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de, por tanto á un fin que no es histórico ni puede en realidad llamarse humano. Consideran la historia hecha de una pieza y arreglada á un plan divino subordinado al gobierno de Dios, en cuyos designios ignorados colabora el hombre con mayor o menor conciencia de su destino final. Así, mientras los sistemas puramente místicos convierten la historia en una teodicea, ó lo que es lo mismo, en una enseñanza directamente divina con auxilio de prodigios, de epifanías, de intervenciones sobrenaturales, de pueblos escogidos y de enviados del cielo, conceden los menos tocados de semejante exclusivismo cierta libre participación al hombre en el trabajo de su perfeccionamiento interior y en el de la redención final de la especie. No cabe imaginar otro progreso en las creencias, dirigidas al perfeccionamiento del hombre moral sobre la tierra para su salvación en la otra vida. ¿Pero abraza el problema entero del progreso, el perfeccionamiento intelectual de los individuos y el general de las humanas sociedades bajo sus múltiples aspectos? ¿No se preocupa más del cielo que de la tierra, única escena hasta aquí conocida de la vida humana?

Y si el problema es insoluble para místicos y teólogos, no menos lo parece para todas las filosofías, sin exceptuar la liamada filosofía cristiana, que ha infundido algo de su espíritu á todas las demás surgidas en el seno de la civilización moderna; y decimos solamente algo, porque á pesar de la universalidad de sus tendencias, subsiste en el fondo de la civilización iniciada por el cristianismo, mucho que no ha sido ni todavía es cristiano. Cuéntanse ramas numerosas de la ciencia que sostienen pocas ó ningunas relaciones con la religión, en cuyo número entran precisamente aquellas que no tienen color alguno nacional. La filosofía, fuerza es decirlo, reviste siempre caracteres particulares que no sólo diferencian los sistemas, sino también los aspectos con que aparecen á la mente humana según épocas y países. Por lo mismo ha estado y estará perfectamente en estrecha armonía con la religión y con el pensamiento entero de los pueblos.

Es un espejo que refleja el carácter de las naciones en los grados diversos de su desarrollo. Deseosa de encerrar el pensamiento humano en una fórmula científica, la filosofía europea ha sufrido por lo mismo las modificaciones del cristianismo, que ha dado al espíritu humano en el orden religioso, en las relaciones del hombre con Dios, la comunidad universal del mismo pensamiento, sin lograr engañarnos la presencia de gran número de elementos anticristianos en la filosofía moderna, por idéntica razón que no llamamos anticristianos los pueblos actuales, siquiera podamos señalar en su historia y en su constitución multitud de principios en desacuerdo evidente con el cristianismo.

Está de moda renegar de los filósofos y burlarse de la metafisica, pero no hemos de seguir el ejemplo de sus detractores. Hay, como decía Leibnitz, una filosofía perenne, incondicionada, inatacable á todas las críticas, y una traducción histórica, transitoria si se quiere, de este fondo sustancial en los sistemas de metafísica, traducciones más o menos fieles, más o menos sólidas del edificio aún no erigido por filósofo ni escuela alguna á las verdades primordiales del Universo.

¿Cabe, por ventura, en cuanto á ellas, perfeccionamiento ni progreso? Creemos que no. Una vez descubiertas por la inteligencia, son incapaces de transformarse; permanecen inalterables, lo mismo bajo la dialéctica de Platón, ó bajo la lógica de Aristóteles, que bajo el análisis de Kant y el poderoso método constructivo de Hegel y de las escuelas alemanas, que han reproducido en la primera mitad de nuestro siglo las escuelas neoalejandrinas de la filosofía helénica.

Los sistemas han adoptado al presente caracteres más orgánicos, pero ninguno de los filósofos modernos ha pensado más alto que Platón, ni con más vigor que su discípulo. Ha habido cambios en la exposición de los principios supuestos ó reales del Universo, mas no hemos adquirido desde entonces (á lo menos por su medio) ninguna verdad nueva que haya satisfecho plenamente el anhelo del espíritu por pene. trar en los hondos misterios del conocimiento y de la vida.

De aquí, que por un procedimiento análogo al de la teología haya pretendido igualmente resolver la metafísica sin conseguirlo el enigma del progreso. ¿Qué es en último resultado el sistema hegeliano, el más cumplido hasta ahora de los imaginados por la especulación humana?

Consiste en el movimiento de la idea, motor inmóvil que todo lo mueve en la historia, ó en términos más claros, consiste en el conocimiento de todas las cosas contenidas en el Universo. Así, cuando hablamos de un principio nuevo surgido en sustitución de otro anterior llegado á su plenitud, no debemos entender que en realidad sea nuevo, sino parte del sistema general de ideas encerradas virtualmente en el espiritu humano, desdobladas bajo mil diversas formas por la razón en los pueblos progresivos.

