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se dió á Mohammed el título de Almanzor (El Mansur), el Valeroso, el Defensor ayudado de Dios.

0 muy desinteresado ó muy político Almanzor, no recogia para sí otro fruto de estas espediciones que la gloria de haber vencido: el botin distribufalo todo entre los soldados, sin reservar mas que el quinto que tocaba por la ley al califa, y la estafa ó derecho de escoger que se dejaba á los caudillos. Hombre de memoria y retentiva, conocia á todos sus soldados, y conservaba los nombres de los que se señalaban y distinguian: hábil en el arte de ganarse sus voluntades, inspeccionaba personalmente los ranchos de todas las banderas, restableció la costumbre de dar banquetes á las tropas despues de cada triunfo, y convidaba á su propia mesa á los que se habian distinguido en el campo de batalla. ¡Y ay del que se atreviera á murmurar de su liberalidad para con los soldados! En la expedicion que con arreglo á su sistema hizo en la primavera de 979 á las provincias fronterizas de la España oriental, fué tan pródigo en la remuneracion de las huestes que le siguieron, que hubo de quejarse el hagib Giafar de lo poco que del quinto del botin, llamado el lote de Dios, habia ingresado en el tesoro. Súpolo Almanzor, y sirvióle de buen pretesto para desembarazarse del único competidor que le quedaba, redújole á prision, confiscóle todos sus bienes á nombre del califa, y le despojó de todos sus honores y empleos. Cuatro años mas tarde

corrió la voz de que Giafar habia muerto de consuncion y de melancolía. Historiadores hay que suponen haber tenido mas parte en su muerte la voluntad de Almanzor que ninguna enfermedad.

Pero tan espléndido como era con los soldados, tanto era de severo y rígido en la disciplina. Dice Almakari, que cuando les pasaba revista, no solo los hombres estaban en las filas inmóviles y como clavados, sino que apenas se oia un caballo relinchar. Cuenta que habiendo visto un dia relumbrar una espada al extremo de una línea faltando á la uniformidad del movimiento, hizo llevar á su presencia al culpable, el cual interrogado por su falta, dió una escusa que no pareció suficiente á Almanzor, y en el acto le mandó decapitar, y que su cabeza fuera paseada por delante de todas las filas para escarmiento de los demás. Al mismo tiempo era clemente con los vencidos y no permitia ni hacer daño ni cometer violencias con la gente pacífica y desarmada. Su política con los cristianos, á quienes por otro lado deseaba exterminar, la confiesan nuestros mismos cronistas. «Lo que sirvió mucho á Almanzor, dice el monje de Silos, fué su liberalidad y sus larguezas, por cuyo medio supo atraerse gran número de soldados cristianos: de tal manera hacia justicia, que segun hemos oido de boca de nuestro mismo padre, cuando en sus cuarteles de invierno se levantaba alguna sedicion, para apagar el tumulto ordenaba primero el

suplicio de un bárbaro que el de un cristiano (4).»

Este hombre singular, cada vez que volvia del campo de batalla, hacía que al entrar en su tienda le sacudiesen con mucho cuidado el polvo que habian recogido sus vestidos, y lo iba guardando en una caja hecha al efecto, la cual constituia uno de los muebles mas indispensables y de mas estima de su equipage, con ánimo de que á su muerte cubriesen en la sepultura su cuerpo con aquel polvo, sin duda por aquello de la Sura ó capítulo IX. del Coran: «Aquel cuyos pies se cubran de polvo en el camino de Dios, el Señor le preservará del fuego.»>

Tal era el nuevo enemigo que de repente se habia levantado contra los cristianos. Con esto llegó á entusiasmar de tal suerte á los musulmanes, que todos á porfía pedian alistarse en sus banderas, y no eran los menos entusiastas los africanos berberiscos, á quienes daba una especie de preferencia, y de quienes llegó á hacer el núcleo y la fuerza principal de su ejército. Supónese que en una revista general que pasó en Córdoba contó hasta doscientos mil ginetes y seiscientos mil infantes: cifra prodigiosa que no puede entenderse fuese toda de tropas regimentadas, sino de todos los hombres dispuestos á tomar las armas en los casos necesarios. Tenia, si, un grande ejército activo y permanente que le acompañaba en todas las

(4) Mon. Silens. Chron. n. 70.

espediciones, el cual se engrosaba ademas con la gente de la frontera por donde hací a cada invasion. Aunque sus irrupciones eran inciertas, acometiendo indistinta é inopinadamente ya un punto ya otro, invadia con mas frecuencia la Castilla y la Galicia que la España oriental. Llevaba siempre consigo á su hijo ́el jóven Abdelmelik para acostrumbrarle á los ejerci- · cios y á las fatigas de la guerra. El lector comprenderá lo difícil que debia ser para los escritores de aquellos tiempos dar cuenta de todas las campañas de este hombre esencialmente guerrero, que sin contar mas que las dos espediciones anuales que infaliblemente realizó, resulta haber hecho en veinte y seis años de gobierno cincuenta y dos invasiones por lo menos en tierras cristianas. Las principales de ellas, sin embargo, han quedado consignadas, ya en nuestras historias, ya en las crónicas árabes.

Las de los primeros años no podian menos de ser felices para el ministro regente, descuidados los cristianos, desavenidos entre sí, y ocupando el trono de Leon un rey jóven, de poco atinada conducta, y no muy querido del pueblo. Debió, no obstante, el peligro mismo y la necesidad obligarlos á apercibirse y fortalecerse cuando las mismas crónicas muslímicas - nos hablan de una campaña en el año 370 de la hegira ("), en que habiéndose encontrado frente á frente

(1) Este año árabe compren- 5 de julio de 984 del año cristiano. dió desde el 16 de julio de 980 al

los dos ejércitos cristiano y sarraceno, ocurrieron circunstancias dignas de especial mencion.

Hallábase Almanzor, dicen, á la vista de una poderosa hueste de cristianos de Galicia y Castilla en el año 370: trababan los campeadores de ambos ejércitos frecuentes escaramuzas mas o menos sangrientas y porfiadas. En esta ocasion preguntó Almanzor al esforzado caudillo Mushafa «¿Cuántos valientes caballeros crees tú que vienen en nuestra hueste?-Tú bien lo sabes, le respondió Mushafa.-¿Te parece que serán mil caballeros? volvió á pregúntar Almanzor.No tantos. ¿Serán quinientos?-No tantos.-¿Serán ciento, ó siquiera cincuenta?-No confio sino en tres; respondió el caudillo.» A este tiempo salió del campo cristiano un caballero bien armado y montado, y avanzando hacia los muslimes, Hay, grító, algun musulman que quiera pelear conmigo?» Presentóse en efecto un árabe, peleó el cristiano con él y le mató. «¿Hay otro que venga contra mí?» volvió á gritar el cristiano, Salió otro musulman, comenzó el combate, y el cristiano le mató en menos tiempo que al primero. «¿Hay todavía, volvió á esclamar el cristiano, algun otro, ó dos ó tres juntos, que quieran batirse conmigo?» Presentóse otro arrogante musulman, á las pocas vueltas, dice su misma crónica, le derribó el cristiano de un bote de lanza. Aplaudian los cristianos con algazara y estrépido, desesperaba el despe cho y la indignacion á los muslimes, y el cristiano

y

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