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legua de Badajoz, habiéndose acordado que el rey no hiciera la campaña en persona por muchas y muy graves consideraciones. Entre los tercios de Sicilia, Milan, Nápoles y Castilla componian un total de cerca de veinte y cinco mil infantés, con mas de mil seiscientos caballos, cincuenta y siete piezas de batir y cincuenta barcas en carros. Las plazas de Yelbes y Olivenza se entregaron sin esperar á ser combatidas, é hiciéronlo con poca resistencia otras poblaciones al Norte del Tajo hasta Setubal. Allá se dirigia tambien la armada que salió del puerto de Santa María, despues de haberse apoderado de Lagos y otras ciudades de Algarbe y Alentejo. Pero entretanto el audaz y bullicioso prior de Crato se habia hecho aclamar rey de Portugal en Santaren. Un hombre de la mas baja ralea, un zapatero, alzó en alto una espada con un lienzo á la punta y gritó: Real, Real por don Antonio, rey de Portugal! y gritó tras él la muchedumbre, y dieron el mismo grito los frailes, y don Antonio se hizo consagrar por el obispo de la Guardia (18 de junio), con las mismas ceremonias que los legítimos reyes. Y juntando cuanta gente pudo se encaminó á Lisboa, donde entró el 24 de junio con poca dificultad, y fué recibido y hospedado como rey, y proclamáronle solemnemente, jurando él guardar los privilegios del reino. Y comenzando á obrar como soberano, declaró enemigos públicos al rey de España y á los que siguiesen sus banderas: levantó gente, hizo emprésti

tos, pidió auxilios á todas partes, fortificó plazás y nombró generales de mar y tierra.

Para apoderarse de los gobernadores que se habian refugiado á Setubal envió con gente al jóven conde de Vimioso, que se hizo dueño de la ciudad. Tres de los gobernadores lograron salvarse del furor del populacho arrojándose de noche por una ventana; despues buscaron un asilo en el Algarbe, y desde allí publicaron un manifiesto al reino exhortándole á reconocer por rey á Felipe II. como á quien tenia mas claro y legítimo derecho. Acuerdo tardío, que tomado mas oportunamente hubiera ahorrado muchos distur bios y mucha sangre portuguesa y española. Los otros dos tuvieron tambien que salir de Setubal; y si don Cristóbal de Mora, cuya casa circundó tumultuariamente la plebe, salvó su vida, fué porque intimó enérgicamente al conde de Vimioso que los embajadores portugueses en España responderian de ella de las de otros españoles que se habian albergado en su casa. Y al dia siguiente salió don Cristóbal de Setubal con admirable valor y serenidad á vista de todo el pueblo alborotado. ¡Notable contraste! Mientras el ilegítimo rey don Antonio tenia la osadía de escribir al duquede Alba intimándole que saliera inmediatamente del reino, el duque de Braganza, único que con alguna razon podia disputar á Felipe II. el derecho de su esposa al trono portugués, «viendo la justicia en las armas,» como dice un historiador, declaró al rey

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de Castilla que le cedia su derecho, suplicándole respetára sus tierras y vasallos, que eran la tercera parte del reino. Y aunque Felipe II. respondió con adusta dureza que se lo agradecia, pero que no lo habia menester, pues el mundo sabía que el mejor derecho era el suyo, aceptó gustoso la sumision, y asi se vió desembarazado del único competidor que pudiera alegar algun título de legitimidad. (").

