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el tener que sufrir en soledad y aislamiento las penas de su alma. Pensó tambien en sus hijas, y en la pobreza y la miseria que las consumian; y estos pensamientos eran áun más amargos, porque se unian al recuerdo de su pasada bienandanza y grandeza. Sobre esto se expresó así:

Pasar volando en libertad os veo, ¡Oh palomas! y lágrimas derramo. La envidia no me mueve;

Muéveme amor y muéveme el deseo

De estar unido con las prendas que amo;
De vagar libre por el aire leve,

De romper la sombría

Cárcel, de ver el campo y su alegria.

Si como sois yo fuera,

La muerte de mis hijos no llorára,
Y de contínuo viera

Cerca á mis hijas y consorte cara,
Sin arrancar del alma hondo gemido
El recuerdo cruel del bien perdido.
Dichosas sois: la suerte no os separa
De los dulces hijuelos,

Ni velais entre angustias y recelos,
Y en noche larga y soledad oscura,
El crujir de los goznes de la puerta,
Y de la firme y gruesa cerradura
El ágrio rechinar nunca os despierta.
Dios no quiera, palomas, que el milano
Los hijuelos os robe, ya que en vano
Llorando estoy los mios,

Los que robó la muerte despiadada,
Y los que fresca sombra y claros rios
Perdieron, con el nido y la enramada (1).

(1) Las aves de que habla Al-Motamid se llaman en árabe cathas.

Al-Motamid lamentó la muerte de sus hijos en la si

guiente elegía:

Fuente que brotas perene,
De tus ondas el tesoro
Ménos lágrimas contiene
Que amargas lágrimas lloro.
¿Por qué no me matarán
De los hijos que he perdido
Los recuerdos, si un volcan
En mi pecho han encendido?
¡Ah! no me devora el fuego
De mi violenta pasion,
Porque con lágrimas riego
De contínuo el corazon.
Si bienes me dió el destino
En lozana juventud,
Mayores males previno
Para echarme al ataud.
La muerte de Fath lloraba,
Y apénas de aquella herida
La cicatriz se cerraba,
Perdió mi Iesid la vida.
¡De mi amor estrechos lazos,
Ya para siempre os perdí !
¡De mis entrañas pedazos,
Os arrancaron de mí!
¡Oh refulgentes luceros,
Vuestra luz se extinguió ya!
Hasta los dias postreros
Vuestro padre os llorará.
Guíeme tu luminosa
Huella joh Fath! al paraíso,
Ya que como mártir quiso
Darte Alá muerte gloriosa.
¡Oh Iesid! no me consuelo
De tu pérdida temprana,
Ni áun creyendo que del cielo

Gozas la luz soberana.
Vuestra madre, en su dolor,
La bendicion os envia;
Con ella va el alma mia
A los hijos de su amor.
Nuestro llanto de amargura
Corre unido sin cesar.

¿Quién, de alma fria y dura,
No llora al vernos llorar?

Mientras que Al-Motamid, cargado de cadenas, sólo con gran trabajo podia arrastrarse de un lugar á otro, vino á visitarle su hijo Abu-Haschin, y á la vista del desventurado padre rompió en desconsolados sollozos. Era el más mozo de los hijos de Al-Motamid, el más amado, y aquel á quien el Rey, despues de la batalla de Zalaca, donde sobresalió por su valentía, habia dirigido estos versos:

Pensé un instante en la fuga,
Mas firme volví á la lid,
Porque al mirarte, hijo mio,
Me avergonzaba de huir.

Ahora Abu-Haschin, en muy diferentes circunstancias, estaba llorando delante de su padre. Éste dijo:

¡Ay, cuánto he padecido!

¡Tened piedad de mí, rudas cadenas!
El peso me ha rendido,

Los fuertes eslabones me han herido,
Consumiendo la sangre de mis venas.
Mi Abu-Haschin, el corazon llagado
Y el noble rostro en lágrimas bañado,

Este tormento mira.

Tened tambien piedad del jóven bello,
Que no doble al dolor su erguido cuello;
Que el destino, en su ira,

No le obligue á que llore

Y de vosotras compasion implore.
Mover en fin vuestra piedad debian
Sus hermanas pequeñas, que en el seno
Maternal con la leche ya bebian
Del infortunio el áspero veneno.
Una en contínuas lágrimas se anega,
Cuyo fervor la ciega;

Otra fecundo pecho busca en vano

Con los hambrientos labios y la mano.

Cuando se vió completamente aislado, sin amigo alguno con cuya conversacion distraerse ó consolarse, y cuando vió que su infortunio no tenía término, se lamentó de esta manera:

¿Por qué he de esperar que vuelvan
Aquellas horas alegres,

Y que sanen mis heridas
Y que mis dolores cesen?
Con mi vida el infortunio
Se ha ligado para siempre.
¡Oh palacio de Az-Zahí!
¡Oh suntuosos banquetes,
Cuando en mi mesa solian
Tomar asiento los reyes!
Así el placer y el dolor,
Asi los males y bienes
La tela de nuestra vida
Con varios colores tejen,
Hasta que corta la tela
Y la esperanza la muerte.

Cuando habia ya padecido largo tiempo en la dura cárcel, y pasado en ella horribles noches de insomnio, dijo á la tormenta, cuyos relámpagos y truenos le parecia que anunciaban al mundo su prision y sus males:

Ora en todas las regiones
Con su voz el trueno anuncia
Que encerrado en la mazmorra
Yaces como en una tumba.
Desde el ocaso al oriente
La tempestad rauda cruza
Y con su voz va llenando
Los corazones de angustia.
La nueva de tu infortunio,
Que sus acentos divulgan,
Arranca llanto á los ojos,
Conmueve el alma mas dura,
Y con dolor compasivo
La paz y la dicha turba
De los felices espíritus
Que moran en las alturas.
Éstos dicen: «¿Quién al fuerte,
Al vencedor atribula?

¿Quién al primero en las lides
Lanza en sima tan profunda? >>>
Yo respondo: «En esta sima
Me lanzó la desventura;
Combatí contra el destino
Y fuí vencido en la lucha.
Cual saquea los rebaños
De ladrones una turba,
De bienes, poder y gloria
Me despojó la fortuna.»>

Entre los prisioneros de Agmat habia algunos dotados de talento poético, los cuales suplicaron al alcaide que los dejase algunas veces entrar en el calabozo de

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