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comercio europeo, una indemnización de 105 millones de pesetas, la propiedad de Hong-kong para la Corona británica y además declaró legal la introducción del opio.

Cuantas veces han intentado los chinos, sacudir este dogal impuesto por los bárbaros, otras tantas han visto sus ciudades saqueadas; hasta la capital del Imperio, Peckin, fué tomada por las tropas espedicionarias el 13 de Agosto de 1860.

Desde entonces buscan la revancha reformando su ejército y su armamento.

¡Mejor sería que reformaran su corazón!

Aunque en China se ha cultivado siempre el arte de la guerra, y autores eminentes han escrito libros importantísimos sobre organizaciones, estrategia y castramentación deben haber aprovechado poco por que su ejército actual deja mucho que desear.

No existe en China lo que nosotros llamamos ejército permanente: sus tropas se dividen en dos clases diversas por su nacionalidad y su organización. La más numerosa y valiente se compone de tártaros y se subdivide en dos secciones, el contingente regular y el contingente irregular.

El contingente regular, que tiene algún parecido con nuestro ejército permanente, comprende todos los hombres útiles de la raza tártaro-manchu: á estos soldados les está confiada la guarda de las plazas fuertes: no hacen la guerra sino en l timo extremo y cuando al gobierno no le queda otro recurso; se les raciona, pero no tienen soldada: sus jefes son generales de la raza tártaramanchu que llevan el título de Tchiang-Kiun

El contingente irregular se compone de tártaros mongoles: son bandas organizadas por tribus que

viven ordinariamente en las inmensas estepas de la Mongolia y que al primer llamamiento del Emperador, acuden á la guerra; devotos de la dinastía tártara son su mejor sosten y fuerza.

Queda, en segundo término, una especie de ejército flotante algo así, como una milicia nacional. Se forma con voluntarios chinos reclutados en todas partes, sobre todo, en los últimas capas sociales. No tienen una organización séria y su número aumenta ó disminuye conforme las necesidades y los tiempos, siguiendo el capricho de los viso-reyes y gobernadores: gente sin cohesión y sin práctica militar, ofrece á los enemigos, con solo presentar batalla, la facilidad de vencerlos. Como se improvisán los oficiales y los jefes y los soldados, este numeroso ejército tan pompo. samente anunciado en sus guías y documentos oficiales por los chinos, no resiste ni la más pequeña escaramuza.

En el río Chu-Kiang hay un fuerte natural inexpugnable: es una piedra como una montaña, que está toda erizada de cañones Armstrong de gran alcance; un oficial inglés que nos servía de cicerone nos dijo:

-Este es uno de los mejores fuertes del mundo y está magníficamente artillado. No tiene más que un defecto; en cuanto rebienta una granada en cualquiera de sus baterías, no queda un solo combatiente en la fortaleza.

Por lo menos esto sucedió en 1860 y sucederá siempre, por que aunque el soldado chino desprecia la muerte, la ninguna confianza que le inspiran sus jefes, le hace ir á esperarla un poco lejos. Quiere morir, pero á distancia.

Una gran parte de la humanidad está en

cerrada en el celeste imperio; los barcos de todas las naciones llevan, á cuantos pueblos las leyes lo permiten, millones de emigrantes que son, como la espuma que rebosa ese hervidero humano, cuya raza pertinaz resiste todos los paises y todas las climas.

La tierra de los flores, como ellos la llaman en su poético lenguaje, debe de tener muchas espinas, cuando su población huye á bandadas esparciéndose por todos los ámbitos del planeta.

El viajero que pone los piés en China y vé sus campos cultivados, sus ciudades llenas de animación, ricas en comercio; y sus moradores, vestidos de seda, no puede calcular que en las calles cubiertas de estandartes de hermosos colores, entre las casas hechas de maderas preciosas y adornadas con oro, entre los espléndidos jardines cuidados con esmero, están las miserables chozas de la pobreza que agoniza y muere, harta de trabajo pero jamás lleno el estómago.

Solo el hambre puede impulsar á aquellas buenas gentes á huir de su pátria tan hermosa y bella; á aquellas gentes cuya felicidad consiste en vivir para ver y admirar la China; solo la necesidad, puede darles fuerza para salir de ese mundo predilecto de los genios: solo la lucha por la existencia, les hace traspasar las barreras naturales que los mismos dióses han puesto, para que el sagrado pais resista las invasiones extranjeras; como no ha mucho dijo el príncipe Yung.

