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más que en EL PREMIO DEL BIEN HABLAR (1) de Lope de Vega (acto III, escena 2.") se lea abanillo, que según la Academia significa cosa bien distinta; hay otras cuyo diminutivo saca aparte la Academia, como retratico, risica y relojico; y hay otras que han venido á determinar una nueva significación, perdiendo absolutamente la diminutiva, como acerico, pellico, velico, villancico, farolico (en sentido de yerba), frailecico (en el doble de ave y pieza del torno de la seda), besicos de monja (en el de planta), palmadica (en el de baile), y tal vez espacico, sinónimo de aciago en los antiguos escritores.

La segunda ventaja que abona el uso del diminutivo en co, es su particular significación, pues aunque parecen sinónimos los en ico, illo é ito, que la Academia agrupa, concediendo la elección al buen gusto del escritor, es lo cierto que el diminutivo aragonés (permitasenos esta frase) tiene dos diferencias con aquellos otros; una que podemos llamar gramatical y otra moral, una que se resuelve como todas las cuestiones de sinónimos, otra que tiene relación con el carácter del pais, en que principalmente se conserva generalizado, aquel diminutivo. La diferencia gramatical, á la verdad no muy marcada, desde que la supresión del diminutivo en ico ha refundido en los otros su verdadero significado, consiste, en que la terminación en illo tiende visiblemente al desprecio, al achicamiento voluntario de un objeto, por ejemplo, chiquillo, capitancillo; la en ito tiene algunas veces carácter depresivo y no pocas denota cierta repugnante hipocresía, como se observa

(1) á cuyas flores servía

de abanillo, el manso viento.

por ejemplo en las frases, ¡tiene unarisita!, ¡la mosquita muerta!; la en ico demuestra cariño 6 predilección, siendo á lo menos un aditamento inofensivo, como nos lo declara prácticamente el ejemplo que llevamos citado de la CELESTINA, en el cual se vé que prepondera aquella expresiva terminación para la alabanza, angelico, perlica, simplecica, gestico, y se reservan otras para lo que puede indicar detracción, como nezuelo, loquito y lobitos. En cuanto à la diferencia moral, estriba en que el diminutivo en ico representa el lenguaje de la familiaridad, de la conversación, de la intimidad, y por decirlo así, de la buena fé, fuera del cual apunta en cierta manera el estudio, el disimulo, la desconfianza, la reserva, la falta de espontaneidad.

Hemos expuesto, sucintamente algunas veces, y otras con mayor difusión, los caracteres esenciales del idioma aragonés, mal apreciado en general, tan poco estudiado aún por los mismos aragoneses, pero tan digno de un exámen, todavía más lato, que el que le hemos consagrado. Las fuentes de donde procede, que son las más puras; la respetuosa conservación de voces. latinas, y sobre todo de españolas antiguas; la asimilación que se ha procurado, parca y atinadamente, con las arábigas y lemosinas; la suma de las palabras técnicas, compuestas, derivadas y aun onomatópicas, en todo conformes con el carácter de la lengua española; la expresión genial, candorosa y fácil que distingue á muchos de sus vocablos y á no pocos de sus modismos; todo contribuye á darle un conjunto inexplicable de belleza que, si no se ha beneficiado todo lo posible, consiste en que la sumisión aragonesa y la tiranía caste

llana, puede decirse que han concurrido á eliminar de la literatura los elementos más útiles del idioma aragonés, que viene á ser una variante, cuando no un complemento, del impropiamente llamado castellano.

De las ventajas que á este mismo lleva, algo es lo que ya tenemos indicado, pero todavía podemos añadir tal cual observación, que se compadece muy bien con nuestro objeto.

D. Fermín Caballero, en un breve artículo de periódico en que trata del lenguaje aragonés, manifestó que hasta en la eufonía y en la acción ó ademán se revelaba el carácter resuelto y franco de los aragoneses; elogió las locuciones deslizadas, rápidas y casi sincopadas, citando (llevado de sus aficiones geográficas) algunos pueblos de nombre esdrújulo y las palabras bánova, márfega, ápoca, rónego, tápara, múrgula, túbera, márraga y bázaro (pero estas dos son españolas); y señaló carnerario como natural y claro; botinflado, predicadera y sacafuegos (este español) como expresivos; racimar, pozalear y arquimesa como buenos; frontinazo como irreemplazable; y ternasco como diferente de recental, pues este solo marca la edad y aquél determina su naturaleza comestible. Mucho hay que admirar, en efecto, en el lenguaje aragonés.

