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Son como noche negrísima,

Y cual la luz del aurora

Sus sonrosadas mejillas (1).

En un canto encomiástico de Ibn Darradsch al poderoso Almansur, en vez de la descripcion de la tienda del beduino, pinta el poeta su verdadera casa, como si estuviese en una ciudad. Al empezar habla con su mujer, y dice:

Peor que la muerte, ¡oh mujer!
Es este largo sosiego;

Es una tumba mi casa,
En que de todo carezco.

El peligro y las fatigas
Del viaje que hacer quiero,
Si beso á Almansur la mano,
Lograrán colmado premio.
A beber aguas salobres
Me resigno en el desierto,
Y hartaré mi sed al cabo

De su gracia en el venero.

Más adelante describe así el poeta su despedida de

su mujer y de su hijo:

Vacilaba mi firmeza,
Movida por sus lamentos,
Cuando vino á despedirme
Del dia al albor primero,
Rogándome no olvidase
Su firme y ardiente afecto.
Al lado estaba la cuna
De nuestro hijo pequeño,
Que apénas hablar sabía,
Pero que heria mi pecho
Con su sonrisa inocente

(1) Dozy, Recherches, 91.

Y con sus dulces ojuelos.
En nuestras almas moraba
El niño, y era su lecho
El regazo de su madre,
Su blanco y hermoso seno.
Por la que el seno le daba
De amor hubiera yo muerto.
Mi alma se enternecia
Al ir á apartarme de ellos;
Mas la sonrisa del niño
Y de mi adorado dueño
Las lágrimas y las quejas
Detenerme no pudieron.
Por último, me ausenté ;
Y el profundo sentimiento
A mi mujer desolada

Hizo caer por el suelo.

Todas estas cosas, como se ve, podian ocurrir perfectamente en una ciudad de España; pero no habia de faltar el imprescindible viaje por el desierto, aunque IbnDarradsch, que vivia en Córdoba como poeta de córte de Almansur, no habia menester peregrinar tanto para llegar á donde su protector se hallaba. Con todo, la descripcion de este fingido viaje se distingue por una gran viveza:

¡Oh! si ella me hubiese visto
Al ardor del mediodía,
Lanzando el sol sobre mí
Sus saetas encendidas,
O cuando imágenes vanas
En los vapores se pintan
Del desierto, y sin temor
Yo mi camino seguia,

O cuando en candente arena
Se hunde la planta indecisa,
Y el más ligero airecillo
Con ansiedad se respira;

T. I.

Si ella así visto me hubiese,
Hubiera dicho en seguida,
Que no teme los peligros
Quien la suerte desafia.
El cobarde ve la muerte
Bajo mil formas distintas,
Mas el fuerte y valeroso
Ni la teme ni la mira.
Como un rey á sus esclavos,
Él los temores domina,

Y

para vencerlo todo,
En su espada se confia.
En el silencio nocturno
Y en la llanura extendida,
El ruido de mis pasos,
Difundiéndose, crecia,
Y excitaba de los duendes
El conversar y las risas,
Y al oirle, entre las matas
El fiero leon rugia.
Como vírgenes que danzan
En una selva florida,
En la bóveda del cielo
Las Pléyadas relucian,
Y al rededor de la clara
Luz del polo, siempre fija,
El coro de las estrellas
Sus círculos describia,
Cual vasos que en un convite
Entre los huéspedes giran,
Por hermosas manos llenos

De deliciosa bebida.

La via láctea en la oscura
Noche su fulgor vertia,
Como en el rostro de un viejo

La blanca barba crecida.

De Saturno el ominoso

Brillo no me detenia,

Y al fin, los astros dormidos

18

Se quedaban, de fatiga.
¡Oh, si ella visto me hubiese
Hubiera dicho en seguida :
Así de Almansur la gracia

Contra la suerte conquista! (1).

En cuanto á la parte meramente encomiástica de esta clase de composiciones, se debe decir que una grande hinchazon la afea con frecuencia. La repeticion constante en el elogio de la valentía, de la liberaliad y de la magnificencia régia, forzaba á los poetas á buscar en lo extraño de la expresion, en lo pomposo del estilo, y en lo rebuscado y raro de las comparaciones, un medio de tener novedad, y con todo, incurrian en este defecto, sin lograr por eso libertarse de la monotonía de que ansiaban huir. A veces, sin embargo, en medio de lo hueco é hiperbólico, se hallan pasajes que sorprenden por la energía de la expresion ó por el atrevimiento de las imágenes. Dos ó tres ejemplos bastarán á mostrarnos las buenas y malas cualidades de que hemos hablado. Abu-Aamir dice en un canto, alabando á un general famoso :

Harto saben ya los buitres

Que como leones bravos
Se arrojan sobre la presa

Tus valerosos soldados.

Sobre tí hambrientos se ciernen,

Y graznan pidiendo pasto,

Hasta que vuelven al nido,

De carne humana saciados (2).

(1) IBN-CHALIKAN. (2) IBN-CHALIKAN.

Ibn-Hani canta :

Señor, cuando tus corceles
A la pelea se lanzan,
No detienen su carrera
Las más sublimes montañas.
Los primeros siempre son
En entrar en las batallas;
Ojos no hay que los sigan;
Al relámpago aventajan,
Y su rapidez apénas
Los pensamientos igualan.
Vierten las fecundas nubes
Raudos torrentes de agua,
Pero tu pecho magnánimo
Más beneficios derrama.
De las estrellas del cielo,
Que con sus giros preparan
Riego á los campos, tu diestra
Tal vez la senda señala (1).

Ibn-Abd-Rebbihi dirigió á Abdurrahman III, ántes que tomase el título de Califa, los versos siguientes:

Ancha senda al Islam Dios bondadoso

Tiene abierta en el dia,

Y van los hombres en tropel copioso

Do esta senda los guia.

Ya la tierra con rica vestidura

Reluce ataviada,

Y se viste de gala y de hermosura

Para ser tu morada.

¡Oh hijo de califas! es consuelo

Tu gracia y bien del mundo;

No dan jamas las nubes desde el cielo

Un riego más fecundo.

Nunca la guerra, si

por ti guiados

(1) IBN-CHALIKAN,

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