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tidos; se mostrará en todo su brillo, y se asemejará al sol cuando ha entrado en el primer signo del Zodiaco. Alabanza á Dios, rey del reino eterno, que la ha purgado de los que adoran muchos dioses. Ahora que ha sido recobrada al Islam, el consuelo ha venido á dulcificar los dolores que el destino y la voluntad de Dios nos habian causado.>

El cuerpo del Cid fué sepultado en el claustro del monasterio de Cardeña. Jimena su esposa murió en 1104, y fué tambien sepultada en aquel ilustre monasterio al lado de su esposo. El Cid tuvo un hijo llamado Diego Rodriguez, que fué muerto por los moros en Consuegra. De las dos hijas de Rodrigo y de Jimena, la mayor llamada Cristina casó con Ramiro, infaute de Navarra y señor de Monzon, de cuyo matrimonio nació García Ramirez, el restaurador del reino de Navarra. La otra, nombrada María, tuvo por esposo á Ramon Berenguer III., conde de Barcelona, los cuales hubieron una hija que casó con Bernard, último conde de Besalú (1).

Tales son los hechos históricos mas importantes del Cid Campeador ó por lo menos los que del cotejo de las historias y crónicas arábigas y latinas que conocemos y gozan de alguna autoridad, resultan mas probados y averiguados (2). Objeto y argumento el

(1) Berganza, Antigued. tom. I. página 553.-Huber, Hist. del Cid, página 245 Bofarull, Condes, tomo II, p. 157.

(2) Ademas de las obras citadas en las primeras notas de este capítulo, poco nos habrá quedado por consultar de lo muchí

Cid del mas antiguo monumento de la poesía castellana, tema perpétuo de los cantos populares de la edad media, y héroe predilecto de las leyendas y romances, cada poeta y cada romancero fué añadiendo á la vida del Campeador alguna hazaña, algun reto, alguna batalla, alguna aventura amorosa ó caballeresca, mas o menos verosímiles, hasta hacerle el tipo ideal de los héroes y de los caballeros de la edad media; de todo lo 'cual, sin admitirlo como historiado

simo que del Cid se ha escrito desde el Poema hasta las Vidas de españoles ilustres de Quintana, y hasta los artículos de Pidal y Hartzembuch en la Revista de Madrid y el Globo, y hasta las notas de Galiano á la historia de España del inglés Dunham.

Por lo mismo estrañamos y lamentamos, y casi no concebimos cómo un español de nuestros dias tan ilustrado como el señor Alcalá Galiano, se atreva á decir en la nota del apéndice U. del tom. II. de dicha Historia, lo siguiente: Sobre si ha existido ó no el Cid está pendiente todavía la disputa: siendo imposible determinar de un modo que no deje lugar á la duda por faltar para ello las competentes autoridades.

Segun eso, no son autoridades competentes para el señor Galiano ni los escritores árabes de Conde, ni Ibn Bassán, ni Ibn Alabbar, ni Ibn Kaldhun, ni otros que cita y copia Dozy, algunos de los cuales vivieron y escribieron en tiempo del Cid, ó por lo menos cuando todavía estaban, por decirlo asi, calientes sus cenizas. Segun eso, no son autoridades competentes para el señor Galiano ni los Anales To

ledanos, ni los Compostelanos, ni Lúcas de Tuy, ni Rodrigo de Toledo, ni la Crónica general, ni la de Burgos, ni la de Leon, ní ninguna otra crónica. Bien que parece no haber visto ninguno de estos documentos, puesto que mas abajo dice: «En verdad, el silencio de los escritores mas antiguos tocante al Cid no deja de tener peso.» Y en seguida: «Otro silencio hay no menos inexplicable y muy poderoso para probar que era poco conocido el Cid en los tiempos en que floreció, y es haber cartas pueblas del tiempo de don Alfonso el VI., firmadas por varios de los principales magnates del reino, entre las cuales no está el nombre de Rodrigo Diaz.» Remitimos al señor Galiano á las escrituras que hemos citado en nuestro capítulo, y aun podríamos añadir algunas mas si fuese necesario. No nos sorprenderian tales asertos en Dunham y en Southey, á quienes sigue; pero los estrañamos en Galiano aun mas que en Masdeu.

En nuestra relacion de los hechos del Cid hemos seguido en mucho la Crónica general de don Alfonso el Sábio. Daremos la ra

PARTE 11. LIBRO II.

res, nos haremos cargo cuando juzguemos al Cid y
su época bajo el punto de vista crítico y filosófico (*).

