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>de quien pueda fiar que emprenda esto, por mucho >>qne prometa. No sé si ellos hallarán los que buscan »para acabarme á mí; y beso los pies á S. M. por el »cuidado que v. md. me escribe que tiene de que yo »guarde mi vida, en la cual iria muy poco si no estu>>viese lo de aqui á micargo; y envio á v. md. dos avi>>sos que en un mismo dia tuve de Inglaterra, el uno >>de Guarax, y el otro de un inglés de los que aquí se »entretienen, que dijo habérsele enviado una dama de >>la misma reina, que dice es católica, por donde verá >v. md. la obligacion que yo tengo á la reina, y de Ale> mania ha dias que tuve avisos que bacian la misma >> diligencia, pareciéndoles que el mas corto camino pa>>ra acabar lo de aqui, era acabar al que estuviese en»cargado de ello, y yo me puedo guardar mal, no con> viniendo mostrar que se teme esto, y habiendo de dar >>siempre audiencias públicas, y salir fuera á misa y á Dotras cosas, y en campaña; y un arcabuzazo pasa muy bien entre alabarderos y archeros, que es la > guarda que yo tengo; pero confio en Dios que él me »guardará, y asi me da esto mucho menos cuidado que » las otras cosas públicas de estos Estados ("),»

que

Confesamos haber sentido el mayor disgusto al ver el rey Felipe II. no solamente sabía y autorizaba semejantes plancs, sino que los alentaba y promovia, y que hemos visto con amargura escrito de su letra y

(4) Archivo de Simancas, Ne- gajo 557, fol. 128.

gociado de Estado, Flandes, le

puño al márgen de esta carta lo siguiente: «Todavía
>>scrivid de mi parte que procure mucho de guardar
>>su persona, pues vee lo que va en ello al servicio de
>> Dios y al mio; y de que se haga todavía lo demas que
»se le ha escrito, pues algunos de los ecetuados en el
>> perdon general ") podría ser que lo hiciese por que le
» perdonasen y volviesen su hacienda; y al conde de
» Montagudo creo que habreis escrito, que quizá por
>>allí habria mas aparejo.»>

Como para nosotros la moral es la misma en todos
los tiempos, y los crímenes que ella reprueba no pue-
dan jamás justificarse por que sean cometidos con fre-
cuencia y por muchos, no podemos dejar de condenar
severamente tales medios, fuesen estrangeros ó espa-
ñoles, reyes ú otros cualesquiera los que los emplea-
sen.-Vamos ya al sitio de Leyden.

Estrechado por Francisco Valdés este baluarte de
los rebeldes de Holanda, que defendia Juan Duse, se
ñor de Nortwick, despues de tres meses de continua-
dos combates para apoderarse los nuestros de las vi-
llas, aldeas y castillos del contorno, y para erigir
fuertes á las bocas y orillas de tantos rios, lagunas, ca-
nales y acequias como cruzan aquel pais, á fin de im-
pedir todo socorro á la ciudad; acosados ya del ham-
bre los sitiados, sin que les sirviera hacer salir las mu-

(1) Aludia el rey al perdon ó
indulto que el comendador habia
publicado para los rebeldes que
dentro de cierto plazo se presen-

tasen y volviesen á la obediencia
de su soberano, de que hicimos
mérito mas arriba.

geres y los niños, porque los nuestros los obligaban á volver á entrar (1); contándose ya seis mil personas las que habian muerto de necesidad, porque hasta las criaturas morian en el vientre de sus madres por falta de alimento de éstas; reforzadas las banderas de los sitiadores con los tercios viejos de España ya pagados y con quince banderas de esguízaros que habian podido reclutarse; frustrado el intento de los rebeldes de entrar en pláticas con el conde de la Roche que gobernaba á Holanda por muerte del señor de Noirquermes y se hallaba en Utrech; en tal aprieto y estremo, la víspera ya de ser asaltada la ciudad por los españoles babiéndose entendido con los de fuera por medio de palomas correos como en el sitio de Harlem, unos y otros acordaron recurrir á un espediente desesperado, y tan estraño y singular, que ciertamente no le podian esperar ni imaginar los españoles.

Determinaron, pues, aquellos hombres pertinaces anegar en agua todo el pais y convertir toda la tierra de Holanda en un mar. Abrieron al efecto las esclusas, rompieron por diez У seis partes los diques del Issel y del Mosa, y dieron entrada á las mareas del Océano (agosto, 1574), inundando las campiñas de Delft, Rotterdam, Isselmonde y Leydem, aquellas campiñas que los laboriosos holandeses por medio de la obra mara

(4) Cortando (dice don Bernardino de Mendoza) las faldas » de las sayas á las mugeres por

encima de las rodillas, que era la »pena que se les daba.-Comentarios, fol. 247.

villosa de sus diques habian logrado como robar al mar y á los rios (). Sorprendidos los españoles con aquella especie de nuevo é inesperado diluvio, dedicáronse á cerrar algunas aberturas, mas nada lograban con esto. Al paso que avanzaban las aguas, terribles auxiliares de los sitiados, retirábanse aquellos donde podian ponerse á cubierto de la inundacion, haciendo trincheras, cavando la tierra con sus mismas dagas y espadas, y llevándola en los petos y morriones. Los enemigos iban abriendo otros boquetes en los diques: pero lo extraordinario y lo imponente del espectáculo fué ver aparecer por entre las poblaciones y los árboles de la campiña la armada de los rebeldes que venia de Flesinga al mando del almirante Luis de Boissot, en número de ciento setenta bajeles, bogando por encima de los prados y tierras labradas (setiembre). Las naves eran chatas y sin quilla, y cada una llevaba dos piezas de bronce á la proa, y otras seis mas pequeñas á cada costado, con competente número de remeros, y sobre mil doscientos hombres de

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guerra entre todas, con dos compañías de gastadores para abrir los diques donde fuese necesario, y atrincherarse en los que fuese menester. La vista de una armada navegando por los campos y por en medio de lugares y arboledas, seria sin duda sorprendente y pintoresca; pero los españoles debieron conocer entonces que no era posible subyugar un pueblo que hacia tan gigantescos esfuerzos.

Mas no por eso cayeron todavía de ánimo. Defendíanse bravamente de la artillería de las naves en las aldeas, en los fuertes, en las trincheras, en todos los sitios á que no hubiera llegado la inundacion, hasta que la avenida de las aguas, impulsadas por un viento favorable á los rebeldes, los obligaba á buscar otro puesto en que atrincherarse, retirándose en direccion de Harlem y la Haya. Multiplicáronse las luchas y los reencuentros en aquel mar de tierra; condujéronse heróicamente capitanes y soldados haciendo gran daño en los enemigos, á pesar de las máquinas y los garfios y otros instrumentos que estos llevaban para ofender. Habia subido el agua sobre la llanura dos pies y medio mas de lo que necesitaban los bajeles segun su forma de construccion para poder navegar libremente hasta acercarse á los muros de Leyden, cuya ciudad fué de este modo socorrida, y á éste recurso debieron los rebeldes de Holanda su salvacion. El encono que los de la armada mostraban contra los católicos era grande. En sus sombreros llevaban unas medias lunas

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