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mo verdaderamente aragonesas, habíamos incluido ya nosotros en nuestro Vocabulario.

Queda pues demostrado con la historia de Aragón, y comprobado con la de Navarra, que en estos reinos tuvo el idioma español las mismas vicisitudes y épocas que en Castilla, á quien venció bajo más de un aspecto, sin que nunca hayan existido ni existan hoy mismo sino aquellas diferencias naturales entre provincias que cultivaron diversas relaciones, que mantuvieron entre sí por más o menos tiempo cierto forzado aislamiento, y que en algún modo conservaron su carácter tradicional y con él algunos resabios y modismos; pues, como dice el anónimo autor del Diálogo de las lenguas, «cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras propias de decir, y es así que el aragonés tiene unos vocablos propios y unas maneras propias de decir Ꭹ el andaluz tiene otros y otras. >>

Pero sólo hablando con impropiedad se puede considerar á la aragonesa como tal lengua, por más que un autor moderno diga que «hasta la misma Andalucía y el Aragón no se han emancipado aún completamente de sus primitivos idiomas,» y por más que en la comedia Tesorina de Jaime Huete se diga: «pero, si por ser su natural lengua aragonesa, no fuese por muy cendrados términos, cuanto à esto merece perdon.» Otra cosa es que en los autores aragoneses se note tal cual locución ó modismo provincial, como los notó en Zurita, aunque en él son rarísimos, el crítico Sepúlveda, ó como se vislumbran en Avellaneda en quien a posteriori han podido advertirse desde que Cervantes, que debió de conocerle, lo declaró aragonés en varios pasajes del Quijote.

Esto es lo que nosotros creemos, pero no que el aragonés fuera lemosín ni tampoco que formara un idioma aparte, como ya hemos dicho que algunos lo han creido: no quieren decir más, aunque parece que lo dicen, los que, como Zurita, Martón y otros, se refieren á un lenguaje aragonés con honores de idioma..

Zurita, en una de sus muy razonadas cartas al sabio arzobispo D. Antonio Agustín, á quien combate con una solapada ironía que no todos han notado, dice las siguientes palabras: «En las oraciones (arengas) que se >>pudieran poner, yo confio muy poco de mi retórica, y, »demas desto, soy muy enemigo dellas y me desagra»dan en estremo las de Guichardino, aunque sean muy >>elegantes, y las de Hernando del Pulgar; y nosotros »los aragoneses en esta parte, Señor Ilmo, tenemos »algun reparo y voces propias de nuestra tierra.»— El P. León Benito Martón dice á su turno:

«Uso de algunos términos de Aragon rigurosos, »>aunque parezcan diferenciarse de los de la corte ó >>modo de hablar español que juzgan mas elocuente: >>Demóstenes y Platon escribieron en lengua ática, >>Hipócrates en jónica, Teócrito en dórica y en cólica >>Safo, Alceo y otros autores..... hasta persuadirse era >>el de sus ciudades el propio y mejor ó mas limado de »la lengua griega: lo mismo les sucede à las regiones »de España, al creer varios pueblos es su estilo el mas »español, entre los cuales no sobresale poco Zarago»za».---Mucho antes D. Gerónimo de Urrea, en su Diálogo de la verdadera honra militar, hacia decir á uno. sus interlocutores, «Huélgome de ver cómo voy haciendo fruto en vos,» y el otro contestaba: «Gracias á mi

entendimiento y no á vuestro romance aragonés retórico y grosero.» En nuestros días ha publicado el erudito Sr. Gayangos las Consolaciones del Antipapa Luna, traducidas (dice) por él ó algún aragonés, «como lo muestran claramente el giro de la frase y el estilo,» cuya obra dá al público para ejemplo del estilo y lenguaje castellano usado en Aragón en el siglo xv; pero ese estilo y lenguaje discrepan tan poco de lo que se usaba en Castilla, que no sabemos como citar alguna cosa que se parezca á aragonesa, á no ser que se tengan por tales «aquel muy tierno llorante en tiempo de frio;» «en Dios haberas consolacion;» «oye á San Gregorio à ti consejante;» «Job derechero, é teniente à Dios, é partiente del mal, en el cielo lo cobraras perpetual;» «muchas de veces;» «porque non hayades fatigacion en nuestros corazones;» «non será dada corona de gloria sinon al peleante lejitimamente;» «á las ánimas espinan;» «non han menester mucha sabiduría de cocineros nin de arte de cocinar.»

