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Las ánforas, vasos, platos y armas encontrados en algunas cavernas así lo indican; y todo hace presumir, que al desbordarse la raza china de los naturales límites de su imperio, lo hiciese por las tierras más cercanas.

Fronteras estas islas de las dos provincias más marineras del gran imperio asiático, facilísima la navegación en la época de los vientos nordestes, constantes en una época del año, nada tiene de particular que un aventurero ó pescador sin fortuna, fiase al aire y al agua su buena estrella y tropezase con este paraiso en que tan fácil es la vida.

Al llegar á Filipinas la expedición de D. Miguel Lopez de Legazpi, los chinos iban y venían por la mar con los objetos que más demanda tenían en las islas, los cuales según Alonso Barrera y Morga eran: para los moros, grandes tinajas, artículos de alfarería ordinaria, hierro y cobre en gran cantidad para enriquecer sus armas y adornarse; para los indios principales y cabecillas, seda hilada y torcida y artículos finos de porcelana y de alfarería.

No abundaban las naves ni las mercancías por lo cual los precios eran fabulosos y los cambios en especie costaban á los insulares tornas grandísimas.

Legazpi, con aquella gran previsión de hombre político extraordinario, no hizo sino agasajar á los mercaderes y permitirles la libre introducción de sus géneros.

Un accidente vino á favorecerle en sus intenciones y deseos pacíficos. Tenían los indios desde antiguo, la costumbre de hacer suyos los despojos de los naufragios, y como por aquellos días se quebrasen

en las costas de Mindoro algunas embarcaciones chinas, los habitantes tomaron por suyo lo que las mismas olas les enviaban como presente. Llegó Legazpi á Mindoro y halló á los indios saqueando las naves, á vista y paciencia de sus dueños. Motejóles de despiadados y crueles y les obligó á que restituyesen á los chinos, todo lo que por el derecho natural de su usanza, les pertenecía; y no paró en esto, sino que procuró á los asiáticos embarcación, para que con sus bienes, libertados de la codicia de los isleños, volviesen á China.

Esta generosa acción, dice un autor antiguo, ocupó mucho la admiración y asombro de lɔs sangleyes que acabaron manifestando inmensa gratitud: propúsoles el gobernador, hallándoles bien dispuestos, sus magníficas ideas de comercio y libre trato y les ofreció, en su recien conquistada ciudad de Manila, puerto franco á su industria, para más grande utilidad de unos y de otros.

Aceptaron ellos con regocijo, como tan hábiles en la negociación y grangería y en Mayo de 1572 vinieron barcos de China cargados con ricas especies y comenzó un amplio y legítimo comercio.

Despacharon los mercaderes á satisfacción sus empaques y se volvieron ricos á China, por agosto, llevando además de su caudal, varios regalos y presentes de Legazpi ofrecidos en cariñosa carta al Viso-rey de Ochin-chan-cheo.

Aquel año se envió un navío para Nueva España cargado de mercaderías de China, anunciando grandes y útiles intereses con motivo de haber descubierto tan magnífico mercado.

Muerto el gran pacificador á los ocho años de su gobierno, al registrar sus papeles hallóse un pliego cerrado que le dió la Audiencia de Méjico,

nombrando, para el caso que el Adelantado faltase, sucesor en el gobierno. Abierto el despacho se conoció la voluntad de la Audiencia, que no era otra, sino que le sustituyese en el mando Mateo del Sanz ó Guido de Labazarris ó de Lavezares, oficial real que era entonces el cual entró en el gobierno y fué obedecido, no solo por el real despacho que así lo disponía, sino por su prudencia, gran valor y exquisita maña para el régimen pacificación y conversión de las islas.

Era Lavezares, natural de Vizcaya, ya anciano de gran penetración y conocimientos prácticos, como quien había experimentado largo tiempo la ciencia de gobernar y estudiado en los prudentes hechos de su antecesor.

