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de su corazon enamorado, que torna en pálidas sus frescas mejillas; ó las emociones del jóven, que habiéndose ausentado por vez primera de su hogar, vuelve á su casa, seguido de su fiel criado y en dócil cabalgadura, y al divisar su pueblo, desde la cuesta que domina el valle, y junto á la ermita de las afueras, á sus padres y hermanos que le aguardan ansiosos, los saluda estremecido de alegría.

Hé aquí los capitales romances (exceptuando el eúscaro) con que termina la maravillosa gestacion histórica, de que se ha hablado. Los tres tienen casi la misma edad: los tres se vigorizan desde el siglo XI, por el poder que adquieren los estados de la Cruz y por la conquista de Toledo, que cambia la faz de la política cristiana y pone en combustion, fundiéndolos con otros extraños, todos los elementos de cultura abrigados de antiguo en nuestro suelo. Y se vigorizan de tal suerte; que el uno procrea el mallorquin; el otro absorbe los dialectos astures, los leoneses, el aragonés, tan bien estudiado por Borao, el navarro, cuya fisonomía determinó En Pere Moles, en un curioso libro del siglo xv, y el gallego:....... el gallego!, que tuvo literatura, antes que el castellano; dió paternidad á la lengua del país en que nacerían los Camoens y Ferreira; y que había de regalarnos perlas de Saa de Miranda, de Gil Vicente, de Melo, de Gregorio Silvestre, tan ensalzado por Barahona de Soto y Lope, y de Jorje Montemayor, músico palaciego, poeta, y autor de la Diana, elogiada por Cervantes y superior por su naturalidad y ternura, por sus afectos é interés,á la Arcadia (1) de Jacobo Sannazaro.

En lo más florido de su juventud estos romances, cansados de la patria potestad del caduco latin, empeñado en conservar la heguemonía antigua, luchan con él y empiezan aquéllos á tomar color literario, en creaciones que, por desgracia, no se conservan, por haberles negado hospedaje la escritura, que era docta; y por último logran sus aspiraciones, apesar de los obstáculos políticos que les combaten, de los cambios introducidos

(1) La Arcadia, fué traducida á nuestra lengua en 1547, por D. Diego Lopez de Ayala.

en la Iglesia de España por la curia de Roma, y de la desgracia á que se vé condenada la letra gótica.

Y hé aquí que hemos llegado al siglo x, en el que no era cosa peregrina el romance castellano. La lengua nueva, entonces oral, hablada, no alcanzó la dicha de que la recogiese el monumento, por falta de manos que la escribiesen; mas poseemos peregrinas páginas bilingües, que acreditánnos la vida de aquélla. Una de ellas es el Fuero de Avilés. «Escrito por los cancilleres del Conquistador toledano, casi en la misma forma que hoy tiene, para gentes de índole distinta y oriundas de apartados territorios, hízose necesario buscar una lengua que fuese de todos ellos comprendida, y ninguna como la sabia, podía llenar este cometido.» Apoyan esta opinion de Hartzenbusch, los documentos coetáneos, de un latin acomodaticio, y otros anteriores, en los que obsérvase, que palabras que tienen forma bárbara en el Fuero, aparecían en castellano, como si de propósito hubiesen sido alteradas. Ambas indicaciones pueden comprobarse, hojeando la Coleccion de Muñoz, y fijándose entre otros, en el Fuero de Burgos, otorgado en 1073, y en el de Valle, concedido en 1094 por el Conde Raimundo, esposo de D.a Urraca. Dedúcese de lo expresado, que existían entonces, una lengua ó lenguas distintas de la escrita y si de tal convencen las indicadas páginas diplomáticas, ¿cómo en el Fuero de Avilés de Alfonso VI y en el confirmado por el VII en 1155, no hemos de ver el romance de Castilla triunfante?

En los documentos del siglo x, á roso y belloso, encontrareis, palabras expresivas de las necesidades de la clase ínfima del pueblo; y en los cancelarios del vIII, del ıx y del décimo ya indicado, es perceptible la influencia activa y directa del romance vulgar; y de igual modo, en Aragon y Navarra. En la centuria novena, obsérvase un cambio de cánon gramatical, en la construccion, conjugación y declinacion, en presencia de lo que, discurre Canalejas con lógica, al decir, que las voces extrañas al léxico del Lacio que existian en el siglo vIII y aun en días más remotos, pertenecían á una lengua, viva entonces. Ducange ha pro

bado, que la sucesora de la latina penetró en los alcázares, subió al púlpito y se llamó romana (1), la cual fué en la Península, un latin informe, mezclado con ibero y púnico y griego y hebreo;—más ibero en el Norte, más púnico al Sur y más griego al Este.

De modo que desde el siglo x, es el romance, una lengua formada, que crece y se desarrolla en el XI, teniendo su Torre de la Vela por decirlo así, en el reinado de D. Alfonso el de Almería y aun mejor en el de las Navas:.... Torre de la Vela bendita!, pues en ella, terminó la cristalización de la cultura antigua, producida por las fuerzas nuevas de la historia, en las formas propias del espíritu, generador entonces, de la Edad moderna; y tremoló sus estandartes victoriosos el habla hispano.

