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elevación del pensamiento, el espíritu asimilador, las notas todas que nos distinguen, el sitio mismo que ocupamos en el planeta, hácennos, los más aptos para educar y enaltecer á un pueblo inculto; para convertirlo en trabajador en la magna obra de la civilización universal; para ir á las orillas del río que en el mapa de la historia divide los tiempos primitivos y los clásicos; para entrar en el continente «que une las premisas de la civilización asiática con las conclusiones de la europea,» á llamar á la vida, al hombre del desierto.

Esta necesidad de sembrar la semilla del bien en las soledades de la Libia, sintióla Aragón antes que nadie, y dió con su ejemplo á la España cristiana, hermosísima enseñanza. Apenas el conquistador inmortal de Zaragoza, siente en su rostro, allá en apartadas cumbres, las suaves brisas de las dulces playas andaluzas, apenas abre la cruz sus brazos en los muros de Valencia y se liquida la media luna sobre el perfumado mar de Mallorca, aguijonea al más bravo de los batalladores, al más grande de los Pedros y al más magnánimo de los Alfonsos, la ambición misma que al héroe cantado por Herrera, S. Fernando, el día en que bebió el caballo de éste las aguas del Guadalquivir en la ribera de Sevilla, y que al vencedor en el Salado, después de tan maravilloso encuentro; la noble ambición que dictase una de las cláusulas testamentarias de Isabel I; la que llevó á Orán al más español de los españoles, Cisneros, y al Emperador à Túnez; la que aconsejó la expedición afortunada de Felipe V y la desgraciadísima del tercero de los Cárlos. Es justo, humano, patriótico, providencial; es cumplir una ley geográfica é histórica, y uno de nuestros destinos, el procurar que sea un templo del hombre el país, predilecto de la Iglesia de Cristo, en el que creía la Grecia que manaba la fuente de su civilización, y fundó Alejandro la ciudad que debía ser anillo y tálamo nupciales del Oriente y Europa; el país cuya luz inspiró al único épico nacional moderno sus Luisiades, obra que descuella sobre las de Ariosto, el Tasso y Balbuena, sobre la fria Henriada y los poemas rudos y bárbaros, el Cid, los Niebelungen y los cantos de Gesta, «porque contiene el espíritu, el corazón, los recuerdos, la gloria y las esperanzas de un pue

blo;» el país en que el infante D. Enrique y los marinos de Sagres descubrieron un cielo hermosísimo y cristalizaron en realidad preciosa las estrellas dantescas, soñadas por una privilegiada fantasía en un poético arrobo; el país en cuyos arenales perdió la vida y su ejército el romancesco D. Sebastián, convertido después en otro rey Arturo, por un melancólico amor de la patria; el país en suma, en el que está, según dice un sabio publicista, el principio del imperio que deben llevar y dilatar hasta más allá del Atlas, los descendientes de los vencidos por Tarik y Muza. Y hé aquí á Aragón adelantándose á las revelaciones de los siglos, entreviendo é intentando lo que hoy es una exigencia de la verdad enseñoreada del ánimo de todos, con la genialidad que intentó el Dante y entrevieron Virgilio y el filósofo que habló en lenguaje digno de los dioses en el jardin de Academus, lo que había de hacer más tarde el divino Rafael;...... á Aragón!, al que corresponde paric principal en el mejor lauro de la Edad Media, la Reconquista y en el último y más admirable poema caballeresco, la guerra granadina; á Aragón!, que tantos rasgos propios ha llevado á nuestra historia; el más laborioso obrero en el cumplimiento de los altos fines de la Providencia. A él cupo en suerte la tarca de comunicarnos con Europa y la de asegurar la tranquilidad del Mediterráneo; con los florines de su Tesoro, con los florines adelantados por Luis Santanjel aparejáronse la Santa Maria, la Pinta y la Niño, que salieron con Colón del puerto de Palos; sus príncipes, dando materia con sus hazañas y virtudes á que varones clarísimos las escribiesen, prestaron inapreciables servicios á las buenas letras; y sus juegos florales, el cultivo de la Gaya ciencia fomentado y protegido por nuestros reyes, tuvieron superior influjo en la civilización de España. Es verdad que la aparición de un nuevo pueblo llamado, en un porvenir próximo, á conmover el mundo, con sus sabios, sus héroes, sus navegantes y sus artistas, se halla, en el Poema del Cid y en el Libro de los Jueces, en las Querellas y en las Partidas, en los rudos versos del Arcipreste de Hita y en las páginas del coronista Ayala, en Juan Lorenzo Segura de Astorga y en los escritos de Gonzalo de Berceo, cuyo carácter iguala, como diría

