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se lo aconsejan; unas veces aceptando el socorro que la prestan en grandes aprietos, otras dispensándole gustosa á los apurados y escasos de fuerzas.

Las espesas tinieblas que ocultan la antigüedad, nos impiden descubrir el móvil de esta conducta. ¿Era hija de un sentimiento generoso y magnánimo, producto de eventualidades del momento, ó se proponia Toledo, cabeza como hemos visto de aquella region, ir así ganando el corazon y la voluntad de sus iguales y aliados, para hacerlos despues súbditos é inferiores, sujetándolos al peso de su poderío? No podemos decidirlo. Solo sabemos de cierto que en varias ocasiones hizo alianzas ofensivas y defensivas con los olcades, vectones y celtíberos, siempre contra las razas invasoras, jamás contra los indígenas, y que nunca entró en hueste con los oretanos y arevacos. Puede ésto significar que solo se unieran por analogías de orígen y lengua, de costumbres é inclinaciones, los pueblos de sierra, desechando á los de los puntos llanos, que sin duda carecian de su esfuerzo y empuje. Puede ser tambien que los últimos fueran más fácilmente dominados por los conquistadores de España, en razon á no ofrecer natural defensa su territorio. Quizás, , y es una sospecha atendible, los carpetanos extendieron tanto su influencia, principalmente hácia el mediodia, que llegaron con el tiempo á absorver y confundir en su unidad á los oretanos, que les eran inmediatos.

Sea de ello lo que quiera, no podemos dar un paso más en este terreno oscuro por falta de noticias fidedignas; y al buscar la luz, tenemos que acojernos á la época romana, huyendo de toda suerte de conjeturas, para apoyarnos en datos de certeza y veracidad indisputables.

Se ha escrito hasta ahora que los romanos engrandecieron singularmente á Toledo, y ésto que será una verdad si se refiere al engrandecimiento material de la ciudad, á su ampliacion y ensanche, á su ornato y belleza, de que suministran mil pruebas los monumentos que levantaron en ella, es una paradoja bajo el punto de vista geográfico, más aún, bajo el aspecto meramente político. Los romanos no la perdonaron en mucho

tiempo la resistencia que les opuso en su conquista, ni las rebeliones con que despues quiso sacudir su yugo, aunque por espacio de algunos siglos le sufrió resignada y se fué acomodando á su gobierno, bien que ésto fuera cuando ya declinaba al ocaso la estrella de Roma, y sonaban las oleadas de la irrupcion vandálica que vino á destruir sus dominios.

Por ésto como nosotros creemos, ó porque en el plan de division de España no cabia en un principio dar grande importancia á muchas poblaciones, la nuestra, mientras la dominacion romana, vió desaparecer su antigua independencia, y se encontró sometida no solo á la soberbia señora del mundo, á la que lo estaban igualmente todos los demás pueblos de la Iberia, sino á otros muy distantes de su zona, con quienes no la habian ligado antes ningun género de relaciones de procedencia ó sumision, ni siquiera aquellas que engendran la amistad y los intereses recíprocos.

Los conquistadores romanos al posesionarse de nuestro suelo, por cálculo y buena táctica no borraron los nombres, pero variaron las cosas y las instituciones. Las diversas regiones que componian entonces la entidad española, sin perder nada de su fisonomía propia, quedaron de un golpe convertidas en una sola provincia romana. Luego, á medida que la conquista se iba extendiendo y completando, con el arreglo que exigia el régimen de los pueblos, á quienes se otorgaban derechos y preeminencias más o menos latas, se hizo sentir la necesidad de separarlos en dos grandes grupos, que regidos por otros tantos Pretores, permitieran llevar á todas partes la inspeccion y el pensamiento de la metrópoli. De aquí nació la division de España en CITERIOR Y ULTERIOR, una la más próxima y á Roma, otra la más distante. En esta division llevada á cabo el año 195 antes de Cristo, en los tiempos de la república, Toledo quedó encerrada dentro del primer distrito, que tenia por último límite á Sierra Morena.

El emperador Augusto quiso señalar su advenimiento al poder por una reforma de las colonias, y en los albores de su imperio modificó la division anterior, formando tres provincias

y

que tituló TARRACONENSE, BÉTICA Y LUSITANA. En la primera estaba comprendida casi toda la España citerior é indudablemente la Carpetania. Se adivinará, por tanto, que nuestra ciudad se agregó á la provincia tarraconense.

Las necesidades crecieron con los años, y se hizo necesario todavía un nuevo fraccionamiento. Adriano, un siglo despues de Augusto, le verifica, añadiendo á las tres provincias de éste la GALÁICA Y CARTAGINENSE. Desde este tiempo puede sospecharse y que en la última comienza á figurar Toledo, á la cual antes se habia conocido como una ciudad estipendiaria ó tributaria, sujeta al convento jurídico de Cartagena, especie de tribunal colegiado adonde debian llevarse los pleitos y causas en apelacion de los magistrados inferiores."

Más tarde, como veremos, adquiere esta poblacion, segun sostienen algunos escritores, los honores de colonia romana, y bate moneda, y vindica otros derechos, lo cual supone que va saliendo de la abyeccion en que vivia anteriormente como simple municipio. Quizás se emancipó tambien de la dependencia de Cartagena, y puso bajo la suya á otros pueblos, constituyéndose en convento jurídico. Ya diremos de todo ésto lo que se nos ofrece en otra parte.

Por lo expuesto hasta ahora se habrá comprendido, que mientras otras poblaciones se habian elevado en la época romana á un grado de esplendor y de poder que nunca tuvieron, la nuestra no gozó en ella de las ventajas que reclamaban su posicion y los recuerdos de su antigua supremacía entre los carpetanos. Al observar ésto, nos figuramos que ha muerto en el largo período que absorvió la dominacion de los hijos del Lacio. Durante él, toda su vida se encierra dentro de sus muros, en sus circos y anfiteatros, en sus termas y naumachias.

