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telectuales, lo cual le privó de conquistar hojas de laurel más frondoso aun y de encina todavía más robusta, que la encina robusta y el laurel frondoso que posee, en el paraiso de la fama.

De haber escuchado los consejos de Mañé y Flaqué y del ilustre bardo que nos ha descrito las cuevas de Collbató, otra habría sido su carrera! No aseguraré que hubiese llegado á Ministro, acordándome de Moreno Nieto y de que lo ramplon y chapucero es á veces favorito de la fortuna: sí, que hubiese alcanzado las posiciones más altas, en la milicia de las letras. Y á decir verdad, á esto es á lo que debió aspirar, pues no había nacido para esos encarnizados combates, en que el orador esgrime el arma de las pasiones, casi siempre. Borao, que era fácil en la conversacion, diserto en la cátedra, un prosista de elegante estilo, jamás brilló en la cima, donde en medio de la tempestad, sonó la palabra ruda, enérgica, salvaje de Rios Rosas y en que lucieron Galiano, Lopez y Valdegamas el sublime ritmo de las suyas; jamás alcanzó uno de esos triunfos que consiguenlos que con la magia de la fantasía, con la pompa del lenguaje, con la majestad de la entonacion, convencen de que en efecto es la elocuencia, como dijo Eurípides, la soberana de las almas. Su modo de ser, le hacía más apto para las investigaciones del historiador y los trabajos del erudito, que para pisar con segura planta, la encendida arena que casi cubre, las rojas gradas de la tribuna política; más desenfadado en el trato con las musas, que en el trato con los jefes de los partidos; más ambicioso del retiro de una biblioteca y de la Holanda tranquila de una cátedra, que de lucir en otros palenques literarios.

Lástima que en aquel hombre, no hubiese sido el arte el culto único de su vida! Lástima que por lo múltiple de sus quehaceres, se llevase á la tumba, un Borao superior al que resulta dibujado de cuerpo entero, en sus obras! Lástima que ejercitase todas sus diversas facultades! El fué un humanista de varia y selectísima lectura, de acendrado gusto, aunque un tanto arqueológico por su amor á la antigua poesía; un profesor de gran prestigio y autoridad moral, que cuando explicaba, parecía que estaba leyendo un libro, tan admirable por la novedad de sus ideas y la profundidad de sus pensamientos,

como por el ingenio y galanura de su castizo lenguaje. Treinta y un años desempeñó su cátedra de Literatura, con el acierto que un día la de Matemáticas. Con la misma pluma que escribió su Tratado de Aritmética y el de Ajedrez ó la Historia de la sublevacion de Zaragoza en 1854, y el Tesoro de la Infancia, emborronó las cuartillas de su drama Las Hijas del Cid, de la oda á la Virgen de Covadonga, ó del estudio crítico de La Muerte de César de Vega: terminaba un trabajo y sin darse reposo, disponíase á leer las obras sometidas á su censura ó meditaba acerca del mejor medio de honrar á Echeandía, el ilustre amigo del primer cultivador de la patata en la tierra aragonesa, el químico Otano: y alma de la Comision de Instruccion primaria, de la de Monumentos, y de la Academia de S. Luis, le sobraba espacio, como Rector, para la obra del Jardin Botánico, para mejorar la Biblioteca y embellecer el edificio de la Universidad, para sustituir con ventaja el libro de Gestis; como hombre de estudio, para enriquecer cada día más su inteligencia; como colaborador de los periódicos más acreditados, para ennoblecerlos con sus trabajos; como poeta, para certar, como literato, para fundar Revistas literarias; como consejero de la Diputacion, para ilustrarla en los asuntos históricos que hubo de consultarle. Así vivió, el hombre que por desgracia, dirigió solo breves días la Enseñanza española, desde el elevado sitial en que tantos servicios prestó Gil y Zárate á su patria; y así vivió con grave daño de sí mismo, pues adornaban á Borao, además de sus dotes de catedrático, otras, eximias para el género en que sobre las demás provincias españolas ha descollado la patria de Blancas y Zurita tan visiblemente, como descuellan en el bosquecillo de Mammuth los altos cedros de California y en los jardines de la Orotava, el dragonero famoso, tan venerado de los guanches, cual lo fuese de la Lidia, el plátano de Jerjes. Todas las prendas morales é intelectuales en el historiador exigibles, le adornaban:-reunía en sí profundidad de ideas, serenidad en el juicio, belleza en el lenguaje, maestría para unir el principio abstracto con el hecho, el desarrollo de éste con el de la literatura: y su pluma pintaba, como el pincel más empapado