Castelar, al candor de las Florecillas de San Francisco, «á la inocencia de una pintura de Cimabue, al dibujo de una viñeta de breviario, al eco de una salmodía gregoriana, al Stabat Mater en su no aprendida sencillez,» pero lo es así mismo, que no á estos viejos monumentos y sí, á Aragón se debe, el haber introducido la cultura y el gusto en las costumbres y en las letras de la Península, en ciclo cuyo contorno no se descubre, ni aun recogiendo la vista, al volver la cabeza para mirar el pasado. Es imponderable, observa un castizo escritor, (1) «el servicio que los Reyes trovadores D. Pedro II y D. Pedro III, el Amador de la gentileza y D. Martín, hicieron á los adelantamientos intelectuales de la España, con la protección dada por ellos á los ingenios de su época y con el estímulo generoso que los torneos de la poesía suscitaron; y la influencia de la espiritual corte del hijo de D. Fernando de Antequera en el Renacimiento español, la influencia de aquel rey magnánimo emparentado con el de Navarra, con el Principe de Viana, con el gran sabedor de Castilla. Y es muy ilustrado el impulso que la literatura española recibió en aquel periodo, del descendiente de los montañeses que bajarón corriendo los riscos de Sobrarbe, lanzando al árabe con su empuje á la parte oriental, y que después de haber amagado el poder del moro en el Africa; asentarón la dominación ibérica en las armoniosas playas é islas de la Italia; pasearon las rojas barras por el Asia produciendo tan universal asombro,

que ante ellas, muda de espanto se postró la tierra;

y dibujarón la sagrada encina de los blasones aragoneses, en la Santa Sofía de Constantino, con la punta del acero del personaje inmortalizado por Moncada en su obra, dechado de fluidez, lisura y naturalidad y en la que hay trozos « trabajados con mucha maestría» (?) que acreditan al Conde de Osona de notable artífice, tanto como la expedición á Sicilia á Tucidides, como la batalla de Cunara á Jenofonte, como las Horcas Caudinas, á Tito Livio; á Tácito el tumulto de los (1) El Conde de Quinto.

(2) Ticknor.

legionarios del Rhin, y á Maquiavelo, la muerte de Julián de Médicis. Si el idioma se perfeccionó de superior modo, en las delicadas manos de Cervantes y Rioja, del Cisne de Sevilla y del soldado más gentil de Cárlos I; si llegó á ser el del Quijote y el de Noche serena el en que se lamentó Salicio, habló Sigüenza y fueron cantadas la arrebolera y la rosa; si lució un dia en que confundiéndose el arte erudito y la poesía popular abriéronse las magníficas puertas de un siglo de oro, á tan fcliz cima, en la que los laureles forman espesura, llegóse por el camino de Aragón; y si á progresos tan rápidos y fecundos contribuyeron en primer término, nuestros grandes humanistas y latinos; si Antonio de Lebrija y Luis Vives, inauguraron la áurea edad del habla patric, Antonio Agustín, Blancas, Zurita, «historiador insigne entre los mejores (», subiéronlo á su zénit, no menos que Ambrosio Morales, ilustre sobrino del Maestro Pérez de Oliva (2), traductor de La Tabla del filósofo de Tebas, Cebes, discípulo de Sócrates, y

(1) Fernández y González.

