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para poder estar tranquila y contarse segura, ni faltaba talento y sagacidad para penetrar las intenciones del español y sospechar el objeto de sus silenciosos preparativos, habíase mostrado muy inclinada y dispuesta á que se acabase por un tratado de paz la antigua guerra de los Paises Bajos, á los cuales en verdad no de muy buena gana habia ella dado últimamente aquella proteccion que tanto la comprometia. Habian abierto estos tratos, hablando á los personages mas influyentes de una y otra parte, dos ricos comerciantes, genovés el uno y flamenco el otro, establecidos el primero en Londres y el segundo en Amberes. Intervino despues en ellos, á indicacion de Isabel, el rey de Dinamarca Federico II., á cuyo fin envió un embajador á Alejandro Farnesio. La buena acogida que pareció haber dispensado éste al enviado y á las proposiciones de tan alto medianero, asi como las disposiciones que habia manifestado á los dos comerciantes, animaron á Isabel á escribir ella misma al de Par ma, invitándole ya á señalar el punto en que pudieran tenerse las pláticas para la concordia. El de Parma con mucha hidalguía contestó dejando á la reina la eleccion del lugar en que hubieran de juntarse los comisarios tratadores. Designóse en efecto provisionalmente un campo entre Ostende y Nieuport, donde acudieron los legados de Isabel y los de Farnesio, y alojáronse en tiendas soberbiamente adornadas, en medio de las cuales se levantaba un ancho y mages

tuoso pabellon, donde habian. de celebrarse las conferencias (1)

De la poca sinceridad con que bajo tan aparentes deseos de concordia se negociaba la pacificacion, deponia de una parte la espedicion devastadora del Drake á Cádiz, de otra el sitio y toma de la Esclusa por Farnesio, ejecutado todo pendientes ya los tratos de paz. Del suceso de la Esclusa hemos hablado ya en el anterior capítulo. El de la espedicion del Drake fué el siguiente. So pretesto de esplorar los preparativos navales que se hacian en los puertos de España, fué enviado el Drake desde Plymouth á las costas españolas. El audaz corsario se dirigió á Cádiz, sorprendió, destruyó é incendió la flota que se hallaba anclada en la bahía, compuesta de navíos de guerra y de bageles mercantes, algunos de ellos que acababan de arribar con cargamento, otros aparejados para partir á la India. De alli corrió la costa de Portugal, insultó en las aguas del Tajo al almirante español, marqués de Santa Cruz, y cuando el terrible depredador volvió á Inglaterra, fué muy bien recibido por los ingleses.

Pero de uno y de otro hecho procuraban justificarse mútuamente Isabel y Alejandro, inculpando aquella

(1) Los comisarios de la reina de Inglaterra, eran el conde de Derby, lord Cobham, sir James Croft, y Dule y Rogers, doctores

en derecho civil; los del rey de
España, el conde de Aremberg,
Perrenotte, Richardot, y Mas y
Garnier.

al Drake, prometiendo su castigo por haber escedido, decia, sus instrucciones, y declinando éste su responsabilidad en los escesos y provocaciones de los mismos defensores de la Esclusa. Los tratos, pues, prosiguieron, y para las conferencias ulteriores se señaló Bourbourg, Jugar cerca de Calais, donde se trasladaron los negociadores (mayo, 1588). Desde luego se pudo calcular que los coloquios no habian de ser breves; interesaba á Felipe II. alargarlos, y asi se lo habia encargado á Farnesio. Pedian los ingleses que se renovára la antigua alianza entre la Inglaterra y la casa de Borgoña; que se retiráran las milicias estrangeras de los Paises Bajos, y que se dejára á los flamencos al menos por dos años la libertad de conciencia. No era posible que accedieran á estas peticiones los españoles, los cuales propusieron otras condiciones por su parte, y en réplicas de unos y de otros se invertia el tiempo.

Pero en tanto que asi se aparentaba tratar de paz, Felipe, primeramente con disimulo, despues con la irremediable publicidad, habia estado haciendo inmensos aprestos de guerra. Y mientras Alejandro, de acuerdo con el rey y en conformidad á sus instrucciones confidenciales, reclutaba cuerpos auxiliares en Alemania y apercibia los tercios de Italia y de Flandes, Felipe habia hecho aparejar multitud de naves en los puertos de Flandes, de España y de Portugal. Nunca se habia visto ni mas actividad ni preparativos

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mas gigantescos. El papa Sisto V. le estimulaba à realizar cuanto antes una empresa de que él esperaba la restauracion de la autoridad pontificia en Inglaterra, y prometió ayudar á sus gastos con un millon de esoudos de oro. Consultados por el rey sus generales, ingenieros y ministros á dónde convendria Nevar primeramente la guerra, unos fueron de opinion que se acometiera primero á Irlanda; otros á Escocia; el secretario Juan de Idiaquez le espuso los inconvenientes y peligros de romper abiertamente con una nacion de tantos puertos y de tanta fuerza naval como la inglesa, y que tanto daño podia causar á España asi en las provincias flamencas como en los dominios de Indias, y le exhortaba á que empleára todos aquellos esfuerzos en acabar con lo de Flandes. El marqués de Santa Cruz y el duque de Parma, precisamente los dos generales que habian de mandar la espedicion, opinaban que convenia antes de dirigir la armada á Inglaterra tomar algun puerto en Holanda ó Zelanda, para tener en respeto aquellas provincias, privar á Inglaterra del arrimo de los holandeses, y contar siempre con un refugio contra las borrascas y temporales. Todo le pareció al rey dilatorio; y este monarca, que con tanta calma y por tantos años habia estado meditando esta empresa, calificó ahora á sus mas prácticos y entendidos generales de nimiamente circunspectos, y resolvió que se fuese derechamente á Inglaterra, v dió el mando de toda la espedicion á Alejandrò de

y

Parma, y el de la armada al marqués de Santa Cruz. El tiempo acreditó cuán prudente hubiera andado en seguir el consejo de don Alvaro de Bazan y de Alejandro Farnesio, ya que no el de Juan de Idiaquez.

Inmensos habian sido los preparativos de mar y tierra. En los puertos de Amberes, de Nieuport y de Dunkerque, en los de Italia, Andalucía, Castilla, Galicia y Portugal, se habian construido y aparejado navíos de varias formas y tamaños, galeones y galeazas, al modo de aquellas que en Lepanto contribuyeron tan poderosamente á la victoria de la Santa Liga, todas espesamente artilladas, y para cuya construccion y manejo habian sido llamados los mas escelentes maestros y capitanes de Hamburgo y de Génova. Al mismo tiempo afluian á Flandes los tercios y escuadrones de infantería y caballería reclutados y levantados en España, en Nápoles, en Lombardía, en Córcega, en Alemania, en Borgoña, y casi todos los caminos de Europa se veian cruzados de cuerpos de milicia que iban á ponerse á las órdenes del príncipe de Parma. Juntáronse, pues, sobre cuarenta mil infantes y cerca de tres mil caballos, de los cuales, separados los que habian de quedar en los Paises Bajos, cuyo gobierno se encomendaba al conde de Mansfeldt, se destinaron á la espedicion unos veinte y ocho mil, comprendidos los marineros. Halláronse disponibles ciento treinta bageles grandes, sin otros menores de pasage y de

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