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ignorancia en que la Europa ha vivido, respecto á la religion y costumbres del vencedor de aquella España visigoda, cuyo fausto en palacios y templos pregonan, el libro de S. Isidoro y la Perla de las maravillas (1), Almaccari y Bayan-Almogreb, EbnHayan, y Aben-Adhari; del que entró á saco en el Alcázar de Toledo; apoderóse de la mesa de Salomon, de ciento setenta coronas y diademas, de un Psalterio de David, escrito en hojas de oro, con letras yunanies y agua de rubí disuelto; y envió al Califa treinta carros de plata y todo linaje de pedrería. La ciencia de la actual centuria ha probado, que la lengua castellana, hija de varias influencias y de entronque latino, tiene deudas de gratitud con la semítica, y que ningun sello de este nombre y sí enlaces indo-germánicos se advierten en ella, antes de los cartagineses. Son los semíticos, idiomas de las razas monoteistas y los indo-germánicos, de carácter más subjetivo aun, de los pue blos que llenan de divinidades el cielo, la tierra y lo profundo, como aquel cuyos atributos de gloria son, la vieja lira homérica, el pincel de Apeles, los cinceles de Fidias y los libros de Platon ó de Xenophonte.

Aquéllos tienen una sencillez perfecta; éstos la fastuosidad, la complicacion necesarias, para expresar la riqueza de la fantasía humana, lo más recóndito del espíritu, las más abstractas y profundas percepciones del entendimiento. La influencia semítica apuntada, se debe al púnico, traido por Cartago; á la lengua del que dió el alfabeto á la Grecia y que es hija de la que, en su alefato simbólico, encerró una série de ideas profundas con su principio lógico; á la que en fin contribuyó á que la romana, no fuese universal en la Iberia. Mas, la causa formal del semitismo español, está, en que diez y seis centurias fué nuestro huésped el judío; el judío!, cuya historia social y literaria, es por fortuna, conocida hoy.

Si recordais lo preceptuado en Iliberis y en Toledo, á partir del tercer concilio; las persecuciones decretadas por Sisebuto, Waba y Egica; el papel que los errantes hijos de Jerusalem desempeñaron en la conquista musulmana; las hogueras á que se

(1) Ebn Alvvardi.

les arrojó por nigrománticos, en 845; la inhumanidad de las leyes, que en el siglo xi no consideraban crímen, el asesinato de un hebreo; las escenas sangrientas, inauguradas en 1108, que espantan, lo que la noche lúgubre de S. Bartolomé y las vísperas Sicilianas; si recordais que tras los días del sabio Conquistador de Murcia, en que lograron merecer respeto y los de Alfonso el del Salado y Pedro el Cruel, en que figuraron en la corte y en la política, vinieron las matanzas decretadas por la Casa bastarda y fratricida; convendreis en que el judío, reducido á condicion servil, blanco del odio, no ejerció poder social, ni literario tampoco, pues no produjo creaciones populares:-cultivó entre los árabes orientales y los ulemas cordobeses los estudios misnáticos y talmúdicos, cuya vocacion siguió manifestándose en las Academias de Toledo, de la centuria décimo tercia. Inmortal será siempre, sin embargo, la literatura rabino-castellana, de carácter científico principalmente, pues sus páginas astronómicas, teológicas y médicas son en ella las de mayor mérito: la literatura cuyas glorias se nombran Isaaque, Maimonides ó como el que por su Kusari mereció una rama de encina, y por sus versos, que escribiese Heine, «si tuviese el Nartecio que halló Alejandro entre los despojos de Darío y donde encerró la Iliada, no pondría allí la epopeya homérica, sino las perlas que Jehudaben Halevi de Toledo lloró por la destruccion de Jerusalem; perJas de llanto, que engarzadas en el áureo hilo de la rima, en la fragua sonora de la poesía, resplandecen en un himno:» la literatura de Josef-ben-Abitur, Isaac-ben-Giat, Abraham y Moisésben-Esrá, Moises-ben-Na-chman y Gabirol, que es á la vez, un filósofo más castizo que Séneca y tan grande como Plotino; un sabio en quien mucho aprendieron Alejo Venegas y el Dante; una de las honras que más deben envanecer á la capital de Aragon, si lo que Mcser asegura, es cierto.

