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Cataluña y Valencia no habian respondido al llamamiento de los zaragozanos; de las ciudades del reino, á escepcion de Teruel, Albarracin y alguna otra, habian recibido muy escasos socorros: el duque de Villahermosa y el conde de Aranda, mal reputados ya del pueblo, y tenido de algunos por traidores, huyeron temiendo la furia popular, y se vieron obligados á salir del monasterio de Santa Engracia en que se acogieron, descolgándose por las paredes de la huerta, y pasando no pocos trabajos y peligros hasta llegar á Epila: el conde de Morata escribia al rey desde Zaragoza jactándose de haberse negado al requerimiento de los insurrectos, y le instigaba á que los castigára duramente, sin reparar en que quebrantára los fueros: y por último, el Justicia, que habia salido con escasos dos mil hombres, cediendo á un tiempo á la debilidad de su carácter y á la impotencia de resistir al ejército castellano, en Utebo desamparó la gente, de guerra, el estandarte de San Jorge, y hasta la cota de armas de Aragon que llevaba puesta, y se retiró á Epila. Lo mismo hicieron el diputado Luna y el jurado Meteli, y la gente viéndose sin cabezas se volvió en desórden á la ciudad. Desde Epila circularon los tres fugitivos cartas al reino (11 de noviembre), esplicando las causas y razones que habian tenido para su desercion, entre las cuales figuraba principalmente la de que la gente que llevaban era poca y mal disciplinada, que se amotinaba «á cada credo», amenazan

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do matar al Justicia, diputado y jurado, y á los que con ellos iban (").

Lo cierto es que desamparados asi los de Zaragoza, entró do Antonio de Vargas con su ejército sin resistencia alguna en la ciudad (12 de noviembre). Ningun acto de rigor señaló la entrada del general castellano. Antes bien escribió al rey que le parecia muy conveniente otorgar un perdon general, con escepcion de muy pocas personas las mas culpadas, y envió á llamar al Justicia y diputados, al duque de Villahermosa y conde de Aranda; siempre ofreciendo la conservacion de los fueros. El 19 de noviembre continuaba Vargas aconsejando al rey que diera el perdou general. «Y esto conviene mucho (decia), y »>que sea luego; que enviando el perdon general, po»> niendo en él algunas palabras en que les asegure V. M. »la conservacion de los fueros, que es en lo que pierden »el juicio, esceptuando algunas personas que V. M.

(4) A fin de ahorrar á nuestros lectores la multiplicacion de citas y comprobantes, debemos advertir que todo lo que aqui decimos lo escribimos con presencia de documentos originales, ó de copias testimoniadas. Ademas de los que forman los citados tomos XII. y XV. de la Coleccion de Baranda y Salvá, tenemos á la vista unos treinta gruesos volúmenes en folio manuscritos, que se conservaban en el archivo del monasterio de Poblet, y hoy pertenecen á la Real Academia de la Historia. Todos son referentes á los sucesos de Aragon. En ellas hay multitud de

cartas y despachos originales del rey, del Justicia, del virey, de la diputacion, de las universidades ó ayuntamientos, del general del ejército, de los inquisidores, de todas las personas que por su oficio ó por su posicion intervinieron en los acontecimientos, fuera de muchas cartas y relaciones de personas particulares. Están ademas todos los procesos y causas que se formaron, declaraciones, informaciones, sentencias, etc., de modo que pueden saberse hasta los mas mínimos incidentes y pormenores de estos sucesos.

