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CAPITULO XV.

EL INSTITUTO CIENTIFICO Y LITERARIO

SUMARIO.

Constancia del gobernador Diaz de León en protejer la instrucción pública.— Proyecto para fundar un colegio de instrucción secundaria.-Escoge para realizarlo el ex-colegio de jesuitas.-Algunos apuntes sobre la construcción de ese edificio y de los templos contiguos.-Establecimiento en San Luis de los jesuitas. La biblioteca y el archivo.-Antigua huerta del convento y rastro de la ciudad.-Una tradición.-Solicitud al Ayuntamiento.-Cesión á este cuerpo del edificio para establecer en él escuelas.—Su duración y causa porque se cerraron.-El Sr. Diaz de León pide al gobierno general el edificio para fundar el colegio.-Comunicaciones cambiadas entre anibos gobiernos.Disgustos que causó al Sr. Diaz de León llevar a cabo su proyecto.-El gobierno general le hizo justicia.-Elementos con que contó para abrir las cátedras.-Nuevas dificultades por permuta de edificios,-Asegurado el gobernador de la entrega del ex-convento, decide abrir las clases, interinamente, en una casa de su propiedad.-Lo anuncia al Estado en un manifiesto.-Inaugura las cátedras el 2 de Junio de 1826.-Discurso del Rector.-Gran fiesta.-Inscripción dedicada al fundador.—Aclaración sobre propiedad del ex-convento. -El gobierno general la reconoce.-Se cambian los alumnos al colegio Guadalupano Josefino.--Reformas materiales que ha sufrido el edificio.-Rectores y directores que ha tenido.--Decreto que crió el Instituto científico y literario. --Rectificación de una creencia vulgar.

Vamos á dar á conocer á nuestros lectores uno de los actos administrativos que más enaltece al primer gobernador del Estado de San Luis Potosí. Promovedor incansable de todo lo que podía redundar en el progreso material de la entidad política que gobernaba, y en el intelectual de sus habitantes, no omitia medio alguno, por difícil que fuera, para remover los obstáculos que pudieran oponerse á la consecución de los proyectos que concebía, encaminados al bien y

felicidad de los pueblos. La instrucción pública fué uno de los ramos á que dedicó loable preferencia. Repetidas órde nes circulaba á las autoridades de los distritos para que en todas las municipalidades se establecieran escuelas de enseñanza primaria, previniéndoles que el gasto que en ellas se erogara, lo consideraran como preferente á cualquier otro ramo municipal; y en aquellas que sus recursos no les permitían cubrirlo, mandaba él que se hiciera de las rentas generales del Estado en calidad de subvención.

Establecidas las escuelas en la mayor parte de los municipios, proyectó fundar en la capital del Estado un colegio de instrucción secundaria, sin abandonar por esto sus trabajos para proveer de escuelas á las poblaciones en que faltaban y dotar á las establecidas de todos los elementos necesarios para que dieran frutos provechosos.

Siendo escasa la ciudad, en aquel tiempo, de edificios amplios y de buena construcción, de propiedad del Estado, se fijó el Sr. Diaz de León en el antiguo colegio de jesuitas para fundar el de instrucción secundaria que deseaba establecer.

El templo y colegio de la Compañía de Jesús fueron construidos por los años de 1625 á 1640, en fincas pertenecientes á D. Juan de Zavala, fundador del hospital de San Juan de Dios, quien dejó en su testamento cincuenta mil pesos para la fundación del indicado colegio. Los primeros jesuitas vinieron á San Luis el año de 1615, procedentes de Valladolid, á dirigir ejercicios espirituales en la temporada de la cuaresma, y se alojaron en el convento de San Francisco. Terminada su misión se retiraron y no volvieron hasta después de siete ú ocho años, en cuyo tiempo pensaron establecer un colegio en esta ciudad, aprovechando para comenzar la obra material el legado de D. Juan de Zavala.

Es de creer que la capilla de Loreto fué también construida al mismo tiempo que la iglesia de la Compañía, siendo conocida por de "La Santa Vera-cruz," y en ella se hacía cada año suntuosa fiesta religiosa el día 3 de Mayo. Con ese nombre se menciona todavía en documentos de los años de 1810 á 1830, y las funciones religiosas que en ella se verifi

caban, eran á cargo de los fondos del municipio; pero no pu dimos encontrar constancias de la época en que se impuso, ó le fué impuesta al Ayuntamiento, la obligación de sufragar los gastos del culto en la Santa Veracruz, ni de en la que dejó de hacerlos. Se vé en los libros respectivos, que de 1827 en adelante, ya no aparece ningún acuerdo ni cuenta de gastos relativos al culto en dicha capilla, lo que hace creer que probablemente cesó la intervención del Ayuntamiento el año de 1826, que pasaron los dos templos á la propiedad del Estado, y agregados al colegio quedaron como este al exclusivo cargo del Rector del establecimiento.

Tampoco hay datos que indiquen el tiempo en que dejó de llamarse de la Santa Veracruz la capilla referida, ni de la causa por la que ahora se llama de Nuestra Señora de Loreto. Entendemos que desde que dejó de rendirse en ella culto al signo de nuestra redención, perdió el pueblo la costumbre de llamar al templo con su antiguo nombre, y adoptó el de la imágen que en aquel tiempo estaba en el altar mayor, con la advocación de Nuestra Señora de Loreto.