Luego que llegó á la vista de Setubal el duque de Alba, despues de dejar alguna guarnicion en Estremoz y otras plazas que habia ido conquistando, intimó la rendicion á sus defensores ofreciendo mantenerlos en el goce de su libertad y de sus bienes. Una diputacion de la ciudad salió á rogar al general español que suspendiera el ataque, pues las compañías auxiliares francesas é inglesas, únicas que oponian resistencia, estaban prontas á retirarse á Lisboa. En efecto, la guarnicion abandonó cobardemente la ciudad, y muchos fueron aprendidos al tiempo de embarcarse. Faltaba el castillo, que defendia el alcaide Mendo de la Mota con ochenta piezas, y protegian algunos galeones. Pero combatido por Próspero Colonna, don Francés de Alava y el ingeniero Antonelli, y por la parte del mar por el marqués de Santa Cruz que llegó con su armada oportunamente, rindióse tambien aquella fortaleza que se miraba como inexpugnable (23 de ju

(1) Archivo de Simancas, Es- Historia de Felipe II. lib. XIII. tado, legs. 440 á 443.-Cabrera,

TOMO XIV.

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lio, 1580), y la bandera española tremoló victoriosa en la ciudad y fuerte de Setubal, y aclamóse alli por rey de Portugal á Felipe de Castilla, con no poca pesadumbre y amargura de don Antonio, que veia por otra parte á los nobles del reino acudir á prestar obediencia al monarca español.

Despues de varios consejos y de diferentes pareceres sobre el camino y direccion que convendria llevar á Lisboa, el duque de Alba, contra el dictámen de los mas, resolvió dirigirse á Cascaes, que era el camino mas corto, pero tambien el mas arriesgado y difícil, porque tenia que atravesar un desfiladero entre riscos y peñas, defendido por una batería y guardado por tres ó cuatro mil hombres á las órdenes de don Diego de Meneses, el general en gefe de las tropas del titulado rey don Antonio. Asi en esta resolucion como en la manera de ejecutarla, acreditó el anciano duque de Alba que aventajaba en vigor y en denuedo tanto como en maestría á los mas jóvenes de sus oficiales. Engañó primero al enemigo fingiendo encaminar su ejército á Santaren; forzó despues el estrecho con menos dificultad de la que se esperaba; acometió y rindió la ciudad, batió y entró por fuerza el castillo, y aprisionado el general don Diego de Meneses y traido por los soldados á su presencia, hízole cortar la cabeza el de Alba para infundir terror á los portugueses (1).

(4) Hé aqui cómo escribia sobre esto desde Cascaes el duque

Concibióle tan grande la ciudad de Lisboa, que se hubiera entregado de buena gana, temiendo ser presa de los soldados de Castilla, si no la contuviera la presencia de don Antonio. Mas no se intimidó éste menos viendo rendidas las fortalezas de una y otra ribera del Tajo, y tanto que envió un mensange al duque proponiéndole entrar en composicion con el rey católico. Contestóle el de Alba alegrándose de que quisiera venir á concierto; mas como en la carta le diera solo el tratamiento de señoría, ofendióse don Antonio y respondió arrogante: «Los reyes son reyes, los capitanes capitanes, y las victorias Dios las da.» Y en un arranque de despecho determinó recibir al enemigo en campaña, y alistando toda la gente de la ciudad que pudiera llevar armas sin escepcion alguna, y depositando en los monasterios sus dineros y sus joyas, juntó algunos miles de hombres entre soldados, menestrales, esclavos y gente colecticia, y siguiéndole y haciendo de capitanes los frailes, llevando cruces en sus manos izquierdas y en sus diestras espadas, llegó el antiguo prior de Crato á Belen, donde se propuso esperar al

de Alba al secretario Delgado: «Muy Magnífico señor: Desde la >>ermita de Nuestra Señora de la > Guia escribí á v. m., y le dije >>como pensaba venir aqui otro dia; hicelo, y hallé el castillo »desta villa tan bravo, que fué menester plantarle el artillería.....» (Refiere lo que habia pasado, y concluye): «Don Diego de Mene

ses, que no teniéndose por se

»guro en esta villa ni en el cami» no de Lisboa se habia metido en »el castillo, pienso mañana cor»larle la cabeza, con que entien»do se acabará de allanar lo que » falta destos reinos. Dios lo ha>> ga, etc. De Cascaes á 1.o de agosto, 4580. M. el duque de Alba.» Archivo de Simancas, Guerra, Ma y Tierra, leg. núm. 100.

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