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miniatura dando en ella y quitando los oficios, creando y derrocando favoritos y tributándose adoraciones y homenajes, aquí donde el absolutismo á lo Luis XIV fuè siempre planta exótica y la turbulencia feudal no adquirió nunca carta definitiva de naturaleza, la genial viveza de nuestra raza y la difusión de la necesaria cultura para constituir la clase media fuese abriendo camino, educada por la misma Iglesia en principios aunque rigurosamente cristianos, también rigurosamente democráticos en el buen sentido de la palabra. De aquí la libertad con que aquellos ilustres pensadores de nuestro siglo de oro hablaban de los Reyes, de la grandeza y de los sucesos de la Corte, libertad que como es natural en parte alguna se refleja mejor que en sus cartas.

Escribía D. Antonio de Guevara al Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, que se aconsejaba con él acerca de si debía acudir de nuevo á guerrear á Italia después de la sangrienta batalla de Rávena y luego de agradecerle que le haya llamado sabio y virtuoso, porque «eso-dice-es darme más honra, señor, que os doy yo en llamaros Duque de Sessa, Marqués de Vitonto, príncipe de Quilache, y sobre todo Gran Capitán, porque à mi nobleza y virtud y sabiduria no la puede empecer la guerra, mas vuestra potencia y grandeza está sujeta á la fortuna», añade: «No sois, señor, tan mozo que no tengais lo más de la vida pasado; y pues la vida se va consumiendo, y la muerte se viene acercando paréceme á mí que os sería mejor consejo ocuparos en llorar vuestros antiguos pecados que no ir de nuevo á derramar sangre de enemigos...» «Vencistes á los turcos en la Paflagonia, á los moros en Granada, á los franceses en la Chirinola, á los picardos en Italia y á los lombardos en el Garellano: téngome por dicho que como ya fortuna no tiene mas naciones que os dar para que venzais, quiere agora llevaros á do seais. vencido. >>

Lenguaje severo sin duda alguna, y aunque dictado por ei buen sentido y el conocimiento exacto de los hombres y de las cosas, muy meritorio para dirigido á quien como su ilustre

corresponsal afirma, «estaba con mucha pena por ver que se » dilataba su partida, y hasta al mismo Rey si fuese su igual » se lo demandaría por injuria el tenerla suspensa.»

Han motejado algunos en el famoso Obispo de Mondoñedo cierta hinchazón de estilo, ó mejor dicho, cierta rigidez y como tiesura en las cláusulas de sus discursos que no son síno dejos de sus estudios clásicos, y costumbres de la apostólica misión de la predicación que de continuo ejercia. El mismo se defiende donosamente de este defecto. «También decis Señor (1) que en el predicar soy largo y muy enojoso. A lo cual os respondo que no hay en el mundo sermón largo si el que le oye le oye como cristiano, y no como curioso. Acuérdome que la cuaresma pasada estando yo con Vuestra Señoría le presentaron unos salmones de Peñamelera, los cuales loastes de buenos, y os quejastes de que eran pequeños; por manera señor que nunca salmón se os hizo largo ni sermón corto.»

Y cierto que la gravedad ordinaria de su discurso tornase en saladísimo gracejo cuando contesta con burlas á las burlas, como cuando dice á D. Enriqne Enriquez que más parecia su epistola «interrogatorio para tomar testigos que no carta para amigos, y se despide de él «muy cansado y aun enojado, no de responder à la carta, sino de construir su maldita letra ó como cuando al dar las gracias al abad de Cardeña por unas cecinas que le enviaba pondera con muchísima sal las producciones y la tierra de la Montaña. «Que sea mejor tierra la Montaña (2) que no Castilla parece claro en que los vinos que van de acá allá son mas finos y los hombres que vienen de allá acá se tornan mas maliciosos; de manera que allá les mejoramos los vinos, y acá nos empeoran los hombres.» ¿Dónde está aquí la rigidez, la obscuridad ó la hinchazón, ni qué donaire, que como donaire lo decía sin duda el buen Obispo, puede ser dicho más llanamente ni en menos palabras?

(1) El Condestable de Castilla D. Iñigo Fernández de Velasco. Epistola vr Colección Rivadeneyra.

(2) Epístola XXXIV.

De la concisión y vigor de su estilo en descripciones y enumeraciones están llenas sus cartas, que á no dudarlo fueron escritas en su mayor parte en la madurez de su vida y de sus estudios clásicos. Habla de la peste que por los años 1522 asolaba la parte central de Castilla la Vieja y dice que «Avila (está) dañada, Madrigal despoblada, Medina escandalizada, Valladolid asombrada y Dueñas yerma», pondera las excelencias de la caballería con la cual dice «nunca se compadecieron vileza, pereza, escaseza, malicia, mentira y cobardia», y describiendo de mano maestra los tiempos que alcanzó, exclama. No ha habido tiempo en que muestre el >buen caballero quien es y para que es como agora, que pues el Rey es fuera del Reino, la Reina está enferma, el » Consejo Real anda huído, los pueblos están rebelados, los gobernadores están en campo y todo el reino alterado, ago»ra sino nunca deben trabajar y morir por el reino, apaciguar, y cada uno á su Rey servir» (1).

