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sus dolores, inspiraron más tarde los rasgos enérgicos que contienen sus escritos, y muy especialmente el Discurso de la Verdad, donde se manifiesta el verdadero espíritu cristiano en el más alto y sublime grado.

Se retiró á un lugar solitario cerca de Montejaque, llamado el desierto de las Nieves, donde los Carmelitas descalzos tenían un convento (1), y pensó encerrarse en el claustro, porque su dolor era inmenso y arrebatado; pero como no estaba allí su destino, muy pronto abandonó aquellos ásperos desiertos para volver á Sevilla. Hizo confesión general, y preparado en piadosos ejercicios, adquirió la tranquilidad necesaria para sobrellevar sus penas, comprendiendo que no cuadran bien á los que siguen el camino de la perfección los arranques violentos, sino la conformidad para sufrir las miserias y las penas de la vida.

El P. Juan de Cárdenas, afirma, que á su regreso, y encerrado en su casa, llevaba una existencia propia de la religión más recoleta, esquivando el trato y la vanidad del mundo.

IV.

SU ENTRADA EN LA SANTA CARIDAD

En la márgen izquierda del Guadalquivir, y precisa. mente en el sitio que ocuparon las antiguas Atarazanas, edificadas cuatro años después de la conquista de Sevilla, ó sea en el de 1252, por órden del Rey D. Alonso el Sabio,

(1) Que había sustituido á la ermita edificada por Pedro Pecador y sus demás compañeros.

TOMO II

II

para la construcción de bageles y custodia de pertrechos navales; se fundó á fines del siglo XV por el Racionero Pedro Martinez de la Caridad (1), una cofradía con capilla propia, que en un principio se llamó de San Nicolás, pero que después tomó por patrón a San Jorge.

Su objeto era recoger los cadáveres que arrojaban las corrientes del río para darles sepultura, y ejercer la misma obra de misericordia con los reos condenados á la última pena (2).

D. Miguel de Mañara, rehusando del trato de sus déudos y amigos, salía de su casa únicamente para visitar las iglesias, y alguna vez dirigía sus paseos por los sitios más retirados. En una de estas ocasiones, encontró en la puerta de la ermita de San Jorge al caballero D. Diego de Mirafuentes, que entónces ejercía el cargo de hermano mayor de la cofradía.

Como los unía antigua y buena amistad, se detuvo á saludarlo y después recayó la conversión sobre la Hermandad, despertando en Mañara deseos de inscribirse en ella para practicar las obras de misericordia, uniendo la vida activa seglar á la contemplativa.

Nada más grato para D. Diego de Mirafuentes que la conquista de nuevos cofrades, y así fué, que acojió con

(1) Los historiadores se ocupan del ilustre Racionero Martinez de la Caridad, que contribuyó eficazmente á que se estableciera la horca en un sitio de Tablada, llamado de Buenavista, no lejos de la ermita de San Sebastián, cercándolo de tapias para evitar que los restos humanos, fueran pasto de los animales. Era costumbre dejar colgados los cadáveres hasta el Domingo siguiente á la Commemoración de los difuntos, en que se sepultaban en una capilla que había en el compás de San Miguel de la Catedral, para lo que el mencionado Racionero fundó una dotación. Asistían á estos entierros la clerecía del Sagrario y la hermandad de sacerdotes de San Bernardo.

(2) Esta advocación de San Nicolás, la ponen algunos autores, pero en el libro primero de actas, que se conserva en el archivo de la Hermandad, y da principio en 21 de Febrero de 1588, dice en el Hospital que solía ser de San Isidro, que agora es la Capilla de la Santa Caridad.

verdadero entusiasmo la petición de su amigo, considerándolo como uno de los que podían dar mayor impulso al instituto.

Pronto quedaron convenidos, y el hermano mayor ofreció hacer la presentación en la primera junta: pero con gran sorpresa encontró tenáz resistencia en la Hermandad, que casi unánimemente, negó la admisión de D. Miguel de Mañara.

La repulsa de los hermanos, en su mayor parte pobres, que en otro tiempo hubiera mortificado el amor propio de Mañara, se manifestó repetidas veces; pero al fin fué vencida á ruegos de Mirafuentes y quedó recibido aquel mismo año.

