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vate más verdadero, el más amargo de los satíricos, el epigramático sin par? El grado en que este cambio se verificó, se sabrá, el día en que la crítica gane la confianza de los monumentos arqueológicos; el día en que salgan de su mudez, medallas que son un misterio todavía; y se conviertan en descifrados, indescifrables alfabetos primitivos.

Porque hoy, ignorase qué es, el sello que cierra esos manantiales de la antigua historia; no tienen aun la categoría de doctrina de fé, las investigaciones geográfico-ibéricas de Humbold; los libros de Fauriel están sometidos á un análisis, que ha de decirnos, si lo que supone de los íberos y ligurios es una verdad; el vascuence sigue siendo un enigma; la lengua y la literatura eúskaras, aunque con personalidad en el mundo, merced á los lauros conquistados por sus vates y á las tareas de un Moncault, de un Luchaire, de un Hubbard, de un Luciano Bonaparte, de un Larramendi, no han cumplido, no han podido cumplir á esta hora, las promesas que nos hiciese el sabio P. Fita, al disertar sobre el monumento palpitante é indestructible de la raza occidental más perfecta; más allá de la influencia púnica y de la influencia del noble país, en que cantaban con inimitable dulzura los ruiseñores, sobre el sepulcro de Orfeo, no se vé bañada por la luz del mediodía, toda la Peninsula; las frases de los escritores citados no son tan dogmáticas que excluyan la discusion; y los estudios de los celtas, У de nuestros aborígenes, no han granado, en la estacion en que nos encontramos.

Fáltanos, pues, lente seguro para mirar el encarnizado duelo entre la lengua de Roma y las hispánicas, mientras la ciudad de los Scipiones pugnó por domeñar al país de hijos de hierro y entrañas de plata. Y fáltanos medio de saber la pronunciacion, las inflexiones, la sintáxis á que tuvo que someterse y que tuvo que aceptar el Lacio. Lo que sí se reconoce es, la influencia semítica, efecto sin duda de la vida que esta lengua alcanzó en las Españas segun Heeren; -influencia que es visible con claridad, en el territorio comprendido entre el Anas y el estrecho de Gades, por los estudios de Bartelemy, Duteus, Gesenio, Hoppe, Renan, Swinton; de españoles como

Bayer, Marina y Conde; de portugueses como Sousa; los cuales (y lo mismo puede decirse de los Herder y los Dozy) son los patriarcas de la filología moderna. Lo que sí se reconoce es, la influencia helénica y basta para ello con ir de Marsella á Sagunto. Lo que sí se afirma es, que la estela púnica, no estaba borrada en el tercer siglo, por dos razones que dá un español respetable, y que arrastran el ánimo al convencimiento. Ulpiano (1) enumera varios actos que el hijo de Africa y las Galias podía redactar en galo y en púnico; y que éste existía en la quinta centuria, en el continente de los desiertos, lo prueba un sermon del primer luminar de la Iglesia latina el sublime San Agustin. Si el púnico existía en Africa, en la época del Obispo de Hipona, no es de presumir que estuviesen borradas sus huellas, en las Españas de los siglos I, II y III. (2)

El latin eclesiástico convirtió en analítica, la lengua latina. Él ajó los hechizos de la prosodia y sintáxis de César; él destruyó el arte del Cisne de Mantua; él descastó la frase elíptica y destruyó el hipérbaton maravilloso de las páginas pensadas á la sombra de los limoneros de Túsculo.

La claridad, impuesta como un deber sagrado á los Santos Padres, dice un escritor insigne, trocó en naturalidad la elegancia cortesana del periodo construido, al modo predilecto de Quintiliano; y el léxico cristianizóse, por las necesidades de la nueva religion y del nuevo culto.

Y hé aquí, que si á la averiguacion del orígen del romance castellano no será fácil llegar, mientras con enojo de la lingüística, de la historia, de la filosofía y del arte, esté caido de la gracia entre nosotros, el estudio del Sanscrit, no sucede lo mismo, respecto á la causa próxima de la formacion de aquél, despues de los trabajos de Sandoval, Aldrete, Sarmiento, Velazquez, Vargas Ponce, Mayans, Pellicer, Nicolás Antonio, Amador de los Rios, Monlau, Villemain, Sismondi, Puibusque, Dozy, Ticknor, Fauriel, Circourt, Puymaigre y cien doctos más, que nos han dado (no juzgaré si con acierto ó sin él) la

(1) Lib. XXXII, Digesto.

(2) Canalejas.

filiacion de cada uno de nuestros giros, de cada una de nuestras frases y aun de cada una de nuestras palabras.

Antes que las águilas del Tiber anidasen en las Españas, en días cuyo sol anubla el sonrosado celaje de la fábula, gentes diversas arribaron á la Península. Ni la venida de Tubal, en que creen Florian de Ocampo, Mariana, Masdeu y otros; ni la de Tarsis que supone la Biblia; ni el reinado de los Geriones; ni los hechos de Tearcon y Sesac; ni las hazañas de Hércules; ni la expedicion de Nabucodonosor, pregonada, en la Edad Media por árabes y rabinicos, que creyeron bajo la fé de su palabra á Megásthenes, citado por Josefo y Estrabon; tienen los quilates de la verdad incuestionable, en la balanza de la crítica. A pesar de la sabiduría de los Mohedanos, los estudios acerca de las primeras colonias, no corresponden á la nobleza del afan de los filólogos y etnógrafos, que se han fatigado, preguntando á los silenciosos y remotos tiempos por su vida,

