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cuya campana deben García Gutiérrez y Casado áureo laurel, en la sertoriana Huesca, austerísima catedral y viejo claustro, superior al Panteón escurialense, porque está su grandeza, no en que sean los pilares de mármol, ni de metal las urnas, sino en los nombres que se leen en sus sencillas lápidas sepulcrales; en Sijena, el monasterio vetusto en que fué armado caballero el protector de la juglaria, y están enterrados el más plañido de los monarcas, D. Sancha de Castilla, D." Dulce, D. Leonor de Tolosa, la Condesa de Barcelos y D.a Beatriz Coronel, el monasterio, que tiene en su Sala Capitular, uno de los tesoros artísticos de la Edad Media y que con el aflictis te spessimica, que se lee al pié del Altar mayor de su oscuro templo, recuerda el estandarte de la Virgen de los Dolores que ondeaba en la capitana del gran maestre de la Orden de San Juan, cuando arrojado de Rodas entró en Mesina con su escuadra; en las riberas del Jalón la más gentil de nuestras torres, la bilbilitana de Santa María; acá recuerdos de un Anti-papa, allá en aquel valle, que por su vigor y lozanía parece tropical, pues la hiedra tapiza los peñascos ó decora los troncos de los robustos plátanos y fresnos, construcciones que dan una idea de las primitivas, y que siendo ellas magníficas no lo parecen tanto, porque allí el hombre está vencido por la naturaleza, que humilla al pincel, entre los saucos de las márgenes del lago encantador de la Peña del Diablo, y que en su gruta, ya célebre, demuéstranos que la gota de agua es superior á Fidias y capaz de producir joyas de más mérito, que la mesa de Salomón, el Psalterio de David del Alcázar de Toledo, el árbol de Moctador, el reloj enviado á Carlo-Magno por Harum y la pala de oro cuajada de pedrería, y cubierta de esmaltes finísimos, que posee el S. Marcos de Venecia. Y hé aquí que existen entre nosotros, el románico, la ojiva, el bizantino, el greco-romano, y para que de nada carezcamos el estilo mudejar, es decir, el arte andaluz adhiriéndose á la vida y costumbres cristianas; la flor del loto y el tulipán trocándose en viñetas del libroEvangelio; el Africa de hinojos ante Covadonga; el Calvario perdonando al Atlas y el Atlas reconciliándose con el Calvario.

Y, como un resumen de las varías zonas del planeta y de los géneros arquitectónicos, tenemos otro de todos los heroismos. El génio de Anibal renace en el Batallador incansable, cuya tumba debiera estar en el Torreón de Azuda ó en los altos picos de Sierra-Morena; el de Scipión en el compañero de armas de Alfonso VIII en las Navas; el de Filipo en D. Pedro IV; el de Alejandro y Leónidas á un tiempo, en el vencedor del Pontífice, de Italia y Francia, en el héroe del sangriento Collado de las Panizas; el de Pericles, á la vez que el de Platón y el de Marco Tullio, en el prisionero de Milán, en el cautivo de Ponza, que inspiró su inmortal comedieta al Marqués de Santillana, en el huésped de los Médicis, dueño de cinco coronas y á la vez príncipe feudal, que ordena cese agradable música por escuchar la lectura de un autor clásico, que distrae sus ócios traduciendo á Séneca, que cura de grave dolencia escuchando páginas de Quinto Curcio, que suspende un combate y firma paces por haberle mandado su adversario un códice de Tito Livio, y que teniendo por favoritos en su corte á Filelfo y Lorenzo Valla, al ciceroniano Picolomini, á Jorge de Trebizonda el restaurador de los textos aristotélicos, al Poggio, traductor de la Ciropedia, reune tres literaturas y esculpe su nombre y el nombre de España en la obra maravillosísima del Renacimiento; y el de César, en Jaime I, dotado de la ambición de lo maravilloso que posee á las grandes almas, guiado siempre por altísimas ideas, ávido de tomar parte en la vida universal de las naciones, de inquebrantable voluntad, magnánimo, brioso, sufrido, avisado, fascinador, con todas las virtudes del héroe; educado entre el choque de las armas, acostumbrado á la malla y á la victoria desde niño, conquistador de cetros con la espada y de corazones con su gentileza, temido del moro y árbitro obligado en las discordias reales, prudentísimo consejero del Papa y potestad agasajada hasta por el Kan tártaro y el sultán de Babilonia, que tiene tiempo para conversar con los trovadores y sábios que le rodean, para fundar estudios y universidades en Lérida, Montpellier, Valencia, Palma y Perpiñán, para escribir su sencilla y encantadora Crónica y el Libre de la Sabiesa, para discutir en los Parlamentos ó en los Concilios, para conversar