Perteneció á la armada de Ruí Lopez de Villalobos y ejercía á la sazón de tomar el mando el oficio de Tesorero de la Real Hacienda. A no haber muerto, cuando Legazpi entregó su alma á Dios, el Maestre de Campo Mateo del Sanz, no hubiese Lavezares tomado las riendas del gobierno, por venir el otro en el primer lugar; más fué gran fortuna por que de este modo continuó sin interrupción, la política hábil y prudente del Adelantado, sino con igual, con muy simil manejo y arrogancia.

Durante este tiempo se radicaron muchos chinos en Manila y en la plaza de Cavite y por su oficio de mercaderes se les llamó sangleyes de los voces chinos sang-lui szang-loi ó senng-loi que equivalen a lo que los antiguos designaban con el nombre de mercatorum ordo y modernamente hemos dado en llamar buhoneros ú horteras ambulantes.

No era el génio pusilánime y pacífico de los chinos, dado al estrépito de las armas, ni á las

grandes y levantadas acciones del ánimo, así que huían de los combates y guerras de su patria, pues en aquellos días agonizaba la dinastía de los Mings y todo eran revueltas y sublevaciones en el imperio.

Muchos grandes señores se alzaron en armas, recorriendo el país de China en bélicas algaradas en que la rapiña y el pillaje fueron el principal movil de su apresto y entusiasmo. Vencedores los tártaros, pudieron con la urgencia que el caso requería, dedicarse al exterminio de estos piratas, entre los cuales era notable por su poderio y ferocidad Limahon, que además de poseer una gran flota tenía un ejército que lo adoraba y un general brioso, de grandes dotes militares: el japonés, Sioco.

Como Limahon oyese de labios de los mercaderes chinos, que las islas filipinas eran tierras magníficas, ricas y saludables á las que habían sugetado con poco exfuerzo, menguado grupo de españoles, harto de la guerra que le hacía su país, temeroso de caer en manos de los jefes manchues, siguiendo los consejos de su ambición, decidió venir con sus barcos, su ejército y más de dos mil mujeres á tomar posesión de estas islas y declararse en ellas rey independiente.

A todas estas ensueños, dieron pábulo y fo mento las narraciones hiperbólicas de los chinos comerciantes establecidos en Manila que se hacían lenguas de su riqueza y fertilidad: pidió el pirata noticias detalladas; y los sangleyes se les ofrecieron tan extensas que Limahon conocía antes de embocar por Mariveles las fuerzas de mar y tierra que poseían los españoles, su número y

sus armas.

Era Limahon natural de Tiuchiu población grande de la provincia de Cui-Tam, hombre esforzado, atrevido, revoltoso, desconfiado y soñador: poseía 200 champanes de guerra, tripulados por más de 4.000 hombres y fué el terror de su imperio durante algunos años: más, aguijoneándole la esperanza de poseer un pueblo nuevo y floreciente, reunió lo mejor de su escuadra, añadió á su tripulación dos mil soldados y embarcó además de las mujeres ya dichas, médicos, boticarios, sacerdotes y toda clase de obreros y artesanos. Hí zose á la vela y el 24 de Noviembre de 1574 llegó á Sinait último pueblo de Ilocos Sur, donde desembarcada alguna gente para hacer provisiones, hubo que lamentar incendios y saqueos á los que no estaban acostumbrados los naturales; sin que el capitán Francisco Saavedra, que para aprovisionarse había enviado allí Juan de Salcedo, pudiera resistir ni oponerse á aquellos bárbaros; bien es verdad, que no tenía consigo sino veinte soldados españoles y algunos indios amigos y tributarios.

Frente á la costa de Cabugao, las naves de Limahon cogieron una galeota, mandada por el soldado español Francisco Bazán, cuyos tripulantes se defendieron bravamente contra todos; hasta que faltos de fuerza y rodeados por los enemigos, unos cayeron prisioneros y otros trataron de salvarse á nado.

Los pocos que llegaron á las playas fueron vilmente asesinados por los indios, bárbaros y semisalvajes como eran en aquellos tiempos.

Vió el famoso Juan de Salcedo, que estaba en Fernandina pasar la flota corsária por la mar y aunque al principio se apercibió con sus gentes

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