grandes y barones declaró al infante don Fernando, su hijo bastardo. duque de Calabria y heredero y sucesor suyo en aquel reino (1)

Hasta entonces habia estado don Alfonso entreteniendo con esperanzas y con pláticas á los dos papas, al verdadero, que era Eugenio IV., y al nombrado por el concilio de Basilea, que era Félix V., sin decidirse por nin→ guno de ellos, para tener en respeto al uno con el otro, y poderse adherir al que mas le conviniese. Dueño ya de Nápoles, se resolvió por la concordia y confederacion con Eugenio bajo las condiciones siguientes: que habria perpétua y firme paz entre el papa y el rey, con olvido y remision de todas las injurias pasadas; que Alfonso reconoceria al papa Eugenio por único, verdadero y no dudoso pastor universal de la Iglesia, y el papa daria al rey la investidura del reino de Nápoles, confirmando la adopcion que de él habia lecho la reina Juana, con cláusula de que no obstase haber adquirido y conquistado el reino por las armas; que el pontifice Eugenio espediria bula de legitimacion al infante don Fernando hijo del rey, habilitándole para suceder en aquellos reinos, y dándole el gobierno de las ciudades de Benevento y Terracina, y que el rey emplearia las fuerzas suficientes para cobrar las tierras de la Iglesia que el conde Sforza tenia ocupadas en la Marca (julio, 1443). De esta manera, al cabo de veinte y dos años de lucha recibia el rey de Aragon del gefe de la Iglesia la sancion legal del derecho al trono y reino de Nápoles que acababa de hacer prevalecer con las armas.

(1) No tenia entonces, ni tuvo después el rey don Alfonso hijos legítimos de la reina doña María. Este don Fernando, á quien su padre hacia llamar infante, era bastardo, y no se supo con certeza quién fuese su madre. Juan Joviano Pontano refiere sobre esto variedad de opiniones, inclinándose él á que lo habia sido la infanta doña Catalina, cuñada del rey. El papa Calisto, que fué enemigo de

clarado del infante don Fernando cuando su cedió en el reino, decia que no era hijo de Alfonso, sino de un hombre bajo y de vil condicion. Otros piensan que le tuvo de doña Margarita de Hijar, dama de la reina (Zurita, Anal., lib. XIV., capítulo 35); de este parecer es el señor Bofarull, Condes de Barcelona, tom. II., pág. 345.

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En cumplimiento de este pacto pasó el rey á la Marca contra el conde Sforza, y arrancó de su poder para restituirlas al papa aquellas antiguas posesiones de la Iglesia, á pesar de los requerimientos que le hizo el duque de Milan para que respetára al conde Francisco su yerno, á quien habia acogido bajo su proteccion y defensa. No era cosa fácil entenderse con aquellos principes italianos, enemigos ayer y aliados hoy, amigos hoy para ser adver sarios mañana. Participando de esta instabilidad el de Milan, que habia sido el mas constante enemigo de Sforza y el mas consecuente aliado y auxiliar del rey de Aragon, ó porque temiese ya el escesivo engrandecimiento de éste, ó porque tal fuese la índole y carácter de la política italiana, no se contentaba ya con favorecer al de Sforza, sino que hizo confederacion y liga con la señoría de Venecia y con los comunes de Florencia y Bolonia, escluyendo de ella al papa y al rey de Aragon, so pretesto de haber sentado por base la eliminacion de todo el que estuviera constituido en mayor dignidad que ellos, é intimando y notificando al aragonés que desistiese de la guerra que hacía en la Marca al conde Francisco Sforza, y que hiciese tregua con los genoveses. A esto último accedió el rey don Alfonso, y en su virtud se asentó la tregua, y aun se hizo una especie de concordia, en que la señoría de Génova prometió presentar al rey en cada un año u na fuente de oro, o bien una copa redonda, en señal de honor y en reconocimiento de adhesion y benevolencia (abril, 1444). Con respecto al conde Sforza, sin desistir el rey de la empresa de la Marca, pero queriendo al propio tiempo evitar un rompimiento con el de Milan, á quien no acertaba á tratar sino como á antiguo amigo ni à mirar sino como á un padre, dirigiale amorosas reflexiones, preguntábale cuáles eran sus intentos para no discrepar de él si posible fuese, haciale prudentes proposiciones para el caso en que Sforza se redujese á la obediencia del papa, y señalábale otros caminos para fundar una paz segura en el rei no, dispuesto siempre á ayudarle y complacerle; mas á pesar de sus esfuerzos no podia obtener del de Milan una contestacion satisfactoria.

