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los toledanos de su obra, porque era Yahia hombre cruel, despótico, vicioso y desatentado. Abubekr ben Abdelaziz, el gobernador de Valencia puesto por Al Mamun, negó su reconocimiento á la autoridad de un soberano que no vivia sino entre eunucos y mugeres. Los toledanos, oprimidos con todo género de vejaciones, llegaron á decirle un dia: «O tratas mejor á tu pueblo, ó buscamos otro que nos defienda y ampare.»> Mas no por eso abandonó Yahia ni su vida de disipa

minor filius de cuyus fœdere nihil dixerunt, nec Aldefonsus fuit ei in aliquo obligatus. Creemos, pues, que hubo un hijo mayor de Al Mamun que sucedió á este y precedió á Yahia. De él dice solamente Romey que le destituyó el pueblo revolucionariamente, pero ignoramos de donde lo ha tomado: parece que quiso decirlo, pues al referirlo hace una llamada á nota (pág. 210 del tomo V. de su Historia), mas la nota se le olvidó. Por otra parte, de un pasage de una crónica árabe traducido por Gayangos parece resultar que à consecuencia de un alboroto que se movió de noche en Toledo pidió Al Kadir á Alfonso un ejercito cristiano que le ayudara á contener sus súbditos: que Alfonso le exigió por ello tan gran suma de dinero, que no pudiéndola pagar el musulman reunió á los principales vecinos y les intimó que de no facilitarsela entregaria á Alfonso sus hijos y parientes en rehenes: que entonces los toledanos acudieron á Al Motawakilol de Badajoz, con cuya noticia el rey de Toledo abandonó la ciudad de noche, y huyó á Huete, cuyo gobernador no quiso darle asilo: que Al Motawakil en

tró en Toledo, y no quedo á Al Kadir otro recurso que implorar de uuevo el auxilio de Alfonso, el cual le exigió en recompensa todas las contribuciones de Toledo y ademas dos fortalezas; que Al Kadir aceptó las condiciones, Alfonso sitió la ciudad, Al Motawakil huyó, la ciudad se rindió, y Al Kadir fué repuesto en el trono. Nos es imposible conciliar esta narracion con todas las demas noticias que tenemos acerca de la conquista de Toledo por Alfonso.

Conde, que es entre los nuestros el que mas de intento y mas difusamente trató de las cosas de los árabes, está tan confuso en lo relativo á este siglo, que es dificilisimo seguirle, y poco menos difícil entenderle. Ya nos contentariamos con que no nos ocurrieran en lo sucesivo otras dificultades y de otro género que las que ligeramente apuntamos. Nuestra relacion, no obstante, irá basada en lo que del cotejo de unos y otros resulte para nosotros mas averiguado. Por lo mismo deseamos tanto como el señor Dozy que haya quien nos aclare este oscuro y complicado período de la historia de la edad media de España.

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cion ni sus despóticos instintos. Entonces los vecinos de Toledo enviaron un mensage al rey Alfonso de Castilla, invocando su poderosa proteccion, é invitándole á que pusiera cerco á la ciudad, que aunque reputada por inespugnable, confiaban en que ellos mismos tendrian ocasion de facilitarle la entrada: resolucion estrema, pero no estraña en quienes se veian tan oprimidos y ajados que en expresion del arzobispo cronista preferian la muerte á la vida. Por otra parte Al Motamid el de Sevilla, perpétuo enemigo y rival de los ben Dilnûm de Toledo, provocó tambien á Alfonso á que rompiera la alianza que le habia uni do á aquellos emires, y aceptára la suya que le ofrecia. Negoció, pues, Aben Omar en su nombre un tratado secreto con Alfonso que los escritores musulmanes con apasionada indignacion califican de alianza vergonzosa, pero que al sevillano le convenia mucho, asi por abatir al de Toledo, como por quedar él desembarazado para estender sus dominios por Jaen y Baeza, y por Lorca y Murcia. No desaprovechó el monarca cristiano tan tentadoras invitaciones, y como que no le ligaba compromiso ni pacto con Yahia, no habiendo sido este comprendido en el juramento hecho entre Alfonso y Al Mamun, quedó resuelta en el ánimo del rey de Castilla la empresa de conquistar á Toledo, y comenzó á hacer gente y levantar banderas, y á juntar armas, vituallas y todo género de bastimentos de guerra (1078).

