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mo, ni entibiádosele nunca su alma de fuego. Este célebre monarca, cuya cabeza llegó á ceñir hasta siete coronas, murió tan pobre, que para hacerle el entierro y las exequias fúnebres hubo que vender el oro y la plata de su recámara, y para socorrer á los criados de su casa fué menester empeñar las demas joyas por la cantidad de diez mil florines, y hasta el toison de oro que ordinariamente llevaba como hermano de aquella órden del duque de Borgoña (1). El dia antes de morir otorgó un codicilo, en que ratificaba el testamento hecho en Zaragoza en 1469, y escribió á su hijo y sucesor don Fernando una muy sábia y cristiana carta, en que le daba los mas sanos y juiciosos consejos sobre el modo de regir y gobernar en justicia los reinos que estaba llamado á heredar.

Tuvo don Juan II. de Aragon tres épocas distintas en su vida; una en que como infante de Aragon fué un vasallo revoltoso del rey de Castilla, otra en que como rey de Navarra fué un padre desnaturalizado é injusto, y la postrera en que como rey de Aragon fué un gran monarca como político y como guerrero, que no habia tenido igual desde don Jaime el Conquistador, que en el gabinete y en los campos de batalla supo medirse con Luis XI. de Francia, el gran político de su época, que conservó el vigor de la juventud hasta la edad decrépita, faltándole el valor, la intrepidez y la constancia solo cuando le faltó el aliento. Solamente una pasion humana no pudo dominar nunca, y se mantuvo viva en su pech o á pesar del hielo de los años, la pasion del amor, que en su edad octogenaria le dió una ruidosa celebridad en aquel tiempo (2).

La corona de Navarra recayó en doña Leonor, condesa viuda de Foix, última hija del primer matrimonio del rey don Juan, conforme al tratado de

(1) Zurita, Anal. lib. XX. c. 27

(2) Sus amores en los postreros dias de su vida con una doncella catalana, llamada Francisca Rosa, fueron muy divulgados, dice Zurita, y se hicieron aun mas famosos que los del rey don Alfonso V. su hermano con Lucrecia de Alañó.

Tuvo don Juan II. de Aragon de su primera esposa doña Blanca de Navarra, tres hijos, don Carlos, príncipe de Viana, doña Blanca, que murió envenenada, y doña Leonor, condesa de Foix, que le sucedió en el reino de Navarra: de su segunda muger doña Juana Enriquez de Castilla, tuvo á don Fernando (el rey Católico), á doña Leonor y doña María, que murieron niñas, y á doña Juana, que casó con don Galceran de Requesens,

conde de Trevinto y de Avellino.

Fuera de matrimonio tuvo varios hijos naturales de diferentes mancebas. De doña Leonor de Escobar le nació don Alfonso de Aragon, que gozó injustamente por algun tiempo el maestrazgo de Calatrava. De una señora castellana, llamada doña N. Avellaneda, tuvo á don Juan, que fué arzobispo de Zaragoza, y de otra manceba natural de Navarra, de la familia de los Ansas, le nacieron tres hijos, que fueron don Fernando y doña María, que murieron niños, y coña Leonor de Aragon, que casó en 1468 con Luis de Beaumont ó Beamonte, conde de Lerin y condestable de Navarra.-Bofarull, Condes de Barcelona, tom. II. p. 329.

Olite, la cual comenzó á tomar los títulos mas pomposos que importantes de Reina de Navarra, duquesa de Nemours, Gandia, Momblanc y Peñafiel, condesa de Foix, señora de Bearne, condesa de Bigorra y Ribagorza, y señora de la ciudad de Balaguer. Pero la divina justicia no permitió que gozára mucho tiempo de las delicias del reinar la que habia buscado el cetro por el camino del crímen; la delincuente enemiga de sus hermanos don Carlos y doña Blanca no tuvo mas que el plazo de un mes para subir al trono y descender á la tumba, y los lúgubres cantos de sus exequias funerales casi se confundieron con el alegre bullicio de las fiestas de su coronacion. A su muerte sucedió en el reino de Navarra su nieto Francisco Febo ó Phebus, hijo del difunto Gaston de Foix y de la hermana de Luis XI. De esta manera el pequeño reino de Navarra, destrozado siempre por las dos enconadas facciones de biamonteses y agramonteses, y espuesto á ser absorbido por uno de sus poderosos vecinos, Fernando de Aragon ó Luis XI. de Francia, vino å hallarse en manos de un niño y bajo la tutela de una muger, para ser por algun tiempo, mas que reino independiente, manzana de discordia entre monarcas ambiciosos y rivales (1).

