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En pocos meses y despues de la sangrienta batalla de Guadalete, los árabes se enseñorearon por completo de España donde se establecieron por compromisos, pactos ó conquistas, viviendo mezclados con los naturales del pais, à quienes, con hábil y conciliadora política consintieron el libre uso de su religión, idioma, usos y costumbres. Los invasores, cuya sed de dominio no se satisfacía con nada, y deseosos al mismo tiempo, con fanático celo, de extender por toda la Europa el conocimiento de la religión que creian la única verdadera, aun quisieron pasar mas adelante. Atravesaron los Pirineos sus numerosas huestes, é invadieron la Francia, que tambián hubieran dominado, à no ser por la completa derrota que les hizo sufrir Cárlos Martel, cerca de Tours, obligándoles á volver á España, de la que ya no pensaron tornar á salir, dedicándose á afirmar cada dia mas y mas su poderío en el país que tanto convenía á sus intereses por su proximidad al Africa, de donde tan facilmente podian recibir auxilios en caso de necesidad.

El robusto imperio musulman de Oriente, cuyo centro y metrópoli era la hermosa y rica ciudad de Damasco, en Siria, en la cual residía el Principe de los Creyentes, que asumía en su persona el doble carácter de gefe civil y religioso de sus pueblos, estaba gobernado por emires ó delegados del poder supremo. Estos funcionarios se cansaron muy pronto de ser súbditos pudiendo ser dueños, è inaugurando una série de revoluciones, guerras civiles y pronunciamientos en favor suyo, lograron ir emancipándose de la autoridad del Miramamolin, que no podia hacer frente à tantos enemigos juntos.

De aquí surgió la creación de varios estados independientes, como los Califatos de Damasco, Bagdad, Alepo, Iconio y otros mas o menos importantes. Damasco, sin embargo, continuó siendo la metrópoli del Islamismo, haciéndose notable por ser el centro del lujo, de la brillantez, del saber y la cultura, que contrastaba con la rudeza y casi general ignorancia en que se hallaba sumida la Europa.

Los emires de España no tardaron en imitar la conducta de los orientales, declarándose independientes y constituyéndose en señores de tantos reinecillos como provincias contaba el territorio. De este modo empezaron á surgir los reinos de Córdoba, Sevilla, Huelva y Granada; los de Toledo, Murcia, Almería, Valencia, Huesca y Zaragoza. La verdadera España cristiana independiente, aunque amenazada de continuo, estaba circunscripta á las provincias del litoral Cantábrico, desde donde el infante D. Pelayo, con un escaso número de guerreros, principió la gran obra de la Reconquista, favorecido por la aspereza del terreno y lo inaccesible de sus mon

tañas.

Ab-el-Ramán, principe ilustre y sabio, escapado de la general matanza que había concluído con su familia en una de las frecuentes revueltas que ocurrían en la Siria, vino á refugiarse á España, estableciendose en Córdoba, donde sus desgracias, su valor y sus buenas prendas personales la crearon un numeroso partido, que le colocó en el trono, del que se mostró digno, introduciendo sabias reformas é importantes mejoras que hicieron del Califato de Córdoba uno de los más brillantes de la España árabe.

Entiendo que los lectores no juzgarán impertinente la inserción del anterior bosquejo histórico; pues aunque parezca improcedente, se relaciona con el objeto principal de este trabajo.

III

Cuando el fanático Omar, uno de los inmediatos sucesores de Mahoma, se apoderó de la antigua y hermosa ciudad de Alejandría, donde se hallaba la más grande y copiosa biblioteca de la antigüedad sapiente, y donde se conservaban con respetuoso esmero los monumentos literarios de la ilustración griega y romana,-dispuso que todos aquellos preciosos volúmenes fuesen entregados á las llamas, pretextando para legalizar su bárbara medida con la capa de celo por su religión, que si los mencionados libros estaban conformes con el Corán, eran

inútiles, porque el Corán es el libro por excelencia y el único que deben leer los creyentes; y si no estaban conformes, eran perniciosos y convenía destruirlos.

Por semejante fanática medida, quedó perdido para la posteridad aquel inmenso é inapreciable tesoro, cuya existencia hubiera adelantado algunos siglos la civilización del mundo moderno, disipando con más presteza las densas nieblas de la ignorancia que le envolvieron durante la Edad Media.

Sin embargo, Omar no pudo destruir por completo todas las producciones del saber humano: quedaban aun algunos libros en poder de los particulares residentes en el Imperio Bizantino, y en particular en el de los estudiosos monjes de Oriente y Occidente.

Tampoco eran fanàticos todos los sectarios del Islam; pues hasta en los pueblos más bárbaros y atrasados nunca faltan algunos hombres de genio superior que se distinguen por su amor á la ciencia y el deseo de ilustrarse.

