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ver las cosas, que confía á los veces una diligencia importante á autoridades pedáneas y humildes, que no alcanzan en su magín, toda la gravedad de la función que desempeñan.

Mal deslindados como están los campos, con la facilidad que existe de perderse los linderos del bosque y de la selva, á los quince días de puestos las señales y mojones, no es necesario acudir á la malicia para notar defectos en los expedientes. Y más que nada si se toma en cuenta, que en la perezosa incuria filipina, no es raro olvidarse un bandillo, equivocar una diligencia ó alterar la cabida, al reducir las medidas tradicionales de la localidad á su equivalencia en hectáreas, áreas y centiáreas como está mandado; lo cual es hablarles, en todos los sentidos en griego, á los pobres indios y á los chinos.

Harto mas conveniente sería, volver á las usanzas de nuestros padres, repartiendo las tierras baldías como censo al quitar ó como verdadera enfiteusis, sin más dilación que la necesaria para los pregones, ni otra solemnidad que la presencia del Juzgado y el gobernador.

Además de evitar esto, ciertos expolios y exacciones, hoy día por desgracia inescusables, facilitaría (caso de prosperar el censo enfiteútico como forma de la composición y venta de terrenos) el establecimiento para lo porvenir, de la contribución territorial, que aun no existe en la actualidad; reforma que el gran desarrollo de las necesidades modernas, ha de demandar antes de nada.

El mismo canon ó merced, como reconocimiento de la propiedad real, impediría, el que como en la actualidad acontece, se solicitasen terrenos inmensos, que no se labran, y serviría de aguijón

para el cultivo, ya que la pensión no se perdonaría y formaría la base para el futuro impuesto, cuya absoluta necesidad se deja sentir, á cada instante.

En suma; si no declaramos definitiva una legislación agrícola, sino se establecen garantías y privilegios para el chino jornalero y la composición y venta de terrenos, no se abarata y expurga de los males que le ha infiltrado la moderna legislación, la agricultura en Filipinas será un sueño, apesar de la buena fé de los gobernantes, las honradas energías de los gobernadores y jefes de provincia y el buen deseo de los ingenieros agrónomos.

Esta es pura y sencillamente la verdad.

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O BRINCO

D' OS CHINOS OPINIÓN DE LOS INGLESES EN HONG-KONG Y SINGAPORE BODAS Y ENTIERROS-PLAÑIDERAS

CRUZ-UN

PELIGRO EXTRAVAGANTE

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JUNTO A LA TOLERANCIA EN MANILA

HASTA TRAER BONZOS.

o puede decirse que los chinos son descreidos. Al contrario, poca gente habrá

en el mundo que crea en más cosas que los chinos, por que además de varias escuelas filosóficas y teosogónicas, con miriadas de teorías y de dioses, son tan fáciles para la tradición y tan asequibles á las supersticiones generales, vengan de donde vinieren, que los consideramos ca

paces de creer en los dioses y en los ídolos de la humanidad entera, al mismo tiempo.

Sin embargo, los hombres ilustrados (y hay muchos en China) se diferencian notablemente de la muchedumbre del pueblo.

Para la gente cultivada, no hay más que tres religiones: el Confucianismo, .el Budhismo y el Taoismo.

Las demás sectas, consisten en meras supersticiones del pueblo.

El Confucianismo ó la religión de los letrados, tiene por autor á Confucio y por primer apostol á Mencio: el Taoismo fué inventado por Lao-Zu: y el Budhismo ó secta de los ídolos de la India, vino del Indostan, siendo su autor el Sackia-Muni 6 Budha.

Aunque el Confucianismo no tiene profundidad filosófica y es solo un resúmen de los autores antiguos, mal hecho y desordenado, los emperadores y mandarines lo protejen por encima de todo, haciendo de la religión una bandera política, sustentada por los doctores y letrados, á quienes gustan sobre manera las enrevesadas razones de Confucio. Su parte mágica halaga al pueblo y el gobierno tiene interés en su propagación.

El chino sabio ó el tártaro de las Universidades cree, en todo lo que Confucio legó á China. como doctrina y fé y sabe de memoria el Tahio ó los Grandes Estudios compuesto por Kungfu-zu y su discípulo Thseng zu con el fin de que <aquellos que comienzan á iniciarse en las ciencias morales y políticas, se sirvan de estos estudios, como de una puerta para penetrar en el sentido de la sabiduría » .

Y añade el Doctor Thseng-Zu que es de quien

tomamos estas noticias: «debe observarse que los hombres de la antigüedad, que hacían sus estudios de un modo metódico, tenían por base únicamente el contenido de este libro, por lo cual los que quieran aprender el Lun-yu y el MengZu (1) deben comenzar sus sus lecciones por el Ta-hio por que de lo contrario pueden extraviarse ».

(1) Meng-Zu (Mencio) nació trescientos años después de Confucio, no lejos del lugar y pátria de este, en una pequeña aldea de Xang-Tung.

Tiene alli su templo, con espacioso patio poblado de árboles frondosos y antiquísimos cipreses. En el fondo del templo está su estátua, con un letrero de oro que dice: "Este es Meng-Zu, segundo en santidad en este Imperio."

Su familia, conservada en linea recta, tuvo por donación del tártaro el señorio y vasallaje de aquella tierra.

Su obra de moral y religión lleva por título su propio nombre. Esta escrita á la manera del Lun-Yu en diálogos llenos de gracia y agudezas.

Se vanagloria en estilo vivo y petulante, de ser él, el que ha expuesto mejor, la doctrina de Confucio por el que sentia la mayor admiración, hasta el punto de exclamar. "¡Desde que existen hombres, no ha habido ninguno como Confucio!"

A imitación de su maestro, viajó Mencio con sus 17 discipulos, por los diversos estados y provincias de China, llegándose á las cortes de los magnates y príncipes con los cuales filosofaba. Su política era hacer la felicidad de los chinos y de todos los séres.

Entre los casos memorables que refieren de él, uno fué el que sigue: Tenia el Emperador Leang-Vuang unos bosques de legua y media de circuito. Murmuraba de ello Meng-Zu, llegó la censura á oidos del Emperador, lo trajo á su presencia y le preguntó:

¿Maestro honrado y venerable, es verdad que llevais mal y murmurais que mis bosques y huertas ocupen tanta tierra?

-Si señor, respondió Meng-Zu.

(Si habiendo negado, le probasen luego haberlo dicho, lo hubiesen descabezado.)

-Pues yo sé, añadió el Emperador, que los que tuvo Vuen-Vuang, ocupaban más de tres leguas de tierra y nadie murmuraba.

Respondió Meng-Zu.

-Los bosques de Vuen-Vuang eran tan grandes como

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