(1) De don Juan II. de Aragon se decia en Navarra que habia querido este reino como propio y le habia tratado como ageno. Murmurábasele de pródigo para con sus favore cidos y de esta prodigalidad dicen que nació

en Navarra el proverbio de: Ya se murió el rey don Juan, que se solía emplear para desengaño de los ambiciosos.-Yanguas, Hist. de Navarra, p. 340.

CAPITULO XXX

ENRIQUE IV. (el Impotente) EN CASTILLA.

De 1454 á 1475,

Sus primeros actos.-Rasgos de clemencia.-Paz çon el rey de Navarra.-Pomposas, pero ineficaces campañas contra los moros: muestras de debilidad en el rey: disgusto de los capitanes.-Matrimonio del rey con doña Juana de Portugal.-Amores de don Enrique con una dama de la córte.-La reina y don Beltran de la Cueva.-Paso de armas de Madrid. Conducta del rey: resentimiento de los grandes.-Don Juan Pacheco, marqués de Villena: don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo.-Confederacion de los grandes contra el rey.-Ofrécenle los catalanes la corona del Principado: el rey los abandona.Vistas de Enrique IV. de Castilla y Luis XI. de Francia: circunstancias notables: tratado del Bidasoa: enojo y resolucion de los catalanes.-Nacimiento de la princesa doña Juana: por qué la denominaron la Bellraneja.—Favor y engrandecimiento de don Beltran de la Cueva.-Audacia de los magnates: atentados contra el rey: peligros de éste: falsa política del marqués de Villena.—Manifiesto de los conjurados al rey: debilidad de Enrique: transacciones: junta en Medina del Campo: célebre sentencia.-Afrentosa ceremonia de destronamiento del rey en Avila: proclamacion del príncipe don Alfonso: bandos: dos reyes en Castilla: guerra civil: escena dramática y burlesca en Simancas.-Proyecto de casar á la princesa Isabel con el maestre de Calatrava: muerte repentina de éste.Batalla de Olmedo entre los dos reyes hermanos.-Fallecimiento del príncipe-rey don Alfonso. Los confederados ofrecen la corona á Isabel: no la admite.-Isabel es reconocida heredera del reino: vistas y tratado de los Toros de Guisando.-Pretendientes á la mano de la princesa Isabel: decídese ella por don Fernando de Aragon.-Dificultades que se oponen á este matrimonio: cómo se fueron venciendo: interesante situacion de los dos novios: realizase el enlace.-Enojo del rey y de los partidarios de la Beltraneja,Revoca don Enrique el tratado de los Toros de Guisando, y deshereda á Isabel.-Conducta de ésta y de Fernando su esposo.-Reconciliacion del rey y los príncipes.-Túrbase de nuevo la concordia.-Muerte de don Juan Pacheco, gran maestre de Santiago.Muerte de don Enrique.-Carácter de este monarca.

La situacion poco lisongera en que don Juan II. de Castilla habia dejado el reino á su muerte (21 de junio, 1454) hizo que se proclamára con gusto,

y hasta con entusiasmo en Valladolid á su hijo don Enrique, cuarto de los monarcas castellanos de este nombre; asi por la esperanza de mejorar de condicion que suelen concebir los pueblos cuando despues de un reinado turbulento y desastroso ven pasar el cetro á otras manos, como por el carácter afable, franco y benigno del nuevo rey. A inesperiencia de la edad y å debilidades de la juventud atribuian ó se hacian la ilusion de atribuir sus anteriores faltas los que se acordaban de las rebeliones de don Enrique contra su padre, de su conducta con doña Blanca de Navarra su esposa, y de otros desfavorables antecedentes de su vida cuando era solo principe primogénito. Veremos si se equivocaron los que esperaban un porvenir mas risueño, fundados en la indole y cualidades del nuevo mo

narca.

