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tador y difícil de dibujar, prestándoles vida, costumbres, tipos y paisajes de nuestras provincias, y es gloria alcanzar en género que cuenta tan ilustres cultivadores de uno y otro sexo, el alto puesto conseguido en la opinión por la novela Alza y Baja: sus páginas, consagradas á describir la plaza de Duradón, el Comercio de los Burguillos, el barrio de Curtidores, la Tenería y todo el escenario donde se desenvuelve [a intriga electoral de la circunscripción duradonesa, y la vigorosa pintura del motín alumbrando con sus siniestros resplandores y con tan vivo y acertado contraste, la tranquila y sosegada vida de provincia, han señalado al nuevo Académico un lugar preeminente entre nuestros escritores. Esos cuadros quedarán como escenas vivas y verdaderos documentos para la historia de las ideas, tipos y costumbres del último tercio de este siglo XIX, de un fin de siglo desasosegado y triste, como de quien muere sin copioso caudal de buenas obras ni de mejores esperanzas.

El boceto satírico en prosa y verso, ya delineando caracteres, ya trazando costumbres, ya flagelando abusos y corruptelas, es quizá lo que más ha dado á conocer á Liniers, y su libro Todo el mundo, y su Novisimo Espejo y Doctrinal de Caballeros en doce Romances por el Bachiller D. Diego de Bringas, y su colección de artículos que tituló Lineas y Manchas, le han prestado su carácter más propio, y su fisonomía más personal entre nuestros periodistas y literatos, porque reune para el cultivo de ese género, cualidades de observación, buen sentido, ingenio y agudeza, unidas de modo tan natural y espontáneo á la dulzura y verdadera poesía del sentimiento, que logra siempre dejar en el ánimo una impresión sana y consoladora, bien distinta de la generalmente producida por los escritos de mera ingeniosidad del vocablo, destinados á frío y fugaz entretenimiento.

Brilla en esas páginas como joya la más valiosa entre las que guardan, del caudal del Sr. Liniers, la literatura, y la lengua patrias, el Ultimo Sermón, trozo en el que se dibuja la muerte tranquila de un justo, sobre el fondo apenas delinea

do de un pueblo de Castilla, sencillo, creyente y consolado en su pobreza con la poesía de una religión llena de misterios sublimes que unen con lazos de amor y de sufrimiento, el pobre con Cristo, la miseria con la Gloria y la humanidad entera, sin clases ni diferencias, con la eternidad. En lenguaje de admirable sencillez y natural elocuencia, explica el moribundo las sublimes virtudes que, como estrellas en el azul del Cielo, esmaltan con brillantez sobrenatural la terrible noche de la Pasión del Redentor; la humildad con que se entregó á la ley del Padre y al miserable poder de los hombres; la mansedumbre con que perdonò á sus verdugos y á sus enemigos; la fortaleza con que se sobrepuso al dolor carnal del suplicio y de la muerte; la fe con que encomendó su espíritu al Supremo Hacedor; la caridad con que consoló al pecador arrepentido, y la sed con que espiró en la Cruz, abriendo en la obscura noche del paganismo los horizontes luminosos de la idea cristiana; sed de paz, sed de amor al prójimo, sed de justicia, de tránsito infinito á aquella patria de las almas, llena de gloria y de inefable deleite espiritual. Página es esa que si en todos tiempos sería inspirado rasgo de poesía y sentimiento, en estos días de desesperación amarga ante la feroz propaganda del crimen, del ódio y de la destrucción predicados como ideales de escuela, es enseñanza social que revela y persuade mejor que muchos abultados volúmenes de ciencias política y económica, de que el secreto de las harmonías posibles en la tierra entre pobres y ricos, desgraciados y felices, no está en compensaciones materiales reguladas por artificial distribución de la riqueza y del presupuesto, ni en las participaciones audaces y ciegas del poder politico, fórmulas impotentes todas para satisfacer las exigencias insaciables del goce individual, sin cesar excitado por la contemplación de la opulencia ajena, sino en las creencias y ecos no apagados de la fe en un mundo mejor, de la fraternidad de las almas que nos hace hermanos en Cristo, iguales ante el altar, grandes todos por nuestra esperanza de gloria. Aquellas fiestas y alegrias comunes, de las que nacen los re

cuerdos del repique de la campana de nuestra iglesia, del esplendor de la Virgen patrona de nuestro pueblo, de los cánticos dulcisimos del rosario que se pierde á lo lejos recorriendo las calles, y de la tristísima plegaria en que se recita la pasión, depositaron en nuestros corazones de niños un bálsamo que queda allí como olvidado y oculto mientras la juventud y la felicidad hacen fácil la vida, y que brota y se nos ofrece como alivio y consuelo bendito, cuando, en la adversidad y en la vejez, se sienten los dolores que trae consigo la lucha cruel de la existencia.

