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él y separado por hondos abismos. (Muy bien, muy bien.)

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Más claro, señores; para poner su nombre á las cosas y á las personas, que es como en política se entiende bien la gente, yo profeso y he profesado siempre la opinión de que formar el partido conservador en España agrupando todos los elementos importantes y considerables en intereses y en personas que esa obra necesita, sería ya tarea considerable realizarlo sin el Sr. Cánovas del Castillo; pero realizarlo contra el Sefor Cánovas del Castillo sería una demencia y una temeridad insigne, á las que yo, por mi parte, no me asociaría. (AplauSOB.)

»¿Qué nos queda que hacer? Afirmar nuestras ideas; seguir nuestra propaganda en la prensa, donde tan admirablemente hemos sido secundados por ésta, inteligente, ilustrada y desinteresada redacción de El Tiempo; en la tribuna; en la cátedra; donde quiera que se ofrezca ocasión de pedir la realización de nuestros ideales, esperar confiadamente en que la convicción se impondrá á todos los hombres del partido conservador y å su jefe ilustre.

>Este programa lo he aprendido de sus labios (aplausos), este programa lo he desenvuelto yo en muchos, repetidos y hasta cansados discursos en el Parlamento y fuera del Parlamento, con sus aplausos y con su aprobación. ¿Por qué no hemos de confiar en que, comprendiendo la situación actual del país; se apodere de él, lo recoja con su poderosa iniciativa, con su gran palabra, con sus poderosos elementos, y la unión estará inmediatamente hecha, puesto que á nosotros no nos separa ninguna cuestión ni de jefatura, ni de ambición personal, ni de ideas?

> Entonces se renovarían las grandes glorias de los principios de la Restauración por él dirigida; aquellas inolvidables discusiones en que su gran palabra marcaba la prudencia á los unos, la reflexión á los otros, señalando, en beneficio del país, transacciones para la paz religiosa, para el establecimiento de la Alta Cámara en la combinación perfecta con que se había ideado, y marcado la necesidad del restableci

TOMO CXLIV

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miento de un partido liberal que pudiera dar en el porvenir una de las soluciones á las instituciones, oponiéndose á la intransigencia de la reacción, y oponiéndose á las impaciencias de los que todo querían innovarlo.

>La cuestión es más chica; no tiene aquellas grandezas, es menuda, quizá sienta él algo así como las molestias, como las repugnancias y las dificultades del gigante obligado á vivir en un entresuelo, (aplausos y risas); pero es lo que hoy pide y lo que necesita nuestra patria. Todo lo demás esta resuelto; esto es lo que queda por resolver, si hemos de merecer la confianza de esos intereses sociales à que antes aludi. La tarea es esa, la que he señalado, la que tiene el partido conservador, ó no ha de tener ninguna.

¿Es que el predicar esto, es que decir esto, es que propagar esto en todas partes no nos permite ser conservadores? ¿Es que la noción que se tiene de la disciplina de los partidos no consiente que haya en ellos siquiera este matiz, esta tendencia, como hay matices y tendencias en todos los grandes partidos europeos, sin que esto afecte à su unidad, á su pɔder y á su disciplina? Si esto es así, nosotros no podemos forzar la puerta de ninguna iglesia; tenemos que aceptar la ex comunión que se nos lance sobre el particular, y no podremos menos de continuar donde estamos, lamentando que eso suceda, confiando en que eso desaparezca ó se transforme; pero no seremos nosotros los disidentes, no nos obligará eso á organizarnos en escuela y en iglesia independiente, á constituir jefaturas, á formar comités, á constituir esas pequeñas organizaciones, esas partidas á que nuestro genio nacional es, desgraciadamente, algo inclinado; pero que no son compatibles con las necesidades de las grandes organizaciones modernas, así para la paz, como para la guerra.

›¿Pero es acaso-y voy recorriendo los horizontes que se nos pueden ofrecer para el porvenir;-es acaso que nuestra mesura y nuestra prudencia no se estiman, que la obra de la unión no se realiza y que el partido conservador, grande y vigoroso, como yo lo deseo y comprendo, no se reconstituye?

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Pues esa grande obra y ese gran programa que os trazaba, quedarán sin realizar, porque nosotros solos no tenemos bastantes fuerzas para esa empresa; pero el partido conservador que quiera gobernar y regir en España sin apoderarse vigorosa y enérgicamente de ese programa y de los elementos sociales que á él están adheridos y que en él fian toda su esperanza y toda su fe; el partido conservador que quiera gobernar sin consideración á esos elementos y á esas ideas, no podrá gobernar en paz; entrará á gobernar sin prestigio, vivirá con vilipendio y sucumbirá sin gloria. (Aplausos).

