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dre habia sido muy particularmente honrado por Abderrahman III., y su madre pertenecia á una de las mas ilustres familias de España. Habia venido al murdo en el mismo año de la famosa derrota de los musulmanes en Simancas, «como si Dios (añade un historiador crítico) hubiera querido señalar y como compensar aquel desastre de los muslimes con el nacímiento del que habia de ser su vengador.»>

Este hombre, que ademas del favor de la sultana viuda, gozaba por su valor y prudencia de la consideracion y el respeto de los vazzires de palacio, de los gefes de la guardia y de los walíes de la provincias, fué nombrado por Sobheya primer ministro de su hijo sin quitar el título á Giafar, pero encomendando á su favorito la tutela de Hixem, y la regencia y direccion del imperio: ofendióse de ello Giafar, pero disimuló su resentimiento. Vióse desde entonces el imperio árabe en una situacion nueva. La política de Almanzor, y lo que es mas estraño, la de la sultana madre, fué mantener al tierno califa en una ignorancia y como niñez perpétua para que ni conociera nunca su posicion ni nunca pensára en emanciparse de la tutela en que se propusieron tenerle. Alejaron de su lado los maestros á quienes su padre tenia fiada su educacion, y rodeáronle de jóvenes esclavos que le tuvieran entretenido con sus juegos en los jardines de Zahara. Ni Hixem pensaba en otra cosa que en divertirse, ni su madre y tutor le permitian hacer mas

que crecer entre juegos y deleites, siempre encerrado en su alcázar, sin comunicar con nadie sino con los muchachuelos de su edad; pues si en ciertos dias se daba entrada en palacio á los vazzires, hacíaseles retirar en cuanto le saludaban, como suponiéndole en cierto estado de imbecilidad intelectual. De modo que el niño Hixem era, mas bien que califa, un preso incomunicado, y solo por las monedas y oraciones se sabía que habia un califa llamado Hixem; pero el verdadero califa de hecho era Almanzor, que obraba en todo como si fuese el legítimo soberano, los decretos se publicaban en su nombre, que se esculpia tambien en las monedas, y se oraba por él en las mezquitas al propio tiempo que por el califa.

Aunque su elevacion habia sido del gusto de la mayoría de los vazzires y walíes del imperio, no faltaron algunos que se mostráran hostiles, y uno de los primeros cuidados del regente soberano fué irse deshaciendo de sus enemigos y rivales, castigando directamente á unos, é indisponiendo mañosamente á los otros entre sí haciendo que se destruyéran mútuamente. Al mismo tiempo ganaba á los poderosos con honores, á los soldados con larguezas, á los sábios colocándolos en altos puestos, siguiendo en esto el sistema y la política de Alhakem. Si alguna medida odiosa se veia precisado á tomar, como la disminucion de la guardia slava devota de los Ommiadas, tenia el ardid de hacer recaer su odiosidad sobre su

compañero Giafar, desprestigiándole con los Meruanes mismos. Y mientras meditaba como acabar de perder sin estrépito á Giafar, tuvo la astucia de comprometer á su hijo en la guerra de Africa, negándole los auxilios que le pedia, y dando lugar á que cayéra prisionero). Asi llegó á adquirir un grado de poder irresistible; poder que habia de ser bien fatal á los cristianos, porque á la manera que Anibal habia jurado sobre los altares de los dioses ódio eterno é implacable á Roma, asi Almanzor habia jurado por el nombre del Profeta acabar con los cristianos españoles

(4) El erudito orientalista Dozy, en sus investigaciones sobre la Historia politica y literaria de España en la edad media, hace el siguiente retrato de Almanzor, de quien ciertamente no se muestra apasionado: «Un solo hombre llegó no solo á hacer impotente al califa su señor, sino tambien á derribar los nobles de entonces, ya que no la nobleza. Este hombre que no retrocedia ante ninguna infamia, ante ningun crímen, ante ningun asesinato, con tal de arribar al objeto de su ambicion; este hombre, profundo político y el mas grande general de su tiempo, idolo del ejército y del pueblo, á quien la fortuna favorecia en todas las ocasiones; este hombre era el terrible primer ministro, el hagib de Hixem II., era Almanzor. Trabajando únicamente por afian zar su propio poder, se contentó con asesinar sucesivamente los gefes poderosos y ambiciosos de la raza noble que le hacian sombra, pero no trató de destruir la aristocracia misma. Lejos de confiscar

los bienes y tierras que esta poseia, era por el contrario el amigo de aquellos patricios que no le inspiraban temor, (pág. 2 y 3).»

