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vidor suyo, se puede venir en conocimiento de unas y de otras (1): «El rey Don Enrique era persona de larga estatura, espeso en el cuerpo y de fuertes miembros. Las manos grandes, los dedos largos y rezios, el aspecto feroce, casi de leon semejante, cuyo acatamiento ponia temor en los mirantes; las narices muy romas y llanas, no de que así naciese, mas porque en su niñez recibió lision en ellas; los ojos garços y los párpados encarnizados. Donde ponia la vista mucho le duraba el mirar. La cabeça grande y redonda; la frente muy ancha; las sobrecejas altas; las sienes sumidas; las quixadas luengas y tendidas á la parte de yuso; los dientes espesos, la cabelladura roxa, la barba crescida y pocas veces afeytada; la tez de la cara entre roxo y moreno; las carnes muy blandas; las piernas luengas y bien entalladas; los piés á las plantas muy coruos; los calcaños voltados á fuera. Era de singular ingenio y de gran apariencia. Príncipe bien razonado, mesurado y onesto en su hablar, plazentero con aquellos á quien se daba; compañía de muy pocos le plazia. Toda conversacion de grandes le daba pena. Apartábase mucho de los generosos y grandes, y á sus pueblos pocas veces se mostraba. Huya de los negocios; despachábalos muy tarde. Era movible y mal inclinado á consejo, floxo en las execuciones, hombre de poca firmeza y de mal reposo, enemigo de los escándalos, bollicioso de secreto, acelerado y manso muy presto; temeroso á natura; sospechoso de contino; el tono de su voz muy dulce y bien proporcionado. Todo canto triste le daba deleite; preciábase de cantores, y con ellos cantar á menudo. Estaba siempre retraido; tañia dulcemente laud; sentia bien la perfecion de la música; los instrumentos della mucho le aplazian. Era gran caçador de todo linaje de animales; su mayor deporte andar por los montes y en aquellos hacer grandes edificios. En sitios cercados diversas maneras de bestias tenía, y con ellas grandes espensas. Grande edificador de templos; dado á los religiosos; labraba ricas moradas, y en muchas fortalezas era señor de grandes tesoros, cobdicioso y muy allegador dellos. Príncipe de mucha clemencia, piadoso á los enfermos, caritativo de secreto, dadivoso sin provecho; más pródigo que

(1) Está tomada esta pintura de Enrique IV de un manuscrito de fines del siglo xv, existente en la Bib. del Escorial, al fol. 89, de un tomo de papeles varios (a-4-23), que lleva por epígrafe: «La fisonomía del Rey Don Enrique el IV». Su redaccion es análoga á la de igual pasaje de la Crónica de Enriquez del Castillo, pero difiere de ella bastante.

magnífico; rey sin alguna ufana, amigo de los hombres comunes y livianos, empachado con los grandes. En su vestir muy onesto, las ropas de paño de lana, el traxo dellas sayos luengos y capuzes y capas. Su contino calçado borzeguiles y çapatos encima. De sí mesmo hazia poca estima. Las insignyas y cerimonias reales todas cesaron en sus dias: fiestas y aparatos jamas le plazian. Su comer destemplado, su beuer agua. Los deleites de la carne mucho le señoreaban. Nunca su voluntad refrenaba. Padescia dolor de muelas y á tiempos mal en la ijada: sangrábase á menudo. Era gran caualgador de la gineta, tanto que á su exemplo los de su reyno conformados la polidez de la gente de armas perdieron. Tenía muchos priuados y hazíalos grandes hombres. Las dádivas de aquestos fueron sin medida, las promesas mayores; de guisa que sus mercedes no se vieron gradescidas, y assi fueron sus plazeres pocos, los enojos muchos, los cuidados grandes y el reposo ninguno.>>

La Crónica anónima manuscrita le retrata del siguiente modo: <«<Fué este Rey de gran cuerpo, bien proporcionado, blanco y colorado mesuradamente, los cabellos rubios, é era como romo de una caida que dió siendo niño; fué gran caballero de la gineta, buen braçero; dióse demasiadamente á la música, cantaba y tañia muy bien; era gran escribano de toda letra; leia maravillosamente, fué docto en la lengua latina; oia de mala voluntad á quienquiera que á él venía; era mucho apartado; vestíase mal; touo muchos privados á quien con larga mano dió muy grandes dádivas; fué siempre recogido por su voluntad, fuyendo de todo sano consejo.>>

