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clavitud del género humano saldria del senado de Cartago ó del de Roma. Los españoles, en vez de aliarse entre sí para lanzar de su suelo á unos y á otros invasores, se hacen alternativamente auxiliares de los dos rivales contendientes, y se fabrican ellos mismos șu propia esclavitud. Es el genio ibero, es la repugnancia á la unidad y la tendencia al aislamiento el que hace forjarse sus cadenas. Hombres individualmente indomables, se harán esclavos por no unirse. Los veremos tenaces en conservar sus virtudes como sus defectos. Las mismas causas, los mismos vicios de carácter y de organizacion traerán en tiempos posteriores la ruina de España, ó la pondrán al borde de su pérdida.

Decídese despues de largas luchas en los campos españoles que el cetro del mundo pertenecerá á Roma. La cuestion no la resuelven ni la superioridad de las armas romanas sobre las cartaginesas, ni la de los talentos de Escipion sobre los de Anibal. Resuélvenla los españoles mismos, que mas simpáticos hácia los romanos, porque han tenido el artificio de presentarse mas nobles y generosos hácia ellos, se identifican mas con su causa, y les prestan mayor y mas eficaz auxilio. Roma triunfa, y los cartagineses son expulsados de España. Quedaron aqui las cenizas de Amilcar y de Asdrubal, y muchos testimonios de la fé púnica. Por lo demas, ni una institucion política, ni un pensamiento filantrópico, ni una idea humanitaria. Pasó su fu

gitiva dominacion como aquellos meteoros que destruyen sin fecundar.

Escipion victorioso, pasa á Roma á dar gracias á Júpiter Capitolino. Escipion se creyó dueño de España con la expulsion de los cartagineses, y no habia hecho sino vencer á Cartago en España. Lisonjeábase de haber añadido una provincia mas al imperio, y se equivocó en doscientos años. Ni Escipion ni el senado pudieron imaginarse entonces que habian de pasar dos siglos antes de poder llamar á España provincia de Roma.

Ciertamente si todos los romanos hubieran sido Escipiones, si todos se hubieran conducido como el generoso vencedor de Cartagena, nada mas fácil á Roma amiga que haberse convertido en Roma señora. Mas cuando los españoles se vieron tratados, no como aliados ó amigos, sino como pueblo conquistado; cuando se vieron sometidos á una série de avaros procónsules y de pretores codiciosos, esplotadores procaces de sus riquezas, con un sistema regularizado de exacciones y de rapiñas en mas ancha escala que las habian ejercido los cartagineses, entonces se apercibieron de su decepcion, resucitó el innato y fiero humor independiente de los indígenas, y dió principio la guerra de resistencia, cadena perpétua de sumisiones y de rebeliones siempre renacientes, que comenzó por los ilergetes y acabó dos siglos despues por los cántabros y astures, y que costó arroyos de sangre á los españoles y rios de sangre á los romanos.

¡Cosa singular! Aquellos españoles que enseñaron al mundo de cuánto era capaz el genio de la independencia, ayudado del valor y de la perseverancia, no pudieron aprender ellos mismos la mas sencilla de todas las máximas, la fuerza que da la union. O tan desconocido, ó tan opuesto era á su genio este principio de que un estado moderno ha hecho su símbolo nacional.

Viriato, ese tipo de guerreros sin escuela de que tan fecundo ha sido siempre el suelo español, que de pastores ó bandidos llegan á hacerse prácticos y consumados generales; Viriato derrota cuantos pretores ó cónsules, y cuantas legiones envia Roma contra él. Pero los españoles, en vez de agruparse en derredor de la bandera de tan intrépido gefe, permanecen divididos, y Viriato pelea aislado con sus bandas. Aun asi desbarata ejércitos, y hace balancear el poder de la república, que en su altivez no se avergüenza de pedirle la paz; y no sabemos donde hubiera llegado, si la traicion romana no hubiera clavado el puñal asesino en el corazon del generoso guerrero lusitano. ¿Qué fuera si le hubiera ayudado el resto de los españoles?

Numancia, la inmortal Numancia, que probó con su ejemplo lo que nadie hubiera creido, á saber, que cabia en lo posible esceder en heroismo y en gloria á Sagunto; Numancia, terror y vergüenza de la república, vencedora de cuatro ejércitos con un puñado de valientes; Numancia, cuando se ve apurada, aunque

· no combatida, por el formidable ejército de Escipion, demanda socorro á sus vecinos; sus mandatarios le imploran de pueblo en pueblo, pero en vez de auxilio eficaz encuentran solo una compasion estéril, y Numancia se defiende sola y entregada á sus propias y escasas fuerzas. Asi con todo, el mundo duda por algun tiempo cuál de las dos será la vencedora y cuál la vencida, si Roma ó Numancia, si la señora del orbe ó la pobre ciudad de la Celtiberia. ¿Qué hubiera sido pues de Roma y de los romanos, si los jamás confederados españoles hubieran unido sus fuerzas, aisladamente formidables, en torno del guerrero ó de la ciudad, de Viriato ó de Numancia?

Pero si los españoles, entonces medio inciviles, no aprendieron en dos siglos de costosa prueba á emplear el medio de la union que hubiera podido darles el triunfo, aun es mas de maravillar que la civilizada Roma no empleára á su vez otro medio de conquista mas suave, mas pronto y mas seguro que el de las armas, y mas económico de sangre y de esfuerzos, el de ganar los corazones de los españoles con la generosidad.

Anibal habia fingido amarlos, y fué la causa de que á pesar del sacrificio de Sagunto le siguieran aquellos españoles que le dieron los triunfos de Trasimeno y Cannas. Los Escipiones hallaron auxiliares donde quiera que supieron buscar amigos, y ganando primero los corazones de los españoles, ganaban despues

batallas á los cartagineses. Mas tarde Sertorio, proscrito romano, busca un asilo en España, estudia el carácter de este pueblo, tan indomable por el rigor como fácil de ganar por la dulzura, le encuentra agriado por las injusticias de Roma, le acaricia, halaga el orgullo nacional, se muestra justo y benéfico, y captándose el afecto de los naturales, acuden estos en masa en derredor de un hombre, que en el hecho de ser generoso y justo ha dejado de ser para ellos estrangero. El proscrito de Sila se encuentra al poco tiempo en actitud de desafiar la república, y á punto de emancipar la España ó de hacer de ella una segunda Roma. Y si no se completó su obra, fué porque Sertorio tuvo la virtud y el defecto de no acabar de hacerse español y no querer dejar de ser romano. A pesar de esto, Sertorio perece víctima de la negra traicion de un general, romano como él, y los soldados españoles llevan su fidelidad al gefe estrangero hasta el punto de darse la muerte por no sobrevivirle.

Tal habia sido constantemente su conducta. Y sin embargo de estos ejemplos, Roma siempre ciega, no aprendió nunca á ser generosa, como España, siempre crédula y siempre fraccionada, no aprendió nunca ni á desconfiar ni á unirse. Ni Roma ni España aprendie ron lo que les convenia, y estuvieron 200 años destrozándose sin conocerse.

Venció por último el número al valor, y se decidió en los campos ibéricos que Roma quedaba señora

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