con los mercaderes, á fin de asociarlos á la empresa de asegurar á su pátria la posesión del Mediterráneo, apoderándose de Mallorca, ó á la de colocar para siempre la enseña del Gólgota en las torres en que momentáneamente ondearon los pendones del Cid, para reformar é instituir sobre indestructibles bases el Consejo de Ciento, para crear la lengua que usó en sus escritos, en sus tratados; y que, audaz en la pelea, sereno en el peligro, prudente en el triunfo, el mejor soldado y el mejor ginete de su hueste, tan hábil al formar un plan como al eje cutarlo, justo, galán, dadivoso, es un excelente cronista, un excelente legislador, un gran capitán, un clásico, el hombre más digno de ocupar un trono que jamás ha existido, un sér extraordinario, al cual no llamaré invicto, porque lo único que no pudo domeñar fueron sus pasiones, que sólo siendo suyas era posible que rindiesen á tan portentosísimo coloso (1). Ah! nunca, jamás, ha habido reyes como los reyes de Aragón.

Ninguno de los que vistieron la púrpura, durante tres siglos, aventajó en prendas á los que la honraron en el país que baña el Ebro; lo cual débese sin duda, á la primacía de la ley, sobre la corona, en nuestro suelo; al pacto solemne, con altivez rccordado siempre á los monarcas por nosotros, en las lides por la libertad y el derecho; á que el cetro era aquí la insignia de un soberano de soberanos y el sucesor al sólio real, gobernador del reino; disposición sapientísima que acostumbraba, desde su edad más temprana, á los llamados á heredar las riendas del Estado, á las dificultades del mando, á estimar las instituciones, á someterse á la ley, á conocer y amar al pueblo encomendado á su custodia. Y no solamente fué ninguno más grande; ninguno obtuvo las adoraciones que ellos. Al pueblo y á los monarcas aragoneses unió siempre la amistad más sincera, por lo que jamás han templado aceros regicidas las aguas de nuestros

(1) D. Victor Balaguer en su oración académica acerca de la Literatura Catalana y el Sr. Castelar en su admirable discurso, contestando en la Academia Española, el pronunciado por el ilustre historiador de los Trovadores sobre las Literaturas regionales, cuyos trabajos tengo á la vista, retrataron de mano maestra à D. Jaime I y D. Alfonso V, respectivamente. Cúmpleme consignarlo así.

rios; que no hay apoyo más firme, ni más segura defensa, que la libertad. Bien lo sabían nuestros monarcas conquistadores y aquellos otros, que pródigos de su propia sangre con la patria, temerarios en el peligro, sólo cobardes para desobedecer el fucro, corrían, no á presenciar combates, sino á acaudillar ejércitos, á morir con honra; que los reyes, en esta tierra clásica de las virtudes cívicas, llevaban escrito en su corona, con piedras preciosas, que eran los primeros en los honores, en la hoja de su espada, con caracteres de sangre, que sabían ser los primeros en el peligro, y por esto, sentada á la grupa de su corcel de batalla, veíase la seguridad de la paz interior del reino, pues daban guardia de honor á ésta, en presencia y en ausencia de aquéllos, las libertades populares. Y de esta suerte necesitaba ser el trono, pues nuestra aristocracia, la más ilustrada y heróica de todas las aristocracias, no encontraba más medio de atajar la autoridad regia que tocando á rebato la campana de las rebeliones, si como dice un historiador clocuentísimo, «la ley había de sustituir á la arbitrariedad, la fuerza del derecho al derecho de la fuerza, el tribunal, las Cortes, al campo de batalla, y á una organización asentada en medio de desencadenados huracanes, una organización cimentada en el precepto legal, sin más amparo que la custodia de la libertad y la égida protectora de la justicia.»>