Sus primeros actos no desmintieron aquellas esperanzas. Espontáneamente y por un rasgo de benignidad y de clemencia mandó sacar de la prision á los condes de Alba y de Treviño y á otros caballeros que se hallaban presos por las anteriores rebeliones, y que les fuesen restituidas sus tierras y bienes. Confirmó en sus empleos á los oficiales de su padre; renovó la antigua amistad de Castilla con Cárlos VII. de Francia, que acababa de libertar aquel reino del yugo de la Inglaterra, y llevó á cabo los tratos de paz que su padre habia dejado pendientes con el rey don Juan de Navarra. Concertóse esta paz por mediacion de su tia la reina de Aragon, esposa de Alfonso V., interviniendo tambien el Justicia de Aragon, el almirante don Fadrique y el marqués de Villena, mayordomo mayor del rey. Por este convenio el rey don Juan de Navarra, su hijo natural don Alfonso, que se decia maestre de Calatrava, el infante de Aragon don Enrique su hermano, todos renunciaban las villas, fortalezas y lugares que tenian en Castilla, manantial perenne de las revueltas y disturbios entre los soberanos y príncipes de los tres reinos que largamente hemos referido, recibiendo en cambio algunos cuentos de maravedís anuales por juro de heredad sobre las ciudades y rentas de la corona castellana. Esceptuábase de esta renuncia la fuerte villa de Atienza, por pertenecer å la dote de la reina de Navarra, doña Juana Enriquez, hija del almirante de Castilla. El almirante y los demas nobles y caballeros castellanos, que andaban desterrados y tenian confiscados sus bienes por haber hecho causa comun con el rey de Navarra y los infantes de Aragon contra don Juan II., padre de don Enrique, eran repuestos en sus empleos y señoríos, y volvian libremente á Castilla. Esta paz, ó mas bien prolongacion de treguas, que confirmó el rey de Aragon y de Nápoles Alfonso V., vino á reducirse á un contrato de compra y venta de villas y lugares entre los reyes de Castilla y de Navarra, y á la restitucion de sus dominios y em

pleos á los magnates rebeldes que tantos sinsabores habian dado á don Juan II (1).

Puesto de esta manera Enrique IV. en posesion de todas las ciudades y villas de su reino, quiso hacer una manifestacion de su poder y grandeza, y congregando córtes generales en Cuellar, espúsoles su pensamiento y determinada voluntad de renovar la guerra contra los moros de Granada. Contestó por todos aprobando su resolucion don Iñigo Lopez de Mendoza, marques de Santillana, conde del Real de Manzanares. En su virtud, dejando el rey por gobernador del reino en Valladolid al arzobispo de Toledo don Alfonso Carrillo y á don Pedro Fernandez de Velasco, conde de Haro, partió para Andalucía en la inmediata primavera (abril, 1455) con poderoso ejército de å pie y de á caballo Lo notable de este ejército era una hueste de tres mil sciscientas lanzas, especie de guardia real, magníficamente equipada y pagada por el rey, mandada por los jóvenes de la primera nobleza, y destinada á acompañar de contínuo la persona real, de lo cual se denominaron continos Ó continuos del rey, que era su primer gefe, y algunos consideran como la primera creacion de un ejército permanente (2). Llevaba consigo don Enrique á esta campaña toda la nobleza del reino, de que eran representantes los personages siguientes, que nos importa conocer para la historia sucesiva de este reinado: don Alfonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, con otros prelados; el almirante don Fadrique Enriquez, tio del rey (nuevamente venido del destierro de resultas de la paz con el rey de Navarra); don Juan de Guzman, duque de Medinasidonia, el marqués de Santillana con sus hijos, don Juan Pacheco, marqués de Villena (el gran privado del rey), su hermano don Pedro Giron, maestre de Calatrava, los condes de Plasencia, de Benavente, de Arcos, de Santisteban, de Alba de Liste, de Valencia, de Cabra, de Castañeda, de Osorno, de Paredes, de Almazan, y otros nobles y caballeros de estado, los mas de ellos capitanes de á quinientos, hombres de armas ó ginetes. Habia hecho el rey grabar sobre su escudo la divisa de una granada abierta, símbolo de su futura conquista.

No correspondió sin embargo esta campaña á la grandeza y lujo de su aparato. Llegó este grande e jercito á la vega de Granada (3): mas, bien fue

(1) Las negociaciones que mediaron para esta paz, y el pormenor de sus condiciones se hallan mas estensamente referidas en el lib. XVI. de los Anales de Zurita, que en las dos crónicas de Enrique IV.

(2) Enriquez del Castillo, Cron. del rey don Enrique IV. cap. 10.-Ya don Juan II. habia tenido mil lanzas que debian acompañarle de contínuo, y don Alvaro de Luna tu

vo tambien á su servicio una compañía de ciento, que se llamó la Compañia de los cien continos, siendo capitanes natos de ella los descendientes de aquel privado, si bien aquella decayó pronto de su primitivo objeto, (3) Al final del reinado de don Juan II. puede ver el lector la situacion en que á esta época se hallaba el reino granadino.

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