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A pesar de esto se ha visto repetidas veces que los frutos de las Academias públicas no han sido tales en el concepto de los juzgadores, cuales debieran esperarse de el honor y alto puesto que gozan, y de la autoridad y auxilios, que se les han concedido para obrar. En el grande siglo de nuestro saber, en que no era conocido todavia este género de establecimientos, produjo España una multitud asombrosa de hombres ilustres, que no han vuelto á aparecer en nuestro suelo, después de erigidos tantos talleres de la buena literatura. ¿Será tal vez que las sociedades literarias conspiran más que á edificar, á destruir la ciencia de nuestra nación? O si no es esto, ni aquello, como no es, ¿penderá acaso de la falta de estímulo, del ningún premio que gozan hoy los estudiosos de que suelen ellos quejarse frecuentemente? Yo veo por experiencia, que el premio entre nosotros no cría literatos, sino poltrones. No es menester haber logrado ya la dignidad, el puesto elevado; desde el punto en que la ambición de conseguirlo entra en la morada de un hombre, estudioso un tiempo, cuando no anhelaba más que saber, salen de ellas precipitadas las Musas, para no volver á saludarlo jamás. No es esto declamar contra el premio justo y moderado de la ciencia. Hánlo conseguido tal vez con exceso los literatos españoles bajo la casa de Borbón. Feijoó, Mayans, Luzan, Perez Bayer, Rios, Nasarre, Montiano, Azara, Llaguno, Sanchez, Jovellanos, Forner, Melendez, Moratín y muchos más, por no tejer un largo catálogo, han sido recompensados abundantemente, y algunos de ellos han subido á las primeras sillas del Reino. ¿Cómo, pues, la falta de premio será causa de una tan notable decadencia en nuestro saber? Y si tal vez no se recompensa debidamente algún literato, ¿por qué, bajo el cielo de España, no nacen ya Cervantes desatendidos entre el desprecio y la pobreza? Por qué, des

pués de fundadas posteriormente tantas Academias, tantos asilos para los sabios?

¿Pero serán sabios sin aprender? Ved aquí en mi juicio una causa principalísima del atraso de nuestras letras, y de los cortos progresos de algunos cuerpos dedicados á fomentarlas: la falta de educación en la buena literatura. Sé bien cuán menguada es, y cuánto debiera reformarse la enseñanza de las ciencias expeculativas; mas al fin se enseñan de algún modo. Si se estudiase el espíritu y filosofía de las leyes; si se aprendiese por un código la legislación pátria; si la ciencia de la Religión no se mirase como un circo destinado á las guerrillas y escaramuzas de las Escuelas; si dejados en eterno sueño los errores que han brotado desde los primeros siglos, cuyo combate es acaso el empleo más útil de los teólogos escolásticos; errores que han desaparecido del todo, para ceder su puesto á la impiedad libertina, se enseñase y robusteciese el dogma en un catecismo profundo y filosófico, dedicado á destruir la irreligión, único enemigo en nuestros días del catolicismo, no hay duda que se sabrían mejor y más fructuosamente las ciencias inexcusables para la felicidad pasagera y eterna del hombre. Empero de cualquier modo que sea, hay maestros para enseñarlas; y entre una turba de moharraches literarios, siempre descuellan algunos talentos que reforman ellos por sí, y acabalan la instrucción que recibieron en las Escuelas. Las humanidades solas se aprenden por ensalmo sin necesidad de maestro. De aquí nacerá, que el vulgo de los literatos, como no ve en nuestras provincias, escuelas abiertas para esta enseñanza, se ha creido que las bellas letras son un país libre, un terreno sin cerca ni valladar, donde es lícito entrar á cualquiera, sin más principios que su antojo. Así, después de haberse desgañitado en las bregas escolásticas, entran muy paga

dos de su saber en las Academias públicas de literatura á disertar soberanamente de Historia, de Lenguas, de Elocuencia, de Poesía: facultades que piden tanta delicadeza de talento, tanta sensibilidad de corazón, tanto estudio del hombre, tan hondos conocimientos de la filosofía de la belleza. ¿Qué necesitamos de buscar otras causas de que tal vez no fructifiquen las letras en estos cuerpos, siendo tales frecuentemente sus cultivadores?