>fuese servido, y haciendo el apellido y proceso con>>tra ellos, las cosas irán muy bien.» Decíale tambien que convenia poner virey natural del reino, y con estas y otras semejantes medidas aseguraba que la gente volveria á su servicio. Los caudillos de los sublevados habian huido, unos á Cataluña, otros á la montaña, y se habia enviado gente á buscarlos y prenderlos, lo mismo que á Antonio Perez, que se suponia estuviera todavía en Aragon. Los demas, incluso el Justicia, se fueron presentando, fiados en el llamamiento de Vargas y en su conciliadora indulgencia. El mismo marqués de Lombay, que entró en Zaragoza el 28 de noviembre, les repetia la promesa de la conservacion de los fueros, y lo mas que proponia al rey (10 de diciembre) era que se desaforáran el reino y la ciudad por tiempo limitado; y lo que queria tambien era que la córte del Justicia y la diputacion declaráran que la entrada del ejército real no era contra fuero, y que la declaracion anterior en sentido contrario la habian hecho forzados por los revoltosos.

Los inquisidores eran los que pedian prontos y duros castigos. Molina de Medrano, que habia venido á Madrid á recibir el premio de sus servicios al rey y al tribunal, dió al inquisidor general un dictámen que no respira sino iracundia y venganza. En él denunciaba nominalmente los que tenia por culpados, asi de la clase de caballeros como de eclesiásticos y de labradores y gente comun.

Gozábase no obstante de sosiego en Zaragoza, y todo parecia haber terminado pacíficamente. El marqués de Lombay se habia alojado en la casa del duque de Villahermosa su tio: alli iban á comer el general y los gefes del ejército. El Justicia seguia funcionando con su córte. Por desgracia toda aquella tolerancia y blandura, toda aquella conciliacion se cambió de improviso en terror y en crueldad. Felipe II. que bajo una simulada indulgencia habia estado méditando en misterioso silencio, segun su costumbre, un golpe seguro de real venganza, con órdenes secretas que pasó al general don Alonso de Vargas preparó para el 19 de diciembre de 1591 en Zaragoza y para con los magnates aragoneses una escena semejante á la de 9 de setiembre de 1567 en Bruselas con los magnates flamencos. Al modo que los condes de Horn y de Egmont, al salir tranquilos y confiados del consejo fueron alevosamente dados á prision por el du que de Alba que los habia convocado, asi el Justicia mayor de Aragon don Juan de La Nuza, al salir cerca de las doce del dia del palacio de la diputacion donde acababa de celebrar consejo con sus lugartenientes, para oir misa en la inmediata iglesia de San Juan, se vió sorprendido é intimado que se diese á prision en nombre del rey por el capitan Juan de Velasco con su compañía armada de arcabuceros. Atónitos cruzaron sus miradas de aturdimiento el gran magistrado y sus lugartenientes. La órden del rey fué severamente

cumplida, y La Nuza conducido primeramente á la casa de don Alonso de Vargas, y despues á la del maestre de campo don Francisco de Bobadilla. Con no menor artificio y engañosa traza fueron presos el mismo dia el duque de Villahermosa y el conde de Aranda, y llevados con escolta, el primero al castillo de Burgos y el segundo al de la Mota de Medina y de alli al de Coca.

Aquella misma noche se notificó al Justicia que se preparára á morir en la mañana siguiente.—«¡Cómo! exclamó el desdichado La Nuza: ¿y quién me condena?-El rey mismo, le respondieron.-Nadie puede ser mi juez, replicó, sino rey y reino juntos en córtes.» Inútil era toda reclamacion. Sin escribirse contra él una sola palabra, sin tomarle confesion, sin otro proceso que una carta del rey en que decia: «Prendereis á don Juan de La Nuza, y hacerle luego cortar la cabeza:» el supremo magistrado de Aragon iba á ser llevado al suplicio. Diéronle por confesor al jesuita P. Ibañez, y destináronle otros religiosos para que le acompañáran hasta el cadalso ("), que en la misma noche se levantó en la plaza del Mercado. A primera hora de la mañana, puesto todo el ejército en armas y amenazando á las casas las bocas de los cañones, fué sacado don Juan de La Nuza con grillos,

(4) Entre ellos, dice Lupercio de Argensola, «el padre fray Pedro Leonardo, mi hermano, de la

orden de San Agustin.» Argensola, Informacion, cap. 44.

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