Para completar este cuadro falta recordar que el Rey, á fin de desechar la nota de impotente con que ya se le motejaba desde su primer matrimonio con Doña Blanca de Navarra, habia contraido segundas nupcias con Doña Juana, hermana de Alfonso V de Portugal (1), cuya belleza y desenvoltura atestiguan unánimes todos los historiadores coetáneos. Era privado del Rey Don Juan Pacheco, marqués de Villena, hombre de carácter inquieto, ambicioso é intrigante, el cual le tenía fuertemente sometido á su voluntad desde su juventud; y celoso de su poder, mostrábase decidido adversario de cuantos trataran de arrebatarle la confianza de su Soberano. La nobleza y el alto clero, fuertes con la debilidad del Rey, atentos sólo á su propio interes y

(1) Celebráronse los desposorios en Mayo de 1455.

engrandecimiento, «rebeldes por sistema, traidores por instinto y perversos por naturaleza,» poderosos con las ricas joyas que habian hecho saltar de la Corona Real, traian al Reino sumido en el mayor desórden y alteracion. Las ciudades ardian en bandos y parcialidades; las mejores villas y lugares eran arrancadas del poder Real y entregadas al dominio de un particular con jurisdiccion civil y criminal. La fuerza dominaba por do quiera; la astucia, el perjurio, el engaño triunfaban de la verdad y de la lealtad; los moros y judíos se sobreponian en la Corte en influencia á los cristianos; y, por último, la depravacion é inmoralidad más bochornosas reinaban en las costumbres así de las altas como de las bajas clases.

Hé aquí en términos muy sumarios el estado que ofrecia Castilla en los primeros años del reinado de Enrique IV, ántes que Don Beltran de la Cueva comenzase á influir decididamente en la Real persona, é intervenir en los negocios públicos.

Es de creer que nuestro hidalgo de Ubeda no se separó ya del lado del Rey, durmiendo á los piés de su lecho, como era costumbre en los de su clase en aquella época y como el mismo Soberano lo dice en una de las primeras mercedes que le hizo, acompañándole en sus contínuas excursiones y haciéndole no interrumpido servicio, así en campaña como en palacio, ya en los ratos de placer y diversion como en los de la comida. Enrique IV, poco afecto á los Grandes, cuyas usurpaciones veia, temeroso de sus arrogancias é insolencias, hastiado del predominio que sobre él ejercia el Marqués de Villena, débil é irresoluto hasta lo increible para sobreponerse á todos, no es mucho que en aversion á ellos, y por una de esas flaquezas tan propias de la condicion humana, prefiriese á su trato y estimacion, la estimacion y trato de sus pajes, de sus más humildes servidores y de los que veia le servian con amor y reverencia. Ni es tampoco de maravillar que dada esta triste situacion derramase á manos llenas sobre ellos sus mercedes y gracias, pareciéndole que elevando á éstos á los mayores y más favorecidos cargos contrapesaria de este modo el altanero poder de los Grandes.

Colocado en estas condiciones Don Beltran, y pródigamente dotado de cuantas dotes y facultades se requieren en las Cortes, y más aún en las de aquellos tiempos, para elevarse á altura de poderoso valido, no es de extrañar que su medro en la Corte de Enrique IV fuese extraordinariamente rápido. En efecto, su natural despejo, su

carácter bondadoso, la gracia, finura y distincion de su trato, la gallardía de su persona, su gran amor y esmero en el servicio del Rey, su liberalidad para con todos, su destreza en cabalgar á la jineta, en la caza y en los juegos, su valor y arrojo en los combates, fueron parte á que se apoderase por completo del ánimo del Rey, fuese objeto de singulares distinciones por parte de la Reina, se atrajese las simpatías de muchas damas y cortesanos, y llegase á ser el mediador de cuantos solicitaban las mercedes reales (1). Puédese con razon afirmar, dice un antiguo historiador, que como ninguno hasta su tiempo llegó á tal grado de favorecido, pocos tuvieron igual industria para conseguirlo.

