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LA CUESTIÓN AGRÍCOLA-LAS LEYES Y BANDOS-LEY 8 TÍT. 18 LIB. 6-PRAGMÁTICA DE 1679-REGLAMENTO DE 1804-GUARDERÍA RURAL-BANDO DE 1834: SOLO CONSERVA EL PRECEPTO RELIGIOSO-k. 0. DE 16 DE FEBRERO DE 1851-DIFERENCIAS INTERESADAS ENTRE EL SUPERINTENDENTE DE HACIENDA Y EL GENERAL GOBERNADOR-ADAPTACIÓN EN FILIPINAS-POLÍGENOS Y MONÓGENOS-DIFERENCIAS MORBOSAS ENTRE LOS DOS HEMISFERIOS-DATOS CONTRA LA ACLIMATACIÓN EUROPEA EN FILIPINAS ACLIMATACIÓN DE LOS CHINOS-¿POR QUÉ NO SE DEDICAN Á LA AGRICULTURA?-LO QUE CUESTA EL PRODUCIR AZÚCAR Y ABACÁ-INCONVENIENTES DE LAS MUDANZAS EN LA LEGISLACIÓN – ¿SON ÚTILES LOS CHINOS AGKICULTORES?-UNA DISPOSICIÓN DE D. CARLOS I Y OTRA DE D. FELIPE EL 2."DISPUTA POR UN "SANATORIUM"- COMPOSICIONES DE TERRENOS REALENGOS-ENFITE USIS- CONTRIBUCIÓN PARA LO PORVENIR-ÚNICO MEDIO DE QUE HAYA AGRICULTURA.

A cuestión agrícola con relación á los chinos, tiene dos fases; la de la ley y la del medio ambiente. Una y otra, han

sido una série de fracasos.

Advirtieron los primeros descubridores, tan pocas cualidades en el indio para el laboreo de los campos, notaron su indolencia natural y escusable, en tierra tan fertil, donde la misma natu

raleza provee al hombre del necesario sustento; y creyeron facilísimo que el chino experto en los cultivos del campo, fuese el único agricultor de Filipinas.

Al efecto, dictóse la célebre ley 8 tít. 18 libro 6, por lo cual se mandaba que los chinos cristianos, que se casasen en Filipinas, se agregasen á un pueblo para labrar la tierra y sembrarla. Aquellos grandes políticos, juzgaron que con esto bastaba para lograr su objeto.

Dictada esta ley en 1620, á raiz del descubrimiento, señala antes que nada, la necesidad que se sentía del cultivo de los campos filipinos, abandonados á su propio esfuerzo; necesidad advertida por aquellos sábios gobernantes y el remedio que le aplicaron, bien escaso y deficiente por cierto.

No discurrían mal los antiguos legisladores y fué lástima, que sus intenciones no se tradujesen en más leyes: ante un suelo potente, cruzado por ríos y arroyos, con un sol capaz de fecundizar todo lo árido, no había más que poner tan magní ficos factores bajo la diestra dirección del hombre, para hacer de los bosques salvajes y de las lagunas pestilentes un verdadero paraiso. Ellos sabían bien, que cuando la irrupción de los bárbaros del Norte ahuyentó en Roma, de los fundos y heredades de su campiña, á los millones de esclavos que sanearon sus campos, valles y lagunas, la señora del mundo, la gran productora de los frutos más exquisitos y delicados, de las uvas de Nemi y los higos de Tusculo, volvió á ser el campo de la muerte.

Y como sabían que para vivir en un país, lo primero es dotarlo de condiciones de habitabili dad, y así se lo mandaba su rey, buscaron con

sus leyes y bandos, el saneamiento de los focos infecciosos y la mayor producción para aumentar los habitantes. Pero, no declararon centro de todo ello al chino agricultor, única manera de lograrlo; ya que era imposible, á lo menos en aquel tiempo, confiar tan honrosa comisión al indio, á quien la misma fertil exhuberancia del medio, le había impedido el conocer la lucha por la existencia.

