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fué, que ademas de los campeones de la nueva fé que de cada ciudad fueron brotando aisladamente en esta lucha generosa, solo Zaragoza bajo la frenética tiranía de Daciano añadió tantos héroes al catálogo de los mártires, que por no poderse contar se llamaron los innumerables. Esta ciudad, que dió innumerables mártires á la religion, habia de dar, siglos andando, innumerables mártires á la patria.

Acude luego la filosofía en apoyo del nuevo dogma, y la voz robusta y elocuente de los Ciprianos y los Tertulianos disipa las mas brillantes utopias de los agudos ingenios del paganismo, los Sócrates y los Platones; y derraman la verdadera luz sobre el enigma de la vida, hasta entonces ni descifrado ni comprendido. El politeismo recibe con esto un golpe mortal, de que ya no alcanzarán á levantarle las doctrinas de la vieja escuela. Juliano, emperador filósofo y apóstata astuto, se propuso eclipsar las glorias de Constantino, y tuvo que resignarse á ser ejemplo y testimonio de que la idolatría habia acabado virtualmente. «¡Venciste, oh Galileo!» esclamó: emitió una blasfemia, y blasfemando proclamó una verdad.

Descuella en esta época sobre todas las figuras de su tiempo un personage bello y colosal. Sábio, virtuoso, activo y elocuente, tan enemigo del paganismo como de la herejía (que la herejía vino luego á luchar con la fé ortodoxa para depurarla en el crisol de la controversia), difunde la luz de su ciencia en los

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concilios, preside con dignidad estas asambleas católicas, combate con vigor la herejía arriana, escapa de la amenazante cuchilla de los verdugos de Diocleciano, expone con valor á Constancio la doctrina de la separacion de los poderes temporales y espirituales, que el emperador oye con escándalo, y el mundo escucha por primera vez con sorpresa. A la edad de cien años cruza dos veces de una á otra estremidad el imperio, defendiendo siempre la causa del cristianismo. Este venerable y gigantesco personage era un español, era Osio, obispo de Córdoba. La España suministrando emperadores ilustres á Roma: la España suministrando prelados insignes á la naciente iglesia.

Pero el politeismo, minado ya por la doctrina de la unidad, no habia de acabar de caer hasta que fuese derribado por la fuerza. El paganismo y el imperio, los desacreditados dioses y los corrompidos señores debian caer con estrépito y simultáneamente: engrandecidos por la fuerza, á la fuerza habian de sucumbir. ¿Mas dónde está, y de dónde ha de venir esa fuerza que ha de derrocar el coloso? La Providencia, hemos dicho en el principio de este discurso, cuando suena la hora de la oportunidad dispone los hechos para el triunfo de las ideas.

Para eso han estado escalonadas siglos há desde el Tanais hasta el Danubio, amenazando al imperio, ese enjambre de tríbus y de poblaciones bárbaras, lanzadas y como escupidas por el Asia hacia el Norte de

Europa. Las mas inmediatas constituyen como una barrera entre la barbarie y la civilizacion. Son los godos, vanguardia de otras razas mas salvages todavía, que empujados por ellas se derraman como torrente devastador por las provincias romanas. Pelean, son rechazados, vuelven á guerrear y vencen. Cuando el emperador Valente quiso atreverse á combatirlos, expió su anterior debilidad siendo quemado por ellos dentro de una choza miserable. El imperio bambolea, y antes se desplomára, si el español Teodosio, último destello de las antiguas virtudes romanas, y glorioso paréntesis entre la corrupcion pasada y la degradacion futura, no detuviera con mano fuerte su ruina, que sin embargo no puede hacer sino aplazar. Porque los destinos de Roma se iban cumpliendo, y era llegado el periodo en que tenia que decidirse la lucha entre la sociedad antigua y la sociedad nueva. Llegan á encontrarse de frente Honorio y Alarico, un emperador débil y un rey bárbaro: el romano degenerado no tiene valor para soportar la mirada varonil del hijo del septentrion. El sucesor de los Césares huye cobardemente á Rávena, y deja abandonada la ciudad eterna á las hordas del desierto. Alarico humilla á la señora del mundo antes de destruirla, y Roma para pagar el precio en que un godo ha tasado las vidas de sus habitantes, despoja los templos de sus dioses y reduce á moneda la estátua de oro del Valor. Digna expiacion de Roma pagana y de Roma afeminada. Ella misma saquea sus

dioses, y el valor es inútil donde no ha quedado ya

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No contento todavía el bárbaro, entra á saco la ciudad del Capitolio, y la depredadora del universo es entregada á su vez á un pillage general.

La ciudad de los Césares ha sucumbido, se acabaron sus héroes, y sus divinidades han sido hechas pedazos. El genio de la barbarie se enseñorea de la que fué centro de una civilizacion de bacanales y de asiáticos deleites. ¿Quién ha guiado al instrumento de la destruccion? El mismo Alarico lo reveló sin saberlo. «Siento dentro de mí, decia el godo, una voz secreta «que me grita: marcha, y ve á destruir á Roma.» Era la voz de la Providencia: Alarico la sentia, pero el bárbaro no sabia su nombre.

¿Y qué significa la conducta de Alarico con los cristianos de Roma? El saquéa, mata, derriba los ídolos, pero respeta los templos cristianos, perdona á los que buscan en ellos un asilo, é interrumpe el saqueo para llevar en procesion las reliquias de un mártir. Es que Alarico y sus hordas traen una mision mas alta que la de destruir. Es el genio del cristianismo que se anuncia como el futuro dominador del mundo, y que ha de asentar su trono alli mismo donde le tuvo la proscripta dominacion pagana. Por eso estuvieron los godos tantos años en contacto con el imperio; porque era menester que cuando destruyeran lo que estaban llamados á conquistar, vinieran ya ellos conquistados

por la idea religiosa. Por eso la Providencia habia dispuesto que los primeros invasores de la Europa meridional Ꭹ occidental fueran los godos, los menos bárbaros de aquellas tribus salvages, y los mas dispuestos á recibir un principio civilizador. Ya se columbran las ideas que regirán al mundo en los tiempos venideros. Ellos traen ademas el sentimiento de la libertad individual, desconocido en las antiguas sociedades, y que será el elemento principal de progreso en las sociedades que van á nacer.

Pero antes tiene que pasar la humanidad por dolorosas calamidades. Es el periodo mas terrible por que ha tenido que atravesar el género humano, porque tambien es la mudanza mas grande que ha sufrido. El individuo padecerá mucho en estos dias desgra– ciados, pero la humanidad progresará. Multitud de otras tribus bárbaras se lanzan como bandadas de buitres buscando presas que devorar, las unas por las regiones orientales, por las occidentales las otras del moribundo imperio romano. Suevos, alanos, vándalos, francos, borgoñones, hérulos, sarmatas, y tantas otras razas de larga y difícil nomenclatura, se desparraman desde el Vístula y el Danubio hasta el Tajo y el Bétis, llevando delante de sí la devastacion y el esterminio; y romanos, bárbaros y semibárbaros se revuelven en larga y confusa guerra, en la Alemania, la Italia, las Galias, la España y hasta el Africa. A pesar de lo que se habia difundido ya el cristianismo, el

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