>Vendrán detrás de su efimera y pasajera existencia en el poder gobiernos de fuerza que darán solución á los conflictos del momento; se levantarán tras de ellos negros horizontes y densas nubes, que oculten tal vez días tristes y de luto para la patria, y entonces, si nosotros tenemos la conciencia de que no hemos dificultado la unión por ninguna ambición personal mezquina, por ninguna pasión pequeña, que no la hemos dificultado sino por decir la verdad y por pedir al partido conservador que la acepte, y por ofrecer al país el sacrificio de nuestra tranquilidad, de nuestras conveniencias, de nuestras comodidades, de nuestros recursos, de nuestra actividad y de nuestras vidas, para realizar esos programas; si tenemos la conciencia de que no hemos dificultado la unión más que por eso, podremos, llorando las desgracias de la patria, sentir en el interior de nuestro corazón y de nuestra alma un gran consuelo; gran consuelo para los días de luto y de tristeza: el consuelo de que habremos cumplido como ciudadanos amantes de su reina y de su patria». (Nutridísimos y repetidos aplausos).

Sensible es que las divergencias ocurridas en el partido conservador tengan más honda huella, en vez de haberse acortado, pues este discurso entendemos que produce mayor excisión que la ya existente, y no se vé en modo alguno la solución que ha de tener este conflicto.

B. A.

CRÓNICA EXTERIOR

Madrid 30 de Enero de 1894.

El orden material está restablecido en Sicilia y en Toscana gracias á la energía militar desplegada por el gobierno de Crispi, que ha gastado algunos millones de liras en movi lizar las reservas, y sobre todo, á la solemne promesa de atender las reclamaciones de los obreros y campesinos sublevados contra la exorbitancia de los impuestos igualmente abrumadores para los grandes industriales, heridos como las clases trabajadoras por la profunda crisis económica y financiera porque pasa en la actualidad el reino de Italia.

Al aceptar Crispi el Ministerio, ha echado sobre sus hombros una carga bajo la cual puede no sólo sucumbir el partido liberal que dirige, sino también la triple alianza de la que el ilustre hombre de estado ha sido con el rey Humberto mantenedor convencido, hasta el punto de sacrificar á ella la amistad con Francia, política y comercial, creando de esa suerte en el nuevo reino una situación interior y exterior dificilísima, ante la que todos los gobiernos italianos se han estrellado, lo mismo los inspirados en el sentido semiconservador de Rudini, que en el anodino de Giolitti y en el francamente liberal y democrático del actual presidente, antiguo apóstol de la revolución siciliana contra los Borbones, y ex secretario de Garibaldi.

La estrella de Crispi, como la de otros jefes de partido en Italia y fuera de ella, parece pues eclipsarse. En política cómo en todo, los tiempos se suceden sin parecerse, y llega un día en que los hombres de una generación, por brillante que esta

sea, se encuentran desorientados en presencia de otros problemas, de otros intereses y de otros hombres distintos de los de su época.

¿Será Crispi, tan afortunado como otras veces? Lugar hay para dudarlo, porque sobre las dificultades tradicionales del reino de Italia, reducidas à la crisis financiera, crónica en aquella hermosa península, como en España, agréganse aho. ra el socialismo agrario del mediodía, el industrial en las provincias del centro, el anarquismo en Roma y demás grandes poblaciones, el recrudecimiento de la cuestión vaticana, á que no se vé solución posible, sin contar el fraccionamiento de los grupos parlamentarios en las Cámaras, obstáculo casi insuperable para organizar mayorías homogéneas.

El amago de próximo rompimiento de la alianza con Austria y Alemania, no parece por ahora confirmarse, siquiera sea improba tarea para los estadistas italianos armonizar dicho compromiso con la buena inteligencia de la Gran Bretaña para la poco disfrazada pretensión de dominar entre ambas potencias la cuenca del Mediterráneo, no sólo por la cacareada alianza de Francia y Rusia, sino por la oposición del resto de Europa, igualmente interesada que aquellas potencias en mantener el statu quo existente. Este complicado sistema de política internacional en que los italianos han sido siempre consumados maestros, encierra graves peligros, para salvar los cuales no basta la habilidad á menos de acompañarla la fortuna, poderoso auxiliar de su diplomacia de treinta años á esta parte.

Alguna de estas cuestiones, la referente al mantenimiento de la tríplice, ha motivado en los días últimos vivas polémicas entre la prensa italiana de una parte y los periódicos ingleses y alemanes de otra. Sostienen los corresponsales de los últimos que la confirmación del convenio hecha por Rudini, compromete incondicionalmente á Italia con las otras potencias signatarias. Sostienen en cambio, los italianos, que lejos de ser así, el Marqués Rudini puso como condición para mantener la citada liga la perfecta igualdad de Italia con sus aliadas y al

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