Imágenes de páginas
PDF
EPUB

siguiente fué perseguido y aprisionado por Nadschda, quien le condenó á perder, por ladron, la mano derecha. La cruel sentencia fué al punto ejecutada. Ardiendo en sed de venganza, se dirigió entónces Tahman á la córte de Abd-ul-Melic, y le recitó unos versos, pidiéndole que le vengase. En estos versos, que se conservan aún, conjura al Califa para que salve de la deshonra su mano cortada. Como un verdadero beduino, no considera vergonzoso robar un camello á los enemigos; pero teme que sea perpétua su infamia si no lava con sangre la injuria que se le hizo, si su mano se pudre inulta en el desierto. Mientras recitaba la poesía, mostraba Tahman su brazo mutilado al Califa. «Mira cuán fuerte brazo sería éste, si no hubiera sido tan impiamente mutilado. Véngame, oh Rey; porque, si no, tendrás que responder un dia de mi mano ante el tremendo tribunal de Dios. Véngame y véngate, oh Rey, porque los que me han mutilado arden tambien de ira contra tí. Apénas están crecidos sus hijuelos, abominan y maldicen de tu casta; pero el más maldito de todos es el maldito cabecilla de la faccion.» El Califa se sintió tan conmovido al oir estos versos, que consoló á Tahman, concediéndole, como indemnizacion, la facultad de cortar la mano derecha á cien hanifitas (1).

Al lado de tales composiciones, inspiradas por el ódio, la venganza y la cólera, se abria en el desierto la

(1) WRIGHT, Opuscula arabica, pág. X, ff,

flor de los cantares amorosos. Desde antiguo tenía fama la tribu de los Usras de producir las muchachas más hermosas y los más enamorados mancebos. En cierta ocasion hubo en una de sus aldeas treinta jóvenes á la muerte, sin otro mal que mal de amores sin esperanza. Se cuenta que un beduino contestó á uno que le preguntaba de qué tribu era: «Yo soy de la tribu de los que mueren cuando aman»; y que una muchacha que se hallaba presente, dijo en seguida: «¡Por Alah! éste es de la tribu de los Benu Usra!» De esta tribu era tambien Dschemil. Enamorado desde la infancia de Botheina, la pidió por mujer apénas tuvo la edad; pero los parientes de ella, que le eran contrarios, se opusieron á la boda. Desde entónces sólo pudo ver á su amada en sccreto, y exhaló su pena y su pasion amorosa en ardientes cantares. Á menudo, á pesar de los guardas, pasala noches enteras en un valle solitario, á la sombra de unas palmas, en dulces pláticas de amor con ella; pero, segun juró despues en su lecho de muerte, nunca se propasó á más que á tomar la mano de Botheina y á estrecharla contra su corazon, á fin de calmarle un poco. En una de sus peregrinaciones tuvo Dschemil la fortuna de obtener la gracia del Gobernador de Egipto por medio de una poesía encomiástica. El Gobernador le prometió que intercederia para que consiguiese la mano de su amada; pero poco despues cayó Dschemil peligrosamente enfermo. En aquel instante supremo, encargó á un amigo que, despues de su muerte, tomase su vestido

y se le llevase á Botheina. El amigo cumplió puntualmente aquella última voluntad. Vino á la tribu de Botheina, y recitó en alta voz algunos versos, participando la muerte de Dschemil. La infeliz enamorada acudió entónces, con semblante descolorido, semejante á la pálida luna, y gritó y se hirió el rostro al ver el traje. Las mujeres de la tribu la cercaron y lloraron con ella, y entonaron un himno fúnebre. Botheina cayó desmayada. Al volver en sí exclamó :

Jamas podré consolarme,
Dschemil, de haberte perdido;
El bien y el mal de la tierra,
Sin tí, me importan lo mismo.

Y desde entónces no volvió Botheina á componer nuevos cantares (1).

En este rápido bosquejo hemos seguido á la poesía arábiga hasta el punto en que los límites del suelo en que empezó á florecer se habian extendido al Indo y al Oxo, abarcando toda el Asia Menor, el Norte de Áfri

са,

las grandes islas del Mediterráneo y la península ibérica hasta los Pirineos. El objeto de nuestro escrito nos obliga á dejar aparte el ramo oriental de esta poesía, para consagrar toda nuestra atencion al otro ramo que fué trasplantado á Occidente. Bajo el imperio de los Abasidas empieza en Oriente un nuevo período en la historia de la poesía, y, con la fundacion en España

(1) KOSEGARTEN, Arab. Chrestomathie, 46 y S. 141, y IBN CHALLIKAN, ed, Slane, 169.

de un poder independiente del califato, eleva el tono la poesía andaluza, cuya voz sólo habia resonado hasta entónces lánguidamente entre el tumulto de las armas, así de la guerra de conquista como de la guerra civil. La caida del trono de los Omiadas en Damasco marca, sobre poco más ó ménos, el punto en que dicha poesía andaluza puede ser considerada por separado.

Largo tiempo hacia que se preparaba la venganza, por antiguas iniquidades, contra la dinastía de los Omiadas, y esta venganza se cumplió por completo en aquella espantosa caida.

Ántes de que nos separemos del Oriente, darémos aquí noticia de una pequeña composicion poética, de la época de aquella terrible lucha, cuyo término fué la elevacion de los Omiadas al califato. Cuando Alí y Moawia se disputaban el imperio á muerte y á vida, dió el último á su general Bescher la horrible órden de matar á todos los parciales de su rival, sin perdonar á niños y mujeres. Bescher cumplió el encargo con exactitud escrupulosa. En el Yemen arrebató á los dos inocentes hijos del que allí mandaba de entre los brazos de su madre Umm-Hakin, y los degolló con sus propias manos. Alí, cuando supo este cruel asesinato, dirigió á Dios una ardiente plegaria para que castigase al malvado con la pérdida de la razon. Su plegaria fué oida. Umm-Hakin entre tanto se entregaba á la más devoradora afliccion por la muerte de sus hijos, vagaba desesperada de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, se

mezclaba entre las turbas, y pedia á todos que le devolviesen á sus hijos, recitando los siguientes versos, que sólo traducimos en prosa, porque cualquier esfuerzo para ponerlos en forma métrica borraria la impresion de aquel profundo sentimiento, cercano al delirio, que consumia todas las fuezas del alma. «¡Oh tú, que has visto á mis hijos! Eran dos perlas en una concha. ¡Oh tú, que has visto á mis hijos! Eran mi corazon. ¡Me han robado el corazon! ¡Oh tú, que has visto á mis hijos; el tuétano de mis huesos; y el tuétano de mis huesos se ha consumido! Oí hablar de Bescher, y no pude creerlo. Es mentira el crímen que se le imputa. Pues ¡qué! ¿ su espada ha separado del tronco la cabeza de mis dos hijos? Mienten. No descansaré hasta que halle hombres de su tribu, varones eminentes y valerosos. ¡La maldicion de Dios sobre Bescher, como la tiene merecida! Lo juro por la vida del padre de Bescher; este hecho es un crímen horrible. ¿Quién de vosotros dará nuevas á una pobre madre, loca, sedienta y fatigada, de dos niños que ha perdido y cuya suerte la conmueve?» Así fué Umm-Hakin á la Meca, y allí tambien entonó su endecha lastimosa. Un árabe, movido á piedad, tomó la resolucion de vengarla. Buscó á Bescher, se apoderó de sus dos hijos, y los mató, arrojándolos por un despeñadero (1).

(1) QUATREMERE, Journal asiatique, 1835, II, 289.

« AnteriorContinuar »