zon. Esta crónica habia sido mi-
rada como un tejido de leyendas
populares y de tradiciones fabu-
losas. Tiénelas, en efecto, y hay
épocas en que es menester mucho
discernimiento para distinguir la
verdadera historia por entre la
multitud de fábulas y romances
que se le han agregado. Pero en lo
relativo al Cid, que ocupa mas de
la mitad de su parte cuarta, el
señor Dozy en sus investigaciones
ha hecho ver que la Chronica del
rey Sábio es la que está mas de
acuerdo con las de los árabes que
gozan de mas crédito y autoridad
y mas inmediatas á los sucesos,
lo evidentemente
escepto en que
ha sido tomado de la desacredi-
tada crónica de Cardeña. El doc-
tor Dozy cita muchas palabras,
frases, ideas y locuciones que le
hacen creer que la Chronica ge-
neral en este punto no solo está
basada sobre autores árabes, sino
que en muchas ocasiones se revela
haber sido traducidos pasages en-
teros de ellos. Sospecha que el
autor de quien principalmente to-
mó su relato el cronista fué Ahmed
ben Giafar Al Battí, que residia
en Valencia durante el sitio del
Cid, el cual escribió una historia
de Valencia desde la conquista de
Toledo por Alfonso VI. hasta la
prision de Ben Gehaf. El susodi-
cho autor parece que fué una de
las personas que el Cid hizo que-,
mar. En el Diccionario Biográfico
de los gramáticos y lexicógrafos
por Al Soyutí, se halla el artículo
Siguiente sobre el dicho Ahmed
Al Batti: «habia estudiado las be-
llas letras, escribió libros de gra-
mática, etc. El Campeador (mal
digale Dios), despues que se apo-
deró de Valencia le hizo que

mar.... etc.» Por eso, observa Do-
zy, el autor de la Chronica gene-
ral deja de ser exacto desde que
llega a la muerte de Ben Gehaf, y
haciéndole morir apedreado se
pone en contradiccion con Ibn
Bassán, valenciano y contempo-
ráneo, y con Ibn Alabbar, valen-
ciano tambien

uno de los mas exactos y verídicos de los árabes. Sea de esto lo que quiera, el crítico holandés ha hecho un servicio grande á la historia con demostrar el acuerdo en que está la Chronica general con las arábigas, facilitando asi el conocimiento de los hechos verdaderos é históricos del Cid.

(1) Ni nos compete, ni es fácil dar cuenta de todas las aventuras que los dramas, las leyendas y romances han atribuido al Cid. Mencionaremos algunas, siquiera sea solo como muestra del carácter de la época en que se inventaron.

Desde muy mancebo, dicen, comenzó Rodrigo á mostrar su travesura y su gran corazon; y cuentan que habiendo recibido su padre una afrenta del conde Gormaz, el buen anciano ni comia, ni bebia ni descansaba. Movido de su pena Rodrigo, salió á desafiar al conde, le mató, le cortó la cabeza, y colgándola de la silla de su caballo fué á presentarsela á su padre, en ocasion que este se hallaba sentado á la mesa sin tocar los manjares que delante tenia. Entonces el hijo llamó la atencion del padre hacia aquel sangriento trofeo, y le dijo: «Mirad la yerba que os ha de volver el apetito: la lengua que os insultó ya no hace oficio de lengua, ni la mano que os afrentó hace el oficio de mano.» El buen viejo se levantó y abrazó

Buscó al leproso, le llamó, y viendo que no respondía, se levantó, encendió una bugía.... elleproso habia desaparecido. Volvióse Rodrigoá acostar con la luz encendida; en esto que se le apareció un hombre vestido de blanco: «¿Duermes, Rodrigo? le preguntó.-No duermo; pero quién erestú que tanta claridad y tan suave olor difundes?

á su hijo, diciéndole, que quien habia llevado á su casa aquella cabeza debia serlo de la casa de Lain Calvo. Lo singular fué que la hija del conde, enamorada del Cid, se presentó en la corte de Leon, y puesta de hinojos ante el rey le pidió por esposo á Rodrigo, poniéndole en la alternativa ó de concederle su mano ó de quitarle la vida. Otorgada tan estraña mer--Soy San Lázaro. Y has de saber ced, y obtenida la mano de Ro- que el leproso á quien has hecho drigo, este la llevó á su casa; pero tanto bien y tanta honra por amor hizo voto de no conocerla hasta de Dios, era yo: y en recompensa haber ganado cinco batallas cam- de ello es la voluntad de Dios que pales. Dióse entonces á correr por cada vez que sientas un soplo colas tierras comarcanas de los mo- mo el que has sentido esta noche, ros, é hizo en efecto cautivos cinco sea señal de que llevarás á feliz reyes mahometanos. remate las cosas que emprendas. Tu fama crecerá de dia en dia, te temerán moros y cristianos, serás invencible, y cuando mueras morirás con honra.>>

Yendo en peregrinacion á Santiago de Compostela, al llegar á un vado encontró un leproso, que metido en un barranco rogaba á los transeuntes le pasáran por caridad. Los demas caballeros huyeron de tocar aquel desgraciado; solo Rodrigo tuvo compasion de él, le tomó por su mano, le envolvió en su capa, le colocó en su mula y le llevó al lugar á que iba á dormir. Por la noche le hizo sentar á su lado y comer con él en la misma escudilla. La repugnancia de los compañeros de Rodrigo fué tal, que se imaginaban que la lepra habia contaminado sus platos, y salieron de la pieza á toda prisa. Rodrigo se acostó con el leproso, envueltos ambos en la misma capa. A media noche, cuando Rodrigo se habia dormido, sintió en sus espaldas un soplo fuerte que le despertó.

