Avezados en la lid. Como el oro, ha menester. Los contrarios escuadrones, Como en verdes espesuras No hay palabras que encarezcan El bien que me has otorgado Esta composicion arrancó lágrimas á todo el auditorio. El Sultan prometió en seguida á su huésped que le auxiliaria para recuperar el trono, y mientras se aguardaba el momento favorable para obrar, dió un asilo en su córte á él y á su séquito, alojándolos en suntuosos y elegantes palacios. Ibn-ul-Jatib aprovechó este tiempo de su permanencia en África en recorrer las comarcas marroquíes y visitar sus lugares más notables. Ya se proponia en sus peregrinaciones el conversar con piadosos ermitaños, ya el ver y admirar los edificios de antiguos reyes, ya el arrodillarse junto al sepulcro de jeques santos. Una vez tomó el camino de Agmat para ver el monumento fúnebre donde Al-Motamid, el desventurado rey de Sevilla, reposa al lado de su esposa Itimad, en la falda de un otero, coronado de corpulentos almeces. Á la vista de estas tumbas, Ibnul-Jatib no pudo contener el llanto, y dijo: Báculo de peregrino Tomo con piadoso impulso; En el año de 1362 pudo Muhamad V subir de nuevo al trono de Granada. Su familia, que se habia quedado en Fez, fué conducida por Ibn-ul-Jatib á Andalucía. Éste recobró al punto su antigua posicion, y supo derribar á cuantos ganaron la confianza del Rey. Una kasida suya, celebrando la vuelta del Rey, y que se con guro, y sidera como de las mejores entre todas sus obras, obtuvo el honor de ser inscrita por completo en las paredes de la Alhambra. Por largo tiempo aún fué Ibn-ul-Jatib el consejero universal de la corona, y los negocios todos del Gobierno estaban en su mano. Alcanzar su favor era el punto de mira de todas las esperanzas, y grandes y pequeños se agolpaban á su puerta. Sin embargo, no eran pocos los envidiosos y los émulos que ponian en juego la maledicencia y la calumnia á fin de perderle. En un principio, Ibn-ul-Jatib se juzgó sedió por cierto que el Rey cerraba los oidos á tales insinuaciones; pero al cabo notó que las intrigas de sus enemigos le amenazaban con grandes peligros, y abandonando á Granada, se refugió en África, cerca del nuevo sultan Abd-ul-Aziz. Éste, á quien habia prestado algunos importantes servicios, le recibió de la manera más honrosa, lo cual excitó más aún los celos y la envidia de los cortesanos de Granada, que procuraron por cuantos medios estaban á su alcance causar la desgracia del fugitivo. Presentaron sus más ligeros deslices como gravísimas culpas; le acusaron de difundir en sus conversaciones ideas materialistas; y consiguieron que el Cadí de Granada, que examinó sus escritos, los declarase irreligiosos, y á su autor impío. Muhamad V fué bastante débil para contribuir á la pérdida de su antiguo visir y para enviar al susodicho cadí en embajada al sultan Abd-ul-Aziz, á fin de impetrar el castigo del refugiado con arreglo á las pres cripciones del Coran. El Sultan pensó con bastante nobleza que no debia hacer traicion á los deberes de la hospitalidad. La respuesta que dió á semejantes pretensiones fué que, no sólo á Ibn-ul-Jatib, sino tambien á cuantos andaluces habian venido con él á África, daria cuantiosas pensiones. Miéntras que vivia en Fez en tan honroso encumbramiento, no pudo nuestro poeta desentenderse de su ódio contra su antiguo amo, y estimuló al Sultan á que conquistase á Andalucía. Para apartar de sí este peligro, que le amenazaba, el monarca granadino envió á Abdul-Aziz un presente de extraordinario valor, compuesto de los más hermosos productos de la industria española, y ademas de poderosas mulas andaluzas, muy buscadas entónces por sus grandes fuerzas, y de esclavos y esclavas cristianos. El embajador que trajo este presente pidió la extradicion de Ibn-ul-Jatib, pero su peticion fué rechazada con firmeza. Más peligrosas se hicieron las circunstancias despues de la muerte de Abdul-Aziz. El nuevo sultan Ab-ul-Abbas, no reconocido al principio de todos, habia prometido entregar al Rey de Granada á su antiguo visir. Apénas llegó por entero al poder, lo primero que hizo fué mandar prender á Ibn-ul-Jatib. Pronto vino nuevo embajador granadino reclamando el castigo del prisionero. Al punto se nombró una comision que le juzgase. Mientras estuvo encarcelado, el infeliz Ibn-ul-Jatib veia constantemente la inevitable muerte delante de sí, pero áun tuvo so |