En las muchas veces que he leído aquella página magistral, he experimentado una impresión parecida à la que me producen los pobres braceros aragoneses cuando los he visto arrodillarse ante la Virgen del Pilar, arrojar por entre las rejas del camarin buena parte de su jornal, harto más incierto, mezquino y penosamente ganado que el de los obreros anarquistas de las ciudades, y seguir consolados y fortalecidos su peregrinación en busca de un pedazo de pan con que sostener sus familias, en la cruel y forzosa huelga del invierno; y me he preguntado, haciendo abstracción de toda finalidad sobrenatural, ¿qué número de millones de pesetas y qué cantidad de papeletas electorales sería necesario distribuir para compensar, en el espíritu de tales muchedumbres, los consuelos, la resignación, la fortaleza que les presta la creencia en Dios, la fe en la protección de su Divina Madre y la esperanza de un cielo que ella ilumina con su sonrisa celestial y su manto tachonado de estrellas, y que quedaría desierto, oscuro y helado para aquellas almas, si se les arrancasen tales imágenes, para reemplazarlas con la noción científica de las evoluciones eternas de la materia cósmica?

Sus cualidades de crítico las ha acreditado y prodigado Liniers, en numerosos artículos, consagrados á obras dramáticas y á estudios de costumbres literarias, y las ha ejercitado, con harta brillantez, en el ameno y delicado bosquejo que le acabáis de oir sobre el fiorecimiento del estilo epistolar en España, materia de tan vivo interés, que parece como mina

privilegiada, siempre abierta à la labor de aficionados y eruditos, que rebuscando en archivos públicos ó particulares, sacan frecuentemente á la luz, entre ganga inútil, preciosos cristales dignos de enriquecer el caudal de la literatura ó de la historia..

II.

Las cartas ofrecen un doble interès como obras literarias, y como documentos humanos por los que puede formarse el proceso de los personajes históricos, y desenredarse las marañas que hacen con el hilo de los sucesos, las pasiones de los contemporáneos, al narrarlos y comentarlos. Nuestra inferioridad relativa en el caudal epistolar, es sin duda ocasionada por la menor diligencia de autores y editores, pero tiene también no poca parte en ella, la natural inclinación de nuestro sentido literario, más dado á la pompa y brillantez del verso, del teatro, del escrito dogmático ó de la elocuencia de la historia, que á los recreos de la prosa familiar y de la comunicación íntima, ó con formas y apariencias de tal. Las cartas son conversaciones escritas, y la conversación no ha tenido nunca entre nosotros sentido è importancia literaria, como los tuvo en Francia y en Italia; y también se debe alguna parte de esa escasez, á la menor acción é infiuencia que en todos los órdenes de la vida social, ha tenido la mujer entre nosotros, especialmente en los siglos XVII y XVIII, pues no cabe negar que las cartas han sido en todas las literaturas, género cultivado é influído de modo singular por las mujeres.

Las cartas que entre nosotros comunmente se han llamado eruditas, destinadas á tratar para el público materias de artes, literatura, filosofía ò costumbres, no son sino trabajos literarios ó científicos á los que se da forma familiar ò sencilla, bien para su más fàcil adaptación á las exigencias del vulgo, bien cediendo á los gustos de la moda, la cual experimenta en ese punto y en los tiempos que alcanzamos, una verdadera reacción respecto al siglo pasado, en el que la carta fuè la for

ma vulgarizadora del pensamiento y propagandista de ideas y noticias, de la polémica literaria y de la novela, en el que llueven sobre la filosofía, la política, la crítica, la historia, la ciencia social y la galantería, las cartas persas, las cartas peruanas, las cartas marruecas, la correspondencia de Voltaire, de Rousseau, de D'Alembert y de Grim; y la Nueva Eloisa, la novela que apasionó á la Francia hasta el extremo inverosímil de retener en sus tocadores á las duquesas vestidas para asistir á un baile; extendiéndose ese movimiento del gusto hasta el presente siglo, en cuyos principios La Clarisa Harlowe y la Delfina, fueron también entusiasmos frenéticos de su tiempo y origen de numerosas imitaciones en todas las literaturas europeas.

El valor del estilo epistolar y el interés de una correspondencia, aparte de los hechos que con sus noticias aclare, depende principalmente de la naturalidad y verdad de los afectos, ideas ó preocupaciones que revele; y así se advierte que no son los más entendidos y eruditos los que mejores cartas escriben, sino aquellos á quienes la Providencia ha dotado de más fina observación, delicadeza de gusto y sentimiento, y de naturaleza en que no domine á todo lo demás su personalidad y la fe ciega en el criterio propio, sino, por el contrario, la inclinación á recibir sin preconcebida hostilidad las impresiones ajenas, la flexibilidad para seguir el hilo del pensamiento y de los actos de los demás y recoger con exac⚫titud las imágenes de cuanto nos rodea: obra vedada á los que tienen llena su alma de la sola, ó al menos, de la preferente imagen de si propios.

De ahí que sea tan superior la obra de la mujer en la literatura epistolar, respecto al contingente que en los demás géneros literarios ó científicos ha traído á la cultura humana, porque esas condiciones y cualidades, tienen mejor asiento en los espíritus femeninos, más inclinados á la abnegación, menos poseídos por lo comun de sí mismos; y que las mejores cartas sean las de aquellos que más han amado, y sobre aquello en que su amor ha sido más espiritual y más vivo.

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