Ved aquí las reflexiones á que debe su origen la Academia particular de Letras humanas de Sevilla, cuya historia ocupa al presente nuestra atención. Los sabios sensatos han conocido bien la utilidad de una escuela, en que se enseñan filosóficamente estas doctrinas, envilecidas por lo común en nomenclaturas y formularios que se hacen decorar en una edad, en que no puede sacarse de tales estudios, sino el engreimiento necesario para aprovechar en la carrera del pedantismo; y se han complacido en leer algunas obrecillas de esta junta, en informarse de sus progresos ulteriores, y procurar noticias menudas de los que sostienen con sus trabajos y han hecho prosperar nuestro establecimiento: y tal vez nacerá un día glorioso para la Academia, en que nos agradezcan el trabajo de haber robado al olvido las apuntaciones que llenarán la historia de un congreso de hombres estudiosos, que tanto pueden influir en el buen gusto de la nación, y en la educación literaria.

No el anhelo de lograr este nombre en el público, á que en vano aspiráran unos jóvenes desconocidos, principiantes en el estudio de las letras, sino el deseo de su particular provecho, hizo reunirlos en secreto para dedicarse al cultivo de las humanidades, descuidado lastimosamente en la pátria de los Herreras, de los Jáureguis y Riojas. Tiempo había que meditaban entre sí el modo de

dar cumplimiento á estas ideas el Licdo. D. Joseph María Roldán, Pro. y D. Félix Joseph Reynoso, oyentes en aquel tiempo de Teología en la Universidad de ciencias de esta ciudad. Fácil cosa era reunirse con algunos otros y establecer una junta privada, de tantas efímeras, como forman y desbaratan diariamente los jóvenes que estudian; mas aspiraban á darle la perpetuidad, de que apenas parece capaz un Congreso privado, destituido de toda autoridad y protección. Con este fin no buscaron por compañeros de la nueva empresa á algunos, que lo eran de sus estudios, y tenían más instrucción que ellos en estas cosas, los cuales hubieran ayudado con más ideas á la prosperidad pasagera de la Academia; quisieron más bien elegir para su establecimiento á aquellos con quienes estaban enlazados de antemano por algún vínculo de reunión, que asegura sobre todo la duración de las juntas. Los primeros á quienes comunicaron su pensamiento, fueron D. Narciso Clemente Tolezano, ya difunto, D. Joseph Antonio Malvacea, y el Licdo. D. Pedro de Lemos Pinto, Pro., cuya amistad y compañía contínua exigía de los autores del proyecto la memoria que hicieron de ellos, para darles parte en su ejecución. La Academia que debía erigirse, era el asunto diario de sus conversaciones en los ratos destinados al desahogo de otras tareas. La estación plácida de la primavera, en un suelo fecundo vestido, por todas partes de flores y verdor, parecía llamarlos en medio de sus recreos al trato alhagüeño de las Musas. Así que, deseando hacer más fructuosas estas inocentes diversiones, pensó D. Félix, uno de los dichos, leer en ellas alguna obra de poesia (1) ó elocuencia y examinar de paso sus bellezas. A pocos

(1) La obra que comenzó á leerse fué el Hombre feliz, por el P. Almeyda.

días de comenzado este agradable trabajo, quiso hacerlo más útil D. Joseph Roldán, comunicando á sus compañerosalgunos conocimientos poéticos, que había adquirido, para que pudiesen juzgar por sí, y percibir más bien el mérito de las obras de ingenio y fantasía. Eran estos unos ensayos del estudio que con más seriedad meditaban emprender: y puede decirse, que, en medio de estas gratas ocupaciones, nació ya entre rosas y laureles la Academia de letras humanas, en las riberas del sereno Guadalquivir. Más esto no pasaba todavía los límites de una diversión, que había de recibir su solidez y estabilidad, cuando dejasen de asistir á sus Escuelas los asociados, para llevar á cabo la empresa deseada con más empeño y desahogo. Así sucedió el día to de Mayo del año de 1793, en cuya tarde se juntaron por la vez primera en las casas de D. Pedro Lemos, para abrir el comienzo al pequeño edificio, cuyo plan habían trazado con tanta pausa y madurez. Asistieron á demás á esta primera sesión D. Joseph Lopez Illán, el Dr. don Vicente Gonzalez de la Rasilla, Pbro. y el Dr. D. Juan Bautista Morales, convocados anteriormente para dar principio al nuevo Congreso.

Penetrados todos los asistentes de un sentimiento general, se convinieron desde luego en exigir un asilo á el estudio de las facultades, llamadas en nuestro idioma Bellas Letras, Humanidades ó Letras humanas en una Academia que fuese conocida por el último de estos nombres; la cual establecían desde aquel punto, con toda la formalidad que pudiese tener una junta particular y privada (1). Para este fin pareció necesario que las sesiones y ejercicios se sujetasen á un plan determinado y metódico, cuya formación se encargó de conformidad á D. Félix Rei

(1) Palabras del Acuerdo.

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