Parece, que al oir hablar de China, los europeos como si una mano misteriosa recogiese un pañolón de Manila, ven abrirse ante el retablo mágico de su imaginación campos rientes, llenos de flores, de pintadas aves y rumorosos arroyuelos, todo

irisado por un sol espléndido ó plateado por la luna, esa luz divina encerrada en el más puro y blanco caolin.

Las praderas de rosales dejan apenas entrever la brillante y lanceolada hoja del té, las macetas de flores ocultan los dorados pececillos de los fuentes, mientras que celestiales hermosuras engalanadas de raso y perlas, brindan las delicias del amor, al son de una música de extraño ritmo cantando estrofas que ruborizan sus labios y esmaltan de púrpura sus mejillas (1) ó recordando con salmodia semi-religiosa los versos santos del poema Li-sao (2)

(1) La lengua China se presta admirablemente al chiste y al calembour; sus retruccanos y juegos de palabras son magníficos aunque algo crudos y perfectamente intraducibles á las lenguas europeas. Su poesía lírica usa imágenes tan desnudas que ruborizarían á una estátua de piedra, sobre todo si se advierte que las jóvenes cantoras suelen adicionar á la música miradas provocativas y sonrisas insinuantes.

En cierta ocasión en que el cristianismo estaba perseguido, llegó al pueblo de Chang-Tong, disfrazado de chino un pobre misionero. Había apenas entrado en su albergue cuand le entregaron un papel con un nombre escrito.

Un criado advirtió al padre misionero, que una señorita queria hablarle secretamente. Creyendo el buen fraile que se trataba de alguna jóven cristiana, que buscaba con ansia los consuelos de la religión, dió permiso para que entrase en su cuarto. ¡Cual no sería su asombro al ver entrar á una linda cantora, con la guitarra bajo el braz, un juego de boca y de ojos verdaderamente satánico que rompió á cantař coplas de un rojo subido!

El misionero resistió esta nueva tentación de San Antonio con la misma energía que el Santo, sacando una consecuencia para él entonces, bien agradable: que estaba muy bien disfrazado de chino, cuando le ofrecían expontáneamente semejantes pecaminosos regodeos. (2) Este poema se escribió en el siglo III antes de J. C. bajo el reinado del último Emperador de la dinastía de los Tchevv, cuando la China rota por las sangrientas luchas de los grandes señores feudales, se acababa en una guerra intestina sin tregua, que trajo el despotismo

¡Ah! no es esa la imágen de la realidad. Si recorreis las calles de Peckin ó de Cantón de Fuchao ó de Tiensin; á través de las galas y pompas de toda ciudad asiática vereis aparecer la miseria negra é inmunda; la miseria que lleva á la prostitución y al infanticidio: vereis familias enteras viviendo al aire libre y alimentándose de los despojos de las cocinas, hallados en los montones de la basura.

No detengamos los ojos en la dama elegante,

unitario de Tsin-chi-hoang-ti. Confucio había muerto hacia doscientos años, la tumba de Mencio acababa de abrirse: las doctrinas de estos filósofos eran aceptadas por numerosos adeptos de la clase de los letrados, pero no habían adquirido preponderancia entre los principes y los monarcas, últimos representantes de una feudalidad envidiosa, en donde le perfidia y la crueldad ocupaban el lugar del honor y del talento.

El marqués D'Hervey de Saint-Denys traductor del poema dice, que el autor de Li-sao se llamaba Kiuping-yuen, otros le llaman simplemente Kiu-yuen; fué á la vez ministro y pariente de un rey de Tsu llamado Hoeï-wang. Hallándose este en guerra diplomática constante con sus vecinos, los reyes de Tsen, de U., de Vei y de Tsi; Kiu-yuen le aconsejaba inútilmente, por que Hoei-wang no le oia.

Este principe concluyó por caer en una emboscada, dispuesta por el rey de Tsen, fué hecho prisionero y su hijo nombrado regente, dispidió al ministro. Lleno de dolor y de indignación Kiu-yuen por esta ingratitud escribió su poema Li-sao que quiere decir lamentaciones, tristezas, algo asi como saudades. Después se arrojó en las aguas del Mi-lo uno de los afluentes del gran Chu-Kiang (río de perlas). Murió el quinto dia de la quinta luna.

El poema está escrito en estrofas de cuatro versos, que riman alternativamente y contienen un pensamiento completo, como los cuartetos de nuestros romances clásicos.

Aunque se advierte cierta igualdad en los tonos é inflexiones, como los poemas chinos están hechos para ser cantados, no contienen los versos una regularidad perfecta de piés.

Narra en el poema Kiu-yuen sus viajes y sus relaciones con el príncipe, con ingenuo candor, lleno de aquel escepticismo universal que acometió á la secta de los

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