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de los que despues de él fueron siendo reyes de Asturias, de Leon, de Castilla, de España y de los dos mundos.

Aquella congregacion de militares, labradores, pastores, sacerdotes y artesanos, fué atreviéndose á descender de las empinadas sierras, y á ocupar poco

á

poco los valles y los llanos, donde se ejercitan en las armas, apacientan ganados, desmontan terrenos, cortan maderas de los bosques, y edifican primero templos y despues casas; porque para aquellos piadosos montañeses primero es construir moradas para Dios que viviendas para los hombres. De todas partes confluyen cristianos á aquel asilo de la independencia, y llevando cada cual una industria, un oficio ó una espada, aumentan y fortalecen la poblacion, fundan una pequeña capital correspondiente á la pequeñez del reino, y se preparan á mayores empresas.

No era mediado aun el octavo siglo, cuando sintiéndose estrechos en tan reducidos límites, y considerándose bastante fuertes para no necesitar de sus rústicos atrincheramientos, salieron á desafiar á los árabes en los campos y pueblos por ellos dominados. El hacha de Cárlos Martell hace cejar á los musulmanes por la parte de la Aquitania Gótica que habian invadido, amenazando al corazon de la Francia, y difundiendo el espanto por toda Europa, y Alfonso el Católico de Asturias emprende una série de gloriosas escursiones, llevando el terror y la devastacion delante de su espada,

á tal punto que los mismos sarracenos le nombraban Alfonso el Temido y el Matador de gentes. Las armas cristianas recorren la Galicia y la Lusitania, los campos Góticos, la Cantabria y la Vasconia hasta los Pirineos occidentales. Sin embargo, estas conquistas no pueden tener el carácter de permanentes. Harto hace Alfonso I. en enseñar á los infieles que no es solo al amparo de los riscos donde saben vencer los cristianos, en poner en contacto á los fieles de uno y otro estremo del norte de la Península, y en señalar á sus sucesores el camino de la restauracion.

La destruccion ha sido grande, y la nacionalidad tiene que irse reconstruyendo lentamente: el árbol que retoña al pie de la centenaria encina arrancada por el furioso vendabal en un dia de borrasca, no puede crecer de repente. Pasa, pues, medio siglo y cinco reinados oscuros desde las brillantes y pasageras correrías de Alfonso el Católico, hasta las adquisiciones permanentes de Alfonso el Casto, el cual llega á medirse con Carlomagno, la figura mas gigantesca de aquellos tiempos, y pacta ya formales treguas con el emir de Córdoba, como de poder á poder.

Llega el siglo nono, y otro tercer Alfonso, llamado con justicia el Grande, lleva sus huestes hasta mas allá del Guadiana, y hace brillar las armas cristianas ante los muros de Toledo El gefe del imperio musulman se humilla á solicitar de él una paz solemne, y el tercer Alfonso designa ya á sus hijos la ciudad de Leon

como residencia futura de los monarcas cristianos.

A la voz de Asturias respondió pronto el eco de Navarra, y el pendon de la fé que se enarboló en las cumbres de los Pirineos occidentales no tardó en tremolar tambien en el Pirineo oriental. Pero faltaba al pueblo cristiano un centro de unidad y de accion. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia; sujetábanse tal cual vez unos á otros de mal grado, y los reyes de Asturias no podian recabar de los cántabros y vascos sino una dependencia ó nominal ó forzada. Era el genio ibero que habia revivido con las mismas virtudes y con los mismos vicios, con el mismo amor á la independencia, y con las mismas rivalidades de localidad.

Por fortuna no andaban los conquistadores mas acordes y avenidos. A la unidad momentánea de impulsion, que los hizo irresistibles como invasores, sucedieron luego las antipatías de raza y los odios de tribu que ya dejaron implantados los primeros gefes de la conquista. Ademas de las diferencias entre árabes, sirios y egipcios, los mismos árabes, especie de aristócratas privilegiados, se dividian en varias categorías, segun que sus razas se aproximaban mas en orígen á la del Profeta, ó que conservaban mas puras las tradiciones del Islam. Y todos tenian contra sí á los africanos berberiscos, conquistados antes por ellos, sus aliados forzosos despues, mas groseros y menos creyentes, que no desaprovechaban ocasion de vengar TOMO I.

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con ruda animosidad su mal tolerada dependencia. La distancia que separaba la Península del gobierno central favorecia el desarrollo de sus discordias, pues tenian tiempo para devorarse entre sí los musulmanes de España, antes que la accion del gobierno superior, debilitada con la larga escala que tenia que recorrer, pudiese aplicar el oportuno remedio.

La angustia misma de su situacion les sugirió el pensamiento de fundar en España un imperio independiente del de Damasco. Pronto las playas de Andalucía resuenan con un grito de regocijo y con una aclamacion de entusiasmo. Era que saludaban al jóven Abderrahman ben Merwan ben Moawiah, de la ilustre estirpe de los Beny-Omeyas de la Arabia, único vástago de su esclarecida familia que habia librado milagrosamente su garganta de la tajante cuchilla de los Abbasidas. Este tierno prófugo, cuya juventud era un tejido de azares dramáticos y de episodios novelescos, fué el escogido por las tribus árabes y sirias para ocupar el trono del futuro califato español, y venia desde el fondo del destierro á tomar posesion del solio.

Funda, pues, Abderrahman el imperio de los Ommiadas, la dinastía mas brillante que ocupó jamás los tronos del mundo: y la raza árabe, noble, ardiente y generosa como sus corceles, se sobrepone á la raza berberisca, inquieta, turbulenta y pérfida como los numidas sus antepasados.

Realiéntase y se vigoriza con esto el imperio mus

límico español, pero no por eso desmaya el denuedo ni se entibia la fé de los cristianos. Antes bien principia mas propiamente ahora esa grande epopeya de dos pueblos caballerescos, que se odian por religion y que rivalizan en arrojo en la pelea. Lucha sublime, en que se ve el ardor y la sangre de la Arabia en pugna incesante con el estoicismo cristiano de los hijos de occidente: escenas africanas mezcladas con las tiernas emociones del cristianismo: mahometanos que se arrojan á la muerte con la confianza de alcanzar el paraiso, y cristianos que pelean alentados con la esperanza de ganar el cielo: ejércitos que se contemplan protegidos por la sombra del pendon de Ismael, combatientes á quienes amparan los brazos de una cruz: la supersticion mezclada en unos y otros con la fé, y unos á otros apellidándose infieles y descreidos: la Europa y el mundo, el cielo y la tierra esperando el desenlace de esta grande Iliada, que aguarda todavía un Homero cristiano que la cante dignamente. El tiemdirá quién mostró ser mas poderoso, si el Allah de los islamitas, ó el Dios de los cristianos, si Mahoma ó Jesucristo, si el Koran ó el Evangelio, si la cimitarra ó la cruz.

po

y

Verdaderamente al contemplar el gran desarrollo, el engrandecimiento y poderío que alcanzó el imperio mahometano de España bajo la dominacion de los Ommiadas, de aquellos esclarecidos Califas que ocuparon el trono de Córdoba desde mitad del octavo hasta en

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