(2) Gran observador de la sociedad y del corazón humano, hombre de pensamiento é hijo del autor de Imagen del mundo, obra que á pesar de no haberse dado á la estampa conquistó á su autor un nombre envidiable. Pérez de Oliva estudió las artes liberales en la Florencia del Renacimiento español, perfeccionóse en el latín en Alcalá y en la antigua Lutecia. continuó sus estudios de Filosofía y Letras humanas en Roma, obtuvo honroso puesto al lado de León X, que renunció por satisfacer su sed de sabiduría, trasladóse á París donde instruyóse en nuevas materias, y restituido á su patria fué nombrado, sucesivamente, catedrático de la Universidad de Salamanca, Rector de ésta y Maestro de D. Felipe II, entonces niño, cuyo cargo no pudo desempeñar porque le arrebató la muerte, poco tiempo después de su elección. La lengua castellana le bendice por su anhelo generoso en darle vigor, nobleza y energía y el tesoro de la república de las letras le debe riquezas, como las representadas por sus obras morales y políticas. Es autor de un diálogo interesantísimo en elegio de la Aritmética, escrito para ser colocado al frente de la de Siliceo, más tarde instructor de Felipe II y Arzobispo de Toledo; de refundiciones afortunadas de una comedia de Plauto, de una trajedia de Sófocles y de una traducción libre y poco féliz de la Hecuba Triste. Llevan su nombre varios trabajos breves, en los que se refieja un juicio el más recto, talento profundísimo y un erudito de escogida lectura. Su mejor página es el Diálogo de la dignidad del Hombre, sobria y discreta en el pensamiento, grave y culta en el estilo, nada variada en los giros y la frase. Pocos moralistas, dice muy bien el señor Fernández Espino, han desentrañado mejor las causas del mal y del bien y

continuador del más crédulo de los cronistas, el zamorano Florian de Ocampo; que el Brocense, gran filólogo, sabio entre los sabios, hábil restaurador de los estudios clásicos, poeta antiguo y moderno, el mejor crítico de sus dias, al que mucho, mucho!, debe el Tytiro del Tajo; y que aquel noble, virtuoso y docto hijo de Fregenal de la Sierra, el de la Biblia Poliglota, laureado en Alcalá, ariete contra la herejía en Flandes é Inglaterra, pasmo de Trento, Capellán y Confesor de su amigo Felipe II, Prior del Capítulo de Santiaguistas, autor de magnas obras de Teología, que renunció mitras de pingüe renta por ocuparse en interpretar las Sagradas Escrituras y complacer su modestia en el dulce retiro de la Peña de Aracena, tajada por la naturaleza en altísima y solitaria cumbre, en la que el hermoso cuadro de las huertas de Alajar constituian el honesto recreo, del que la ciencia divina, las Humanidades y las Musas consideran como su Benjamin querido. Siempre influyeron, siempre!, en la historia de España los ingénios insignes del Ebro. Ciertamente! La riqueza y armonía de la lengua española llegó á su apogeo en el siglo XVI, tan fértil para las letras y las artes, y en cuya centuria encontramos, númen vigoroso; tradiciones inspiradoras, de tan rico contenido de belleza, como la sociedad de entonces, cuyo aire de familia con la de los tiempos medios es visible, por la índole de sus virtudes; las flores más preciosas y los más exquisitos frutos del ingénio; una nación que por rasgo de ingenua vitalidad, por gérmen de prodigiosos hechos (1) nos ofrece, la

dirigido la voluntad del hombre por camino tan seguro para la virtud y la gloria; y es lástima que bajase al sepulcro dejando sin terminar los tratados La Castidad y Del uso de las riquezas. Escribió también algunas poesías de escaso mérito. La obra maestra de Oliva es el haber contribuído á formar a Ambrosio Morales, que publicó las producciones de aquél, añadiendo quince discursos sobre asuntos morales. Según el último, su ilustre tio escribió en latín un tratado sobre la piedra imán, en el que parece descubrió y vislumbró en ésta, la propiedad de poder comunicar á dos ausentes. No llegó á terminarse ni á publicarse.

(1) No puedo continuar sin declarar, que me sirven de norte en estos estudios, las ideas recogidas en la cátedra del malogrado y eminentísimo Profesor D. Francisco de Paula Canalejas y en los libros de mi maestro predi

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