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asombrosa y culpable ligereza. Merecen en mi dictámen no ser comprendidos en el número de estos últimos, antes con mas razon ser incluidos entre los primeros, los historiadores generales de España Dunham, Romey, Roseew SaintHilaire, y los particulares Robertson, William Prescott Weis, William Coxe, todos adornados de preclaras dotes y de mérito distinguido, aunque no igual. Asi de estos como de nuestros autores nacionales he adoptado y tomado en ocasiones varias ó palabras ó pensamientos, cuando he creido que no podrian espresarse mejor, como me separo de ellos ó los impugno en los puntos en que me han parecido inesactos, ó en los juicios á que no me ha sido posible conformar los mios.

Resultando de este rapidísimo exámen ser la obra del P. Mariana la única historia general española que poseemos, resta solo, para justificar mi ardua empresa, inquirir si aquella llena las condiciones que los progresos literarios, el gusto de la época y las nuevas necesidades intelectuales reclaman hoy en las obras de este género.

No puede negársele al sabio jesuita ni la gloria de haber sido el primer historiador general español, ni el mérito de haber recopilado, ordenado y reducido á un cuerpo de historia los infinitos materiales que andaban dispersos, ni la honra de haber borrado la nota de descuido que entonces nuestra nacion padecia. Hizo en efecto Mariana con los cronistas é historiadores que le precedieron algo semejante á lo que habia hecho Tito Livio con los antiguos analistas romanos, reducir á forma histórica lo que en ellos halló escrito; llevando tan adelante la imitacion de su modelo, que le siguió hasta en lo de hacerse inventor de bellas arengas,

dando una enojosa uniformidad á las prolijas oraciones que pone en boca de los caudillos de todos los tiempos, y sacrificando asi la verdad y hasta la verosimilitud histórica al empeño de lucir la gallardía de lenguage.

Poseía en verdad Mariana locucion castiza y pura, sencillez, limpieza y dignidad en el decir; y no le faltaba ni erudicion, ni talento claro, ni ideas nobles, ni discrecion y rectitud de juicio. Creo ademas que hizo todo lo que se podia hacer en su tiempo, y sospecho que si hubiera vivido en el presente siglo, hubiera podido componer una historia capaz de satisfacer sus exigencias. Acaso hizo sin intentarlo mas de lo que se habia propuesto, á juzgar por lo que él mismo dijo á su amigo Lupercio de Argensola : <<< Yo nunca pretendí hacer una historia de España, ni examinar todos los particulares, que fuera nunca acabar, sino poner en estilo lo que otros tenian juntado como materiales de la fábrica que pensaba levantar.»

Pero Mariana no podia eximirse de participar de las ideas dominantes de su siglo. Achaque del tiempo será ciertamente, más que culpa suya, el haber admitido, fuese por credulidad propia ó por timidez y respeto á aquellas mismas ideas, tantas fábulas y consejas, tantos errores vulgares y tradiciones absurdas, algunas de tal naturaleza, que él mismo se vió obligado á hacer aquella célebre confesion: plura transcribo quam credo. Y no hizo poco si dejó traslucir á veces su perplejidad en dar ó no asenso á los cuentos que refiere como acreditados entre el vulgo, ó hablillas y patrañas que él decia. Aun asi deslizáronsele en gran número, que han ido recibiendo una especie de sancion popular, por lo mismo de hallarse por tan grave

autor consignadas. Lo que pudo no ser defecto en aquel tiempo, fuera un anacronismo contra las leyes del progreso intelectual pretender mantenerlo en el siglo XIX.

Hiciérase mas excusable esta falta supliéndola en mucho la discrecion del lector moderno, que no en todos puede suponerse, si la compensára por otra parte una apreciacion filosófica de las causas de los acontecimientos y de su influjo en los progresos, declinacion y alteraciones de los diferentes estados de España, de las formas y modificaciones de su sistema político, y de los pasos y trámites que fué llevando esta fraccionada monarquía hasta su unidad. Pero desgraciadamente no es en la historia de Mariana donde puede adquirirse este conocimiento, como oportunamente lo hizo notar el juicioso Capmany en su Teatro Histórico-Crítico de la Elocuencia española, y muchos despues de él.

