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No podían ser más apremiantes los estímulos, ni màs aventurado el recurso que se intentaba cuando el sabio rey don Alonso dirigía á D. Alonso Pérez de Guzmán aquella bellisima carta que todos sin duda os sabéis de memoria, en la que la noble dignidad de Rey ofendido y de padre agraviado, llevada á compás de acontecimientos tristisimos, se desahoga noblemente en el corazón de un amigo y súbdito leal con acentos de alto sabor moral, pero familiar y llanamente expresados, desde que le pinta su cuita «tan grande, que como cayó de alto lugar, se verá de lueñe», hasta que la fecha con aquellas sencillas y tremendas palabras: «en la mia y sola leal Cibdad de Sevilla á los treinta años de mi reinado y el primero de mis cuitas».

El venerable Juan de Ávila, tan lleno siempre de su apostólica misión, la mística doctora Santa Teresa, de continuo abrasada por el amor divino, hablan llanamente en sus cartas, hasta cuando en ellas evangelizan, y no desdeñan, según la ocasión y el asunto, descender á detalles domésticos y hasta á apuntes y cuentas de despensa ò de abastecimientos.

Escribe el apóstol de Andalucía al prelado de Granada que le pedía consejos para el buen gobierno de su diòcesis y predicadores para evangelizar en ella, y á la vez que le dice á lo primero: «aprenda vuestra señoría á ser mendigo delante del Señor, y á importunarle mucho presentándole su peligro y el de sus ovejas: y si verdaderamente se supiese llorar à si y á ellos, el Señor, que es piadoso--noli flære-le resucitará su hijo muerto; porque como á Cristo le costaron sangre las almas, han de costar al prelado lágrimas...»; al hablar de lo segundo, y después de encarecer lo escaso que andaba de buenos misioneros, movido del gran afecto que tenía al pre lado, como quien cae en la cuenta de haber hecho un excelente hallazgo, añade: «He pensado en una buena pieza para esto, y es el Maestro Hernán Muñoz, natural de esa Ciudad, y está ahora en Baeza; ha hecho muy gran provecho en muchos pueblos; tiene una rentilla de que se mantiene y no toma nada de nadie; porque para unas migas y una ensalada que come,

tiene harto con su rentilla, aunque como ha usado este rigor muchos años no sé si está algo gastado. >>

Mucho más estimable es esta naturalidad, prenda de un alma buena y de un bien equilibrado cerebro, que aquella afectación, sólo disculpable por el influjo de los tiempos y por la carcoma de la notoriedad con que otro afamado autor de cartas, el discutido y discutible Antonio Pérez escribía al primer Borbón Rey de Francia: «Envio á V. M. el agua de los » ojos del alma y de las entrañas mías las destilaria yó Señor, »para vuestra salud y vida, sino que estoy ya todo seco y para »toda destilación inútil ya....»; ponderativa fineza á todas lues falsa, y si se apura un poco el caso de la destilación hasta irrespetuosa para dirigida á tan gran personaje.

Bien es verdad que el Errante Peregrino, como él se complace á cada momento en llamarse, debía haber aprendido en la corte de Inglaterra que tales y parecidos regalos, no sólo para Reyes soldados, sino hasta para elegantes damas cortesanas, eran cumplida ofrenda, pues al disculparse desde Paris con Milady Riche por no haber podido enviarle unos guantes de piel de perro, que sin duda eran como ahora cosa elegante y de buen gusto, dice puntualmente: «entretanto vienen los >otros que V. Señoría ha pedido yo me he resuelto á sacrificarme por su servicio, y de desollar de mi un pedazo de mi >pellejo... que esto puede el amor y el deseo de servir, que se >desuelle una persona su pellejo por su señora y que haga guantes de si».

Como nada hay en el mundo más contingente y condicional que la galanteria, acaso esta imagen de los guantes de piel... de peregrino sonara gratamente en los delicados oídos de la hermosa hermana de Lord Essex, pero ante un criterio cristiano ó meramente racional, naturalismo por naturalismo, es muy preferible el naturalismo de las migas y de la ensalada del buen padre Maestro Hernán Muñoz, recomendado por su sobriedad y talentos oratorios al Arzobispo de Granada.

Modelos de naturalidad y sencillez son también, aparte de otras gracias y méritos que las avaloran y subliman, las car

tas de Santa Teresa, como escritas por persona que vive y lucha en el mundo, y aun para su vida de santificación tiene que conocer á los hombres, servirse de ellos, calificarlos y escogerlos ó apartarlos de sí. Maestra en teología mística, por intuición de su alma llamada con los auxilios de la gracia á gozar de las dulzuras del amor divino, era igualmente maestra en cuantas artes y ciencias son necesarias y aun oportunas para gobierno de los hombres. Hasta cuando escribe para adoctrinar los corazones y elevar las almas à los puros conceptos de la meditación y de la penitencia logra siempre expresar con frase natural, que no cae nunca sin embargo en ruín bajeza, los más arcanos misterios de la gracia, ó los màs sublimes favores del amor de Jesucristo:-Es este-dice (1) herida que da el amor de Dios en el alma, no se sabe adonde ni cómo, ni si es herida, ni qué es, sino sientese dolor sabroso, que hace quejar y ansí dice.