Cuenta mas adelante (pág. 208), como dos poderosos gefes de los eunucos slavos concibieron y trataron de realizar el proyecto de proclamar por sucesor de Alhakem II. a su hermano Al-Mogicah, en lugar de su hijo Hixem, aunque à condicion de que aquel hubiera de declarar á su vez sucesor del trono á su sobrino. Comunicaron el proyecto al ministro Giafar, el cual fingió aprobarle, pero habiéndolo revelado con el fin de tomar medidas para conjurar la conspiracion á varios de sus amigos, y entre ellos á Mohammed ben Abi-Amer (despues Almanzor) éste se encargó de asesinar á AlMogirah, «y estranguló al jóven príncipe que aun no sabia la muerte de su hermano.» De este y otros semejantes hechos, que cita tambien Almakari, no dice nada Conde.

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y no descansar hasta conseguir el esterminio de

su raza.

Con este designio hizo paces con los africanos, y celebró con el fatimita Balkim, que tenia sitiada á Ceuta, un tratado de amistad, por el que el emir africano se obligó á enviar anualmente al regente de España cierto número de soldados y caballos berberiscos; lo cual dió ocasion á que algunos murmuráran de que teniendo enemigos declarados en Africa se mostrase tan dispuesto á inquietar á los cristianos de Galicia y de Afranc, que años hacía estaban siendo fieles cumplidores de los tratos de paz hechos con Alhakem. Almanzor supo acallar todas estas murmuraciones, y cuando hubo recibido los primeros refuerzos de Africa, emprendió sus primeras escursiones por los territorios cristianos (977), dirigiéndose primeramente á la España oriental; dadas alli las convenientes órdenes para las sucesivas campañas á los walíes de aquellas fronteras, torció hácia las del Duero, y con las huestes de Mérida y de Lusitania hizo una incursion esploratoria en Galicia, taló campiñas, saqueó pueblos y ganados, hizo cantivos, y se volvió impunemente á Córdoba satisfecho del éxito de sus primeras algaras (1),

(4) En este mismo año se acabó en Ecija el acueducto que habia mandado hacer la sultana madre, y en él se puso la inscripcion siguiente:

«En el nombre de Dios clemente y misericordioso, mandó edificar esta acequia la señora, engrandézcala Dios, madre del Principe de los creyentes el favorecido

Y sin embargo, no eran estas correrías sino el preludio y como el ensayo de otras mas sérias y terribles espediciones que meditaba. Desembarazado de los rivales que podia temer, á excepcion de Giafar, casi el único que quedaba; dueño de la confianza de Sobheya; reducido á la nulidad el califa Hixem; contando con los socorros de Africa, y óbrando ya en fin con la autoridad de un soberano, pudo dar principio á la realizacion de sus proyectos y de su plan de campaña, que consistia, como despues se vió, en hacer por lo menos dos irrupciones anuales en tierras cristianas, invadiendo alternativamente ya el Norte,

ya el Oriente, con la velocidad del rayo, y dejándose caer' repentinamente alli donde menos le podian esperar. Tocó á Leon y Galicia sufrir el ímpetu de la primera irrupcion (978). En manos aquel reino de un monarca niño y de dos piadosas mugeres, no preparado por otra parte á la guerra, y acostumbrado á la paz en que Alhakem le habia dejado vivir, poca resistencia podia oponer al intr épido guerrero musulman, el cual volvió á Córdoba llevando consigo porcion de jóvenes cautivos de uno y otro sexo, siendo recibido con grandes demostraciones de entusiasmo. Entonces fué cuando, al decir de varios autores,

de Dios, Hixem, hijo de Alhakem, prolongue Dios su permanencia, esperando por ella copiosas y grandes recompensas de Dios: y se acabó con la ayuda y socorro de Dios por mano de su artifice y

prefecto cadí de los pueblos de la cora (comarca) de Ecija y Carmona y dependencias de su gobierno, Ahmed ben Abdallah ben Muza, en la luna de Rebie postrera del año 307.»

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