Hay un periodo en la Historia de España, el mas largo, y sin duda el mas fecundo en hechos brillantes y gloriosos para nuestra nacion, en que evidentemente peca de manca y deja un lastimoso vacío la obra de que me ocupo. Hablo del periodo de la dominacion de los árabes. Mariana estampó lo que halló escrito en los cronistas españoles, escaso por lo comun y diminuto, y no pocas veces apasionado ó erróneo. No alcanzó la Biblioteca arábico-hispana Escurialensis del célebre orientalista Casiri: no pudo conocer la Historia de la dominacion de los Arabes de Conde, ni menos la reciente y muy posterior de Al-Makari, que debemos al erudito Gayangos. Viendo siempre à aquellos dominadores por el solo prisma de la religion, despues de desfigurar lastimosamente sus nombres, que es lo menos, no les ahorra nunca el epiteto de bárbaros, TOMO I.

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aun en la época en que el imperio muslimico español era el emporio del saber y el centro de donde se derramaba por el mundo la luz de las ciencias y de las artes, precisamente entonces que no estábamos nosotros para hacer alarde en punto á conocimientos humanos. Asi se fueron arraigando en las masas del pueblo español las ideas equivocadas que aun se tienen respecto à la cultura y civilizacion de aquellos nuestros conquistadores.

Aparte de estos capitales defectos, y considerada la mas popular de nuestras historias por el lado solo de la ordenacion, del método y de la claridad, bien necesita de una comprension raramente feliz, de una intuicion especial y de una retentiva privilegiada el que pueda decir con verdad y con la mano puesta sobre el corazon, que ha aprendido con sola la lectura del Mariana el órden y enlace de los sucesos y la marcha de la civilizacion y de la organizacion política y social de España.

Pienso sobre todo que una historia que no ha podido alcanzar sino á los primeros años del siglo XVI, y que por consecuencia deja en claro los últimos tres siglos, cabalmente los que pueden interesarnos mas, exige ya ser reemplazada y que si ha de haber unidad en el pensamiento y en el colorido, no basta reparar la fábrica antigua é irle agregando piezas modernas, como hasta ahora se ha practicado. Menester es edificar de nuevo, sin dejar por eso de respetar lo antiguo, tan digno de veneracion. Y este es ya, si no he estudiado mal la opinion, el sentimiento y la conciencia publica. Pero hoc opus, hic labor.

Reconozco toda la dificultad de la empresa ¿Y quién hay que no la reconozca? Requiérese aliento vigoroso y

mucho amor patrio. No me ha faltado este: el otro es el que ha estado muchas veces á punto de desfallecer. Y no porque me parezca exceder la obra á la capacidad del espíritu humano, como decia hablando á la Academia de la Historia en 31 de octubre de 1817 uno de los hombres mas doctos que ha tenido esta ilustre corporacion. Ni por que opine como el eruditísimo Chateaubriand cuando dice. en el Prólogo á sus Estudios históricos, «que tenemos hoy muchos hombres que saben escribir cincuenta páginas, y algunos un tomo, no muy abultado, con singular talento; pero que hay muy pocos capaces de componer y coordinar una obra seguida, de abrazar un sistema y de sostenerlo con arte é interés durante el curso de muchos volúmenes:>>> añadiendo, «que el folleto y el artículo de periódico parecen el termómetro que señala la medida y el límite de nuestro espíritu.» Yo creo por el contrario, que aqui mismo en nuestra España sobran ingenios capaces de dar cumpli– da cima y llevar á feliz término esta misma obra; lo que ha estado para desalentarme muchas veces es precisamente el paralelo entre la capacidad de estos y la pequeñez mia. Ellos necesitarian solo de resolucion, y yo necesito de arrojo pero ellos no se resuelven, y es fuerza arrostrar la temeridad. Si en estas cosas non est satis voluisse, tambien es imposible que carezcan de todo merecimiento la intencion, el ahinco y la laboriosidad. Abramos la senda. Otros marcharán por ella con mas gloria; pero algo reflejará en el primero que trabajó por desembarazarla.

«La historia de España no está en los libros, he oido decir mas de una vez en algunas reuniones de literatos: está en los archivos públicos y privados, está en pergami

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