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gún aquel ritual, en la iglesia Metropolitana de Toledo, ordena y manda que se diga en dos viernes de cada mes una misa y el dicho oficio en su capilla de la Magdalena por los trece capellanes en turno y como se dice en la del Sr. Cardenal.

En la parte exterior de la iglesia se destacan diferentes escudos, con las armas de la Gasca, llamando la atención uno grande y poco artístico que adorna la fachada principal. Edificó una casa para los sacerdotes, la cual está situada frente à la fachada principal de aquel templo (1).

El retrato de D. Pedro de la Gasca, que se hallaba en la sacristía, se lo llevó el general Concha, patrono de la iglesia, allá por el año 1860. De los muchos y ricos objetos que se guardaban en la Magdalena, al presente sólo existe un cáliz de plata, de estilo gótico florido, regalado por el fundador. Entre los patronos del templo sólo se hará especial mención de D. Francisco de la Gasca, del hábito de Santiago y alférez perpetuo de la ciudad de Valladolid (año de 1661), y del actual, Doña Petra Concha, Marquesa de Revilla, mujer del Excmo. Marqués de Sardoal.

III

Cuando D. Pedro de la Gasca llegó al puerto de Santa Maria y supo que el virrey Blasco Núñez había muerto en cruel combate y que Gonzalo Pizarro gobernaba absolutamente en el país, se dirigió á Nombre de Dios, donde Hernán Mexia, uno de los capitanes más fieles de Pizarro, le recibió con los honores debidos á su alta dignidad. Como no inspiraba recelos un humilde sacerdote, deseoso de paz y con escasas fuerzas militares, Mexia cayó en las redes que aquél le pusiera. La Gasca se presentó después en Panamá, en cuyas aguas se hallaba la escuadra; y aquí el gobernador Hinojosa,

(1) En la calle de Colón, señalada hoy con el núm. 13.

hombre suspicaz, aunque se mostró fiel á su antigua bandera, no quiso romper con el Presidente, pues su sistema era nadar á dos aguas. Ganábase Gasca todos los corazones, y comprendiendo Gonzalo Pizarro que el enviado de Carlos V, con toda su reputación de Santo, era el hombre más mañoso que había en toda España é más sabio (1), determinó enviar un mensaje al Emperador, no sólo para justificar su conducta, sino también para solicitar la confirmación de su autoridad.

Presidía la comisión Lorenzo de Aldana, quien llevaba también una carta para la Gasca, firmada por 70 de los principales vecinos de Lima y su fecha del 14 de Octubre de 1546, manifestándole que volviese á España, porque su presencia serviría únicamente para renovar los pasados disturbios.

Presentóse Aldana al Presidente, y cuando se hubo convencido de las atribuciones que éste tenía, abandonó la causa de Pizarro, y lo mismo hizo poco después Hinojosa, poniendo la escuadra á las órdenes de la Gasca.

El Presidente se decidió á obrar. Levantó empréstitos sobre el crédito del gobierno, recibió los fondos que le adelantaron los vecinos ricos de Panamá, reunió gente y almacenó provisiones; al mismo tiempo hizo repartir proclamas y manifiestos, valiéndose principalmente de algunos religiosos. Por última vez, mandó copias autorizadas de sus poderes á Gonzalo Pizarro, y le escribió que aún era tiempo de volver á la obediencia del rey (2). El momento era decisivo y la situación apurada; y habiéndolo comprendido así Pizarro, consultó cuestión tan ardua con el veterano Carvajal y con el Abogado Cepeda, los cuales no estuvieron conformes en sus apreciaciones, pues Carvajal, que poco antes había dicho que las proclamas del Presidente «eran más de temer que las lanzas del rey de Castilla,» opinó que debía aceptarse la real gracia; pero Cepeda, más pedante que cuerdo, aconsejó la lucha y aun llegó á decir que el valiente Carvajal obraba por

(1) Carta de Pizarro á Valdivia, M. S.

(2) Entre otros historiadores lo afirman Gomara, O. C, c. CLXXVIII. -Herrera, Hist. General, dic. VIII.-1. III, c. III.

las sugestiones del miedo. Entre pareceres tan diversos, Pizarro se decidió por el de Cepeda y se preparó á una lucha desesperada.

á

Noticioso de la defección de Hinojosa y Aldana, de la entrega de la escuadra y de la toma de Cuzco por Centeno, aquel jefe realista, que escondido un año en una cueva cerca de Arequipa se presentaba ahora con nuevos bríos y deseoso de venganza, Pizarro, sereno en medio de la tormenta y dispuesto a jugar el todo por el todo, llamó á sus capitanes, recordó á todos las obligaciones que le debían, y puso sus tropas en disposición de salir á campaña. Dejó Cepeda su profesión de oidor por la de militar, y cambiando la pluma por la espada, se preparó á la pelea; pero el alma de la empresa era Carvajal, digno de figurar entre los grandes capitanes de su siglo. Un proceso ridículo, lo que formó Cepeda contra la Gasca, Hinojosa y Aldana, y por el cual eran condenados á muerte, no dió resultado alguno favorable, y casi pudiera decirse que fué contraproducente, porque los abogados se negaron á firmar la sentencia, y el público en general ridiculizó aquellos procedimientos (1).

Mientras tanto, Aldana con la escuadra había salido de Panamá á mediados de Febrero de 1547, se detenía en Truxi. llo y en Caxamalca, y continuaba su viaje á Lima. Ante la noticia de que Aldana estaba cerca, Pizarro abandonó la ciudad, estableciendo su campamento á una legua de Lima y dos de la costa. Antes, el abogado Cepeda, reunió á todos los vecinos y los hizo prestar juramento de fidelidad (2).