Sobrevino en tal situacion al rey don Alfonso, hallándose en Puzol, una enfermedad tan grave que llegó á publicarse en Nápoles que habia muerto, moviéndose con esta noticia tales alteraciones en aquella ciudad que ya los aragoneses y catalanes no cuidaban mas que de salvar sus personas y bienes en los castillos. Restablecido felizmente el rey, acabó de comprender en aquela ocasion la inconstancia de los barones italianos y lo poco que podia flar de los naturales de aquel reino. Disimuló, sin embargo, cuanto pudo, y procuró asegurar la sucesion de aquel estado en el duque de Calabria su hijo, enlazándole con la familia mas poderosa de él, que era la del príncipe de Tarento. Trató, pues, su boda con Isabel de Claramonte. hija de Tristan, gran

privado del rey Jacobo de la Marca, y de Catalina Ursino, hermana del de Tarento; é hizo que el papa otorgase las bulas de legitimacion é infeudacion, si bien el pontifice quiso que se tuviesen secretas por entonces, y no fueron entregadas al rey hasta el año siguiente.

No podia haber paz en aquellas regiones, ni cesaban los príncipes y barones italianos de suscitar embarazos al rey de Aragon. Mientras las fuerzas reunidas del duque de Milan y del conde Sforza atacaban y vencian las tropas de la Iglesia con prision de su gefe el capitan Picinino, el monarca aragonés tuvo que hacer la guerra al marqués de Cotron, que se le habia rebclado tan obstinadamente que ni amenazas ni promesas bastaban á hacer que se diese á partido. Don Alfonso se fué apoderando de sus estados, y por último cercó al marqués y á la marquesa en su castillo de Catanzaro y los redujo á tal estrechez que al fin hubieron de rendirse. El rey les hizo gracia de la vida, los privó de su estado y los envió á Nápoles, donde vivieron muchos años miserablemente (1445).

Llegó ya el caso de que se tratára entre el papa y el rey de Aragon de la paz universal de Italia, que ambos apetecian, entre otras muchas razones, porque el primero despues de tantos años de guerra veia perdidos otra vez los estados eclesiásticos de la Marca de Ancona, y el segundo, porque aunque parecia asegurado en la posesion del reino de Nápoles, la continua inquietud de los estados italianos ni le permitia venir á Aragon, ni atender desde allá convenientemente á las contiendas y guerras que sus hermanos don Juan y don Enrique continuaban sosteniendo contra don Juan II. de CastiHa, y que iban en aquel tiempo de mal en peor para los infantes aragoneses. Enviáronse, pues, mútuamente embajadores el papa Eugenio y el rey don Alfonso para concertar los medios de la paz, pero ofrecíanse dificultades graves, no solo por parte de las diferentes potencias y principados de Italia, sino tambien entre ellos mismos, ya sobre los términos y cláusulas de las bulas de infeudacion de los reinos de Nápoles y Sicilia, ya sobre la autoridad que habian de tener lós decretos del concilio de Basilea desde el tiempo en que el pontifice le trasladó á Ferrara, y quedaron los embajadores de Aragon y de Castilla en Basilea y estuvo el rey apartado de la obediencia del papa. Asi fué que durante estos tratos de tal manera se apercibian y preparaban todas las naciones y todos los príncipes, que podia dudarse si se disponian á una paz ó se disponian á una guerra general. En esto el duque de Milan, ya por congraciar al rey de Aragon, ya por la ventaja que á él habia de resultarle, le escitaba á que sojuzgase la ciudad y el comun de Génova; propuesta á que se negó don Alfonso, no solo por contraria á la general concordia á que intentaba traer los príncipes italianos, sino porque

conocia bien cuán aborrecida era en Génova la dominacion de los aragoneses y catalanes. Mas no pudiendo desprender de sus antiguas afecciones al milanés ni olvidar sus anteriores servicios, como supiese que los venecianos le habian tomado el condado de Cremona y amenazaban no parar hasta las puertas de Milan, le envió generosamente sus galeras, con recado de que si no era bastante aquel socorro haria todo lo demas que fuese menester hasta poner de nuevo en peligro su persona por él y por su estado, Con la propia generosidad socorrió al papa contra el conde Sforza y los florentines, hasta obligar á estos á enviarle sus embajadores y mover pláticas de concordia. De suerte que el rey de Aragon, al propio tiempo que era el amparo de los príncipes de Italia en sus conflictos, cumplia y desempeñaba de este modo su noble papel de pacificador general (1446).