Hay palabras, como ababol, que, no desmereciendo en suavidad de sus respectivas castellanas, obedecen más á su etimología: hay otras, como abortin, que conforman mejor con el genio de la lengua, si bien ya sabemos que por uno de los muchos secretos de la española, los diminutivos tienen á veces desinencia aumentativa (á la hebrea y griega) como sucede en ana

don y liebraton, verdadera antitesis de otros, como tordella que es aumentativo: hay otras, como remoldar, que son más concretas, pues en ese mismo ejemplo vemos que Castilla hace sinónimos à remoldar y podar, mientras en Aragón lo uno se refiere á los árboles y lo otro á las vides: hay otras, como cortada y huecatera, muy superiores á sus análogas corte y huevera, que en castellano son ambiguas y confusas por sus diversas significaciones: otras que tienen más conformidad con la lengua madre, como uva, que responde en Cicerón y en Fedro, como entre los aragoneses, á la idea castellana de racimo; que en Columela todavía expresa el que forman de sus propios cuerpos las abejas; y que en Virgilio tiene la más general significación de cepa ó vid, fert uva racemos: hay otras sutilisimas, como respetudo y gobernudo, que denotan, no ya la idea despectiva propia de esa terminación, sino una especie de falsa importancia, pues respetudo quiere decir el que inspira cierto infundado respeto, no por lo que es en sí, sino por su edad, su figura y su entonación oraculosa, y gobernudo, no el que es realmente metódico y ordenado, sino el que bulle mucho y parece estar en todo, aunque positivamente no tenga tanto gobierno, como agilidad y movimiento: hay otras dotadas de gran propiedad y de muy buenas condiciones eufónicas, como agüera, alud, asnada, brisa, caloyo, eraje, jugadero, mejana, lloradera, redolino, ternasco (1)

(1) Esta voz fué la que dió origen al Ensayo de Peralta, único aunque incompleto Diccionario aragonés que conocemos. Habíase provisto el autor, contra la irreflexiva intolerancia de la córte, con un catálogo de 150 Voces vitandas, que le facilitó un celoso amigo; pero escapósele, á pesar de

y vulturino: hay otras de excelente composición, como aguacibera, aguallevado, ajo-arriero, ajolio, alicortado, botinflado, cabecequia, malbusca, matacabra y matacan, que no puede rehusar ningún gramático: hay otras perfectamente significativas y en igual grado concisas y aun irreemplazables, como los verbos alfarrazar, amprar, antecojer, atreudar, bolsear, ceprenar, chemecar, entrecavar, favear, malvar: y otras, que son de composición castellana, con cierta libertad francesa. A todas las cuales, que de suyo no tienen equivalencia en castellano, hay que añadir, porque tampoco no la tienen exacta, las palabras alfarda, almenara, amel

esta prevención, la palabra ternasco, y la graciosa burla con que fué saludada, le determinó á escribir aquella obrita, que en adelante utilizó Dominguez para su Diccionario, así como Mellado para su Enciclopedia. Lo que decimos, de ser el de Peralta el único Diccionario, merece un poco de rectificación ó ampliación. D. Francisco Escuder, D. José Sieso de Bolea y don Blas Antonio Nasarre, introdujeron en el Diccionario de la Academia, con su carácter de individuos de aquel cuerpo, los aragonesismos que en él se leen; pero, dicho sea en paz de la Academia, poco ha mejorado ésta esa parte de su obra, en los ciento cincuenta años que ha tenido para estudiarla, y no obstante el auxilio que nosotros le hemos ofrecido con la primera edición de nuestro Diccionario publicada, en 1853, la cual pudo aprovechar para la última del suyo, que es de 1869: el beneficiado D. Tomás Pascual Azpeitia, también académico, extractó autoridades de voces aragonesas tomadas de los Fueros: D. José del Rey, natural de Jaca, escribió en 1738 Ortografia castellana y aragonesa: D. Francisco de Paula Roa escribió, según Latassa, un Diccionario aragonés en dos tomos, formado con las palabras extrañas de los Fueros, obra que no sería tan abultada como la describe Latassa, el cual, para calificar los libros, solía verlos con cristales de aumento: D José Siesso y Bolea, autor de varias obras, que en general se conservan manuscritas, entre ellas un Diccionario español etimológico, escribió uno de voces provinciales de Aragón, también con destino á la Academia (Biblioteca nacional a. 176). Pero entre tantos autores, nunca ha llegado esa Corporación al número de seiscientas voces, y á veces ha suprimido algunas caprichosamente, bautizándolas sin voluntad de ellas, como españolas. Peralta, en fin, dió en Palma, el año 1853, una reimprisión de su Ensayo, pero sin mejorar la primera, sobre la cual no hay más diferencia, que una sola voz aumentada y otra suprimida.

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