Inmediatamente que Aldana echó el ancla en el puerto, los habitantes de Lima volvieron sus ojos al nuevo astro.

(1) -¿Qué objeto tiene vuestro proceso?-preguntó Carvajal.-Evitar dilaciones-contestó Cepeda, y si fuesen hechos prisioneros, que se les ejecute inmediatamente. -Yo creía-añadió el veterano, -que ese proceso tenía virtud para matarlos como con un rayo. Si alguno de ellos cae en mis manos, no necesitaré de la sentencia y firmas para hacer morir». Fernández, O. C., C. LV.

(2) ¿Cuánto tiempo-preguntó Carvajal á su compañero,-pensáis que durarán esos juramentos? -Luego que hayames salido de aquí, el primer viento que sople de la costa, se los llevará».

Creyó aquél que cumplía con su deber remitiendo á Pizarro una copia de los poderes de la Gasca, y también por medio de sus agentes repartió proclamas entre los habitantes y aun entre la tropa. El objeto que produjeron las proclamas no se hizo esperar, porque muchos soldados de Pizarro abandonaron por la noche el campamento y se pasaron al del Presidente (1).

Cuando vió Gonzalo que por el N. le amenazaba la Gasca y por el S. Centeno, se resolvió á ocupar Arequipa, y después se decidió pasar á Chile, llegando al lago de Titicaca, donde acampaba aquel general. Al mismo tiempo, el Presidente había salido de Panamá, tocaba en la isla de Gorgona, se hacía á la mar para Manta, arribaba á Túmbez, se detenía en Truxillo y entraba en el fértil valle de Xauxa.

Centeno y Pizarro se encontraron el 26 de Octubre de 1517, en las llanuras de Huarinas, al Sudoeste del lago. Pizarro, Carvajal y Cepeda pelearon como bravos, y á malas penas pudo escapar Centeno de su derrota. Con razón exclamaba Pizarro al reconocer el campo cubierto de cadáveres: -¡Jesús, Jesús, qué victoria! Renació la esperanza en el ánimo de Gonzalo, y su estrella brillaba todavía resplandeciente.

Llegó la fatal noticia á oídos de la Gasca, cuyo semblante se nubló por breves momentos, pero pronto recobró su natural calma. Salió de Xauxa el 22 de Diciembre de 1547, pasó por Guamanga, entró en la provincia de Andaguaylas, donde se le unió Centeno, como también Benalcázar, célebre conquistador de Quito y Valdivia, famoso conquistador de Chile «cuya persona estimaba más la Gasca que un refuerzo de los mejores ochocientos hombres de guerra.» Hallábanse al lado del Presidente, los Obispos de Cuzco, Quito y Lima, los cuatro jefes de la nueva Audiencia y muchos clérigos seculares y regulares. Marchó la Gasca con su ejército hacia

(1) Cuentan que Carvajal, al tener noticia de la deserción de sus compañeros de armas, se entretenía en cantar:

Estos mis cabellicos, madre, dos à dos me los lleva el aire.

el Cuzco, y con sus valerosos capitanes Hinojosa, Alvarado y Valdivia, atravesó las elevadas crestas de los Andes, cubiertas de nieve y hielos, caminó entre rocas escarpadas y precipicios, entre barrancos y laderas, echó un puente sobre el rio Apurimac y se dirigió al valle de Xaquixaguana. Si gloria merece Aníbal atravesando el pequeño San Bernardo y Napoleón el gran San Bernardo, digno es de fama D. Pedro de la Gasca por su intrepidez y serenidad en el paso de los Andes, no menos peligroso que el de los Alpes. En Xaquixaguana esperaba Pizarro á su enemigo. No había escuchado los Consejos de Carvajal, que le rogaba abandonar el Cuzco y refugiarse en las montañas; no se mostró propicio á las instancias de Cepeda, que ahora no era de opinión que debía entrar en negociaciones con la Gasca, y solo contra todos el atrevido caballero, se aprestó al combate, dió puesto á morir ó vencer. Enfrente los dos ejércitos, refieren los historiadores, que Carvajal al ver las disposiciones de las tropas reales, dijo: «Valdivia está en la tierra y rige el campo, ó el diablo (1). No sabía el esforzado veterano que, con efecto, Valdivia se hallaba en el campamento real. Cepeda hizo traición á su causa y se pasó al enemigo; la misma conducta observó Garcilaso de la Vega, padre del historiador. Una columna de arcabuceros marchó á unirse con el enemigo, y un escuadrón de caballería siguió su ejemplo. Era imposible la resistencia. Gonzalo Pizarro, volviendo el rostro á Juan de Acosta, que estaba cerca dél, le dixo: -¿Qué haremos, hermano Juan? Acosta, presumiendo más de valiente que de discreto, respondió: -Señor, arremetamos y muramos como los antiguos romanos. Gonzalo dixo: -Mejor es morir como cristianos» (2). Pizarro debió recordar la rota de los comuneros y las palabras de Juan de Padilla, y Carvajal, ahora con más razón que nunca, entonaba su antigua y ya conocida canción. Gonzalo fué hecho prisionero, y cuando llevaron á Carvajal á los

(1) Fernández, O. C., cap. LXXXIX.

(2) Garcilaso, O. C.. cap. XXXVI.-Zárates, Conquista del Perú, lib. VII, cap. VII.

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