Así es que fija la vista en el modismo del romance y en la ley gramatical de la lengua que funde á la antigua; comparando el Diccionario clásico con el de Ducange, que es un pomposo monumento elevado á la filología, interroga un literato español, ¿podreis negar ante estas páginas, que es ya añeja la energía con que el genio moderno pugna por romper la cárcel del idioma artístico latino, para producir voces que no cabían en el mundo greco-romano? Quién lo dudará! Y porque no es posible, en el léxico de los romances vulgares, no veais solo, flores brotadas del sepulcro en que se corrompió el latiu, sino una obra, en parte formada por novísima creacion. Considerando pues, el número respetable de palabras castellanas que encontramos, en las centurias de los monumentos bilingües; y que á pesar de la enemiga de los doctos y de las influencias de la pasada cultura, «aquellos vocablos permanecen intactos, aquellos solecismos, son cánones gramaticales y aquel continuado barbarismo es una lengua;» hay que creer, que los fenómenos observados en los siglos VIII y IX, reconocen por causa, la existencia de un idioma oral, hijo del pueblo, que se impuso á los mismos que procuraban alejarlo de sus labios.

(1) Dicen los maestros, que el epiteto de vulgar, aplicado á la lengua, tiene una significación retórica que se refiere al lenguaje docto de los escritores de los siglos VI, VII y VIII; y que lengua romana, en contra-posicion á la latina, es, lengua popular.

L

Acaba de sonar en el reloj de los tiempos, la hora triunfal del rico romance castellano; en el que resplandece el genio de la lengua latina descompuesta por las indígenas, desde antigüedad remota; y reconócese, más ó menos borrado, un sello hebraico, arábigo, extranjero y de diferentes lenguajes. En las obras escritas más viejas que poseemos, hállanse voces recibidas del godo, del aventurero germánico, del vascuence (de éste muy pocas) y del griego, si bien la mayor parte del caudal de esta especie nuestro, procede de los estudios clásicos del siglo xvi. El idioma del Lacio fué pues, el núcleo principal del que, áspero, enérgico y vigoroso, como hablado por guerreros; sencillo y vago, como hablado por gente de una candidez adorable y de una inexperiencia sin límites; á pesar de los desdenes, del obstinado en detener el sol de las letras eclesiásticas ya en su ocaso; adquiere la púrpura del arte y logra por fin ahuyentar aquella sombra, que en las chancillerías y entre los semidoctos, se llamaba latin, con cuyo nombre recibía un homeraje parecido, al tributado á Inés de Castro despues de muerta. La que Amador de los Rios llama corrompida jerga, concluyó en el reinado del santo monarca, que hizo ondear el pendon de la Cruz, en los adarves de Sevilla. S. Fernando, convencido de que crea vínculos y estrecha lazos la unidad del idioma, y de que sólo ésta podría conducir á la del derecho, hizo oficial la lengua del vulgo, convertida ya en literaria y aceptada por los cancilleres de Alfonso VI. El bárbaro latin de la curia quedó reservado para los documentos eclesiásticos; y para todos los demás empleóse el lenguaje vulgar. Este empezó á desarrollarse con la precocidad, revelada en la traduccion del Fuero Juzgo de aquel tiempo. Alfonso X, que vino en pos del rápido conquistador de las ciudades andaluzas, continuando la obra de su padre, lo trocó en idioma culto de las ciencias heredadas de la Iglesia, aprendidas del árabe y del judío; y lo enriqueció con las voces y fórmulas científicas de los sabios y naturalistas que le rodeaban, enderezándolas por sí, segun nos dice en el libro de la Esphera, el monarca que tan respetuoso fué con la lengua nacional castellana y tan considerado con la de la Religion, en las Partidas.

Hemos llegado á la cumbre hermosa del siglo XII. Ved el habla de Castilla caracterizado ya, por la propiedad enérgica, la sencillez, la gracia, la majestad y la fuerza (1); vedle tan apto para la historia, como para la filosofía, para describir como para enseñar; y con el carácter simbólico y didáctico que distingue, uno de los ciclos de nuestra historia literaria. Hé aquí la multitud de elementos, que fueron dando vida á los romances y creando la lengua española; la que, constituida bajo seguros cánones, mereció que Marineo Sículo la saludase, en el siglo xv, como la más elegante y fecunda, y Hernando de Herrera, como la más recatada, la más casta, la más culta, la más admirable de las modernas.

Raynouard, en su Gramática comparada, ha estudiado las vicisitudes del latin, en varios idiomas del mediodía y afirma, que habiéndose mezclado á los dialectos bárbaros, produjo una lengua universal, que usóse en todas las comarcas, en que el Lacio había dominado y que duró, hasta el año mil; que de improviso, sin causas visibles, debió alterarse, dividirse y dar vida al francés, al catalán, etc.; conservándose tan solo casi inmaculada en Provenza. Tan errónea doctrina, victoriosamente, la ha refutado Puymaigre. El P. Sarmiento calcula, que de cien palabras españolas, sesenta son latinas, diez griegas, diez gótícas, diez árabes, y que las demás pertenecen á los idiomas de las Indias Orientales y Occidentales ó al dialecto de los Gitanos. El cálculo no parece exacto, pues el legado de la árabe al castellano, fué mayor que el de la goda y tambien su influencia, en la formacion de él.

El autor de Antigüedad y Universalidad del Vascuence en España, afirma que de las 13.365 palabras radicales en nuestro idioma del primitivo Diccionario de la Academia son, 555 arábigas, 973 griegas, latinas 5.385, hebreas 90, vascongadas 1.951, de orígen desconocido 2.786, y que las demás, salvo un pequeño grupo, las formó por sí mismo y de sus propias raices, el habla inmortal de Quevedo y Saavedra Fajardo.

El P. Burriel sostiene, que la octava parte de nuestro len

(1) Nebrija.

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