Ah! y qué hermosa es la florescencia de la cultura rabínica en la Edad Media, ensalzada por Munk, Franck, Sachs, Geiger, Cassel y Amador de los Rios!.... Pero circunscribámonos á los siglos XII y XIII y sentemos. que exceptuando la de la Astrología de Aben Hezra, están en latin, todas las traducciones de las obras judaicas de aquellas centurias; y que en la época de

Alfonso X, el rabino «no pretendió avezar á los cristianos, á los giros y maneras orientales.» Volviendo los ojos ahora á tiempos que quedan muy atrás, reconozcamos que el semitismo que latía bajo la armadura de oro y hierro romano-gótica, favoreció la propagacion de la lengua arábiga, la cual encontró dos obstáculos: el cristiano sometido, y el que afilaba sus espadas, en las peñas de las cumbres septentrionales. Por espacio de algun tiempo, el erudito cordobés y el que moraba en la benigna ribera de Sevilla, consagráronse al estudio de los idiomas del Oriente; pero álzase el calvario, que el mozárabe tiñó de color rojo con su sangre y «se apaga aquella artificial cultura.» Esto de un lado y de otro, el odio mutuo entre el astur y el sarraceno y los elementos indígenas, depositados en las cuevas de Asturias, hacen que en las letras latino-eclesiásticas, que en la que entonces era capullo de la castellana ó castellana en la niñez, existan muy contadas señales del influjo oriental.

Sí, porque el soldado de la Cruz, en los albores de la Reconquista, aborrecía la civilizacion infiel, solo por serlo, pues ni la conocía, ni lo deseaba. Empezaron á verla los cautivos y rehenes, llevados á la corte de los Califas; y ocasiones de que aconteciese lo mismo á otros cristianos presentáronse, cuando D. Sancho de Leon, en 960, fué á Córdoba, en busca de médicos, ó cuando Alfonso el Grande de Asturias, llamó á su corte, á dos sábios muslines y les encomendó la educacion de su hijo; todo lo cual no fué bastante, á llevar el polen de la ciencia del Mediodía al Norte, pues lo sucedido con Gobmar (1) fué una excepcion.

A partir de la centuria undécima, debieron estrecharse las relaciones entre la España del Evangelio y la España del Coran, pues el conquistador, al convertir en templos de su fé las mezquitas, trasplantaba, sin darse de ello cuenta, á su campo, raices de la cultura arábigo-española. Los musulmanes que no huían de las ciudades desalojadas por las huestes de Santiago, y el muzárabe, doctísimo en letras orientales, que la Cruz en

(1) Este Obispo de Gerona, escrbió en árabe, una historia de los francos, que dedicó á Haken II, cuando era príncipe.

contraba en los baluartes enemigos que hacía suyos, contribuyeron á extender la cultura meridional por las fajas fronterizas, teatro de las más encarnizadas luchas que sostuvieron los soldados de Cristo y los soldados de Mahoma, y en la indicada tarea tomaron no escasa parte, los judíos, de las tierras de la media luna... los judíos! de rica vida intelectual, que poseían tan á maravilla la lengua del Yemen, como los retores más célebres del Asia; que en sus escritos la preferían á su idioma; y que conocían á la perfeccion, el latin y el romance. Sin embargo, en general, eran guerreras en el siglo XII, las relaciones entre el fiel al Gólgota y su enemigo. Lo dicen, los vocablos árabes que se leen en el Poema del Cid, y en las más venerables y viejas páginas de la literatura española; expresivos todos ellos, de armas y costumbres militares.