8 En este lugar con temor nos separainos del comun sentir, que coloca constantemente á nuestra ciudad en la provincia tarraconense. Juzgamos que ésto ha nacido de haber copiado servilmente á los autores de épocas anteriores á la de Adriano, porque de otro modo no nos explicamos bien la primacía que en lo jurídico se atribuye á

Cartagena, y en lo demás se da á Tarragona. Nosotros no solo vemos natural el que Toledo pasase en la nueva division á la provincia cartaginense, sino que consultando algunos mapas de la España romana, la encontramos figurando dentro de los límites de este último distrito, así en lo civil y político, como en lo judicial y eclesiástico.

Antonino Pio en los Itinerarios nos habla de caminos que enlazaban con la ciudad, pero que no partian de ella. Roma no la debió tribunos ni repúblicos, cónsules ni emperadores, gramáticos ni retóricos, como á otros pueblos de España. La habia tenido en una constante humillacion, la habia dado tan solo panem et circenses, y la esclavitud y la ociosidad no producen frutos maduros.

Hubo además otra causa poderosa, que debió producir y produjo sin duda el mismo resultado. Toledo fué de los primeros centros que abrazaron en España el cristianismo; y ésto por una parte la atrajo persecuciones terribles que hicieron más dura su condicion, enrojeciendo de vez en cuando las ondas del Tajo con la sangre de sus mártires, y por otra fué poco á poco suavizando las asperezas de su carácter originario, endulzando sus costumbres, y preparándola á los altos destinos que habia de realizar en época no lejana. Para que un dia predicara á las gentes cordura y mansedumbre, prudencia y sabiduría, tenia que cursar en las aulas de la adversidad, y los romanos se encargaron de ser sus maestros. La utilidad de esta enseñanza estaba reservada para generaciones futuras. La Roma de los Césares, por designios inescrutables del cielo, debia educar á la hija predilecta de la Roma de los Pontífices, ya que la loba de Rómulo y Remo jamás pudo atraer á su cubil, ni con alhagos ni con amenazas, á los afiliados á la bandera de Jesucristo.

Llegó por fin el tiempo de los godos. Las supersticiones de los españoles indígenas, los falsos dioses que les hicieron adorar sus conquistadores, y el arrianismo que introdujeron aquellos, cuanto habia venido á destruir como perjudicial al mundo el que murió sobre una cruz en el Gólgota, cayó y se desplomó por su propio peso á la robusta voz de los Padres de la Iglesia, y ante la heróica resolucion de Recaredo, que abjura de sus errores y declara el cristianismo religion oficial y única de España.

La unidad en materias religiosas empezó á operar la unidad en el Estado. Las antiguas divisiones desaparecen; se borran hasta los nombres de varios pueblos ó se cambian sus desinencias

cuando expresan sumision, barbarizando y corrompiendo el lenguaje latino, é igualados todos en condicion y derechos, son del mismo modo sometidos á una cabeza, una legislacion idéntica y un solo monarca. Toledo es entonces asiento de la corte, centro de la monarquía que se levanta sobre las ruinas de las colonias y municipios de la Iberia, y desde sus asambleas conciliares sale aquella luz que alumbró los espíritus y las inteligencias, en medio de las tinieblas en que quedó envuelta por el pronto la gran catástrofe del imperio romano.

Como la religion habia operado estos prodigios, como todo ό gran parte era obra del clero que se habia aprovechado de los recursos nuevos, del aliento y el vigor no gastados de las razas del norte, para sus fines altamente civilizadores, no nos extrañará que al reconstruirse la nacion bajo una base sólida, fundidos en uno los reinos dispersos y mal convinados en las monstruosas divisiones romanas, se conservara y hasta se agrandase la esfera del gobierno de la Iglesia española, que estaba contenida en ellos. El elemento eclesiástico debia sobresalir y predominar en tal órden de cosas, sobre el elemento puramente civil ó político; y así fué con efecto.

En la época de Constantino el Magno, bajo el pontificado de San Silvestre, cuentan que hubo en España una junta ó concilio, en la cual se establecieron cinco sillas arzobispales y metropolitanas, que fueron TOLEDO, SEVILLA, ZARAGOZA, MÉRIDA y BRAGA, asignando á cada una los sufragáneos ú obispos que la habian de estar sujetos, y los términos de sus diócesis.' Á la nuestra cúpole en este repartimiento Acci (Guadix), Arcabiga (Agreda), Astigi (Écija), Basta (Baza), Bigastro (Barbastro), Compluto (Alcalá de Henares), Ilici (Elche ó Villajoyosa), Mentesa (Jaen), Oreto ú Oretum (que dicen ser Calatrava),

9 Ambrosio de Morales dice que tambien se puede poner como metrópoli á Lugo por haber quedado exenta, y García de Loaisa en sus Concilios menciona seis, colocando á Narbona de Francia entre las arriba enumeradas. Sin datos fijos para aclarar este punto, que es uno de los más intrincados de la historia de Toledo, nos limitamos á contar lo que nos parece menos exagerado.

Ya se comprenderá que nos es imposible atenernos á Mariana, que siguiendo unas veces á Itacio ó Pelagio, Obispo de Oviedo, autor de exiguo crédito que vivió en el siglo XII, y copiando otras al moro Rasis, nos pinta de distinta manera la division eclesiástica de España aplicada á Constantino, no considerando como metropolitana la silla de Toledo hasta los tiempos de Wamba.

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