Asi las cosas, vino á darles nuevo rumbo la muerte del papa Eugenio IV. ocurrida al año siguiente (23 de febrero, 1447), y la elevacion á la cátedra pontificia del cardenal de Bolonia con el nombre de Nicolás V. tan desnudo de ambicion como amante de la paz, por la cual trabajó desde luego y envió con este fin sus legados al concilio de Ferrara. Por su parte el rey de Aragon dió tambien un gran testimonio de su deseo de contribuir á la pacificacion general, recibiendo en su gracia al conde Francisco Sforza, que habia sido su mas terrible y tenaz enemigo, y dándole mando en su ejército, todo de acuerdo con el duque de Milan á quien en esto se propuso complacer, para que guerrease con los venecianos y florentines, únicos que parecia ya estorbar el proyecto de universal pacificacion. Todo conspiraba entonces al engrandecimiento de don Alfonso de Aragon y al aumento de su poder é influjo, aun contra su propia voluntad. Por mas que él con admirable prudencia y raro desinterés se habia opuesto á lo que el duque de Milan pensaba hacer en su favor, éste, por uno de aquellos caprichos dificiles de definir, se empeñó en nombrar al rey de Aragon heredero universal de sus estados, y asi lo dispuso en su testamento, dejando solamente á su hija única Blanca María, muger de Francisco Sforza, la ciudad y condado de Cremona. A la muerte del duque, que sucedió á poco tiempo (agosto, 1447), hubo gran movimiento en Milan, poniéndose en armas los diferentes partidos, y no saliendo en él bien librados los de la nacion catalana, que con este nom bre se designaba alli á catalanes y aragoneses.

Don Alfonso, que se hallaba hacia ocho meses en Tivoli con objeto de atender mas de cerca á las repúblicas enemigas, comprendió en su recto juicio la grande oposicion que habria de hallar para posesionarse de aquel estado, ya por la tendencia de sus naturales á la independencia, ya por los celos de las demas naciones, y suponia que ni la Santa Sede, ni las demas po

tencias de Italia, ni los soberanos de Alemania y de Francia habian de llevar á bien y tolerar fácilmente que un principe que disponia de reinos tan vastos y tan poderosos en España y que reunia las coronas de las Dos Sicilias, fuese tambien señor del Milanesado.

Por eso, en vez de mostrar impaciencia por posesionarse del señorio de Milan que por el testamento del duque Filipo María Visconti habia heredado, y menos si para ello habia de tener que valerse de la fuerza, partió de Tivoli, y tomando la via de Toscana envió desde alli sus embajadores á los milaneses, diciéndoles con mucha prudencia y comedimiento que su intencion no era otra que obrar con su acuerdo y beneplácito, y ayudarlos y defenderlos contra sus enemigos y contra todos los que intentasen turbar la paz de su estado. Y como las dos repúblicas de Venecia y Florencia, desoyendo las nobles escitaciones de Alfonso á la paz universal, se ligasen para ocupar la Lombardia y repartirsela, determinó reprimir su insolencia y comenzó la guerra contra los florentines, que eran los mas vecinos. Contrariado el conde Sforza al mismo tiempo por milaneses, florentines y venecianos, propuso al rey de Aragon venir á concordia con él con tal que no le pusiesc embarazo en la sucesion del estado de Milan, y como Alfonso no ambicio→ naba la posesion de aquel señorío por la general oposicion que le habria de suscitar, convino en ello á condicion de que le reconociese vasallage por el Milanesado y por el condado de Pavia, y se obligase á hacer guerra á los venecianos y á todos los enemigos del rey, ofreciendo auxiliarle por su parte con mil infantes y dos mil caballos. Atacaba el rey de Aragon el señorío de Piombino, cuando le llegaron embajadores del comun de Milan solicitando su proteccion y rogándole que pasára con su ejército á la parte de Padua para que se hiciese la guerra en Lombardia. Ofrecíanle que en señal de amor y de adhesion tracrian las armas del rey á cuarteles con las de su comun, y le apellidarian defensor y protector de su libertad. Aceptó el aragonés una oferta que tenia para él mas de honrosa que de útil, y prometióles que partiria con su ejército hacia los campos de Padua, á condicion de que todo lo que conquistase desde el río Adda hácia la ciudad de Venecia scría para él, y lo que desde el Adda hácia Milan tomase á los venecianos se aplicaria á la comunidad, con lo que se despidieron contentos aquellos embajadores (marzo, 1448).

El rey de Aragon y de Nápoles, despues de haber enviado á los milancses un socorro de cuatro mil caballos, invirtió el resto de aquel año en guerrear contra los de Florencia y el conde de Piombino. Ardia igualmente la guerra en Lombardía con los venecianos y el conde Sforza. En tal estado pasó el cardenal patriarca de Aquilca á verse con el rey de Aragon en el cas

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