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tocar á degüello, y fué tal el número de víctimas que ocasionó esa bárbara orden, que materialmente quedaron las calles y los cerros regados de cadáveres. Solamente del cerro llamado del Tumulto se recogieron 280, todos ellos sin cabezas, y después de muchos días era insoportable la fetidéz que se desprendía de varios puntos de la ciudad, porque en cañadas y lugares solitarios permanecian aún cadáveres insepultos, ya en estado de putrefacción, que no habían podido ser levantados.

En su marcha para Guadalajara, al pasar por León, mandó ahorcar á varios mejicanos, y en Lagos, porque el vecindario no lo recibió con señales de regocio y porque supo que había sido quitado de las esquinas el edicto de la Inquisición que excomulgaba á Hidalgo, se indignó terriblemente, haciendo sentir á la población todo el peso de su cólera. Escribió á Venegas diciéndole que no economizaría los castigos contra los que resultaren culpables de quel delito, y que ese pueblo merecía ser incendiado por su obstinación. Llegó Calleja á habituarse de tal manera en la crueldad, durante sus expediciones, que dejó de ser el hombre fino y bien educado que se conoció en San Luis. pues sentía placer en ordenar ejemplares castigos, en arrasar é incendiar á los pueblos, veía con agrado que los hombres se acercaran á él temblando y que su nombre fuera pronunciado con espanto y pavor: tanto se encarnizó que visiblemente estaba contrariado el día que algún infeliz no subía las gradas del patíbulo.

Des

Caminó con tal fortuna este jefe, que el mismo día que salió de Bledos para el Valle de San Francisco, á las pocas horas de su salida, llegó á aquella Hacienda una partida de insurgentes enviada por el Cura Hidalgo para aprehenderlo y llevarlo á San Miguel el Grande. Si tal aprehensión se hubiera realizado, indudablemente Hidalgo habría visto el triunfo de su causa, y se hubieran economizado las numerosas víctimas que regaron con su sangre el territorio nacional.

Como todos los hombres públicos, Calleja tuvo su ocaso. A su regreso á Méjico del sitio de Cuautla, entró en rivali

dad con Venegas, y entonces llegó á pensar en realizar la independencia de Méjico. Procuró que llegaran á sus mancs los periódicos que los insurgentes publicaban en varias poblaciones del Sur, y estaba haciendo sus combinaciones con algunos de sus amigos cuando recibió de España el nombramiento de Virrey. Entonces prescindió de ese proyecto; á los pocos de sus amigos que lo conocían, á unos los calló con dádivas У honores y á otros los persiguió de muerte.

Si en estos rasgos biográficos de este hombre funesto para Méjico tratáramos de seguir paso á paso su vida política y militar, sería tanto como echarnos á cuestas una carga demasiado pesada para nuestras débiles fuerzas, porque la historia de Calleja abraza los tiempos más calamitosos y enardecidos de la guerra de insurrección y está ligada con la Historia general de Méjico; y siendo como es nuestro plan limitarnos á la localidad de San Luis, lo abandonaremos ya, remitiendo á nuestros lectores á la Historia, donde constan los hechos de este General ejecutados en el resto del Virrei

nato.

No podemos, sin embargo, prescindir de dar á conocer á nuestros lectores un detalle satisfactorio para todo hijo de San Luis, detalle tal vez sabido por muy pocas personas.

Cuando el Virrey Calleja confirmó la sentencia de muerte pronunciada contra el benemérito General D. J M? Morelos, sólo una voz se levantó pidiendo la vida de aquel héroe. Esa voz fué la de la Señora Gándara, potosina, esposa del Virrey. Un caballero descendiente de algún miembro de la familia de aquella recomendable dama, amigo y condiscípulo nuestro en la escuela del inolvidable Vallejo y en el Seminario Conciliar, hoy Instituto Científico, nos refirió una vez que en los papeles de sus antepasados existian cartas de la Señora Gándara de Calleja en las que expresaba su pena por no haber podido salvar la vida de Morelos, y que tambien había otra dirijida por D. Francisco Manuel Sanchez de Tagle á pariente allegado de la propia Señora, en la que encomiaba los sentimientos nobles y generosos de la esposa del Virrey, agregando que insistió tanto en su petición, puesta

de rodillas y derramando abundantes lágrimas, que Calleja llegó á vacilar, pero que al fin desechó las súplicas de su esposa por temor de que ese acto de clemencia fuera causa para que los comerciantes del Parian de Méjico lo depusieran del mando como lo habían hecho con el Virrey Iturrigaray, y que tal vez atentaran tambien contra su vida. Posible es que esas cartas existan todavía en poder de algún descendiente de aquella honorable familia.

A grandes trazos hemos presentado al General Calleja. Tenemos que volver con él á la provincia de San Luis Potosí el 19 de Septiembre de 1810.

A las diez y media de la mañana de este día recibió Calleja en la Hacienda de Bledos la primera noticia del pronunciamiento del Cura Hidalgo en el pueblo de Dolores. Inmedia. tamente se trasladó al Valle de San Francisco donde le fué confirmada por partes oficiales del Comandante D. J Gabriel Armijo y del subdelegado de Santa María del Río D. Pedro García, de cuyos partes fué portador el capitan D. Pedro Meneso.