(1) ...El Rey tenía... por su mayordomo, escribe el cronista Enriquez del Castillo, un caballero que se llamaba Beltran de la Cueva, antiguo hidalgo de los más generosos de Úbeda, persona muy acepta á él, tanto que ninguno de los privados pasados hasta allí tuvo tan grande privanza ni tanta parte en la voluntad del Rey como él solo; é no sin cabsa, que ciertamente habia en él tantas partes de bondad que le hacian merecedor de toda bondad y prosperidad é bienandanza que le vino. >>Era grande servidor é sin enojo para el Rey, y magnífico en sus cosas, cortés é gracioso con todos; hacía liberalmente por los que á él se encomendaban. Era grande gastador, festejador é grand honrador de los buenos; gran cabalgador de la jineta, gran montero é cazador, costoso en los atavíos de su persona, franco é dadi

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Los enemigos de Don Beltran se obstinan en hacerle pasar por blasfemo y colérico, cualidades que se avienen mal con las que le atribuye en el anterior pasaje el cronista Enriquez, que le conoció mejor que sus émulos. El autor de la Crónica del Condestable Miguel Lucas, refiere que estando en 1459, los Reyes en Escalona hubo un altercado entre las gentes de Don Beltran y las de dicho Condestable, logrando las de éste encerrar á las de aquél y al mismo Don Beltran, á quien el Rey mandó venir á su presencia, «el cual vino renegando y blasfemando de Dios, de que S. A. tuvo muy grande enojo. » Y el cronista Palencia se expresa así al tratar de este punto: «Beltrandus in illo principio potentiæ favorisque regii blasfemos omnes nitebatur in blasfemando superare, ita ut iam in domo regia curiaque mentio quotidie fieret inventarum ab eo blasfemarum, verba tamen ne decet nec licet repetere quæ dicebat, ea omnia Henrico videbantur dulciora favo et iocundiora facetiis. Cætera ioca Beltrandi erant insolentia...»

CAPÍTULO II.

Primeras mercedes que Don Beltran recibe de Enrique IV.-Es nombrado mayordomo del Rey y miembro de su Consejo.-Honores que dispensa el Monarca á su familia. Le otorga la jurisdiccion de Colmenar de Arenas.-Le hace donacion de otros lugares y rentas.—Paso defendido por Don Beltran en honor del Embajador del Duque de Bretaña.-Nacimiento de la princesa Doña Juana (la Beltraneja).-Rumores que se esparcen con este motivo.-Concede el Rey el señorío de Ledesma á Don Beltran y le da título de Conde de dicha villa.-Primer casamiento de éste.-Pompa con que se celebró.

Los mismos magnates y elevados cortesanos fueron causa con su altanería y aspereza de que el Rey, huyendo de su trato, buscase el de su afable paje, y encontrando en él sincero cariño y ardientes deseos de agradarle y distraerle, le colmase bien pronto y á manos llenas de honores y de rentas. Cuando el Monarca, abrumado de pena é ingratitudes buscaba alivio y consuelo á su afligido espíritu, gustaba de la compañía y dulce conversacion de Don Beltran (1). Así, tanto por esta razon como por contrarestar el poder de los Grandes, elevó á altos cargos en 1457 á algunos de sus criados. Nombró á Don Beltran mayordomo de su casa (2), y poco despues le dió el señorío de la villa de Jimena, recien conquistada á los moros, á cuyo sitio acaso asistió el jóven cortesano.

En el mismo año el papa Calixto III envió á Castilla la primera

(1) ... Assiduam Beltrandi conversationem magnifaciebat... » Palencia, Decadas.

(2) "...Omnibus tamen satellitibus iam præferebat Beltrandum, erga quem perditi afficiebatur, cui quoque concessit officium domestici principatus, ut non solum maiordomus ex veteri institutione diceretur, imo verius maiordominus esset, choroque ex sententia regis substitueretur.» Palencia, ibid.

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