Con sencillez y naturalidad explica el P. Cárdenas los primeros actos de D. Miguel una vez admitido. Hé aquí sus palabras: «Kecibido en la Caridad, á los pocos dias le echaron la demanda de la limosna de los entierros acompañardo los cuerpos muertos, para que la fuera pidiendo por las calles de la ciudad. Al principio sintió grandísima repugnancia en este ejercicio; poniéndosele su puesto, su reputación y el qué dirán. Un color se le iba y otro se le venía. Peleando consigo mismo, quería levantar la voz, pero Mañara se venció así mismo, y pidió limosna humildemente, sintiendo un gran consuelo en lo que al principio le había causado repug

nancia».

Algo notable debió pasar en aquellos primeros meses, pues al verificarse las elecciones del año siguiente, los que más reacios se manifestaron en admitirlo, propusieron su nombre para el cargo de hermano mayor, que obtuvo casi por unanimidad. Contaba entonces treinta y seis años (1).

(1) La forma de hacer la elección es á propuesta de la Junta de gobierno que exigía la reelección de Mirafuentes; pero el Cabildo la rechazó pidiendo se hiciera nuevo escrutinio, presentando á D. Miguel de Mañara.

V.

REFORMA DE LA HERMANDAD

Aquí empieza la nueva y fecunda vida de D. Miguel de Mañara, que ha oscurecido con su brillo refulgente los errores de otros días, mereciendo que el mismo pueblo, á quien escandalizó su soberbia, pronunciara su nombre con veneración y orgullo.

Apenas tomó posesión del cargo, conmovido por el espectáculo de los humanos sufrimientos, concibió la idea de fundar un asilo para los enfermos incurables, que no eran admitidos en los demás hospitales (1). También se propuso regularizar la condución de los pobres á dichos establecimientos, de una manera que no se ha variado desde entonces y que puede señalarse como el servicio que con más exactitud se presta en Sevilla. Quiso así mismo, ampliar la institución de la Hermandad al socorro de los necesitados en épocas calamitosas, y especialmente en las riadas del Guadalquivir, que causaban en la población daños considerables.

(1) Ved como fué concebida la idea cuál fué la causa que dió á conocer la necesidad de la enfermería. Los pobres peregrinos eran con fre. cuencia atacados de enfermedades, para las cuales se cerraban desapiadada mente los hospitales ordinarios. Tales eran, por ejemplo, las enfermedades contagiosas, y en aquella época la tísis estaba comprendida en este número. No es posible formarse una idea del terror que cualquier contagio real 6 imaginario inspira aún en Andalucía ¡Cuánto más debia suceder hace dos siglos! (Latour).

Para realizar estos pensamientos, consultó al Cabildo, según relata en las memorias que dejó escritas, de que copiaré algunos párrafos, advirtiendo que habla de sí en la tercera persona, y que se oculta siempre bajo el título del Hermano mayor (1).

«

<< Habiendo el Hermano mayor, en el mes que le tocó » de enterrar á los pobres, hallado un pobre difunto debajo >> de un cobertizo, el cual estaba rebozado en su capa, y >> según juzgó, del poco abrigo y agua y yelo de la noche > había muerto; compadecido de que por esta falta de reco>>gimiento y de abrigo muriesen los pobres de aquella >> manera, determinó con la ayuda de Dios, el remediar tan > extrema necesidad. Para cuyo fin se fué al Hospital de las >> Tablas, que cuidan los Padres de San Juan de Dios, á > donde los pobres tuviesen lumbre y se calentasen; y por >ser este Hospital de techos de madera muy bajos y el >> sitio corto, no se halló aquí comodidad. Pero Dios nues>tro Señor, cuya Providencia nɔ falta á los pollitos de los > cuervos desamparados, proveyó de un almacén de bóveda »junto á la Iglesia de la Santa Caridad, que aunque peque»ño y muy mal tratado, se podía lograr el intento que se >> pretendía. Viéndose ya con este pequeño sitio, pero sin >>medios ningunos para solarlo, y hacer fogones, comprar >> tarimas y esteras, por ser la pobreza de la casa tanta, que » no se tenía con qué hacer esto, ni poder darles una hoga»za de pan; propuesta esta obra á toda la Hermandad, que >>se había juntado para este fin, los Hermanos de mayor >> consecuencia, así de talento como de letras y virtud, se >>rieron de la proposición, por el poco fundamento que » tenía el añadir una obra que había de pesar ella sola, así >> de asistencia, como de costa más que todas las demás obliga

(1) Aún cuando han sido reproducidas por sus biógrafos, lo hago también por que dán exacta idea de los pensamientos del V. Mañara.

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