Bien pueden llamarse estas notabilísimas cartas de Guevara que con razón han pasado y pasan como modelos de su género, cartas morales, pues en ellas rara vez deja de afirmarse una doctrina de la más sana y pura moralidad, revelando todas la viveza de ingenio, el perfecto conocimiento que tenia del mundo y la variedad y profundidad de los conocimientos de este escritor elegantísimo. De èl aprendieron los que en su mismo siglo y algunos más tarde, trataron familiarmente y en forma amena asuntos de erudición crítica ó puntos de observación social, no por cierto con más gracia y donaire que el autor de la «Letra para el Doctor Melgar, Médico, en la cual se toca por muy alto estilo, el daño y el provecho que hacen los médicos» (2), de la carta á D. Pedro Gi

(1) Letra para D. Antonio de Zúñiga, Prior de San Juan, Medina de Rioseco. Febrero de 1522.

(2) "Mejor salud dé Dios à vuestra ánima que ellas (unas hierbas que le recetara) aprovecharon cosa á mi gota, porque me escalentaron el hígado y me enfriaron el estómago..... pues mi mal no estaba de la cinta arriba, sino de la espinilla abajo, y yo no pedía que me purgaredes los humores sino que me quitasedes, los dolores: yo no se porque castigastes mi estómago teniendo la culpa el tobillo.,,

rón, en la que tan donosamente se burla de los malos caracteres de su escritura, y de lo avieso de su letra, y de la donosisima Relación de la comida y servicio de la Emperatriz y nuevas de la Corte, con que se regocijaría sin duda, aún en medio de los graves cuidados que le cercaban, el Marqués de los Velez que era á quien iba dirigida (1).

Del estilo de las de Guevara, que ya en sus mismos días adquirió famosisima celebridad, y de las del Venerable Maestro Juan de Avila (que no todas pueden llamarse místicas, pues contienen advertencias y consejos doctrinales sobre puntos de moral, de disciplina, y de práctica del mundo) son muchas de las que se hicieron famosas cuando se escribieron, pasando luego á figurar en los mejores epistolarios.

Sin referirse á negocio determinado, ó si se refieren á alguno, tratándole desde su más elevado aspecto, pierden todas ellas el carácter, por decirlo así, personal, para revestirse de cierta solemne gravedad más propia de la lección y adoctrinamiento que de la mútua expansión de afectos, que al calor de los sucesos de actualidad, brota naturalmente en la correspondencia puramente familiar.

La edad, estado y jerarquía del que las escribe, explica que no tengan interés directo y material en lo que aconseja y advierte, y á diferencia de las cartas políticas, ó polémicas, de que más adelante hablaremos, en estas puramente doctrinales, trátase comunmente de una idea puramente abstracta, como el honor y las perfecciones del caballero, la fidelidad y la obediencia al Soberano, y en algunos casos las virtudes y prendas del Soberano mismo.

(1) "A lo que decís que qué come y cómo come la Emperatriz, seos decir Señor, que come lo que come frio y al frio, sola y callando y que la están todos mirando. Si yo no me engaño cinco condiciones son estas que bastaba una sola para darme á mí muy mala comida. .

"Decis, Señor, que os escriba qué me parece del Duque de Bejar, el cual allegó tan gran tesoro en la vida que dejó cuatrocientos mil ducados en la muerte..... mi parecer es que él anduvo á buscar cuidado para sí, envidia para sus vecinos, espuelas para sus enemigos, despertador para los ladrones, trabajo para su cuerpo, ansias para su espíritu, escrúpulo para su conciencia, peligro para su ánima, pleitos para sus hijos y maldieiones de sus herederos,

Empezando por el Infante D. Juan Manuel, y continuando por personajes de tanta importancia como el Marqués de Santillana, Hernán Pérez del Pulgar, Guevara, Cisneros, el gran Duque de Alba y Felipe II, los siglos de oro de nuestra literatura nos han legado verdaderos modelos de esta clase de cartas, término medio entre la plática moral, científica y filosófica y la verdadera carta.

Personaje ha habido, como por ejemplo el Adelantado Mayor de Castilla D. Martin de Padilla y Manrique, que con sólo un documento de este género se acredita justamente, no sólo de gran capitán y profundo filósofo, sino de escritor galanisimo.

Sirvan de ejemplo de buen consejo para dado á quien por vez primera va á ejercitarse en la profesión de soldado con el ardimiento generoso de la buena sangre, y la natural impericia de los pocos años aquellas conocidas máximas:

«No pongas á tu gente en peligro manifiesto, y lo que pudieres acabar con dinero, trabajos é industria, no lo hagas con pérdida de un soldado.....>

«Antes de ponerte en la ocasión echa la cuenta de lo que has menester y añádele la cuarta parte en todo y saldrate bien la cuenta; porque el dinero, las municiones, y la misma gente se consume por muchas formas.....» (1).

Pero si estos preceptos avaloran la prudencia militar del noble Adelantado, sus condiciones de caballero y súbdito leal se reflejan en aquel otro que dice así: «Pon todo tu cuidado en guardar la hacienda del Rey; que por mucho que tengas siempre será poco según son muchos los que la roban», y no se acredita menos como escritor cuando termina su notable épístola con este brillantísimo párrafo:

«Si mostrares esta carta no faltará quien te diga que te doy reglas de religioso y no de soldado. Respondo al tal, que hace mucha ofensa á la soldadesca, cuyo estado es tan honroso que no cumple con él ni puede llamarse soldado el que

(1) Carta de D. Martin de Padilla y Manrique à su hijo D. Juan de Padilla Manrique y Acuña, Conde de Santa Gadea.

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