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PRÓLOGO.

I.

HOMENAJE A ARAGÓN.

HACE ya algunos años, exclamaba en una solemnidad académica el más grave y persuasivo de los oradores y jurisconsultos modernos,-honra y prez del foro, de las ciencias, de las letras y de las artes en España:-«doy gracias á Dios de haber puesto mi cuna á la sombra de aquellos naranjos y bajo la bóveda espléndida de aquel cielo.» Acordábase, al pronunciar estas palabras, el cantor insigne del héroe de las gargantas dramáticas de Roncesvalles, del azahar que dá deleite al sentido en las ermitas cordobesas ó en las cercanías del monte de la Novia y perfuma los collados en que fabrican panales olorosos, abejas de la familia de las que rodeaban la cuna del Epico del Imperio, ávidas de recoger la miel que destilaban los lábios del niño, entreabiertos por la angelical sonrisa de la inocencia. Acordábase de las auroras y ocasos que tan puro rosicler y cambiantes tan bellos ofrecen en los nevados picos de Veleta y Mulhacen; de la poesía singular sentida en el Patio de los Leones, en esas noches de Mayo en que el astro predilecto del ruiseñor irradia su luz suave y melancólica, en medio de miriadas de estrellas, que relucen en el azul más limpio

y bello de los celestes; del hechizo incomparable de un amanecer en las riberas descritas por Becquer y cantadas por Arguijo ó de una caida de la tarde entre los laureles rosa del Jeneralife, de cuyos troncos, si colgásemos paisajes del Poussin, resultaría el arte dando una lección á la naturaleza, á cambio de las muchas que á la naturaleza tiene dadas, el Pintor de los árboles. Pensaba el Sr. Pacheco, sin duda, en el sol que llameó un día en las granadas de oro y plata del alminar de Abderrhamán y en el que resplandeciendo sobre tejas-de oro y plata también-después de esparcir todos los encantos de la belleza, en las espléndidas vistas de la azotea de la quinta palacio de Medina Az Zahra, penetraba en el Salón del Califato; daba á beber luz á la perla que en él testificaba la pompa de Bizancio, y que pendía del esmaltado techo sobre un cisne de la labor más exquisita; cegaba los ojos al reflejar sus rayos en los jaspes, en los metales riquísimos de las paredes ó de las columnas taraceadas de piedras preciosas, en el cristal y pórfidos de los pilares de la célebre arquería polígona trazada por ocho arcos de herradura, y en las joyas que aumentaban el mérito de las puertas de márfil y ébano que sobre estos pilares descansaban; en el trono del Sultán, al parecer tallado, en un astro de más brillo que el que nace, en la fresca alborada, en un cielo de rosa y se pierde en golfos de líquida púrpura en el poniente; en los brocados, en los rubíes, de los escudos, espadas y cimitarras que se lucían en ceremonias tan solemnes, como la jura de Alhaken, la recepción de Orduño IV de Galicia ó la del enviado de Constantino (1); ..... estancia mágica, en la que causaba vértigos el estanque de azogue al moverse; encantaban el oido los arpegios de las aves encerradas en redes de seda,

(1) Al Makkari ha descrito á maravilla esta embajada. Ben Hayyan dice que la carta imperial tenía un sello de oro con la efigie del Mesías de un lado y las de Constantino y su hijo en otro; estaba escrita en vitela azul celeste con letras de oro, acompañándola una lista de los regalos en carac teres de plata; iba encerrada, metida en una bolsa de hilo de plata, dentro de una caja de oro, que entre otros primores ostentaba un retrato del Emperador en esmalte: todo esto lo contenía un soberbio estuche con funda de seda.