Algunas personas creen que la cruz de piedra que está en lo que fué el atrio, en medio de los dos templos, es de la época de la construcción de ambos edificios, y aun le suponen diversas significaciones. Esto es un error, y nos llama la antención que tan pronto se haya olvidado el tiempo en que fué allí construida, cuando es de reciente fecha.

Hace unos cuarenta años que los templos de que nos ocupamos estaban bajo el cuidado del presbítero D. Ambrosio Rivera de Peredo, en calidad de capellán. Este señor mandó construir el sepulcro que se vé en el mismo atrio, al pié de la cruz de que se trata, con el fin de que en él fuera inhumado su cádaver, y construyó también dicha cruz como único adorno de su futura tumba.

En el archivo del antiguo colegio Guadalupano Josefino existían, según nuestros informes, todos los datos relativos á los años en que comenzó y se concluyó la fábrica, el costo de ella, día de la dedicación del templo y nombres de los primemeros jesuitas que establecieron el colegio. Había también

curiosos documentos y libros científicos en abundancia, lo mismo que muchos antecedentes relativos á las propiedades rústicas y urbanas de la Compañía, y numerosa correspondencia con la nobleza y las demás Compañías de España y

del virreinato.

Nosotros no tuvimos ocasión de conocer ese archivo y biblioteca, porque cuando estuvieron en lo que hoy es Instituto científico, no pensábamos todavía en dedicarnos á estudios históricos. Al regresar el Sr. Obispo Barajas del destierro que le impuso el general Zuazua, mandó sacar del colegio, que era entonces Seminario Conciliar, el archivo y los libros, y todo lo depositó en otro edificio hasta que se fundó el Seminario Conciliar, independiente del colegio del Estado, que tomó este el nombre, al restablecerse, de Instituto Científico y Literario con el que es conocido hasta hoy. En consecuencia, los repetidos libros y archivo existen actualmente en el Seminario Conciliar que depende de la mitra, y creemos que en él estarán los datos completos de la fundadación del colegio y templo de jesuitas, salvo que en los diversos cambios que han tenido hayan sufrido también extravío.

Después de construidos los edificios mencionados, y establecidos los jesuitas en su colegio, fueron adquiriendo por compra ó legados las fincas de toda la manzana, con excepción de las situadas en la acera que vé al Sur. Esas fincas eran de miserable aspecto, cercadas de órganos y de muy pcco valor. Todas las derribaron y formaron en el terreno la huerta del convento. A principios del siglo pasado separaron los jesuitas por el lado que ve al Poniente un pedazo de terreno de dicha huerta, le abrieron puerta en el mismo sitio en que está ahora la del cuartel de la Estacada, fabricaron las piezas necesarias y establecieron allí el Rastro de la ciudad, donde mataban reses y carneros de su hacienda de la Parada y de otros ranchos que poseían, vendían las carnes en el mismo local y cuando escaseaban en sus fincas rústicas los animales, compraban en otras para sostener el mercado de ese ramo.

D. Juan de Dios Monzón era el administrador del rastro en los días en que llegó á San Luis el edicto de Carlos III, desterrando á los religiosos de la Compañía de los dominios. españoles.

Hay una curiosa tradición de esa época. Asegúrase que á los jesuitas de las Provincias no les sorprendió la orden del destierro; que inmediatamente que llegó á México la supieron los padres de la Profesa y que estos la comunicaron con las debidas reservas á los colegios del virreinato, llegando á conocimiento de todos muchos días antes de que el marqués de Croix fijara el día para su cumplimiento.

Que una noche, después de las doce, el superior de los jesuitas de San Luis, acompañado únicamente del administrador del rastro D. Juan de Dios Monzón, recorrió todas las celdas del convento, haciendo levantar á esa hora á todos los religiosos; que se puso á la cabeza de la comunidad y sin dar explicaciones de ningún género les ordenó que lo siguieran. Se dirigió á la sacristía donde hizo que tres de los jesuitas se confesaran con él y que luego éstos confesaran á los demás; después pasaron á la iglesia en cuyo presbiterio, al lado derecho, estaba una mesa y sobre ella la imágen de Cristo y el libro de los Santos Evangelios. El altar estaba preparado para el sacrificio de la misa: el superior la ofició y dió la comunión á los religiosos y á Monzón á la una y cuarto de la mañana: luego se dirigió á la mesa y en un breve discurso les hizo saber el destino que les estaba preparado, exhortándolos á la resignación y á que tuvieran fe en que pronto volverían rodeados del prestigio y de la influencia que aquella misma disposición iba á producirles. Acto contínuo ordenó, que de uno en uno, se acercaran á la mesa: tomó el crucifijo y arrodillados les recibió juramento, puestas las manos sobre el libro de los Evangelios, de que jamás revelarían lo que iban á ver y en lo que iban á ayudar.

Prestado ese juramento sacó el superior los tesoros que pertenecían al colegio, y entre él, los jesuitas y Monzón los enterraron, sin que jamás se haya podido averiguar el punto donde están. Los descendientes de dicho señor encontraron,

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