Sábese sí, ya por Boscho y Plinio, ya por Avieno y Estrabon; ya por los que, como Velazquez, han arrancado de las antiguas medallas, alfabetos de signos desconocidos; ya por los que como Mendoza, han ilustrado dólmenes preciosos;... sábese sí!, que á la Península regada por el aurífero Tajo y el diamantino Ebro, llegaron, celtas, sármatas, asirios, zacyntios, los de Samos, los messanen ses, los focenses, los rodios, los gálatas, los curutes, los iberos orientales, los persas, los lacedemonios, los tirios y los de Cartago. Ignórase en qué comarcas se establecieron; qué ciudades fundaron; qué religion, qué leyes, qué lenguas eran las suyas. Sin duda no llegaron á ser pueblo las tales gentes, pues para constituirlo, necesaria era la unidad en lo que tan diversos aparecían: cada uno trajo sus creencias, sus hábitos y costumbres y el idioma de su pais natal; transparentándose, á través de las sombras de la época en que se enterró la raíz de nuestra civilizacion, dos elementos que predominaban sobre todos:-el oriental, representado por los que hablaban «los elípticos dialectos de la lengua de Moisés y Jeremías; y el occidental, por los que se expresaban en indo-scita y en el habla fastuosísima del país en que cimbréanse aun, en el Eurotas, las cañas de Eurípides

y arrullan en las adelfas las palomas blancas que tiraban del carro de oro de Vénus y llevaban la ambrosía de Júpiter, al verso de Anacreonte. Sin negar el poder de la doble influencia, bajo la que nace nuestra cultura, en virtud de una ley racional, como la que decretó el duelo á muerte de las dos razas rivales que cruzaron sus aceros en Zama, los españoles que, desde la época más remota, tenían distintos lenguajes y venían mereciendo el título de doctos, «sin abandonar su lengua materna, guardaron las costumbres de sus padres»; y el túrdulo, segun Estrabon refiere, venerando sus ritos, continuó consagrado á la cría de rebaños; el morador de la Tartéside conservó sus sacrificios nocturnos; el lacedemonio y el lusitano perpetuaron sus bárbaras y supersticiosas ceremonias; y el montañés septentrional rechazó todo lo que proceder pudiese de aquellas primitivas colonias, que si proporcionáronnos la simiente que fructificó, en el proceso de los siglos, ni crearon la unidad, ni produjeron más obra que la de modificar y amansar un tantico, las costumbres de los rudos naturales de la Península.

La transformacion fué más trascendental, ya que no completa, cuando desprendióse al abismo en el cielo de Zama, la estrella de color de sangre, del primer genio estratégico que nunca ha peleado; del que abriéndose paso, por entre las nieves, los hielos, los torrentes, los precipicios de los Alpes, envuelto en densísimas nieblas que cegaban á sus ojos el dia, rodeado de privaciones, horrores y muertes, gana la altura, baja al llano, vencedor de peligros tan sin número, que á pico hubo necesidad de abrir veredas para que marchasen los elefantes, siega en Trebia, Trasimeno y Cannas la flor de los patricios, y abandonado, sin otro sostén que su propia alma, rodeado de los enemigos más poderosos de la tierra, vive en Italia diez y seis años derrotando ejércitos, y solo la abandona, cuando por salvar á su patria tiene que trasladarse á Africa, á reñir, en una hábil batalla, de importancia militar, por una causa enterrada ya, en una batalla histórica, en los campos de Metauro, donde en la cabeza de Asdrúbal, quedó decapitada la esperanza del que se suicidó en la Bythinia, por haber sido más grande que Cartago. La transformacion fué mas trascendental repito, cuando los

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hijos de Japhet vencieron á los de Sen en las Españas renovando el cuadro, al que sirvieron de fondo los dramáticos muros de Troya.

Si ninguna de las lenguas de los pobladores aludidos, ganó el derecho de conquista en la Península, de todas ellas quedaron palabras, frases y modismos, visibles en nuestros días. Porque las indígenas, es innegable «que superaron á la victoria de las águilas del Tiber y coexistieron siempre con la dominacion derivada de esta victoria». El geógrafo más grande de la antigüedad nos dice, que en su tiempo, tribus enteras de Etruria se expresaban en etrusco y que seis lenguas se hablaban en la Iberia: en osco representáronse las farsas atelanas para divertimiento y solaz de los jóvenes patricios, hasta la época de aquel emperador que saluda Rodrigo Caro con los epitetos de pio, felice y triunfador: bilingüe apellida á un pueblo de la Apulia, el inmortal autor de la Epístola ad Pisones y trilingües á los marselleses S. Jerónimo: y la historia, en muchas de sus páginas, tiene referencias á esos idiomas indígenas ó á los que resultaron de las naturales alteraciones con que el labio rústico y provincial pronunciaba el latin;... el latin!, con el que tiene aire de familia tan conocido el castellano, como entre sí, el válaco de la antigua Dacia y el habla en que escribió Bocaccio, el libro tan gracioso como verdadero, segun una frase pontificia, en que dió sepultura á la mitad teocrática de la Edad Media; el habla en que inmortalizó á Laura, aquel solitario de Vallclusa que lo fué todo, amigo de los Collonnas, abad de muchas iglesias, Canónigo de Sta. María de Avignon, y lo que vale más, primer Pontífice de la lírica.

Si, porque interrogando á la mente, despues de leer á Humbold, el Prólogo al Diccionario de Larramendi, á Erro, los catálogos de Aldrete, lo investigado por Mayans, se deduce, que en nuestra lengua, hay palabras de todos los pueblos, que hospedáronse en la Península, dominando la latina por las causas apuntadas y por la amistad literaria y religiosa que desde el siglo del autor eximio de la ciudad de Dios, unió á los Obispos de la Iglesia española con los de Africa; pues ésta, que era enton

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