Así, pues, cuando empezó á disfrutarse alguna tranquilidad en las opulentas cortes de los Califatos de Bagdad y de Damasco, los hombres estudiosos, protegidos por los soberanos, se entregaron con afan al cultivo de las ciencias, que poco a poco fueron despertando del letargo en que las habían sumido la barbarie y el fanatismo, llegando á tal grado de prosperidad las ciencias y las artes, que en el reinado del cèlebre califa Aroun-al-Raschid, la ilustración humana estaba circunscripta á los pueblos orientales.

Allí florecieron, manifestándose con la extensión que los dificultosos tiempos permitian, la Astronomía, la Botánica y la Medicina, y sobre todas estas ciencias las Matemàticas, en las que sobresalieron los árabes, ampliando y mejorando los rudimentos consignados en las obras de Euclides, Pitágoras y Arquímedes; inventando la Álgebra y estableciendo el ingenioso y sencillo sistema de numeración, que destruyendo el complicado de los romanos, ha sido por su reconocida utilidad adoptado y seguido en todos los pueblos del mundo.

Las artes de utilidad y lujo tambien alcanzaron alto vuelo

y sin igual perfección. Las ricas telas, los finos vidrios, last porcelanas, y sobre todo, las armas de Damásco, eran admiradas y adquiridas con aprecio, las construcciones hidráulicas y el sistema de riegos para utilidad y mejora de la agricultura, fueron cultivadas con gran èxito por los arábes, y respecto á la Mecánica, arte casi desconocido en la antigüedad, el primer reloj que se vió en Europa, fué el regalado al emperador Carlo-Magno por el Califa de Bagdad, juntamente con el famoso árbol lleno de pájaros, que cantaban saltando de rama en rama.

La cultura árabe no tardó en pasar á España, merced á las intimas relaciones de los moradores de la península con los de Oriente, y muchos sabios se establecieron en Córdoba, favorecidos y alentados por la protección del ilustrado Ab-elRaman y sus sucesores.

La antigua ciudad se vió enriquecida con escuelas donde se enseñaban todos los conocimientos posibles en aquella época, y tal fué la celebridad adquirida por Córdoba con este motivo, que mereció el glorioso renombre de la Atenas del Occidente.

Alli se cultivaron con notable éxito las Matemáticas, la Astronomía, la Medicina y sus auxiliares la Botánica y la Química, esta última bastante imperfecta aún, por los doctos árabes y hebreos, establecidos muy antiguo en Iberia, y que se comunicaban con aprecio, no obstante las prevenciones de raza y de religión, porque la ciencia, que es una en todas partes, no distingue, ni debe distinguir de nacionalidades ni de personas.

En Córdoba florecieron entre otros muchos sabios de que nos han quedado escasas é imperfectas noticias, los célebres médicos y naturalistas Averroes y Avicena, que legaron á la posteridad importantes escritos acerca de las materias que cultivaron, y el moro Rassi, traductor y comentador de los antiguos libros de Agricultura de Columela, que ampliò é ilustró, según las exigencias del tiempo y de la localidad.

Por las noticias que he podido adquirir entre la escasez

de datos que sobre esta materia de que trato suministran las imperfectas crónicas antiguas, parece que entre los árabes españoles no fué desconocida la intervención de los médicos militares en los ejércitos, ni que fueran extraños al conocimiento del arte de la guerra, en lo cual resultaron superiores á los griegos y romanos, apesar de la decantada civilización de estos pueblos.

Pueden citarse con tal motivo los nombres de Ben-Ganadi, médico cordobés que escribió mucho sobre varias materias, y tambien sobre asuntos militares, de los que debió entender por su inmediato contacto con los soldados.

El de Abdalla Alkhatif, que entre sus obras dejó una sobre arte militar, y el de Abu-Abdalla-Mohamad-Ben-Altrhashib, excelente médico que escribió una Historia Hispana, en la cual entre otras noticias tan curiosas como importantes, habla con bastante precisión de los proyectiles huecos de fuego, sean bombas, que se conocian y usaban ya en la época en que escribió (año de 1348); invención que más de tres siglos despues se atribuyó al célebre ingeniero Vauban, en el reinado de Luis XIV de Francia.

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No nos es posible, en cambio, citar ningún nombre ilustre de médico español, ni consignar por falta de datos los progresos de la ciencia médica durante la turbulenta y nebulosa época de la Edad Media en nuestra patria, y la razon es muy obvia.

La España cristiana estaba limitada, y no completamente, á los territorios de Asturias, Galicia, la antigua Vasconia y una pequeña parte de Aragón, desde donde empezó la lucha de la Reconquista. Los caudillos que la iniciaron, rudos señores que, en su mayor parte, no sabían leer ni escribir, y que necesitaban manejar la espada antes que la pluma, no podían protejer ni alentar las ciencias; y el pueblo, siguiendo á sus señores en la guerra, ó cultivando los campos, como siervos del terruño, menos podía dedicarse al estudio, que requiere tranquilidad y silencio.

La cultura y el saber continuaron circunscriptos á las

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