La división hegeliana de las naciones en históricas y no históricas, resulta, según esto, algo parecida á la clasificación de las mismas por los escritores cristianos en pueblos escogidos y pueblos gentiles. Representan las primeras los momentos de la idea, las segundas el caput mortuum de la humanidad, según logran ó no encarnar un momento dialéctico de ese inmenso epiciclóide de la ciencia absoluta, fin último, pero inasequible de la historia, falta en definitiva de verdadero objetivo que justifique sus esfuerzos.

V

¿Han sido más afortunados los moralistas, sostenedores del continuo acrecentamiento del bien entre los hombres, y para quienes el ideal del progreso reside por entero en el reinado de la virtud?

Lejos de negar con Buckle, la perfectibilidad de la moral, el imparcial examen de los hechos prueba que à medida que la ciencia y sus aplicaciones avanzan, surgen con los bienes que representan virtudes desconocidas de las épocas pasadas,

compensan en gran parte el proverbio de la Sagrada Escritura: quien allega ciencia, acrece dolor.

Por desgracia, si con la suma de mayores bienes resultantes del progreso, disfrutamos mayores ventajas morales que las pasadas sociedades padecen también las presentes mayor número de dolencias, fenómeno nada extraño, aun cuando á primera vista, paradógico para los que saben que a pesar de los adelantos de la medicina y de la higiene, se halla sujeto el hombre civilizado á más enfermedades que el salvaje.

Hay, además de esto, virtudes de virtudes. La virtud contemplativa del asceta no es la virtud práctica del hombre de negocios; la del filósofo no es la del guerrero; la del político no es la del artista. ¿Cuál de ellas deberá considerarse como más perfecta y típica? Porque suponerlas dotadas de idéntico valor moral cuando alcanzan cierto grado de conformidad con su fin, sería declarar que no existe ninguna superior á las otras, y que los órdenes de la vida carecen de verdadero mérito jerárquico á los ojos de la razón, por ser todos ellos igualmente necesarios al carácter armónico de la sociedad humana, doctrina en que no querrán asentir de seguro las escuelas religiosas ni filosóficas, sea cual fuere la amplitud de sus tendencias.

Es difícil empresa, por lo mismo, aquilatar la moralidad de las colectividades sociales, no compuestas exclusivamente de ascetas, de filósofos, de guerreros, de negociantes y de artistas, cualidades privativas de los individuos, ó á lo sumo, de algunos grupos humanos. Preciso sería para obtener resultado aproximativo de la perfectibilidad moral de un pueblo, recurrir á la comparación entre dos períodos algo extensos y apartados de su vida, aceptar como base términos muy genéricos; la instrucción, las costumbres urbanas ó rurales, la literatura, las instituciones públicas ó privadas, imposibles casi siempre de apreciar de una manera positiva aun en los pueblos actuales no obstante los adelantos de la estadística.

Hay todavía otra dificultad. En la moral, de la propia

suerte que en el ejercicio de toda humana energía, existe cierto inestable equilibrio, sin el que el progreso sería imposible, por donde aun en el supuesto de llegar á hacerse más armónico que ahora, no dejarán de cometerse numerosas infracciones contra las leyes morales que harán tan desigual su desarrollo entre los pueblos como lo ha sido hasta aquí entre los individuos.

VI

Y si difícil de apreciar resulta el progreso en las leyes morales, todavía es más difícil de apreciar en el arte. Casi nos atrevemos á decir que es problemático, salvo en las formas que son geniales y en los procedimientos donde influyen poderosamente la ciencia y la industria que le suministran medios técnicos. La variedad de las manifestaciones, la diferencia constitutiva de los tipos, incesantemente transformados, señalan el cambio, no la superioridad jerárquica de unos sobre otros en la historia de las civilizaciones.

Podemos señalar en cada período las fases de preparación, crecimiento, grandeza y decadencia de la cultura artística; se hace realmente difícil precisar en qué consiste el progreso alcanzado en dos civilizaciones de diverso tipo, sobre todo en las producciones de los genios eminentes, que no transmiten á sus sucesores el secreto de construirlas con la misma perfección.

Homero, Valmicki, Virgilio, Dante, Calderón, Shakespeare, Milton y Goethe, son representaciones únicas de una época, de un pueblo, de un estado peculiar de la civilización que jamás vuelve ni se reproduce. Quedan como modelos á los períodos subsiguientes en cuanto à la forma, pero nadie los continúa, aunque todos procuran imitarlos. Este juicio puede igualmente aplicarse á los grandes escultores y pintores de la antigüedad y el renacimiento, superados en cuanto á la técnica, no igualados siquiera en cuanto á la grandio. sidad del pensamiento ni al vigor creador de sus obras.

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