en luz, esculpía como el mejor buril. El pudo haber producido una historia que, siendo una obra de arte bella, fuese admirable, considerada en sus reglas críticas y metodo de investigacion, enriqueciendo de esta suerte el joyero de la época de que somos hijos y que es tan gloriosa en el linaje de estudios, á que deben un rayo de inmortalidad, los Niebuhr, los Savigny, los Gervinus, los hombres que han obligado á hablar á la esfinge egipcia y al ladrillo caldeo; que «interpretando las raices aryas nos han dado á conocer al Patriarca de la Bactriana;» que en las márgenes del Hifaso, del Ganges, del Eufrates, de los cinco rios que regalan sus aguas al Indo, y sobre las ruinas del templo del Sol de Palmira, han reconstruido el Oriente, con sus ciencias, sus artes, sus sacerdotes, sus sabios, sus astrólogos, sus guerreros y sus portentosas é inmensas civilizaciones.

Sí; él pudo haber escrito la historia de Aragon, al modo de un Zurita con estilo, satisfaciendo así una necesidad, más imperiosa, á medida que la civilizacion avanza, y el mundo clásico, la Edad Media y la España que fué, remozan en un Jordan de juventud y resultan más bellas, que las que aprendimos á ver en las aulas. Son muchos los grandes dias aragoneses, que no se conservan en el recuerdo humano, con la luz que doró ó plateó su ambiente: son muchas las figuras nuestras que resultan empequeñecidas, al lado de las castellanas: abundan por ahí errores tan crasos, como el que supone, en la canastilla de boda de Isabel I, las joyas con que se compró al Océano, el secreto de América. Hace falta que no resulte humillado por una hembra en las historias, el más grande de los reyes políticos y que conste lo pingüe de la dote aportada por las Barras, al escudo en que uniéronse, á los Leones y Castillos. Yo bien se que en su obra, habría sido tan visible la pasion aragonesa, como la de venganza en Tucídides, la de soberbia patricia en Tácito, la de unidad italiana en Maquiavelo, la de portugués separatista en el autor de La Guerra de Cataluña, mas hubiese hecho el bien inapreciable de añadir un peldaño á la escalinata por la que subiremos, cuando esté terminada, á un ideal que acariciamos. El historiador perfecto no ha existido aún. No lo fué Tucídides; no lo fué Salustio; no

lo fué Tito Livio; no lo fué el más grande de los artífices creadores de hombres, el Shakespeare de la historia; no lo han sido Maquiavelo, ni Hurtado de Mendoza, ni Mariana, ni Voltaire, ni Thierry, ni Macaulay. Llegará sin embargo un día, en que se haga la historia por la historia, y sin más pasion que la verdad, y la hermosura, reteja y desenrolle la tela de la vida; y esto acontecerá, cuando termine la tarea de investigacion en que el siglo XIX está empeñado. He aquí el por qué los hombres favorecidos por Dios con sus dones, deben aumentar el número de los que trabajan en el campo, fertilizado con su hábil cultivo, por los Momsem y los Gibbon. Además, aunque preciosas las conquistas de esa crítica, de esa filología, especie de mediadora de la eternidad y de inclinacion secreta que nos conduce á adivinar lo que ya no existe, la historia no ha de limitarse á ser «una pura esencia conservada en libros sin estilo, acotada por notas y testimonios»; y si ha de convertirse en algo semejante á aquelia ninfa eslava, aérea al principio é invisible, hija de la tierra despues y de presencia manifiesta sólo por una larga mirada de vida y amor, es preciso que, cada vez, sean ménos raras las páginas, en que las virtudes poéticas estén en el grado, que en la batalla de Cunaxa de Xenophonte, en las Horcas de Caudium de Livio, en el asesinato de Roger de Flor de Moncada, en el ataque de Monjuich de Melo y en la entrada de los bárbaros en Roma, de Emilio Castelar.