Lo cual era certísimo; por que las cañas y las palmas le brindaban con magníficos materiales para edificar sus viviendas; en el bosque ofrecían sus deliciosos frutos, los plátanos que parecen guardar en sus fundas sedosas de todos colores, perfume concentrado y riquísimas esencias; las guayabas, cuyo olor esquisito trasciende á cien leguas, el ate cuyas carcerulas han rellenado los ángeles con pasta de flores, los chicos que son como producto de confitería; y la manga suave, olorosa y regalada sobre toda ponderación: en sus montes, triscaba el elegante ciervo, y mugía el bravo carabao, de dulce y sabrosa carne; en sus laderas umbrosas, estaba el javali tan codiciado por los gastrónomos; en los árboles había tórto las y palomas; no se encontraba un río sin pesca ni un charco sin peces; en el monte y en el valle el arroz crecía expontáneo para proveer de pan; y el cocotero, labrada columna con hermoso capitel de verdes palmas, daba en un solo fruto agua, aceite, vino y vinagre.

Si todo esto se producía sin esfuerzo alguno, dejando en dulce quietud las entrañas de la madre tierra; sin idea del azadón, en reposo la reja y el arado, aguardando que la lluvia fuese prodiga y el sol compasivo; era lógico suponer que saneado el país por medio del cultivo, dre

najes y escorrentías, removida la tierra, cuidados con amor los árboles, dejando campo y agua libres al arroz y encerrando los cocoteros en sus límites naturales, aumentarían las cosechas; y con ellas una población, sana, útil y trabajadora.

El indio, como tenía de antiguo, cocina en el bosque, granero en las tierras palayeras, casa y bodega en los nipales y cocoteros, no se acostumbraba al trabajo; y en cambio al chino procedente de un país frío, en lucha constante con la naturaleza, para alcanzar la manutención, podía ser en el Archipiélago lo que era en su pátria, un buen jornalero; y no era mucho esperar, dado el amor propio del indígena, que el maestro fuese un estímulo para el discípulo.

El plan de gobierno estaba bien meditado, y era sensato, generoso; pero, contra todos los previsiones, no produjo ningún resultado útil. El indio no trabajó, de China apenas llegaron cultivadores; reclutados los inmigrantes en las provincias fronteras al mar, solo los comerciantes, más dados que el colono á la aventura, aprovechaban los champanes y caracoas para visitar estas nuevas tierras y sacar del exceso de peligro, mayor ganancia.

Mediado el siglo 17, vemos varios trabajadores de la tierra en Calamba, llevando en aparecería algunos miles de quiñones de tierra, los cuales sabido es, que en tiempo del Gobernador Sr. Corcuera se sublevaron, llegando hasta amenazar Manila.

Pasados á cuchillo más de veinte mil, los restantes quedaron tan sosegados que se les dejó vivir á sus anchas; pero ellos, viéndose pocos y notando el odio que el indio les profesaba de

terminaron quedar en la ciudad, ejerciendo el comercio; hasta que el esceso de población sangley les obligase á variar de propósito.

Corre en la historia de Filipinas, una vulgari

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dad que ha alcanzado por la repetición, la fuerza de la cosa juzgada. Se cree á pié juntillas, que el chino fué tolerado al principio en el Archipiélago, bajo condición de que no se dedicase al comercio. Nada menos exacto; hemos recorrido, una por una, todas las leyes de Indias, sin que hayamos topado con esa fantástica teoría: solo la ley 8, tít. 18 lib. 6 ya citada, introduce el privilegio del reparto de tierra á los casados; las demás favorecen el comercio y solicitan hasta con mimo, el concurso de los sangleyes.

De agricultura, con respecto á los chinos, no se habla otra cosa en la Recopilación. Solo en tiempo de Anda primero y en 1804 después, se dictaron bandos que son como el inicio de esa tenden cia sutil que flota en Filipinas, que trata de que los chinos, no sean mercaderes sino cultivadores.

Por lo demás, sus relaciones históricas comenzaron con el comercio, después del acto de justiciera piedad que con ellos tuvo en Mindoro el Adelantado; y, á título de comercio y con la condición de comerciantes, se volvieron á reanudar las relaciones, después de la traición de Guagua.

Sin duda sería muy conveniente, que los chinos, diestros y hábiles como son para el cultivo, viniesen al Archipiélago con el fin y propósito de labrar la tierra; pero, desgraciadamente el éxito no ha coronado, al menos por ahora, el intento de los legisladores y el romántico deseo de todos los españoles radicados en el país.

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Se oponen á ello tres hechos importantes: pri

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