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ficaciones y cambios, sobre todo en el interior, no queda parte alguna esencial del antiguo edificio, á no ser quizás algunas columnas en los lados del Sur y del Oeste.

Merced á la tolerancia que Roger y sus sucesores se vieron precisados á adoptar en su tierra, en gran parte poblada de mahometanos, muchas de las mezquitas de Sicilia quedaron en poder de éstos durante la primera época despues de la conquista. Otras, por el contrario, de la misma suerte que la mezquita principal, por medio de ciertas mudanzas interiores á fin de adaptarlas al culto divino, fueron trasformadas en iglesias. Fácil es, por lo tanto, que en las actuales iglesias de Sicilia queden aún partes de las antiguas mezquitas. Esta presuncion toca casi en la certidumbre con respecto á la iglesia de San Giovanni degli Eremiti, cerca del palacio real en Palermo. Las cuatro pequeñas cúpulas de esta iglesia llevan por completo el sello oriental, y la circunstancia de que las cúpulas eran ántes cinco, y que en lugar de una de ellas se puso un campanario, parece confirmar la idea de su orígen arábigo. Es cierto que han quedado documentos que llaman al rey Roger su fundador, pero no tienen mucho peso semejantes afirmaciones. Nadie ignora cuán frecuente era en la Edad Media atribuir la fundacion de un edificio al que sólo le ensanchaba, reparaba ó hermoseaba.

La ciudad de Palermo poseia en tiempo de los mahometanos dos castillos principales. El más antiguo, llamado por excelencia Al Kaszr, era la mansion de

los Aghlabidas, estaba situado en el sitio que ocupa ahora el palacio real, y se unia á la gran mezquita, como el de Córdoba, por medio de un camino cubierto. El otro, apellida do Jalesa por los árabes, y por Falcando Maris Castellum, habia sido construido Ꭹ fué habitado por los Kelbidas, y estaba situado en la orilla del mar. Despues de la conquista de la ciudad, escogió el conde Roger para su morada el más antiguo castillo de los Aghlabidas, que luego siguió siendo la residencia de sus sucesores (1). Como no nos queda ninguna descripcion de este palacio en su primitivo estado en tiempo de los árabes, nos parece que una narracion de Guillermo de Tiro nos puede ofrecer, en general, una idea de la disposicion de los alcázares regios orientales. El historiador de las Cruzadas se expresa así sobre el alcázar del Califa en el Cairo: «Tiene la casa de este príncipe un especial arreglo como no se sabe que le haya en otra alguna de nuestros dias, por lo cual queremos apuntar aqui cuidadosamente todo aquello que hemos llegado á entender por relaciones fidedignas acerca de sus enormes riquezas, de su lujo y vária magnificencia, ya que no ha de ser desagradable entender de esto con más exactitud. Hugo de Cesárea, y con él el templario Godofredo, cuando en cumplimiento de su embajada fueron por vez primera al

(1) FAZELLUS, 155.--FALCANDUS, 639. --- EDRISI, en Bibl. arabo-sicula, 29.- AMARI, Storia, II, 189.

Cairo con el Sultan, fueron introducidos por una gran multitud de siervos, que iban delante de ellos armados y con mucho estruendo, al traves de unos pasadizos estrechos y de sitios enteramente oscuros; y en cada nuevo pasadizo hallaban turbas de etiopes armados que saludaban á porfía al Sultan, hasta que al cabo llegaron al palacio, que en la lengua de ellos se llama Kazar. Luego que hubieron pasado más allá de la primera y de la segunda guardia, vinieron á hallarse en lugar más ancho y espacioso, que estaban al aire libre y donde el sol penetraba. Allí encontraron pórticos para pasear, que descansaban sobre columnas de mármol, tenian la techumbre dorada, estaban adornados con preciosas labores, y el piso con dibujos de color vário, de suerte que todo manifestaba una régia magnificencia. Y todo era tan hermoso por la materia y el trabajo, que forzosamente los ojos se inclinaban á mirarlo, y no podian hartarse de contemplar aquellas obras, cuya belleza sobrepujaba á cuanto hasta entónces habian visto. Habia allí albercas de mármol llenas de agua cristalina y pájaros de todas clases, que entre nosotros no se conocen, de extraña forma y plumaje, y sobre todo, una vista altamente maravillosa para los nuestros. Desde allí los llevaron los eunucos á otras estancias, que se sobreponian tanto en hermosura á las anteriores, como éstas á las que habian visto primero. Allí habia una pasmosa multitud de fieras y otros cuadrúpedos de distintas especies, como sólo el caprichoso pincel de

un artista, la libertad de un poeta ó un espíritu que sueña, puede formarlos en nocturnas visiones, y como sólo se producen en las tierras del Oriente y del Mediodía, sin que jamas se vieran en las de Occidente, donde apénas si alguna vez se habla de ellos. Despues de muchos rodeos, al traves de diferentes estancias, llegaron, por último, al propio palacio real, donde habia grandes turbas de armados y no menor apiñada multitud de siervos y otros satélites, los cuales, por su número y por sus vestiduras, anunciaban la incomparable magnificencia de su señor, y donde todo patentizaba sus riquezas é inmensos tesoros. Cuando fueron introducidos de esta suerte y se hallaron en el centro del palacio, el Sultan mostró á su amo el acostumbrado respeto, echándose por tierra una Ꭹ dos veces, y venerándole y reverenciándole como nunca mostró nadie su veneracion. Luego que se echó por tierra la tercera vez y depuso el alfanje que del cuello le colgaba, de repente las cortinas, que estaban bordadas de oro y de gran variedad de perlas, y que pendian en medio ocultando el trono, se descorrieron con maravillosa rapidez, y el Califa quedó visible. Estaba sentado, con el rostro descubierto y con un traje más que regio, sobre un trono de oro, y le circundaba un corto número de los eunucos que le servian. Entónces el Sultan se aproximó á él con profunda reverencia y le besó humildemente los piés» (1).

(1) GULIELMI TYRII, Belli sacri historia, t. XIX, cap. XVII.

No parece probable que el palacio de los Aghlabidas, en Palermo, tuviera el lujo fantástico del de los Califas en el Cairo. Probablemente se hallaba en un estado algo ruinoso cuando Roger tomó posesion de él, y Roger y sus sucesores hicieron en él muchas restauraciones, cambios y mejoras; pero la afinidad del palacio de los normandos con los palacios orientales resalta con más viveza en otras descripciones que de él se han conservado. Así, por ejemplo, de las noticias del viaje de Ibn Yubair, donde cuenta este escritor los muchos jardines, pórticos, pabellones, azoteas y patios, como tambien habla de un recinto circundado de una galería de columnas y arcos, en cuyo centro habia una sala. Con esto coincide Falcando en su descripcion del mismo palacio. «Todo él, dice, está hecho de sillares, labrados con notable esmero y arte pasmosa. Espesos muros le cercan en lo exterior: por dentro resplandece del modo más lujoso con oro y pedrería. Acá se levanta la torre pisana, donde se custodian los tesoros reales; acullá la torre griega, que domina la parte de la ciudad. llamada Khemonia. Adorna el centro aquella parte que llaman Joaharia y que está ricamente adornada. En esta parte, refulgente con tantos primores, suele el Rey pasar sus horas de ocio. El restante espacio que hay al rededor está dividido en várias habitaciones para las mujeres, muchachas y eunucos que sirven al Rey y á la Reina. Asimismo se encuentran allí otros muchos pequeños palacios de gran lujo, donde el Rey con

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