En el Museo Universal se publicó una poesía caballeresca que decía ser imitacion de la poesia y lenguaje aragonés de principio del siglo XIII, y no hay nada de tal cosa, por más que su autor (D. Rafael Boira) hubiese nacido en Aragón y áun, según hemos oído, tuviese inédito un pequeño diccionario aragonés y por consiguiente debiese saber lo que decía en este punto; pero nosotros no acertamos á encontrar más aragonesismos que los del verso: «El laud mosen Luesias apresta et adova.» Y, para concluir esto, en el Siglo de oro de la poesía aragonesa hacían tanto alarde de españolismo nuestros poetas, y sobre todo nuestros crí

ticos, que á uno de aquéllos se privó de premio en un certámen, porque en vez de haz había escrito fajo.

Sobre el fingido Avellaneda, á quien hemos citado no ha mucho, y cuyo lenguaje se ha examinado muy poco, nos permitiremos una ligera digresión, por lo que tiene de interesante á nuestro objeto y por la celebridad que alcanza todo lo que se roza con el Príncipe de nuestros ingenios.

Cervantes publicó en 1605 y después en 1608, las cuatro Partes de D. Quijote, que después quiso que se llamaran una sola y primera Parte, á la cual dió cima con el encantamiento del héroe manchego, razonablemente maltratado por el cabrero y los disciplinantes y restituido con aquella industria á su aldea, en donde el autor le dejó tan finado, como que habló de lo poco que la tradición conservaba acerca de sus posteriores aventuras en Zaragoza y concluyó con los versos que á su muerte se escribieron, pero dejando, no obstante, al lector con esperanza de la tercera salida de D. Quijote. Al cabo de algunos años, y cuando ya Cervantes tenía adelantada la nueva parte de su inmortal novela hasta el capítulo LIX, que es donde empieza á ocuparse de Avellaneda, publicó éste en Tarragona el año 1614 una continuación, que Lesage tradujo al cabo de un siglo, en 1704, y que después se ha reimpreso en 1732, en 1805 y por Rivadeneira en nuestros días, habiendo merecido á todos en general fuertes dicterios, pero habiendo sido calificada por Montiano y Blas Nasarre como superior á la del mismo Cervantes Saavedra.

Bueno es que éste contestara, en el suyo delicadisi

mo, al torpe próiogo de Avellaneda; bueno es que continuara su Quijote con la decencia y el donaire que tantas veces hubieron de faltar á su competidor; bueno es que pusiera la inimitable segunda parte suya muy por encima (que lo está mucho en efecto) de la del atrevido ingenio tordesillesco; bueno es que le hiciera las repetidas y chispeantes alusiones que se leen en varios lugares, que le motejara por haber abandonado como ingrata ȧ Dulcinea del Toboso, que lo deseara quemado y hecho polvos por impertinente, y aunque trajera hacia el fin de la historia á D. Alonso Tarfe, grandisimo amigo del otro Don Quijote, para que se sacara testimonio por ante un Alcalde y un Escribano sobre la autenticidad del verdadero hidalgo de la Mancha; pero no anduvo tan cuerdo el gran Cervantes en aquel juego de pelotear los diablos ante Altisidora con el libro de Avellaneda, ni en inquietarse porque éste llamara comilon á Sancho, ni en privar á Zaragoza del honor que en recibir á Don Quijote le había dado ya la tradición (en el último capítulo de la primera parte); ni en tener por cosas dignas de reprehension... que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin articulos... y que yerra y se desvia de la verdad en la mas principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de S. Panza mi escudero se llama Mari-Gutierrez y no se llama tal sino Teresa Panza (cap. 59).

Dejando esto último como menos importante, si bien prueba una vez más la distracción con que Cervantes escribía, cuando no recordó aquellas sus palabras del cap. VII, aunque lloviese diez reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari

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