Sí, así necesitaba ser el monarca en esta tierra, vasallo de las antiguas libertades aragonesas, el primero del reino y el primero también en acatar y defender las leyes y costumbres que debía hacer guardar, por cuya senda llegóse á la perfección de aquel Estado, en que nadie estaba al arbitrio del poder, las esferas en que éste giraba distinguíanse de un modo admirable y la responsabilidad acompañaba á todo acto, cual la sombra al cuerpo. Sí, así necesitaba ser por último, si no había de rompérsele el cetro como frágil caña, dada la índole de este pueblo inspirado siempre por un sentimiento vivo en su corazón, enseñoreado de su conciencia, por el númen divino de su sacrosanta libertad, custodiada por él con tal cariño que apresurósc á vigorizarla cuando la vió amenazada, y de aquí que en cada trasformación no pudiese menos de salir más luminosa, porque

¡ay de la mano que hubiese intentado el evitarlo! Dijo muy bien el Sr. Romero Ortriz, en el nobilísimo Gimnasio de la historia patria:-«los anales de las prosperidades de Aragón son los de la monarquía aragonesa; los de la monarquía de cuyas glorias nos hablan, la nieve de Jaca y la brecha de la muralla mallorquina, las armaduras rotas por los marinos de Lauria, la lava del Etna y del Vesubio, y los bronceados peñascos del Pirineo en los que esculpiéronse leyes antes de ser coronados los héroes; los de la monarquía que no bien nace, baja del risco al llano, de Sobrarbe á Huesca, clava en Zaragoza el estandarte cristiano y hazaña tras hazaña, trueca en la vega de Granada el tosco sayal del labriego montañés por los brocados y armiños del rey político, símbolos del dote de poderío aportado por Aragón en sus nupcias con Castilla; los de la monarquía que unida á Cataluña formó nacionalidad tan admirable, y envió á Alfonso II al sitio de Cuenca, fué á las Navas, luchó por el derecho ultrajado en Muret, castigó á los aventureros Anjou, sojuzgó el Bósforo, grabó las barras en la cima del Olimpo y en la Acrópolis de Atenas, abrió de un golpe con el pomo de su espada las hieráticas puertas de la madre Asia y obedeció la órden secreta de Dios que escribe el Ebro en su curso, con la fidelidad que siguió Castilla el plan de campaña que le trazase el Altísimo con líneas que se llaman Duero, Tajo y Guadiana. Fuerte Aragón con sus monarcas y sus libertades, pudo conservar la feliz tranquilidad en el interior, ensanchar los límites del territorio, obedecer las inspiraciones del espíritu de civilización palpitante en su seno y producir do quiera milagros y maravillas;-en el Bósforo y en Palermo, en la cumbre del Tauro y á la sombra de los africanos nopales, en el valle en que tejió Proserpina primorosas guirnaldas y en el golfo de la sirena Partenope. Suyo es el mérito de haber comprendido, que la ley que preside á la historia preceptúa á la tierra del Romancero, el llevar la libertad y la salud á las razas encadenadas en el Cáucaso terrible del fatalisimo; el infundir las ideas derecho, humanidad y justicia, en el abrasado cerebro del Africa.

Nuestro carácter emprendedor y audaz, que nace del predominio ejercido en el español por la fantasía, la sensibilidad, la

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