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Hechos todos los aprestos, franqueó Alfonso con sus huestes las montañas que dividen las dos Castillas, talando campos, incendiando y destruyendo poblaciones, haciendo incursiones rápidas é inesperadas, no dejando á los musulmanes, en expresion de uno de sus historiadores, ni tiempo para alabar á Dios ni para cumplir con sus obligaciones religiosas. Contaba, no obstante, el toledano, aunque aborrecido de sus súbditos, con muchos medios de defensa, la ciudad era fuerte por naturaleza y por el arte, y ni podia ni se proponia Alfonso conquistarla desde luego, sino irla privando de mantenimientos y recursos hasta reducirla á la estremidad. Repitiéronse los siguientes años estas correrías devastadoras, sin que bastára á impedirlas el emir de Badajoz Yahia Almanzor ben Alafthas, que se presentaba como protector y auxiliar del de Toledo, pero que se iba á la mano en lo de medir sus fuerzas con las huestes castellanas. El rey de Zaragoza Al Moktadir ben Hud, que en 1076 habia despojado de sus estados al de Denia, y era uno de los mas poderosos emires de España, se preparaba en 1081 á acudir en socorro del toledano, pero la parca, dice la crónica muslímica, le atajó sus gloriosos pasos, y su muerte fué un suceso feliz para Alfonso. Hizo éste en 1082 otra entrada por las montañas de Avila, fortificó á Escalona y se apoderó de Talavera. Interesado el de Sevilla en estrechar la amistad y alianza con el monarca cristiano, á favor

de la cual se habia apoderado de Murcia en 1078, ofrecióle en premio de ella por medio de su astuto negociador Aben Omar su misma hija la hermosa Zaida con cierto número de ciudades por via de dote si la aceptaba en matrimonio, proposicion que admitió Alfonso, aunque casado entonces en segundas nupcias con Constanza de Borgoña. Prometia ademas el de Sevilla invadir por su lado el territorio de Toledo, y entregar al de Castilla en cumplimiento de aquel trato las conquistas que hiciese al Nordeste de Sierra Morena. En su virtud la bella Zaida pasó á poder de Alfonso quasi pro uxore, que es la espresion del obispo cronista de Tuy. Escándalo grande fué este para los muslimes, que acusaban á Ebn Abed y á su favorito de sacrificar los intereses del aislamismo y el decoro de su propia familia á una alianza bochornosa, y hacíanle fatídicos presagios. Pero el sevillano cumplió su promesa, tomando á Huete, Ocaña, Mora, Alarcos, y otras importantes poblaciones de aquella comarca que vinieron á formar la dote de su hija.

En la campaña siguiente (1083) se apoderó Alfonso de todo el pais comprendido entre Talavera y Madrid. Al fin, despues de tantas y tan devastadoras correrías, llegó ya el caso de poner el cerco á la ciudad fuerte, al baluarte principal del islamismo en España. Está Toledo situada sobre una elevada roca, ó mas bien sobre una eminencia cercada de barrancos y peñas escarpadas, por cuyas sinuosidades corre

el Tajo bañando casi todo el recinto de la ciudad, excepto por la parte de Septentrion en que deja una entrada de subida ágria y difícil, formando una especie de península. Defendíanla gruesas murallas ademas de sus naturales fortificaciones. Sus calles estrechas y tortuosas contribuian tambien á dificultar su entrada aun en el caso de una sorpresa. Por eso desde una época que se pierde en la oscuridad de los tiempos habia sido Toledo una ciudad importante. Lo fué ya mucho bajo la dominacion de los godos, y estaba desde la entrada de Tarik bajo el dominio de los sarracenos,. que habian hecho de ella un centro del lujo y de las artes, que casi podia competir con Córdoba en sus mejores tiempos.

Tal era la ciudad que se.propuso conquistar Al-, fonso. Para cerrarla por todas partes, cortar todos los pasos é impedir la entrada de vituallas y socorros, fuéle preciso emplear mucha gente y ocupar tambien toda la vega que se estiende á la falda del monte sobre que está asentada la ciudad. Levantáronse torres, y se jugaron máquinas é ingenios. Pero la principal arma de guerra era la privacion de todo género de mantenimientos para los sitiados. El rey Yahia, que no se atrevia á habérselas en persona con enemigo tan poderoso, pidió auxilio al de Badajoz, que lo era entonces Al Motawakil, el último de los Afthasidas, el cual envió en efecto en su socorro al walí de Mérida su hijo. Pero el refuerzo llegó tarde;

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