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da traducida por Hernandez de Velasco. El segundo un discurso sobre si conviene restablecer en nuestros días, el método usado por los santos padres en la Oratoria sagrada. Se premiará á quien mejor lo desempeñare con la traducción de Tácito por Coloma; á quien más se llegue á la obra preferida con la República literaria de Saavedra, impresa por Cano. Sólo el ardor vehementísimo de trabajar, que crecía diariamente en los académicos, pudiera haberse alucinado, hasta llegar á creer, que el desempeño de estos asuntos, era obra de cinco meses. Al fin llegó el plazo señalado, y fuese que habían meditado la cosa con madurez, fuese acaso que habían puesto algunos la mano en la empresa y tocado su inmensa dificultad, se avinieron todos á diferir el certámen hasta el año siguiente de 98, en el cual, por algunas detenciones imprevistas en la elección de juez, fué necesario alargar el plazo de nuevo hasta el año presente (1). Es muy de notar, que cuando la Academia ha dejado de cumplir la mayor parte de las tareas que se ha propuesto, entónces ha trabajado más. Es uno mismo el principio de estos efectos al parecer extraños; la mayor aplicación que los ha estimulado para estudiar más, los ha empeñado en comprometerse á más todavía.

Empero al mismo tiempo que se afanaban en oculto. los académicos, más que nunca por su aprovechamiento recíproco, hubo quien pretendiese burlarlos delante del pueblo, que hasta aquel punto nada sabía de sus juntas. Los establecimientos públicos, han sufrido siempre en su nacimiento, el desprecio y la charla de los ignorantes,

(1) Por acuerdos posteriores, se ha determinado que haya sólo un certámen anual, y que la Academia misma juzgue las obras, precaviendo que puedan votarse los optantes.

cuyo número es crecidísimo, y de los maldicientes, cuya cantidad es muy más crecida. Más al fin, éstos llaman desde luego la atención del pueblo, y se exponen á su censura. Pero una junta escondida de jóvenes, que sólo entienden en estudiar ¿pudiera haberse imaginado jamás llegar á ser objeto de varias sátiras, esparcidas en un hediondo papelejo por medio de la prensa? ¿Qué cosa será sagrada en adelante? ¿Dónde podremos guarecernos de la charlatanería espantosa, que nos inunda, si nó está segura la virtud, la aplicación y estudio dentro de sus hogares mismos? ¡Qué no atentará la mordacidad!

Antojóse pues, no sé con qué motivo, á un jurador anónimo de centones robados, que un otro, su impugnador era del número de nuestros académicos. Suerte infeliz de los papelistas, que bregan por lo común á ciegas y sin conocerse en sus ridículas guerrillas, semejantes á los lances á obscuras de nuestras antiguas comedias. ¿Qué mayor motivo necesitaba un maldiciente, no sólo para chocar con su antagonista, cualquiera que fuese, sino para cerrar con toda la junta, de que lo creyó miembro, como si debiese responder ésta de las acciones personales de sus indivíduos? ¡Más con qué saña la embiste! Yo creo, y es muy de temer, según destruye en su obreja miserable todas las ideas de buen gusto, que no el motín que tal vez afecta, sino el odio á una junta, donde fructificaban los buenos principios, le ensangrentó la pluma contra nuestro congreso. Él ridiculiza sus tareas, él llama á sus indivíduos.... no, no tema la Academia, que yo me separe un punto de la circunspección y buen término, con que debo hablar en este sitio augusto. Me he distraido insensiblemente. Ni pudiera ser mi ánimo nunca trasladar con nuestra historia á la posteridad de nuestros sandíos de verduleras, que han logrado ya del público, juez intergérrimo, el premio desti

nado á tales folletos: eructos de la estupidez mordaz, que se esfuerza por ahogar la luz que no puede sufrir.

El nuevo presidente dió noticia á la salida del año de 96 de haber parecido este impreso, pidiendo permiso á la Academia para vindicar su inocencia con el público, y dar una idea de sus trabajos, imprimiendo las poesías presentadas en ella, que habían sido el objeto principal de las burlas. La Academia vino en conceder esta licencia al señor Vacquer, dándole las gracias por el celo de su honor que lo animaba: celo, que debe perpetuar en esta memoria junto con su gratitud á este indivíduo benemérito. No quisiera yo que en esta apología se hubiera conservado. la noticia de un papelefa; que yacería eternamente en el olvido; mas no puedo dejar sinceramente de confesar, que toda la gloria posterior de la Academia ha partido de la publicación de sus obras.

Léjos de intimidarse con este caso inesperado, parece que preveía ya su triunfo, nacido del abatimiento mismo que se le procuraba. El año de 97 siguiente, fué más numeroso en escritos que todos los anteriores. Entónces fué cuando acabaron de formar su estilo los más adelantados: entónces, no habiendo lectura, y siendo mayor el número de los ejercicios verbales, se acostumbraron á hablar de pronto, con limpieza y corrección: entónces comenzaron á pensar por sí mismos originalmente; entónces se leían en las sesiones poesías más robustas, dictadas con filosofia y novedad. Creció, mediado el año, el número de los académicos, y con él junto el de los dedicados á las musas. Algunos de los nuevos indivíduos, comenzaron á leer muy bellas composiciones en este género; de los cuales no puedo pasar en silencio á D. Francisco Nuñez, presbítero, que presentó en los días mismos de su recepción los primeros ensayos de su genio, en los que se encuentran bellezas

tales, que les dan derecho para alternar con las tareas últimas de algunos más provectos.

Pero tal es la instable condición de las empresas del hombre, que no pueden sostenerse largo tiempo, sin altibajos ni mudanzas. ¿Quién creyera que en este ardor general de los indivíduos iba envuelta la semilla de su decadencia? Los primeros académicos eran demasiado celosos del cumplimiento de las formalidades exteriores; y tal vez se consumieron algunas juntas sobre la decisión de briznas que no debieran ocupar la atención de los estudiosos. Este es un vicio, que hace olvidar el principal objeto, para entender en semínimas fútiles; mas esto también atender á aquel objeto tan únicamente, que se olviden ó desprecien ciertas seriedades, necesarias al decoro y estabilidad de un cuerpo. Los actuales indivíduos, hombres más filosóficos, atentos solo á los ejercicios literarios, hacían muy poco alto en la infracción y abandonamiento de las formalidades de estatuto; y pienso yo que á este principio debe atribuirse su decaimiento en esta época. La duración de una sociedad pende de la observancia de sus leyes: y en una asamblea, que no tiene alguna de las autoridades exteriores, que las arraigan y perpetuan; en la cual no hay otra cosa que la constituya cuerpo, sino la convención mútua de observar ciertos reglamentos determinados, es todavía más necesaria esta observancia; la cual faltando, queda reducida necesariamente á una conversación familiar, fácil de destruirse. Más diré: faltando las formalidades de cuerpo, falta el estímulo á los inaplicados.

Se continuará.

HISTORIA Y SUCESIÓN DE LA CUEVA,

POEMA ESCRITO POR

JUAN DE LA CUEVA

LIBRO II (1).

(Continuación).

XLV.

Los ojos vuelve á contemplar ahora
otra escuadra de jóvenes divinos,
que hará su potencia vencedora
ser de tu sangre sucesores dinos;
habrá un D. JAIME, que de sangre mora
bañará sierras, valles y caminos,

un D. MATHÍAS, D. PEDRO, D. VICENTE,
bando divino de invencible gente».

XLVI

«Para más gloria y alabanza tuya,

y testimonio de la verdad mía,

(1) Véase el número anterior.

Томо и

9

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