en los vecinos boscages de laurel y almendros, los ruidos misteriosos de la enramada, que acá y acullá proyectaba gratas sombras, y los argentinos del agua que bajando de la sierra por artísticos acueductos, ora deslizábase, entre matas de adelfas, formando estanques rodeados de un seto de arrayan ó de granados que esfumaban el suave contorno de las márgenes con sus hojas y con sus flores de carbunclo y topacio, ora derramándose por canales de blanco mármol, empinábase después en corimbos y juegos que, con frecuencia, aparecían como teñidos de los matices del iris, embelesando con sus cambiantes, el murmullo del aire, al atravesar las arboledas del cerro que servía de fondo al cuadro, los bosquecillos de rosales de Chipre y Damasco y las arcadas que formaban los plátanos y palmas, ó al rozar en las pitas, al mover los sicomoros, y todo el verde océano, en fin, que rodeaba la ciudad-flor; y recreaban el olfato perfumes que las huríes hubiesen recogido en sus cajas de nácar, en las horas en que las estrellas se reflejaban en los lagos de los jardines y simulaban un pensil de margaritas de luz; veíase en la onda pura la vía láctea; aroma de ámbar embalsamaba la brisa, que agitando los mirtos y los cálices, sorprendía los secretos de las corolas para difundirlos por do quier; y algún adufe sonando en los hadados pabellones ó algún laud en el poético cenador ó en la deliciosa umbría, simulaban el alborozo de los génios de la Arabia, del génio tutelar de la maravilla de la arquitectura morisca, del monumento, en que, con mayor riqueza, nunca se ha transformado el Oriente.

En frase que no ha de vivir lo que la del Quintiliano del periodismo patrio, doy gracias á Dios de haber nacido en este país; amado de quien dé culto á las ideas y sentimientos que ennoblecen la vida, temido de las tiranías é invocado en todos los sublimes martirios; que no en balde, ya se le vé, en los pergaminos de las más viejas crónicas, teniendo por características, el entusiasmo, el valor, la generosidad, la lealtad, la intransigencia en los ataques á su derecho, la fidelidad á la palabra empeñada, la honrada confianza que nace de la fé, las bellezas todas de un perfecto carácter. No busqueis aquí, el esmalte en el cielo, la dulzura en las notas del bosque, ni en las

florestas las esencias que en el país donde, á la luz de los astros, al son de la cuerda triste y de amorosas canciones, danza la gitana bajo la parra, y la poesía es tan espontánea, tan natural, como las adelfas y nopales que nacen entre los peñascos de los torrentes, como la numerosa familia de aquella Eva de las palmeras transplantada por Abderrhaman, tan rica en sus adornos como el interior de los edificios árabes,... como lo fuesen, la sala de Almunia y la alcoba del Califa, en la que vertían agua sobre una taza verde de imponderable valor, un león, una gacela, un águila, un elefante, una serpiente, una paloma, un halcón, un pavo real, un cocodrilo, un gallo, una gallina y un buitre de oro; no busqueis aquí en el ingenio, la amable pompa, la armonía, que en la atmósfera de átomos de topacio en que todo estimula á la vida, y los acentos elegiacos tienen el sonido de un cántico de sirena, escapado de un sepulcro de hojas de rosa, y los atavíos de la musa recuerdan más que el ceñidor de Vénus el collar de Tarub; no busqueis aquí en fin, los Gutierre de Cetina y Murillos de la pátria del madrigal, de la oda, del cuento y del romance morisco,--primorosa muestra éste de la sávia oriental que circula por el árbol de nuestra literatura;... tal vez desde el fastuoso Séneca!, tal vez desde el volcánico génio que el Dante coloca en la magnífica constelación en que se hallan Ovidio, Horacio y el viejo Homero! Lo que encontraréis, sí, la originalidad primitiva de la naturaleza, los contrastes mayores: jardines que serían la delicia de un Delille ó de un Selgas, y las más agrestes espesuras; grandes desfiladeros y prados que traen á la memoria las garcilasescas églogas; barrancos en los que entretéjense el espino, la ortiga, la alcachofera puntiaguda, planicies pedregosas que apenas si humedece el rocío de la noche, y vergeles sin número, collados en los que ostentan sus gracias las familias privilegiadas de la flora silvestre y mesetas en las que nacen, entre juncos, riachuelos de purísima vena, que regalan á nuestros labradores los tesoros y encantos de las cuatro estaciones, en los climas más pródigos en beneficios, la animación más alegre y la soledad más melancólica; ciudades de venerable aspecto y aldeas agrícolas, albergue de la paz de Dios; en aquel escombro, el cardo que cubre las ruinas de Córdoba la

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