Es indiscutible; la influencia oriental fué siempre cortesana: brilló en el reducido cenáculo de los sabios y eruditos. Y el mostrarlo no es difícil. En Toledo, en la inmortal Toledo, el Asia y el Occidente diéronse la mano con cariño, por vez primera, poco despues de aquel día, en que clavó la cruz, en los adarves de la ciudad de la ciencia y el arte arábigos, el muy glorioso Alfonso VI. Mientras el monasterio miraba con terror, desde el Norte, la que juzgaba capital de la nigromancia, los seres ávidos de conocer los secretos de la sabiduría, encerrada dentro de los toledanos muros, sin acordarse de que pudiera ser pecaminoso el ver la cara de los doctores en mágica negra, dirigiéronse hácia la márgen del Tajo; unos, como Gerardo de Cremona y Miguel Scotto á estudiar á Averroes, á Avicena y á Aristóteles arabizado, otros á aprender en la escuela de traductores, en la que sobresalían los judíos.

La misma actividad que el Tajo presenció el Turia, donde el rabino ayudó, despues de la reconquista, á llevar tesoros, de la riqueza de los toledanos (no he de decir si á Provenza), á la corte del gran caudillo, historiador y clásico catalan, que represéntanos Muntaner, entrando con Ampurias, por la brecha de Mallorca, para mesar, fiel á su juramento, las luengas barbas al rey moro. No; no fué popular la influencia del Oriente. Al ceñir la corona de S. Fernando su hijo, por las célebres aca

demias de Córdoba y Toledo, por las versiones de Jehuda Mosca, por los libros de Isaaque; ya porque el palacio real convirtiése en centro de los muslines y judíos doctos, que por obedecer al rey tradujeron del hebreo, del caldeo y de la lengua del Yemen, muchas obras de filosofía, medicina y matemáticas; ya porque la avidez del monarca, por aprovecharse de la vida intelectual que circulaba por las arterias de las ciudades predilectas del Omniada y Abbadida, fué insaciable y profundo el amor que le inspirase, el establecer una escuela de árabe en Sevilla; es lo cierto, que en el reinado de D. Alfonso, empiezan en Castilla á influir los idiomas orientales, cual acusan las obras del desventurado autor de las Querellas y las del prócer ilustre, que legase á la novela y al teatro futuros, un manantial purísimo de leche en su Conde Lucanor; libro peregrino, á cuya popularidad han consagrado sus desvelos, entre otros, Argote de Molina, Wolf, Clarus, Puibusque y D. Pascual Gayangos. Que en época que vino en pos, empezó á descender tristemente de su zenith la estrella de los judíos; y que hubo empeño en que desapareciese todo timbre oriental, despues de aquella pascua florida de la historia, que personifica quizás mejor que nadie, el gentil y á la vez cristiano Ariosto, no puede negarse. El caso no es raro, pues estas oposiciones, con idénticos elementos se presentan, de igual manera, en la vida de la humanidad. Diganlo las ruinas de Troya, los versos de Bembo y los cuadros de Rafael, que lo son respecto al Asia y á la Edad Media. Dedúcese de lo manifestado, que la influencia hebraico-española, no se dejó sentir, hasta la mayor edad de nuestra lengua, declarada en las Partidas. Y nótese que el hebreo, cuya excelsitud intelectual conócese por los eruditos trabajos de Garcia Blanco, Amador de los Ríos y Catalina; y el árabe español, que, poeta llamóse Wallada, médico Avicena, el Hipócrates de los tiempos medios, botánico Ibn-Beithar, matemático y astrónomo Omaiya ben Abd el Aziz ben Abi '1 Saltz, gramático Abd-Alah ben Malik, filósofo Averroes y Avempace (1), maestro de éste, sabio

(1) Así llaman los escolásticos á Abu beer Mahomed ben Jahya Ibn Babja.

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