Son muchas las proezas y hechos maravillosos que suponen ejecutó ya en los reinados de Fernando y de Sancho; pero comienza á aparecer mas novelesco desde que desterrado por Alfonso VI. deja la casa paterna. Pintan con colores vivos y tiernos la afliccion de Rodrigo cuando al disponerse á salir de Vivar vió las salas desiertas, las perchas sin capas, sin asientos el pórtico, y sin halcones los sitios donde estar solian. A su paso por Burgos con su lucida comitiva, hombres y mugeres se asomaban á las ventanas á verle pasar, y nadie se atrevia á recibirle en su casa por temor al rey Alfonso, que habia prohibido severamente que le diesen albergue.

Mio Cid Ruy Diaz por Burgos entraba.
En su compañía LX pendones llevaba.

Convidar le yen de grado, mas ninguno non osaba:
El Rey don Alfonso tanto avie la grand'saña.
Antes de la noche en Burgos dél entró su carta,
Con grand recabdó é fuertemente sellada:

Que a mio Cid Ruy Diaz que nadi nol'diesen posada;

PARTE II. LIBRO 11.

E aquel que ge la diese sopiese vera palabra
Que perderíe los averes é mas los oyos de la cara,
E aun demas los cuerpos é lás almas.

Grande duelo avien las gentes christianas:
Ascóndense de mio Cid ca nol'osan decir nada.

Entonces sin duda debió decir el Cid de su barba aquellas célebres palabras: «Por causa del rey don Alfonso que me ha desterrado de su reino no tocarán tijeras á estos pelos, ni de ellos caerá uno solo, y de esto tendrán que hablar moros y cristianos.>>

Multiplicáronse los prodigios en la conquista de Valencia, y sobre todo cuando los Almoravides mandados por el rey Bucar (Seir Abu Bekr) fueron á acometer la ciudad. Entonces no solo el Cid, sino el obispo don Gerónimo, armado de lanza y espada, mató tan-tos moros que no hubo quien le igualára en matar sino el mismo Campeador; rompiósele el asta de su lanza al prelado guerrero, y echando mano á la espada, no se sabe cuantos infieles murieron á sus golpes. Rodrigo buscaba al rey Bucar, que á todo correr de su ca ballo huia del Campeador. «¿Por qué asi huyes, le gritaba, tú que has venido de allende el mará ver al Cid de la luenga barba? Vuelve y nos saludaremos uno á otro.» Pero por mas que el Cid espoleó á su Babieca, el rey moro ganó la orilla del mar; entonces Rodrigo le arrojó su Tizona y le hirió entre ambos hombros, y el rey Bucar malamente herido se entró en el mar y ganó un barquichuelo: el Cid se apeó del caballo y recogió su espada. Asombra el número de moros que segun las leyendas murieron aquel dia.

Volvió mas adelante el rey Bucar sobre Valencia con numerosísimo ejército. El Cid reposaba en su lecho cuando se le apareció un personage, despidiendo un olor fragantísimo y vestido de un ro

page blanco como la nieve. Esta
vez era San Pedro: «Vengo á anun-
ciarte, le dijo, que no te restan
sino treinta días de vida. Pero es
la voluntad de Dios que tus gen-
tes venzan al rey Bucar, y que tú
mismo despues de muerto seas el
que dés eltriunfo en esta batalla.
El apóstol Santiago te ayudará,
pero antes has de arrepentirte
delante de Dios de todos tus pe-
cados. Por el amor que me profe-
sas y por el respeto que siempre
has tenido á mi iglesia de San
Pedro de Arlanza, el hijo de Dios
quiere que te suceda lo que te he
dicho.» Al dia siguiente refirió el
Cid á sus caballeros la vision que
habia tenido, juntamente con
otras que hacia siete noches le
perseguian, y les anunció que
vencerian, al rey Bucar y á los
treinta y seis reyes moros que le
acompañaban. Despues de aquel
discurso se sintió malo y se con-
fesó con el obispo don Gerónimo.
Los pocos dias que aun vivió no
tomó mas alimento en cada uno
que una cucharada del bálsamo y
la mirra que el soldan de Persia,
noticioso de sus hazañas, le habia
enviado de regalo, mezclado con
agua rosada. Las fuerzas se le
acababan, pero su tez se conser-
vaba sonrosada y fresca. La vís-
pera de morir llamó á doña Jime-
na, al obispo don Gerónimo, á Al-
var Fañez, á Pero Bermudez y á
Gil Diaz, y les dijo cómo habian
de embalsamar su cadáver, y lo
que despues habian de hacer de
él. Dicto al fin su testamento y
murió cristianamente.

A los tres dias de su muerte, el rey Bucar y los treinta y seis reyes moros pusieron sus quince

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