Borao podía haber sido útil colaborador, en la empresa de acercarnos á los tiempos en que un Tácito, superior á Tácito mismo, componga é interprete, los elementos dispersos de la realidad, dando cabida á toda la estética que admite el arte maravilloso de los Herodoto y Mariana, que es superior á la elocuencia, en gerarquía. Como habría descrito al Batallador en Fraga, á D. Jaime en Mallorca, á D. Alfonso el Magnánimo en el Puerto de Marsella, el Compromiso de Caspe y las hazañas grabadas en el Tauro y el Bósforo, el que nos retrató al almogávar, con pluma que Pantoja habría aceptado por pincel! Ah! mucho, muy mucho perjudicó á Borao el que no hubiese sido la historia el centro único de sus afanes; y al poeta (tan parecido á Hartzenbusch, en que en ambos el ingenio y la

erudicion, aventajaban al estro) el haberse empeñado en cultivar la lírica, la épica y la dramática; en escribir lo mismo sátiras que leyendas, epistolas que romances; en vivir tomando un día la copa de Anacreonte ornada de pámpanos y otro pulsando la cuerda profana ó abrazándose al salterio religioso; pues no era posible que tuviese todas las facultades exijidas para entrar, pisando flores, en el Alcázar de Hojeda, de Calderon, de Rioja y de S. Juan de la Cruz. Asi es que sus poesías, incluso su Romancero, que es su diamante mas limpio, por las altas cualidades de historiador que á su autor adornaban, son nada mas, gallarda muestra de lo que Borao pudo haber sido, si hubiese aspirado á merecer tan sólo, una de las tres coronas que constituyen, el atributo de la literatura.

Lo creo firmemente. Si D. Jerónimo Borao hubiérase limitado á cruzar su pecho con la estola de oro de la didáctica, convencido de sus nativas aptitudes para el mas aragonés de los géneros literarios, habría aumentado los joyeles que testifican, que si nuestro siglo, nada ha imaginado mas bello que la Alhambra, ni mas sublime que la catedral de Búrgos, ni de hermosura mas perfecta que el Apolo de Belvedere, la Vírgen de la Palmera y las Concepciones de Bartolomé, su lírica en cambio, vence á la antigua, por lo vasto de sus dominios, por lo delicado de la gamma de sus variedades, por la riqueza de su métrica, de su ritmo y de versificacion, por la superioridad de sus Manzonis, Leopardis y Fóscolos; de sus Lamartine, Victor Hugo y Musset; de sus Esproncedas, Quintanas y Zorrillas; de sus Goethe, Heine y Schiller; de sus Tenison y Byron.

Y hé aquí que á Borao perjudicó muy mucho, una de sus mas bizarras cualidades. Nadie ha empleado jamás el tiempo mejor, ni ha dado menos descanso y paz al espíritu y á la péñola. Nadie le aventajó en practicar con exactitud, el proverbio nulla dies sine linea, que esculpió en su paleta, el pintor ilustre á quien honró Alejandro, concediéndole su esclava Campaspes por modelo.

Fué el mayor enemigo que la ociosidad tuvo nunca; el tipo más acabado del laborioso, del hombre útil. Más aficionado á lo

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