«Sin herir dolor hacéis

Y sin dolor deshacéis

El amor de las criaturas-etc.>>

Juzguese cuál no sería la llaneza de su estilo cuando habla de asuntos familiares, cuando agasaja á personas que traían recomendación expresa de sus superiores, cuando reprende á su hermano por sus muchas penitencias, ó cuando con la viveza peculiar de su condición y el espíritu práctico propio de quien como ella, no sólo fué la mujer más santa sino la santa más mujer de su tiempo, recomienda á sus superiores para que se traten en el Capítulo de Alcalá y se consigne en las constituciones (2) que

«Por amor de Dios procure Vtra. Paternidad que haya limpieza en camas y pañizuelos de mesa aunque más se gaste, que es cosa terrible no la haber: en forma quisiera fuera por constitución y aun creo que no bastará según son.»

(1) Carta á D Lorenzo de Cepeda su hermano-CXXXVIII de la Colección de Rivadeneyra (D. Vicente Lafuente.)

(2) Al P. Fr. Gerónimo Gracián, carta CCCXXI de la colección ya citada.

De gallardía de lenguaje al propio tiempo que de vigorosa expresión encuéntranse á cada paso acabados modelos en las cartas de la gran escritora: al referir al P. Gracián la gratisima impresión que le ha producido la visita de su madre en Toledo, exclama-«tan conocidas estábamos como si toda la vida nos hubiéramos tratado,» añadiendo luego:

«En gracia me cay decir V. P. que la abriese el velo; parece que no me conoce; ¡quisiérale yo abrir las entrañas»>! De su previsión y buen sentido dan claro testimonio cláusulas como estas:

«Siempre esté advertida que será mejor el concierto-por que me escribió nuestro Padre que un gran letrado de la Corte le había dicho que no teníamos justicia, y aunque la tuviéramos es recia cosa pleitos. No olvide esto.»

Y en otra carta à sus hermanas del convento de Sevilla; «Oh què deseo tengo que les den el agua! Tanto lo querria que no lo creo!»

Este espíritu de orden y concierto en lo pequeño y en lo grande, este puntualizar las cosas sujetándolas á la debida disciplina y á la justa proporción que entre si deben guardar como ordenadas y dirigidas todas á un mismo fin, tan caracteristico en la gran Santa española y que resalta como en ninguna de sus obras en las Fundaciones y en las Cartas, dan á estas un valor inapreciable para cuantos quieran estudiar en monumentos fidedignos la vida religiosa y aun muchos aspectos de la vida social en la segunda mitad del siglo XVI.

Se ha hablado y se ha abusado mucho al hablar de ello del exagerado misticismo de esta época, que si á la verdad dió á los altares muchos santos, grandes confesores à la Iglesia y tratadistas y doctores de la más pura y acendrada doctrina, fué también el siglo de los grandes Capitanes, y de los grandes políticos. Pero además de esto, no se ha reparado lo bastante al tachar de exageraciones lo que era entonces natural impulso de las almas y lógica consecuencia de la contienda religiosa y del renacimiento de los estudios teológicos y canónicos, en la postración en que había caido por aquel entonces,

TOMO CXLIV.

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no diremos el espíritu, pero sí la existencia física y corporal de la pátria española.

Los últimos esfuerzos de la Reconquista, las guerras de Italia, la sucesión à la corona de una casa extranjera, nuestros intentos en África, la necesidad de reconcentración municipal y provincial para constituir la monarquía, la conquista, y población de la América española, la guerra á la Reforma de Lutero, tantos hombres ocupados en tan grandes empresas, tanto oro transportado de un continente al otro, tan contradictorios empleos á la actividad individual, en una tierra pobre y despoblada, de razas y lenguas diferentes, con leyes y costumbres contradictorias y hasta de categorías sociales distintas, bien puede decirse que habían agotado las fuerzas naturales del país y suspendido en sus mismas fuentes originarias la vida social y aun la misma vida de familia. Sólo un sentimiento, que fuera vínculo común entre todos los españoles podia restaurarla, y una sola institución, cifra y compendio de esa común aspiración la llamada á florecer con brío y pujanza suficientes para salvar la sociedad y ser fiel custodio de las mismas instituciones políticas.

Sin el espíritu religioso, sin el extraordinario y fecundo florecimiento de la Iglesia y de sus institutos, así seculares como claustrales, la Monarquía, es decir la patria española, no hubiera podido fundarse, ni la unidad nacional hubiera llegado jamás á ser un hecho.

No es, pues, maravilla que la vida afluyese á los conventos y á los claustros, á los capítulos de las Catedrales y á las Cámaras de los Obispos, que de ellos salieran y à ellos acudieran cuantos participaban en el movimiento social y político de la época, y que tardase muchos años, acaso menos de lo que convenía al provecho común, en secularizarse por completo la vida española en todas sus manifestaciones cientificas, literarias y sociales. Y como en otras partes era la Corte de los Reyes centro solar al que convergian como astros menores todos los intereses y todas las pasiones, y à semejanza suya, cada Señor celebraba también su Corte en

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