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bian los ricos tesoros de las dos Indias; y por la misma falta se notaban principios de motin en varias coronelías y tercios. De sus propias rentas reclutó Alejandro tropas en Italia para reforzar los disminuidos tercios talianos que militaban en Francia. Detúvose tambien á causa de los tratos de paz que por mediacion del emperador de Alemania se habian entablado entre España y las provincias flamencas; pero rechazadas por los rebeldes flamencos las condiciones que á nombre del César se les proponian, hizo Alejandro su segunda entrada en Francia (diciembre, 1594), con no menor júbilo de los coligados que en la primera. Si entonces el de Parma tuvo la gloria de ser el libertador de París, ahora ganó la de ser el libertador de Ruan, (enero, 1592), reducida ya á tanto estremo como aquella. Ahora como entonces esquivó Alejandro hábilmente la batalla en que Enrique le queria empeñar. Llevado de su ardor belicoso Enrique IV., se arrojó con solos algunos escuadrones sobre una parte del ejército del de Parma al tiempo que desfilaba cerca de Aumale, con un valor mas propio de capitan que de rey. Pero cargado impetuosamente por los de Alejandro, tuvo que retirarse herido, faltando poco para caer muerto ó prisionero. «Señor, le dijo con este motivo Duplessis-Mornay, harto tiempo habeis hecho el Alejandro; hora es ya de que seais el Augusto, y de que vivais Y os conserveis para la Francia.» Enrique reconoció haberse dejado arrebatar de un ardor irreflexivo, y lla

mó siempre aquel suceso el error de Aumale. Preguntando el duque de Mayenne á Alejandro Farnesio por qué habia malogrado la mejor ocasion de hacer prisionero á Enrique de Borbon. «Porque yo creia, le contestó, que peleando con el rey de Navarra, peleaba con un gran general, y no con un capitan de caballería: nada tengo de qué reprenderme.» Eran en verdad dos hombres grandes Enrique IV. y Alejandro Farnesio (1).

Alzado por Enrique el sitio de Ruan, sitio célebre por la defensa heróica de la guarnicion y del comandante Villars (abril, 1592), entró en ella triunfante el duque de Parma. Desde alli, á instancias de Mayenne y los de la Liga, pasó á cercar á Caudebec, donde fué herido de bala en un brazo, sin que por eso se demudara su semblante ni se alterára su voz, y continuó dando sus órdenes como si nada hubiera pasado. Fué no obstante preciso hacerle tres incisiones en el brazo para estraerle la bala, lo cual le produjo una calentura violenta que le tuvo en cama muchos dias, con gran riesgo para su ejército y el de los coligados. Al fin capituló y se rindió Caudebec. La detencion que en sus cercanías se vió obligado á hacer Alejandro á causa del estado de su herida hizo que su ejército se hallára en la situacion mas crítica que jamás se habia visto, consumidas las subsistencias y tomados los des

(1) L' Estoile Journal de Henri IV.-Capefigue, Hist. de la Reforma y de la Liga.-Dávila, Guerras civiles de Francia.-Estrada,

De lo que hizo en Francia Alejandro Farnese, lib. III.-Coloma, Bentivoglio, etc.

filaderos por donde necesariamente habia de pasar. Habíase atrincherado en ellos Enrique IV., y nunca. creyó este príncipe mas seguro ni mas cercano el momento de rendir todo el ejército del de Parma, pero tampoco se vió nunca tanto como en esta ocasion la serenidad, el grande ánimo, la astucia, la resolucion y la fecundidad de los recursos de Alejandro Farnesio. Decidió, pues, atravesar el Sena con todo su ejército; y el paso de aquel anchuroso rio, con tantos bagages y artillería, á la vista de un enemigo tan poderoso y de un gefe tan vigilante como Enrique IV., y la industria con que encubrió su designio, y la habilidad con que ejecutó la operacion (21 de mayo, 1592), fué una maniobra que por sí sola hubiera bastado para dar reputacion á un general, y con que dejó tan asombrado y burlado á Enrique de Borbon, como admirado y atónito á Mayenne y á todos sus capitanes y amigos.

Puesta toda su gente en salvo con este golpe admirable de estrategia, marcha Alejandro Farnesio sobre París, y llega con su ejército cargado de las riquezas, ganados, frutos y manjares de todo género que va recogiendo de las tierras enemigas. Llenos de gozo los ciudadanos de París, le convidan con hospedage, pero Alejandro, temiendo que se relajen sus tropas con las delicias de una gran ciudad, y con el ócio y la lascivia de la córte, no tuvo por conveniente que entrára alli la gente de guerra. Antes dispone su vuelta á Flandes, repasa el Sena, visítanle en Guisa

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las princesas de Nemours y de Montpensier, da un descanso y una paga á sus tropas en Thierry, recibe nuevas de los triunfos que los coligados habian alcanzado en algunos puntos de Francia con las armas y auxilios del monarca español, escribe al rey que le envíe sucesor, porque su salud no le permite continuar con el cargo de las armas y del gobierno de Flandes, y que los médicos le ordenan como indispensable que vuelva á tomar las aguas de Spá, y da la vuelta otra vez á los Paises Bajos (julio, 1592).

El rey accedió á que repitiera el uso de aquellas saludables aguas, mas con respecto á relevarle del gobierno, no solamente le denegó su solicitud, mirándole como el solo capaz de llevar á feliz remate sus proyectos, sino que le rogaba, y si era menester le mandaba que fuera preparándose para hacer la tercera jornada á Francia, porque queria que asistiera al parlamento que habian convocado los coligados para la eleccion de rey, y que con sus armas y su prudencia diera peso y autoridad al partido español y á la persona que Felipe intentaba sentar en aquel trono. Alejandro, achacoso, hidrópicò y herido, no quiso dejar de obedecer á su soberano, y se dispuso á consagrarle las pocas fuerzas corporales que ya le quedaban. Pero no recibia de España socorros de hombres ni de dinero. La desastrosa espedicion á Inglaterra, los grandes gastos que estaba haciendo en Francia y Jos recientes sucesos de Aragon de que daremos cuen

ta después, lo tenian consumido y apurado todo; y para mayor desventura, los ingleses habian apresado uno de los grandes galeones que venian de la India con cargamento de barras de oro. Suplió esta falta Alejandro negociando por su cuenta con los asentistas de Amberes, 300,000 ducados, con cuyo auxilio envió delante á Francia algunas coronelías de tudescos, y él se trasladó á Arrás (octubre) para dar calor y órden á la empresa.

Pero si el ánimo del duque se conservaba al parecer vigoroso y fuerte, decaian visiblemente las fuerzas de su cuerpo, agravándole la enfermedad la misma actividad con que se dedicaba al trabajo. Ultimamente, el 2 de diciembre (1592), sintiendo aproximarse su última hora, hizo su testamento, firmó algunos despachos, pidió él mismo y recibió los sacramentos, y acabó al siguiente dia con una muerte ejemplarmente cristiana, á los cuarenta y siete años de su edad, dejando á su ejército sumido en duelo y en tristeza. Llevado su cuerpo á Bruselas, donde se le hicieron suntuosos funerales, se puso sobre su sepulcro el epitafio siguiente: Alejandro Farnesio, vencidos los flamencos, y librados del cerco los franceses, mandó que se pusiese su cadáver en este humilde lugar, á 2 de diciembre, año 1592.

«Gran capitan (dice un historiador católico), y de nombre tan claro sin duda alguna, que su fama puede colocarle entre los mas célebres de la antigüedad.»

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