El día 15 de Septiembre se había presentado con D. Vịcente Urbano Chávez, vecino de aquella jurisdicción, un mozo llamado Cleto, de las confianzas del Cura Hidalgo, invitándolo á nombre de este héroe para que ocurriera á la Hacienda de Santa Bárbara á tomar parte en el movimiento político que debería verificarse el día 28, y que lo citaba para esa finca porque en ella había un depósito de armas, caballos y municiones. Chávez denunció á Cleto ante D. Gabriel Armijo, quien lo hizo llevar á su presencia interrogándolo convenientemente, pero como Cleto no pudo dar á Armijo todas las esplicaciones que este deseaba, fingió ese jefe aceptar en compañía de Chávez la invitación que al último hacía el Sr. Hidalgo, con la condición de que el referido enviado volviera á Dolores á recabar de dicho Sr. Cura alguna constancia por escrito para darle el debido crédito. Ofreció Cleto satisfacer esa exigencia, fué á Dolores, estando con el Cura Hidalgo el 16, y el 17 á media noche estaba de vuelta, entregando á Chávez una carta de Hidalgo en la

que este Sr. le decía; que en virtud de haber sido descubierta la conspiración en Querétaro, no había sido ya posible aguardar hasta el día 28 que era el fijado para que estallara la revolución y que por tanto habíı dado ya el grito de Libertad en la noche del 15 al 16. Concluía invitándolo para que lo ayudara en su patriótica empresa y recomendándole que en las poblaciones don le ejercía influencia, la empleara en entusiasmar á los mora lores para que tomaran las armas en defensa de la independencia y libertad de la América.

Vuelto á presentar Cleto por Chávez á Armijo, este lo condujo preso ante el subdelegado para que se le tomara declaración en debida forma De ella resultaron los partes oficiales que Calleja recibió en el Valle de San Francisco.

En ninguna de las Historias de Méjico que hemos leido se dice qué suerte corrió el mozo Cleto. Un respetable vecino de Santa María del Río que hace tiempo falleció, el Sr. D. Luis Arias, nos dijo una vez, platicando de este suceso, que después de haber permanecido algún tiempo preso el indicado mozo, había sido puesto en libertad; y otro caballero igualmente apreciable, de esta capital, el Sr. D. Indalecio Rodríguez y Cos, nos aseguró que en los días en que Calleja estuvo en la Hacienda de la Pila, había mandado que condujeran allí á Cleto, siendo este desgraciado la primera víctima sacrificada por dicho Generel en aquella luctuosa época. Nosotros nos inclinamos á creer más esto último, y entendemos que lo mismo sucederá á los lectores, dados los instintos feroces y sanguinarios del hombre que cubrió de cadáveres el territorio de la Nueva España.

Confirmadas suficientemente todas las noticias relativas al movimiento político de Dolores, pasó Calleja á San Luis Potosí, donde puso en juego los recursos de su genio activo y organizador. Ya hemos dicho que este jefe, entonces Brigadier, mandaba la décima brigada, cuyo cuartel general era esta ciudad. La componian en esos momentos solamente dos cuerpos de caballería: "San Luis" y "San Carlos." Disfrutando Calleja del prestigio y de la influencia que le daban los lazos de familia y su gran reputación como mili

tar, vió muy pronto coronados de extraodinario éxito los trabajos que emprendió para organizar tropas y proporcionarse los elementos necesarios á efecto de movilizarlas con la mayor prontitud.

Reforzó

Dió ordenes para que de las poblaciones de la Provincia y de las Haciendas inmediatas remitieran hombres y armas. En cumplimiento de ellas empezaron luego á llegar de Salinas, Ojocaliente, Venado, Ciudad del Maiz, Bocas, Jaral, &. &. Le remitieron tanta gente, que tuvo que retirar gran parte de ella por falta de armamento. los regimientos de San Luis y San Carlos; organizó un batallón de infantería con gente del Venado y de la Hacienda de Bocas, al mando de D. José Antonio Oviedo administrador de dicha Hacienda. Este cuerpo fué conocido en aquella época con el nombre de "Los Tamarindos," por haber sido vestido con uniformes de gamuza del color de aquel fruto, y adquirió en la campaña la fama de valiente que siempre han tenido los soldados de San Luis. Su jefe murió en el sitio de Cuautla.

Formó otros varios escuadrones armados de lanza por falta de fusiles para infantería. Estos escuadrones compusieron más tarde el rejimiento de "Fieles del Potosí," que fué el cuerpo de caballería más afamado del Ejército, regimiento que después de la Independencia existía todavía muy atendido y considerado por los Gobiernos de Méjico, hasta poco antes de la invasión americana.

Calleja formó la oficialidad de todos esos cuerpos, de los dependientes de las Haciendas y Minas, que habían conducido la gente que pidió, y obligó también á tomar las armas á los Españoles que venian huyendo de Guanajuato, con intento de dirijirse á la costa. Ún historiador asegura que de los regimientos de "San Luis" y "Fieles del Potosí" salieron los oficiales que más tarde fueron los generales Armijo, Barragán, Bustamante, y Gomez l'edraza. Bustamante era en esa época cirujano del Regimiento de San Luis, y Gomez Pedraza, que por primera vez tomó las armas estando en una Hacienda de su familia, inmediata á Rioverde,

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